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ROBERTO BOLAÑO, UN ESCRITOR SALVAJE

El título puede sonar trillado para los que conocen a Bolaño. Puede sonar obvio, redundante, cómodo, puede sonar a un slogan facilista y estereotipado, sobre todo para quienes son de leer reseñas y artículos de sus libros o de su vida, o de las dos cosas, en donde siempre aparece ese adjetivo de “salvaje” como una decoración obligatoria. Pero valdría la pena preguntarse, ¿por qué salvaje?

Bolaño no era un heroinómano, tampoco un cocainómano, ni un alcohólico, ni siquiera le cuadra la figura del borracho de fin de semana, el típico pendenciero de bar (algo que se ajustaría más a un escritor como Bukowski o Hemingway), aunque sí era pendenciero, pero en su salsa, esto es, en el ámbito de la literatura. Tenía un temperamento pasional, fanático, terminante, del tipo blanco o negro que lo empujaba a pelearse y a entrar en polémicas con otros escritores. Son recordadas las opiniones que tenía sobre Isabel Allende (uno recuerda aquello de “escribidora”), Pablo Neruda o Camilo José Cela, y ni hablar de la mayoría de sus colegas chilenos. Probablemente eso sea lo único que tenga en común con Juan José Saer.

Pero su incontinencia verbal no lo hace un salvaje, sí un polemista de tipo amateur. Si fue un salvaje, lo fue a raíz de otros motivos. Como por ejemplo, el de haber logrado abrir el campo literario para que entren nuevos objetos que hasta entonces eran considerados triviales, frívolos o abyectos, y que permanecían gravitando por fuera del imaginario de la literatura latinoamericana como algo foráneo, algo paria, algo inadmisible para la solemnidad de la cultura letrada de aquel momento. El mérito de Bolaño es haber forzado la entrada de la literatura para que haga su irrupción violenta la cultura de masas. Su mérito es haber podido contaminar un mundo cultural elitista, prestigioso, “profundo”, con cosas bajas, devaluadas, de poco prestigio cultural, y hasta bizarras.

La lista de ejemplos de esa contaminación es tan incontable como insólita, además de original para lo que se estaba escribiendo hasta ese momento. Alberto Fuget enumera la temática pop de Bolaño en su artículo “Bolaño desenchufado”, y nosotros podemos hacer el mismo ejercicio. En los libros de Bolaño nos encontramos con: mujeres fisicoculturistas, hombres fisicoculturistas (y ciegos), pornostars retiradas, gangsters, matones, críticos literarios que se vuelven locos, escritores neonazis, poetas dealers, yonkis, prostitutas, putas asesinas, asesinos seriales, asesinos seriales que son escritores o escritores que son asesinos seriales, o escritores que parecen asesinos seriales, escritores barrabravas (de Boca) o viceversa, modistos necrofílicos, jugadores de futbol retirados, ratas detectives, ratas criminales, jóvenes amantes de juegos de estrategia militar, boxeadores, entre una infinidad de varios otros.

Pero también fue un escritor que incorporó la biblioteca a su literatura, y esto lo emparenta con Borges. Sus novelas están plagadas de referencias literarias, de datos, nombres, reseñas, semblanzas, bibliografía en general. Si pensamos que una biblioteca es un archivo de textos, algo fijo, estable, ordenado según una clasificación rigurosa, y que busca la conservación y la acumulación simbólica del mundo civilizado, la biblioteca de Bolaño aparece como un lugar incendiado, distorsionado por toda una seguidilla de puntos negros, casi imperceptibles, flotando en una nebulosa de libros turbios, falaces, irrisorios o descatalogados, en donde apenas se distingue un desfile de personajes infames, poco presentables para el mundo honorable de la cultura y de la autoridad intelectual. Probablemente su figura esté más cerca de la del bárbaro (un bárbaro de la cultura) que de la del salvaje. El bárbaro se apoya sobre un fondo de civilización contra la que choca, siempre tiene una relación conflictiva con ella, y se define desde esa rivalidad, desde ese vínculo de enfrentamiento, esto es: asechando, incendiando, saqueado una civilización. El salvaje es una figura previa a la civilización, que vive en un estado de naturaleza ideal y aislado del resto.

Bolaño siempre se consideró un poeta y la poesía también forma parte de su mito personal, y no porque haya escrito buenos o malos poemas. La poesía de Bolaño pone en relieve su épica de juventud, su relación vital o visceral con la literatura cuando en México se dedicaba junto con otros parias juveniles a realizar atentados terroristas (bromas adolescentes) en eventos que realizaban personalidades eminentes de la poesía, la más representativa de todas ellas era Octavio Paz. Pero Bolaño, definiéndose a sí mismo como poeta, fue lo suficientemente inteligente como para no caer en pretensiones poéticas y en vanidades decorativas, y no terminar escribiendo “novelas de lenguaje” como es el caso de Saer. La buena literatura no se define por el regodeo tonto de las peripecias del lenguaje, sino por la potencia de su imaginario, y eso Bolaño lo tenía muy claro. Hay que decir que en sus novelas la poesía aparece como momentos de epifanías, situaciones en donde la realidad parece desdoblarse, perder densidad, perder foco o concentrarse en un punto límite. Hay algo de nomadismo, de errancia, de diáspora cultural en todo eso. Es como si quisiera decirnos que la poesía no está fijada en los papeles, que existe en la intemperie del mundo, liberada de todos los textos, en donde vuelve a encontrar su estado natural de salvaje.

Guillermo Sevlever