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Nuevo Curso

NIÑOS, NIÑAS Y JÓVENES FRENTE A LAS CONVENCIONES SOCIALES Y EL CALENDARIO

NIÑOS

Los comerciantes aprovechan los circuitos mercantiles para hacer real aquello de comprar un objeto a un precio y  venderlo por uno mayor,   operación que toma cuerpo por vía de  técnicas de mercado entre las que se incluye, apelando al calendario las que acudena a  la apología de los niños, la niñez, o mas recientemente las infancias, categorías todas ellas tomadas en abstranco y no referenciando a individuos concretos,  alegando  que necesitan un día de reconocimiento social específico  que se liga necesariamente a la adquisición y ofrenda de un juguete. Sin embargo, hoy esa intermediación cruje, se resiente, y entra en crisis por una simple razón: no hay dinero para cerrar ese circuito primario de la mercancía y el proceso de desarrollo-reproducción del capital financiero muestra dificultades relevantes para consolidad su necesaria acumulación extendida.

         En la puerta del boliche, y mirando a la gente que pasa frente a las vidrieras, se ve el paisaje de indiferencia y desolación.  Hoy, pocos compran lo que ofrecen los señores que se acuerdan de los niños una vez al año, cuando le ponen objeto y precio a ese fingido reconocimiento social.

         De esta forma queda claro que “el niño” también es un objeto de intercambio en nuestra sociedad. Se cambia por dinero, a través del “día de”, o por políticas sociales inocuas que organizan un sinnúmero de instituciones y operadores que se satisfacen a sí mismos, sin que el fracaso o la frustración de ese proyecto los perturbe.

         Sin embargo, ahora el fracaso comienza a verse en el plano comercial. Oferta y demanda muestran su abominable rostro de utilitarismo y cosificación sobre el hombre transformado en consumidor. Aunque sobre esa constatación, la realidad le añadió otra faceta más tremenda a su rostro sombrío. Bajo la exaltación del niño pergeñada de manera genérica, abstracta e inmaculada, aparecen las carencias propias de la miseria. Pero el mito nunca llega hasta la miseria. Sucede que en ese territorio está lo concreto, lo sensible y racional de las consecuencias de un modo de vida que se sustenta en el pago de fuerza de trabajo, y cuando falta, queda la migaja de la “ayuda social”, financiada con el esfuerzo de los demás explotados.

  Todo esto no sucede arbitrariamente, ni viene necesariamente atravesado por la ideología. El fenómeno tiene en su matriz premisas objetivas que lo determinan en un contexto caótico de relaciones sociales y ambientales que le dan un perfil específico.


  Existe por la base material una fenomenología que da cuenta de la indiferenciación de roles simbólicos, en tanto se mezclan y combinan en un aparente caos: parentesco, paternidad, maternidad, agregación de terceras personas al núcleo biológico primario, sustitución de etapas del crecimiento, penetración de símbolos emergente de relaciones externas al grupo, generadas por la anticipada inserción en el mercado productivo de los niños.

          En definitiva, una alternancia de procederes que modifican el núcleo mínimo de desarrollo de la subjetividad, de forma tal que los presupuestos que definen los bienes sociales a ser preservados por la norma jurídica se ven alterados, desbordando así esas formas jurídicas y transformándolas en inocuas, o en simple instrumental represivo, incapaz en todos los planos de brindar superación al conflicto e impedir a futuro su reproducción nociva.


  La superación de lo que en sentido profundo significa esta realidad es tarea de la lucha social que no se agota en su denuncia. Impone una práctica política activa, orientada a la superación de la forma jurídica estatal.

          El señalamiento de esta compleja trama de opresión es una labor del activismo político emergente de la vanguardia obrera  y no de peritos psiquiatras, psicólogos y trabajadoras sociales funcionales al Estado y sus inocuas políticas sociales. La crisis sistémica es tan profunda que no puede ser leída en índices de inflación, tasas de desempleo, valor de la fuerza de trabajo, si a la vez no se la vincula con los efectos sociales de esa innegable realidad de explotación y opresión de la clase trabajadora y de toda la población económicamente sobrante.

Hay que trascender lo contingente y lo aparente, y advertir las consecuencias de la barbarie, que no solo implica necesidades básicas insatisfechas, sino fundamentalmente la cosificación del sujeto, que en muchos casos puede llevar hacia estadios anteriores, a la elaboración consciente de nuestros comportamientos, y ser sustituidos por pulsiones primarias

  El creciente resquebrajamiento social da cuenta de una grieta real entre los que se mantienen dentro de las formas jurídicas con valores convivenciales, ideológicamente aceptados como positivos, y los que por sus condiciones culturales de existencia no se ajustan a esos paradigmas; no de un modo intencional, sino por desenvolverse en otros planos de existencia materialmente extremos. Por eso mientras el sistema nos sigan vendiendo días de la infancia, gobernantes sonrientes, y operadores políticos de permanente simpatía, la mayor parte de la sociedad va a estar sujeta a la lógica darwinista del sálvese quien pueda.

         Socialismo o barbarie sigue siendo la  alternancia que ponde sobre  aviso sobre el imperativo del  diagnóstico preciso de lo real existente. La labor política, la lucha por un programa acorde con el primer término de la alternancia, lucen como la herramienta necesaria del cambio, en la ineludible concreción del poder obrero.

JÓVENES
 

          La ciudad de Rosario y localidades aledañas se vieron nuevamente sacudidas por una saga de muertes violentas, centradas en víctimas jóvenes de las barriadas más humildes. También, entre las filas de los posibles agresores se sumaron jóvenes con radicación territorial en esos mismos espacios urbanísticos. Estos territorios carenciados y sin estructura productiva dan cuenta de un paisaje desolador de pobreza que deja a su paso la crisis capitalista.


