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Nuevo Curso

LUIS FRANCO . POESIA Y COMPROMISO . UN RESCATE NECESARIO

Una sociedad como en la que sobrevivimos, productora de mercancías fetichizadas escinde al hombre y lo parcela, presentando sus relaciones como si fueran relaciones entre meras cosas.
Por este fenómeno, el trabajador en tanto sujeto conformado en clase social, se ve obligado a alquilar su fuerza de trabajo al capital. Ese dato material proyecta en su ser en forma tal que solo se siente libre de coacción cuando desenvuelve sus funciones meramente animales (comer, beber, procrear) Por esta razón la vida en sociedad no merece ser tomada por tal y por eso resulta y se hace sentir cada día más, la necesidad impostergable de su transformación.
Cualquier construcción intelectual abstracta que el hombre genere con forma de idea , se ubica por fuera de la naturaleza. Es esa la primer escisión no exenta de dolor . Sin embargo, lo hace sin desprenderse totalmente de ella. Lo contrario implica volver al espacio absoluto de la animalidad que en verdad es el punto de partida, la inmediatez, no la constitución propia del sujeto, situación de la que da cuenta la dialéctica hegeliana de amo-esclavo.
Por esa material existencia, el hombre es un ser que adolece y en esa suerte de enfermedad también se ubica la producción artística. Es en esa estructura social donde la clase trabajadora se sumerge a diario bajo el imperativo de sobrevivencia, que existe una organización de la cultura mediante la cual se genera educación, costumbres, arte y ciencia por la burguesía dominante que de la misma manera oculta o proscribe una obra, un autor, una representación artística .

Una de las víctimas de ese proceder fue y es Luis Franco quién antes de morir un 1 de junio supo decirle al periódico Avanzada Socialista que
“La mayor urgencia política del momento es la formación de un partido con la conciencia y la combatividad revolucionarias (…) acá y en todas partes del mundo. Es decir, más allá de toda ilusión reformista, que luche no por el aumento de salario y la conciliación de clases, sino por la supresión del salario y de las clases.”
La verdadera respuesta es la destrucción del estado de cosas existente. Es terminar con determinadas relaciones sociales que plantean la necesidad de la ilusión -política, religiosa, individualista, etc.- desarrollando fuerza social y hegemonía, o sea: construyendo el partido (intelectual colectivo por excelencia)
Luis Franco hizo de esa premisa , de esa caracterización de lo dado, el axioma de su vida , formando y construyendo su obra literaria con el objetivo de que esa producción fuera herramienta para poder llevar a cabo esa estrategia transformadora de la que damos cuenta.
Su poesía, da cuenta contundente del desgarramiento que provoca para el hombre la sociedad reproductiva de capital, pero a la vez de las posibilidades únicas que éste abre para su superación con la nueva clase que al enfrentarse con aquél, cobra vida y conciencia de ser el sujeto del cambio y superación de esa objetividad.
Por ello frente al olvido impuesto sobre sus haceres intelectuales creemos necesario acudir a su convocatoria y para ello, convencionalmente nos apoyamos en la circunstancia puramente biológica y cronológica de un nuevo aniversario de su deceso. Tengamos presente su obra y remitamos a ella, a la hora de dar ejemplo de aquello que debe emerger de la poesía en tiempos rotundos de crisis capitalista como lo es el que nos toca .
En ese sentido y en sus propias palabras tenemos presente:

«Autobiografía»:

Yo, señor, rasgado de ojos y de corazón, limpio de conciencia y de ahorros, de suerte oscura y risa clara, nací y vivo en un lugar tan huido que amagando juntarse en él los rieles (¿las paralelas no se juntan en el infinito?) el tren no ha podido acercarse.

