La ficción es la herramienta fundamental para crear un complot, pero el complot también es la relación de contrabando y de intriga ideal para producir ficciones. En la literatura de Arlt, complot y ficción se confunden o se funden de un modo simbiótico y programático para lograr la toma del poder. La ficción se empuña como un arma de guerra, un arma de múltiples prestaciones que puede generar simulacros indefinidos, o un efecto expansivo de destrucción que altere la dinámica social de una realidad chata, anquilosada, y producir el vértigo acelerado de nuevas formas de existencia, de nuevos imaginarios, de nuevos modos inestables de ser o dejar de ser, según el capricho o el gusto de cada uno. En sus manos de escritor vanguardista, esta arma entra en el rango de arma modera, novedosa, radioactiva, capaz de producir una transmutación extrema sobre los viejos valores culturales de la primera veintena del siglo XX.
Si pensamos que Arlt escribió en el contexto cercano al Centenario de la Revolución de Mayo, todas sus estrategias, su programa, sus movimientos tácticos y su poder de fuego estaban orientados en destruir todo lo que esa fecha clave representaba para el poder conservador de la época. Ante el aluvión inmigratorio de aquel momento, llamado por algunos como “plebe ultramarina”, la clase dominante estaba empeñada en representar al SER NACIONAL, esto es, construir una identidad fija, pura, homogénea, amoldable a sus intereses, bajo la forma de unos usos y costumbres sujetos al comportamiento dócil de una sumisión absoluta. Ante esos valores, el gesto vanguardista de la literatura arltiana va a tener la capacidad de poder cambiar lo fijo, lo puro y lo homogéneo por lo inestable, lo impuro y lo heterogéneo, como si ese fuera el modus operadi de su dispositivo literario o el efecto maquínico de su plan de acción. Esto se percibe en los injertos de un lenguaje hibrido y desarraigado que exhiben sus novelas, en ese pastiche de idiomas, dialectos y modismos de jerga que atentan de manera escandalosa contra la lengua nacional, el bien decir.
Los personajes de Arlt nunca son conformistas, siempre están sujetos a fuerzas que los atraviesan, pueden traducir la pobreza en riqueza, la humillación en orgullo, la pasividad en acción. Pueden traducir una vida cargada de penurias y privaciones en una vida repleta de aventuras y sueños de realización o de revancha. Pero no son personajes que se ganen el pan con el sudor de una frente marchita: “No era el dinero vil y odioso que se abomina porque hay que ganarlos con trabajos penosos, sino dinero agilísimo…”. El dinero fácil aparece en sus novelas como algo milagroso, algo caído del cielo que expresa la utopía del pobre, el batacazo, el golpe de suerte, o el resultado de una extraña alquimia cuando es autogenerado de la nada. En su modo de uso aumenta la potencia de su valor arbitrario, y si la lógica conservadora siempre buscó la acumulación y el rendimiento calculado, en ellos va a pérdida, a derroche, a gasto inútil en una apuesta trasnochada que se la juega por una idea genial: la máquina de hacer dinero. Pero la lógica monetaria también se infiltra en la escritura de Arlt. Esta le aporta un pulso maquínico, acelerado, si tenemos en cuenta que su literatura fue producida bajo el ritmo frenético de una redacción periodística, siempre a contra reloj, exigida en un margen mínimo de tiempo libre, donde paradójicamente ese tiempo también tenía que aprovecharse y rendir al máximo.
En sus novelas también hay personajes lectores. Pero a diferencia de otras novelas, ellos no tienen una lectura hedonística, ni están rodeados por ambientes de bibliotecas lujosas, en donde sobra el tiempo de esparcimiento reflexivo y el regodeo de las divagaciones indefinidas para ostentar un elitismo cultural. Los lectores de Arlt leen mal. Leen por interés, no por ocio. Tienen una lectura utilitaria de cualquier cosa que les caiga en mano, libros robados o de saldo sometidos al uso y al descarte sin miramientos. Leen asediados por un margen mínimo de tiempo (un tiempo exigido por privaciones), en donde esa lectura se vuelve intensa y significativa, porque los obliga a extraer saberes de manera rápida, a tomar solo lo que se necesite para replicarlo en la realidad y desechar el resto. Siempre hay una urgencia en sus personajes. Nunca tienen tiempo en demorarse en el regodeo burgués del ocio contemplativo y en el tedio inútil de las reflexiones metafísicas, el saber debe ser útil para tomar una posición rápida y quemarse en las diferentes estrategias de guerra: “Para introducir nitroglicerina en un presidio, tómese un huevo, sáquese la clara y la yema y por medio de una jeringa se le inyecta el explosivo”, explica Silvio de manera didáctica en El juguete rabioso.
Arlt no es un escritor del pasado sino del futuro. Con el puñado de unas fuerzas sociales liberadas al azar, él puede recrear la realidad a su antojo, puede transmutar los valores agotados, incluso destruir y crear un hombre nuevo: “Durante algunos decenios el trabajo de los superhombres y de sus servidores se concretará en destruir al hombre de mil formas, hasta agotar el mundo casi… y sólo un resto, un pequeño resto será aislado en algún islote, sobre el que se asentarán las bases de una nueva sociedad”. En su literatura todo puede ser creado desde cero, o reformulado indefinidamente, como los borradores maniáticos de un invento soñado.
Guillermo Sevlever