NUEVO CURSO
«Yo no quiero que nadie diga aquí que fulano es buena gente. Porque, señores, casi siempre los buena gente, no son buenos revolucionarios. Para ser buena gente, hay que dejar hacer y deshacer. Los que no exigen, los que no discuten los problemas, los que no controlan, los que no depuran responsabilidades, a los que les importa lo mismo cumplir que no cumplir, a los que no les duelen los problemas, los que no tienen hígado y les importa poco todo, son los buena gente. Y los revolucionarios, señores, son los que, al revés de los buena gente: discuten, controlan, depuran, cumplen, tienen sensibilidad y les duelen los problemas hasta el hígado».( El Che contra la «buena gente» Ángel Arcos Bergnes capítulo 15 del libro «Evocando al Che»)
En nuestro tiempo, es frecuente encontrarse con buena gente. Casi podría decirse que la buena gente son los que marcan el asombro frente a cada gestión de operadores del Estado que apunta a la alteración de su posición ante la vida y su ubicación en el entramado social oculta tras el discurso políticamente correcto. Son la buena gente los que dicen lo que no está bien, los que denuncian situaciones que le resultan opresivas, pero hasta ahí. No está bien que el humo, les quite el aire que respiran, pero pasado el humo de los incendios en las islas del Paraná, vuelven a sus cosas, sin interesarle la suerte que corre la situación en sí. No está bien que las personas queden en situación de población económicamente sobrante, tienen “derecho a trabajar”, pero por favor córranse de la calle que no puedo transitar con mi auto, y muchos otros etc. No falta mucho para no parecerse demasiado a lo que Che llamara «buena gente», pero más paradójico aún es que esta «buena gente» sea la encargada de representar, definir y conducir una sociedad desde las instancias de gobierno que ocupa, o de los grupos de presión a los que le resultan tributarios por defender sus intereses objetivos.
Quizás por ello las múltiples advertencias del Che mantienen una vigencia plena en el mundo contemporáneo y llamen especialmente la atención de muchos jóvenes que asumen la necesidad del cambio y transformación social, como una vocación de vida y no como un trampolín más para encumbrarse -política, económica y socialmente- por encima del resto de las personas que día a día salen a reproducir su existencia ofreciendo su fuerza de trabajo.
Con estas expresiones vertidas en una reunión que protagonizó siendo ministro de Industrias en Cuba, Guevara exteriorizó la necesidad de que la militancia conformara una unidad de pensamiento y práctica, de experiencias y reflexiones, de un modo muy distinto, por cierto, a los «buena gente»
Se torna necesario alejamos del Che icónico, reflejado en fotos, colocando sus afiches en sitios visibles, como una muestra de su filiación socialista, y en sentido inverso acercamos una y otra vez a sus escritos de modo acucioso para extraer de éstos alguna reflexión que nos sirva de guía para el momento, estimulándolos a madurar y a evolucionar en lugar de seguir a quienes se han convertido o buscan convertirse en figuras mediáticas que compiten en iguales términos con sus pares contrarrevolucionarios.
Es necesario ubicarse fuera de toda esta formalización del hacer político reformista cualquiera fuese el ícono que se utilice para ocultar precisamente ese sesgo oportunista y funcional al modo de producción capitalista y su dominación estatal. Es vital dejar atrás esta experiencia de décadas que nos ha llevado a la frustración parlamentaria y reformular la manera de lograr el socialismo revolucionario, permitiéndonos abrir otras posibilidades por explorar y por labrar. Todo esto implica especificar en qué sentido los «buena gente» serían lesivos a los intereses colectivos y a la revolución, por mucho o poco carisma que ellos puedan revelar.
En ese sentido, es importante advertir que la función de un programa de transición consiste en superar estas insuficiencias del” factor subjetivo”, que se revelan hoy como un obstáculo que debe necesariamente ser superado para abrir la perspectiva concreta del poder obrero.
Luchas de un determinado tipo – desencadenadas por determinadas reivindicaciones y organizadas de una determinada forma – permiten a las masas llegar, a través de su propia experiencia, a la comprensión de la necesidad del derrocamiento inmediata del capitalismo. El núcleo de un partido revolucionario que encarne la continuidad del marxismo revolucionario, es decir, el con junto de sus posiciones programáticas, sin caer en las deformaciones burocráticas y revisionistas de este programa acometidas por la dirigencia socialdemócrata que se oculta tras banderas políticas que los exceden , puede transformarse entonces en un partido revolucionario de masas a medida que la conciencia de clase definida en post del programa socialista y la comprensión de la necesidad del derrocamiento revolucionario del capitalismo se extienden a capas cada vez más amplias de las masas trabajadoras.
La iniciativa, la actividad, el papel dirigente de ese partido, son necesarios para que se lleve a cabo este proceso. Pero este requiere también la elevación real de la conciencia de clase de una vanguardia cada vez más masiva del proletariado.
Las luchas de masas, como las que se generan desde organizaciones sindicales como las que este año han plantado señales de perseverancia en sus objetivos económicos, o aquellas de quienes se convocan para la defensa del medio ambiente, en lucha contra el extractivismo no generan por sí mismas, ni automáticamente, una solución de la crisis histórica de nuestra época, la crisis de la conciencia de clase y de la necesidad de una dirección proletaria de todas las expresiones de lucha contra el modo de producción capitalista.
Por masivas que sean, las luchas por reivindicaciones inmediatas no engendran necesariamente una conciencia anticapitalista, ni la defensa del programa socialista. Esta es la razón por la que la dicotomía establecida por la socialdemocracia clásica (retomada actualmente por los populismos “progresistas” y por los revisionistas del Trotskismo) entre el programa” mínimo” y el programa” máximo” – dicotomía entre las luchas por reivindicaciones inmediatas y la simple propaganda del programa máximo – no permite resolver esta contradicción.
Por la misma razón, el simple reforzamiento de las organizaciones de masas tradicionales – sobre todo sindicales – no conduce por sí mismo a la solución de la crisis de la dirección proletaria. Para que la conciencia de clase dé un salto cualitativo hacia adelante son necesarias luchas por objetivos transitorios, es decir, irrealizables dentro del marco del funcionamiento normal del régimen capitalista que desemboquen en una situación de confrontación con la dominación del poder estatal burgués, llegando incluso a la aparición de organismos de doble poder,
Para transformar, tanto en la práctica como en la conciencia de las masas, lo que todavía no son más que escaramuzas – aunque sean duras y masivas – entre el Capital y el Trabajo, en un asalto general del proletariado contra el Estado burgués y contra las relaciones de producción capitalistas, es necesario que aparezcan, junto a los sindicatos y los partidos, formas directas de autoorganización democrática de las luchas obreras, organismos de tipo soviético que prefiguren ese doble poder. Ese objetivo debe calar hondo en la conciencia de la vanguardia trabajadora que lucha y dentro de esa comprensión debe quedar marcada esa divisoria de aguas con “las buenas gentes” que precisamente se distinguen por no comprender que las contradicciones del capitalismo son irreductibles e insolubles sin el derrocamiento de este régimen