Nuevo Curso

DE WELLS Y SUS EXTRATERRESTRES AL TITANIC – LOS EMERGENTES DEL CAPITALISMO

FABIAN ARIEL GEMELOTTI

Cuando en 1898 Wells publica «La Guerra de los Mundos» crea una nueva forma de narrar la ficción: el miedo al desastre por la invasión extraterrestre. Fines del siglo 19 cuando la ciencia ficción está incursionando en el mundo capitalista. El capitalismo va de la mano de la ciencia ficción, diría Pablo Capanna en sus grandiosos ensayos sobre el género.
El capitalismo se sostiene gracias al miedo y la amenaza. Sin miedo no hay Poder. Sin amenaza y sin fanáticos no hay sustento para el Poder. El 30 de octubre de 1938 Orson Welles transmite por radio una adaptación de La Guerra de los mundos. Se emitió como un episodio de Halloween.


Eran las 9 p.m. Recordemos que era la década del 30, los medios masivos estaban naciendo como poder de control y masificación. Esa audición despertó el miedo en los oyentes que creyeron que en verdad era una invasión extraterrestre. La gente corría por las calles y se atropellaban. Hubo suicidios, lastimados y homicidios. Los autos por las carreteras con valijas en sus techos. Fue el caos. El joven Orson Welles de 23 años no podía creer lo que pasaba. La ficción literaria fue tomada como realidad.

Después en 1941 vendrá El Ciudadano Kane, no es mi filme preferido y tampoco lo creo grandioso. Pero lo interesante que esa audición radial, a mi entender, fue más grandiosa que todo su cine. Acá tienen un bautismo de fuego los medios masivos como poder de decisión sobre la gente. Los medios deciden y explotan y forman opinión y generan también el caos.


Mi vecino el Gordo (un viejo que siempre se sienta en la vereda y sabe todo lo que pasa en el barrio) cuando ve una nube dice que va a llover y se arma una rueda de conversación sobre la posibilidad de lluvia. Yo estaba arreglando mi casa y si llovía me cagaba el día y por dentro me angustié mucho. El Gordo fue mi televisor ese día. Odio los noticieros cuando hablan del tiempo. Odio la lluvia. Odio las noticias cotidianas. No tengo TV. No tengo radio. No estoy pendiente de nada. Pero el Gordo siempre está informado y cuando uno pasa te dice las noticias del día. El Gordo es un medio masivo barrial, donde sabe si la vecina separada anda con uno nuevo o si el médico de la esquina se fue a Europa.


Los medios masivos cumplen esa función, son como el Gordo de mi barrio: la TV cumple la función de asustar sobre la lluvia y de informar pavadas para que todos salgamos corriendo en un caos como con la audición de Orson Welles.

El Titanic en 1912 crea el caos. Me gusta la historia, porque con el Titanic podemos ver muchas cosas. De 2208 murieron 1496 personas. Los ricos iban en el primer piso y gozaban de los placeres del capitalismo. No seamos injustos, el capitalismo es hermoso si uno tiene una cuenta bancaria jugosa y es un empresario exitoso. Pero bien abajo, como escondidos como ratas salvajes, iba el desecho del capitalismo (desempleados, pobres): irlandeses, ingleses, escandinavos… la «basura» sobrante del sistema que emigraba a Estados Unidos para hacer «la América». La «basura» se ahogó casi en su totalidad, porque los botes (eran escasos en el barco) salvaron mujeres y niños, pero de las clases «superiores». El Titanic es el mayor símbolo del poder capitalista. La gente pensaba que era el fin del mundo. Se tiraban al agua y se morían congelados. Era un caos total. A los pobres los dejaron encerrados y se ahogaron. Los ricos saltaban a los botes y así sus vidas pudieron prosperar en anécdotas y libros sobre el Titanic, la literatura recordatoria de las clases acomodadas.

De la masa pobre nadie habló por años. Se hundió un símbolo de poder y grandeza.
Hay muchas cosas en común entre el Titanic y la audición radial de Orson Welles. Lo primero a marcar es que los dos sucesos son parte del capitalismo emergente, uno como masificación y poder de los medios masivos. Otro como división de clase en un transatlántico que es un símbolo del Poder Empresarial. Sin Poder y sin grandeza no hubiese crecido el capitalismo como poder de masas. Sin el poder de los medios y sin el terror y sin caos no hubiese crecido el poder de dominio y de control sobre la gente. Titanic se une así al poder mediático porque el barco hundido fue la mayor propaganda del poder: primero los ricos y la «basura» debe hundirse en el barro del

mar de la desesperanza. No hay símbolo más grande del poder que el «Titanic».

Ya no está Orson Welles ni tampoco la gente cree en extraterrestres y nadie saldría corriendo o se mataría por un programa radial o de TV. Nadie se suicida por un noticiero. Ya nadie viaja en barcos. El control, el poder se tiene que ir mutando y adaptando a los tiempos. Si antes el miedo lo generaba la radio y el poder de las clases sociales estaba marcado por un camarote en un transatlántico ahora el miedo lo genera otras cuestiones. En tiempos de virus, de pandemias y de estar pendientes a lo que el Estado decide es muy difícil estar tranquilo y placentero en un sillón rascándose los sobacos. Pero no le echemos la culpa de todo al virus porque antes del virus la vida quizás era peor que con virus. El virus es como el Titanic, para la «basura» del sistema no hay diferencias entre hundirse en el mar o morir hacinados en una fábrica de Londres.