Mi infancia me parece ahora cosa de prodigio. Sin embargo, cuando niño, tendía con avidez de tentáculo a la todopoderosidad de ser hombre. La escuela se me ocurrió entonces un invento de fastidio técnico. (No he variado excesivamente de opinión). En el colegio me aburrí tan descaradamente como un león de jardín zoológico. También en la facultad de derecho. También en el cuartel de artillería. (De ahí sin duda mis mejores defectos: mi vocación de soledad, tan chúcara; mi cargosa sospecha en la incompatibilidad entre un profesor y un hombre de espíritu; mi entusiasta desapego por toda disciplina, como no sea la que uno mismo se impone, o si se quiere, por toda librea, sea de gendarme o de embajador).
La vida blanca y roja (no un negocio sino una aventura mágica, la vida) es mi mayor tentación, pero la palabra y aun el pensamiento, tienen la privanza de mis horas tiradas en buscar un arte de tempestad y melodía.
Soy hombre, y nada del cuerpo y del alma de la mujer puede serme indiferente.
Creo que alguno me sospechó griego ―acaso por la risa, aunque tengo sonrisa muy actual―, otro no más que turco. ¿Acaso porque soy polígamo de ideas y creo mejor el gozar de todas que entregarme ciegamente a ninguna?
¿Religión? Soy un impío capaz de escuchar devotamente por horas una cigarra, pitonisa del sol. Soy un ateo calado hasta el hueso de supersticiones de lo divino. (¿Para qué decir que la ignorancia cerrada de la teología figura entre mis grandes erudiciones y que malicio más ciencia de Dios en una calandria que en la Summa?
Algún tiempo me fastidié lo más confortablemente posible en las ciudades donde los hombres impiden ver al hombre. Pero el campo me sobornó otra vez con los pájaros chismosos de cielo; sus árboles llenos de meditación y de frescura, oh; su viento, mi profesor de gimnasia y de filosofía.
La alegría ―gay vivir― es mi culto, a mayor título, que suelen salirme al camino, como al que más, esas horas de desencanto eclesiástico en que nuestras ilusiones amagan cariarse a la par de nuestras muelas.
No sé si tres o cuatro mil plantas puestas por mi mano me autorizan el título del plantador. Mas conste de que no tengo otro, aunque soy argentino.
Una junta de escopetas, otra de perros, un pavo real, que imanta todas las miradas, y una yegua lujosa de ímpetu como un ditirambo, agotan el censo de mis bienes.
Pero no quiero jactarme de mi pobreza, aunque es mi único orgullo.
Diablo horro de diversiones, suelo hallarlas en algunas solemnidades acreditadas: en los charlatanes aforrados de taciturnos, en los retardados mentales con cátedra de zahorismo, en los que por tener casi todo no son casi nada, en los que por no perder el tiempo pierden de vivir.
A veces pienso que debí nacer pastor o rey.
A veces sueño ser un hombre de hierro o de música.
Pero ya he dicho que no creo casi en nada. Tal vez en la frivolidad maravillosamente trágica del amor. Tal vez en cualquier ídolo, Goethe, por ejemplo, o Whitman.
Y eso fue todo.

Como lo señalamos , Luis Franco , en soledad y pobreza, y próximo a cumplir sus 90 años, en un asilo de ancianos de Ciudadela, donde transcurrió sus últimos años falleció 1 de junio de 1988. Antes en su poema Travesía se ocupó de dejar dicho que:

Hay en todo, algo de anhelo desgarrado,
o de plegaria
Y la faz macilenta del ayuno
Junto a una todopoderosa voluntad del aguante
….Acaso este aparato de montañas
Es solo un andamiaje
para la creación de un
Mundo menos torvo.

Como testimonio vivo de su profusa obra, mayormente silenciado. poco tiempo después del asesinato de Trotsky, Luis Franco publica en la revista Babel Oda a León Trotsky,
donde dice lo siguiente:

