Hugo Toscadaray
Siempre honramos el murmullo del agua horadando la piedra
y el grito libre de los monos.
Siempre honramos la huella del formidable pájaro
que corre entre las matas y oculta los polluelos en la tierra.
Siempre honramos la sangre del sacrificio en la fiesta de los dioses.
Y honramos la arcilla entre las manos
o la bondad de la hoja que la tiñe.
Siempre exaltamos la palabra, su brillo y honramos a sus constructores.
Pero vinieron ellos.
¿Qué hicieron ellos con sus vestiduras que detienen la flecha?
¿Y qué con esos animales sobre los que arrasan
todo a su paso? ¿Qué hicieron ellos con esa lengua extraña
y sus varas insólitas de humo y de estruendo?
¿Y qué con los objetos que alzan en la mano y llaman libro y dicen,
lleva la voz de un dios que no hemos escuchado?
Nuestros dioses hablan a través del trueno.
¿Qué hicieron ellos que pretendieron cambiar el nombre de todas las cosas
y no pudieron?
No pudieron con sus bestias de larga cabellera.
Ni pudieron con sus bastones de fuego.
No pudieron con sus balsas colosales como ciudades de agua.
Ni pudieron con su dios que, decían, habla entre las ropas.
No pudieron cambiar el nombre de todas las cosas
y entonces
entonces mataron al poeta.
(de Elogios o las alucinaciones del derrumbe.
Ediciones Homo ludens, 2015)