                   Las crónicas solo son policiales. La emergencia del fenómeno es solo vista y difundida desde esa perspectiva, inscripta en el discurso de “seguridad ciudadana” y demás emergentes de la llamada criminología mediática, sobrecargada por reclamos inagotables de más represión y más castigo punitivo, que se traducen en el incremento de figuras delictivas, con el aumento de penas y la pretensión de mejorar el equipamiento para las agencias policiales. Estas últimas están respaldadas en su accionar por normas procesales, que contrariando paradigmas de libertad y garantía individual, llevan a cabo la llamada doctrina Bullrich, según la cual, el acusado debe probar su inocencia, al tiempo que la acción de las fuerzas de seguridad se presume siempre legal.
             Lo reseñado nos marca una continuidad en los métodos y un incremento de sus consecuencias, que expresan una sistematicidad ideológica  de los hechos. Nada parece ser aislado. Todo lo sucedido deja ver una larga cadena de intervenciones del poder punitivo sobre los jóvenes, a quienes se los sustrae de la vía pública con una legalidad viciada en dependencias del Estado. Su surte se vuelve aleatoria, y en muchos casos termina con imputaciones infundadas, en prisiones preventivas que deciden la política criminal, que están alejadas de todo derecho fundamental y de la libertad democrática del principio de inocencia hasta tanto se demuestre lo contrario. 

          En un segundo orden, pero no menos relevante, puede decirse que la realidad deja ver la intervención de empresarios, dueños de medios de producción. Aquellos que por su específica situación se encuentran en poder de la logística necesaria para la realización de esos actos delictivos. En gran parte, la referencia primaria se refleja en uso de armamento de guerra en las agresiones y en el empleo de vehículos ligeros para su desarrollo, lo cual habla necesariamente de proveedores para esos métodos criminales. Esto muestra cómo el interés del capital siempre está asociado al interés del delito, en tanto que actúan como dos caras de una misma moneda y buscan un mismo resultado.

          Así las cosas, la creciente presencia de jóvenes señalados en la producción de comportamientos socialmente violentos y captados por la norma penal, también abre la posibilidad de otra mirada diversa que escape a la forma punitiva. A la búsqueda de respuesta al fenómeno, segmentado por edad y zonas territoriales, se le podría añadir una simple pregunta: ¿cómo llegamos a esto? La respuesta no es ajena a la estructura económica. Por el contrario, una atenta observación del fenómeno conduce a las relaciones sociales y económicas en estricto sentido, esto es, a los vínculos entre quienes dan cuerpo a la relación capital-trabajo, y sus derivaciones en la vigencia de la ley del valor, el salario y el consumo.

         Desde esta perspectiva advertimos que todos los guarismos negativos en  términos de baja en los índices de producción, suba del desempleo, cierre de fuentes de trabajo, crisis educativas y disputas intersectoriales dentro de la clase dominante, que tienen un prolongado despliegue en el desarrollo de la existencia en nuestra sociedad, impactan directamente sobre la juventud. De ahí viene su imposibilidad mayoritaria de no poder incorporarse al sistema productivo formal, y su consecuencia casi ineludible de caer en el segmento de la llamada, en términos sociológicos, población sobrante.

         En ese colectivo de jóvenes maldecidos por estar dentro de un escenario donde las posibilidades en la economía legal no son tales, la precarización, el trabajo humano esclavizado, la flexibilidad laboral, o como quiera llamarse, son las redes de la economía informal, y en una gran parte de ese entramado está la economía delictiva, que incorpora la posibilidad de satisfacción de necesidades básicas y de consumo sobre bienes apetecibles por los jóvenes. Casi de forma automática toma mano de obra de baja calificación, con “el solo costo” de la perdida de la libertad o de la vida misma. Un joven conchabado en esos menesteres puede admitir un riesgo, como la de todo trabajador que manipula una máquina en mal estado, que le puede seccionar un brazo, o la del albañil en altura, que sin medidas de seguridad se precipita y muere, como ocurrió en estos días.
Entonces, están ahí aceptando la “oferta de trabajo” mucho más abundante y mejor remunerado que un trabajo legal, -mal llamado en blanco, como si lo negro fuera equiparable a lo malo- y organizados en particulares cooperativas o en forma individual, pero siempre contando con el suministro de una logística que en ningún caso puede pertenecerle, sino que es proporcionada por quien aprovecha en distintos planos de sus actos materiales sobre los que no tienen dominio alguno.


  El beneficio burgués de este trabajo humano que se le ofrece a jóvenes es medido en términos de apropiación directa de su resultado, o en ventajas indirectas que permitan la realización de otro tipo de actividades mercantiles, para las que el poder deviene condición necesaria.


           El desafío es: nos quedamos mirando esto y comentando sus efectos inmediatos, despojados de sus causas y sus procesos, o por el contrario, apostamos a la gestión de una respuesta política para todo este modo despiadado de ser, a partir de la denuncia e impugnación de lo que se presenta como un estado natural de cosas.


             Y finalmente. ¿Seguiremos repudiando a los jóvenes desplazados socialmente y pidiendo que nos cuiden de ellos? ¿O nos pondremos a mejorar nuestros sentidos para mirarlos y escucharlos? Desde esas actitudes quizás podríamos recomponer el entramado social que nos permita la igualdad de oportunidades y la existencia convivencial, sobre lazos de solidaridad, y enfrentar a todo el fetiche mercantil que nos domina.