Una certeza fortalecida en la gimnasia de todas las dudas
hasta dominar el vértigo de abismos y sepulcros
y una serenidad más ancha que el ademán de las banderas y los sembradores
tú, cuya biografía comienza a ser levadura del mundo
y cuyo nombre imanta lo que hay de fierro en nosotros.
Domicilio de honor te fue la cárcel,
como ya es el destierro tu patria de adopción
(Te recuerdo en Nicolaiev custodiado por los piojos,
tú, dandy de ademanes perfectos; recuerdo tu casi astronómica fuga desde un arrabal del polo
a través de la nieve sin ribera como la sombra;
casi oigo el resuello cansado de los remos incansables)
te recuerdo en Alma Ata, mazmorra de cristal,
con fríos que buscaban coparte es aalma que descongela los miedos.
Pero qué pobre cosa estas patrias para diplomáticos y pedicuros,
ellas que así tiritan de tu sola vecindad, ahora.
Amigo profundo de los hombres,
eres como un recién venido de la mar
entre mediterráneos que nunca oyeron hablar de ella
con tu saber de sol que hace fluir las verdades heladas,
con tu pasión que hace trampolín de cada obstáculo.
Donde tú entras los relojes que apresuran la marcha.
Se quemaron las naves del pasado sobre las playas vírgenes del alba
cuando amaneció Octubre para siempre,
y el sol descendía a través de todos los cerrojos.
Una vasta esperanza comenzaba ya a colonizar el futuro.
Al fin una preñez dolorosamente larga
las masas daban a luz una época nueva.
Natchalo! Naovaia Jizn! Natchalo!
Y tus jornadas eran de veinticuatro horas cabales, Lev Davidovich.
Contra toda la herrumbre y el fierro de Europa
sobre catorce frentes se combatió después,
y un tren fantasma que aventó doscientos mil kilómetros
era tu ferrado caballo de pelea,
capitán.
Pero la vida es breve y la guerra es larga.
Sabes que somos un vaivén en marcha
entre la conservación y la invención;
sabes de la sirena llamada Costumbre
cuyo encanto es la muerte de la audacia y el mañana.
La vida no es remanso
sino río en marcha.
El único dios que no abdicó aún se nombra Comienzo.
Por eso tu ciencia y tu voluntad se llaman revolución.
Es verdad,
como un árbol primaveral se conmueve la humanidad sufrida.
(Todos los siglos podridos son su abono).
Los pueblos van a colgar sus recuerdos inservibles,
y echar la basura como zapatos rotos
sus creencias de ayer y de anteayer.
El filo del alba está segando todos los sueños del miedo.
Los pueblos van a mudar todas sus plumas viejas.
Inútil el cordón sanitario de los gritos de alerta
o de amenaza;
la revolución no conoce fronteras al igual que la brisa.
La razón no es el jardín de invierno,
sino el intenso verano del hombre.
Están los días blancos con sus terribles yemas.
Razón, claro silbido de ayuda
en el cruce del oscuro callejón del ser.
¡Qué nocturno es el hombre! Pero su amanecer definitivo se acerca.
De las iglesias a los códigos,
todos los becerros de oro y estiércol,
todos los dioses panzudos e hipócritas se irán.
Serán los servidores del hombre o tendrán que irse.
No lo creen los que engordan con la sanies llamada provecho
ni los que suponen a la vida coronada de adormideras.
Con el perro dinero el perro hambre será desterrado.
Las fábricas no serán los templos
donde obesos sacrificadores alimentan con carne y espíritu de hombre el Ídolo máquina.
La propiedad no expropiará al hombre.
La higiene abolirá un día
esos holocaustos malolientes que son las guerras
las que dejan sin pulso o sin figura a los mozos de veinte años
para hacer del mundo un hospital cuidado por viejos.
Pero tú sabes, adelantado de todo lo nuestro,
que lo moribundo debe morir,
que lo muerto debe ser enterrado.
¿No inocula el futuro gérmenes en el flanco de todas las muertes?
Que las guerras morirán en la guerra creadora, la nuestra,
la que desuncirá las manos y las mentes,
Libertador.
Pero es sabiduría vedada
ésa que tu acrisolas y vives, como ninguno aún,
hombre vertical entre todos,
con el coraje del amanecer,
y el más arduo, el de media noche, que espanta a los fantasmas.
Y por ello no hay tierra firme, para ti, navegante,
por ello eres el varón más solitario del mundo,
tú, viento que alza el amargo oleaje de las ansias en vela.
Todo lo que es oblicuo te odia,
todo lo que huele a cucarachas y moho,
y los que viven entre su corbata y su reloj,
y los que arrodillan el espíritu, como el camello, para el fardo:
mientras tú, contemporáneo de lo que nacerá un día,
dices adiós al pasado con una mano
e inauguras con la diestra el porvenir hasta lo más distante.
Tú, el ferviente, confías en que podrán ser redimidas en la luz las herencias de lo subterráneo. Tienes fe en el que ha de suceder por fin
a los dioses que sacara de sus costados un día:
el hombre hecho de profundidad terrible y sal de permanencia como el
océano.
Domesticador del mundo ya,
el hijo de la mujer es todavía
la fiera del circo de sí mismo.
Más la economía, esfinge del mal de ojo,
será entendida al fin;
la Necesidad entreabrirá como un capullo sus puños de piedra,
y para el nuevo crecimiento del hombre,
una matinal armonía será descubierta.
Esa es tu fe y la mía, camarada.

Casi como respuesta, en una proyección sobre su muerte biológica, ya el propio Trotsky a su tiempo , había dejado trazados los lineamientos esenciales a la actitud que la militancia debe tomar frente al arte:

Si para el desarrollo de las fuerzas productivas materiales la revolución está obligada a erigir un sistema socialista de plan centralizado, para la creación intelectual debe instaurar y garantizar desde el comienzo mismo un régimen anarquista de libertad individual. ¡Ninguna autoridad, ninguna coacción, ni la más mínima huella de mando!
La independencia del arte para la revolución
La revolución para la liberación definitiva del arte
”( Manifiesto por un arte revolucionario independiente”)

Daniel Papalardo