Esto es la soledad
yo y estas cuatro paredes
y esa puerta fría y vieja
por donde no pasa nadie.
Esto es la soledad
el estar pensando hasta
que el cerebro parece explotar.
Esto es la soledad
mirar el techo todo un día entero
Esto es la soledad
es estar sufriendo al escuchar
como el resto de los pibes, esta en visita
Esto es la soledad
es desear tener una mujer
conmigo en este momento.
Pero saber que la única compañía
es esa cucaracha que cruza la pared.
Extraído de La venganza del cordero atado, Camilo Blajaquis.
La trabajadora social aduce que presenta escasos recursos simbólicos e insatisfacción de necesidades vitales tales como buena alimentación y acceso a educación. El funcionario policial en el teléfono cuenta las alternativas de su presunto último comportamiento, el carácter delictivo y alega apelando al consabido discurso de seguridad, la condición de reincidente. Reiteración es la palabra en boca de los interlocutores. Finalmente, la decisión jurisdiccional se traduce en un breve texto dando cuenta de carencias, pero más severamente de la presunta repetición de presuntos injustos penales, deslizando falta de compromiso y ausencia de voluntad para iniciar una “recuperación”. Todo para concluir con el lapidario traslado a otra ciudad y su encierro sin plazo en un instituto provincial.
No hay quién busque impedir esa determinación del poder institucional. Nadie la impugna. Nadie la pone en crisis. La orden se cumple y de pronto todo, lo que a Pedro le era lo propio dentro de su espacio vulnerable, todo lo que lo definía como sujeto, se remplaza por una anodina estadía en un sitio gris, lúgubre, ajeno , es externo para un “interno” traído desde la lejanía. Solo le queda la certeza de que no es el único.
La presencia de los otros, de los pares, de los que en alguna manera se le parecen, es sentida de modo complejo: certeza de no estar solo, y angustia por lo que vendrá dentro de ese encarcelamiento. No está solo. Hay otros, Otros como él, también tripulantes de esa letanía de rutina y encierro que ahoga y oprime el pecho.
Se le ocurre pensar que esto no puede ser así y deduce que en algún momento tendrá que terminar. Mientras tanto, como para que se enteren, corta sus brazos y sus piernas, como le enseñaron los demás tripulantes de esa nave oscura que lo transporta en un viaje a la nada, insólita y jurídicamente considerada una rehabilitación.
Pero no alcanzan los cortes, y los días en ese trasbordador espacial-terrenal del submundo carcelario se tornan eternos y le falta el aire. De pronto un incidente, una puja entre repetidores veteranos de ese tránsito inhumano y novicios de ese curso de capacitación para el no ser, deriva en otra sanción, una más entre tantas prohibiciones y castigos que lo empujan hacia esa celda oscura, donde solo es posible dar dos pasos, y donde siente que las paredes le oprimen el cuerpo.
Es el final tantas veces barajado, pensado y a veces soñado como última salida. Un bondi a la nada, ayudado por unas sábanas casuales, que son el nexo necesario para la respuesta emergente a tanto dolor. Su cuerpo pende de un nudo. Ahora sí le falta el aire, y la cabeza tira el último pensamiento. Pero algo sale mal
Después, la reanimación, los aparatos, el hospital y una visita que no viene los martes dentro del horario permitido, sino cuando a ella se le ocurre. Y ahora sí, el minuto final tras un pitazo sordo de no se sabe que árbitro extraviado de algún partido que no es el propio.
La muerte, eterna e ineludible compañera de la miseria, las carencias, la vulnerabilidad. Ahora lo veo ahí. La imagen lo exhibe en su interior, pero solo veo sus órganos examinados con pericia por los médicos. En ese momento me doy cuenta que lo humano solo habita en el otro. Que lo propio de la naturaleza humana es la respuesta y el reconocimiento en el otro que me permite entender quién soy. Reconocimiento mutuo que le dicen.
Ni la orden de traslado, ni el reclamo policial, ni el valor seguridad exhibido como bandera represiva, darán cuenta de esa nada que significa una sala de autopsia y 17 años de vida, zurcidos en un cuerpo yacente, para engrosar un número de víctimas que no tiene fin, en el sin sentido del encierro carcelario.