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Nuevo Curso

BORGES POR UNA LITERATURA MENOR

Guillermo Sevlever

En1930 Borges escribe Evaristo Carriego, uno de los pocos textos de juventud de los cuales no renegó ni sacrificó. El libro es una mezcla de biografía, crítica literaria, crónica suburbana, mitología vernácula, reseña urbanística, ensayo especulativo y autobiografía encubierta.  Se trata de un texto sobre un autor menor, aunque lo menor también viene añadido a varias cuestiones: al género (un pseudocriollismo urbano) a los temas de la vida cotidiana, al micro espacio de su ambiente poético, a su estilo despojado y simple, a su escasa producción, y a la ausencia de la repercusión crítica de sus obras.

Carriego fue un escritor de barrio o, mejor dicho, de un suburbio ya inexistente al momento en el que Borges lo recuperó con su libro. Toda su poesía y su imaginario se contentaban con inspirarse en unos cuantos temas locales, restringidos a unas manzanas semipobladas de la prehistoria del barrio de Palermo, a fines del siglo XIX. Carriego podría definirse como un escritor del suburbio, un cuasiescritor, o en su defecto, un escribidor ocasional y poeta de sobremesa. Alguien más cercano a un paseante distraído, a un vecinalista, o a un personaje decorativo del lugar que a un “ESCRITOR” con mayúsculas y con todas las letras. También era un escritor sin el capital cultural por excelencia que ostenta cualquier hombre de letras (algo de lo cual él podía darse el lujo de prescindir sin hacerse muchos problemas). Era un escritor sin obra.

Pero de esas letras indigentes que hacen al imaginario pobre y reducido de unas pocas manzanas precarias, y que incluyen la austeridad de un puñado de temas locales, Borges las recupera y las lee para traducirlas en una transvaloración de todos los valores literarios de la época (aunque a Carriego también lo pudo haber intuido antes, en la intensidad de un recuerdo borroso o falaz, en la cercanía de un vecino que merodeaba por la cuadra y a veces visitaba la casa de sus padres). Así es capaz de crear un valor sobre algo que carecía de totalmente de valor, a partir de una serie de acciones especulativas, desvíos y sustituciones que atentaban contra el sentido común de la literatura del momento; la autoridad intelectual de un autor y el uso exhibicionista de todos sus atributos, en donde entraban en juego la tradición, la misión educadora y el preciosismo estético. En esa la época, Lugones era el máximo exponente que detentaba tales facultades, junto con la del cargo honorifico de escritor-funcionario. Entre esas distinciones de prestigio en contraposición a los rasgos de austeridad, Borges destaca los últimos por sobre las primeras. Sustituye ornamentación retórica por oralidad llana, centralidad por margen periférico, personajes venerables por personajes de ocasión, temas importantes para la nación por temas pasatistas y de poco crédito cultural; una serie de cuadros de costumbres en donde se indagan cuestiones como la del truco, el velorio, el cauce del arroyo Maldonado y las inscripciones de los carros, entre otras por el estilo. Una serie de cosas ingenuas que para Borges se presentan en Carriego como una revelación de lo casual. Y lo que encuentra en la poesía de Carriego también es lo que busca en sus paseos diarios: una relación directa y sin filtros con las cosas del mundo.  

Toda literatura que se precie podría reducirse a una sola cualidad: transmitir el efecto de una nostalgia inexistente. Y el Carriego de Borges es a grandes rasgos una biografía literaria, pero también la excusa de una invención sugestionada que va más allá de un personaje. Es una nostalgia que él adopta o se reinventa a su gusto para percibir un pasado cercano que no llego a conocer, y también, un modo de definir una genealogía de filiaciones a contra pelo de lo esperable. El peso y la solidez de ese pasado prefabricado fue el punto de partida más cercano que él encontró para diseñar el origen y el futuro de toda su civilización literaria.