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LA VULNERABILIDAD  SOCIAL  Y SU NATURALIZACION CLASISTA. ELLOS Y NOSOTROS SEGÚN EL MERCADO Y LA APROPIACIÓN DEL VALOR

Por estos días en que el dinero con el que se nos paga nuestra fuerza de trabajo se degrada , sin embargo en el espacio superestructural de nuestra sociedad, como preocupación, se exhibe una suerte de polémica en en relación a la consideración que merecen las personas ubicadas por la lógica reproductiva del sistema, dentro de lo que se conoce como población económicamente sobrante, esto es , aquellos que por fuera de la economía formal sobreviven integrando sus ingresos con planes sociales. Asimismo, desde esa plataforma, se habilitan discursos cuestionando la intervención de organizaciones ligadas a ese colectivo social.

     La cuestión es que la situación de este segmento social, que es materia de esos discursos, al estar en boca de unos y otros, cualquiera fuera la vía de comunicación, traduce en lo inmediato el espacio de la opinión y con ello más de una alternativa del posible conocimiento sobre el fenómeno en sí.

 Sin embargo, toda esta masa discursiva tiene el común denominador ubicado en la mirada criminalizante del fenómeno  y su consabido corolario el discurso moralizador que se resume en un nosotros y ellos, como base y justificación del sentido de odio hacia el otro por lo que el otro parecería generar o ser el portador..

 El aspecto problemático de este posicionamiento viene dado por su matriz ideológica. Detrás de esta manera de ver, los sucesos avanzan. Las motos de alta cilindrada con tipos de negro, cascos, chalecos y armas largas, todos bajo el anonimato y con habilitación normativa se convierten en una suerte de caballería de la decencia. También están las combis de la “policía científica”, las cintas que marcan los espacios vitales del horror y el atropello generalizado de barriadas enteras, desde donde nacen también presurosos los “vengadores privatizados”; los posmodernos cultivadores del ojo por ojo, siempre que el ojo no sea el nuestro, y mucho menos el de los sujetos sociales que se valen del poder del Estado para llevarnos a la miseria y luego aporrearnos.

Sin embargo, lo central es el discurso moral que aumenta su adhesión  generalizada en un sentido común de clase, que define el bien y el mal con matrices de dominación subjetiva, a partir de una estructura de libertad negativa basada en la tesis según la cual: mi derecho termina donde empieza el del otro, o el famoso respeto mutuo, donde como una operación comercial, se respeta al otro y se recibe de vuelta el mismo trato.


  Lo cierto es que no puede haber respeto mutuo si cada uno visualiza su libertad como una suerte de espacio objeto de apropiación privada, una actitud territorial en donde el otro no tiene ingreso sino bajo la amenaza del castigo por intromisión, en tanto desde esa lógica, el diferente es un objeto sobre el cual actúo y me interrelaciono solo en base a la satisfacción utilitaria de mis necesidades.

Este fenómeno esconde una visión del ser humano que busca hacer racionalmente social al sujeto egoísta que se propone como tipo ideal. Este fin último de lo humano concentrado en la utilidad personal,  se compadece con el mercado, en la medida en que esa perspectiva,  nos pone frente a un sujeto que persigue su beneficio por encima de todo. Así las cosas lo esperable es que el hombre se vea compelido a maximizar sus beneficios al proponerse sus acciones  y su conducta debe orientarse a tal fin .

Esta última afirmación se compadece en última instancia con una premisa básica propia de la forma social de reproducción concentrada en la reproducción de capital. En el capitalismo la explotación es un proceso encubierto. El proceso explotador queda velado porque el carácter social de la producción sólo se expresa en el intercambio , donde los productores establecen conexiones o vínculos no como tales, sin como participantes en el mercado. El mundo de la producción , es el que realiza la creación del excedente  y la explotación genéticamente contenida en él , queda oculta. De este modo  las relaciones humanas se tornan anónimas e impersonales .


             Dicho en otros términos, si el discurso moralista binario propio de la definición contingente de lo bueno y lo malo, se consolida sobre la premisa: de base mercantil, bueno es lo que me hace bien como sujeto y malo lo que perjudica mis intereses, entraremos irremediablemente en el terreno de que lo bueno para mi es necesariamente malo para alguien, cayendo en una relativización absoluta de los valores sociales.

    Al tratar los asuntos de la moral, la discusión ha puesto de manifiesto  que si se rebaja el movimiento social a una simple manipulación de las masas con vistas a alcanzar tales o cuales objetivos de poder, y la política se convierte en una técnica social que se apoya en la ciencia de las fuerzas económicas, el sentido humano se aparta de la esencia misma del movimiento para establecerse en otra esfera que trasciende a este movimiento: el campo de la ética.

Desde el momento en que se considera a la realidad histórica como el campo de una estricta causalidad y determinismo unívoco, en el que los productos de la práctica humana, en forma de factor económico, poseen más razón que los propios hombres, e impulsan la historia por una necesidad fatal o una ley de hierro hacia un avance ciego, de inmediato chocamos con el problema de saber cómo debe armonizarse esa lógica de lo ineluctable con las actividades humanas.

 La dialéctica materialista postula la unidad de lo que le pertenece a las clases trabajadoras y a toda la humanidad a través de su marco teórico, sobre todo, por la práctica concreta del marxismo. Pero en el proceso histórico real se cumple de manera que esta unidad está en vías de constitución mediante la totalización de las antinomias o, por el contrario, en vías de disgregación en polos aislados y opuestos.

 Si se aísla lo que le pertenece a las clases trabajadoras, y se las abstrae de una percepción de totalidad integrada, se cae en el sectarismo y en una deformación burocrática del socialismo, que puede desembocar en el oportunismo, o en una interpretación reformista de los conflictos sociales.
En algunos casos, la desunión produce un amoralismo brutal, en otros, un moralismo impotente. En el primero implica una distorsión simplificada de la realidad, en el segundo, la capitulación frente a una realidad incomprensible.
Naturalmente, existe una diferencia entre la realización de la totalidad dialéctica que incluye a las clases, los procesos productivos y la humanidad-social en el marco del pensamiento teórico, que interaccionan con la realización de la vida concreta. Pero la relación entre la teoría y la práctica es, en este caso, una relación entre las tareas reconocidas como posibilidades del progreso humano y su capacidad de resolver conflictos.


         Lo relevante sin embargo , es que la dialéctica no revela las contradicciones de la realidad humana para capitular frente a ellas y considerarlas como antinomias, en las que el individuo termina eternamente aplastado. Tampoco es una falsa totalización que deja al porvenir la solución de las contradicciones. El problema central que se plantea es el de la conexión entre la conciencia de las contradicciones y la posibilidad de resolverlas.

 Pero mientras la práctica sea considerada como un practicismo, como una manipulación de los hombres, o una simple relación técnica con la naturaleza, el problema seguirá siendo insoluble. Una práctica alienada y divinizada no es una unidad de la vida concreta, ni tampoco la posibilidad de crear una bella totalidad histórica en el porvenir, más bien es una atomización y una pasividad contemplativa, sometida por antinomias fijadas en la utilidad de los medios y los fines. El problema de la moral se convierte así en un asunto de discernimiento entre la práctica divinizada y fetichista, y la praxis revolucionaria, donde ésta última conoce las cosas como resultado de su acción, en la medida en que también las crea y las transformaa través del movimiento de su interacción dialéctica.

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