Nuevo Curso
En nuestra sociedad, por diversos factores, supo construirse una subjetividad trasladada a creencia urgente en los tiempos que corren, implicada en el paradigma que exalta la idea del individuo libre e igual a los demás, propietario de sí mismo y de los frutos de su trabajo, convencido de que es posible el progreso personal a través del esfuerzo y que esto supone el derecho del individuo a vivir con dignidad.
Es esa subjetividad la que deja aceleradamente su paso a su negación, esto es, a la desconfianza hacia las instituciones y las autoridades que son vistas, todas ellas sin diferenciación, como el obstáculo para la posibilidad de concreción de las primeras.
Ese fenómeno subyace bajo las apariencias y los frutos de imágenes que montan los aparatos comunicacionales y los dispositivos ideológicos frente a la crisis que para su reproducción exhibe el capital financiero.
Lo indicado, deja señales en el empleo generalizado de la designación como SUPERMINISTRO para referirse a quién en otros tiempos y dentro de la forma jurídica constitucional no es otra cosa que un ministro, esto es, un funcionario orgánico del poder ejecutivo.
La necesidad de ser “super” apela a esa desconfianza hacia lo institucional buscando vanamente un acto de fe no racional en los comportamientos y símbolos convivenciales de la sociedad civil. Da muestras asimismo, de una exigencia superior para todo ese contingente relacional para sobrevivir bajo la prevalencia de la ley del valor y su necesario entramado mercantil configurado jurídicamente bajo el derecho de propiedad privada.
Este señalamiento sin embargo abre espacio para la penetración del programa socialista al interior de la clase trabajadora, impugnando la inconsistencia del programa y actuación del poder burgués estatal por su ineficacia a la hora de permitir el desenvolvimiento de aquel paradigma fundante de un pretendido ascenso social crudamente negado por la realidad.
Este desafío niega la permanencia táctica y estratégica de prácticas reformistas que buscan amparo en el parlamentarismo y las políticas de asignación de derechos subjetivos con fundamento en un reproche moral hacia el sistema capitalista, sobrecargando la dimensión de la responsabilidad en la crisis del FMI.
La lucha contra la explotación capitalista no debe confundirse con una crítica moral de ese orden social injusto. El programa socialista, no parte de ningún tipo de recriminación de carácter moral, sino de la denuncia de la forma en que funciona efectivamente ese modo de producción y la recurrencia funcional de sus crisis
Frente a las exigencias desmesuradas del capitalismo no viene a cuento traer a colación un «derecho» moral a una vida integra o algo parecido. En lugar de eso lo necesario es abrir una línea directriz centrada en que con la comprensión creciente de la naturaleza destructiva del sistema (que se puede constatar sin invocar ninguna moral), la clase trabajadora tiene elementos suficientes como para emprenda la lucha contra este sistema, con fundamento en su propio interés no para la búsqueda de una posición mejor dentro del capitalismo, sino para dar con una vida buena, de relaciones sociales justas y seguras, que sólo se puede realizar más allá del capitalismo