NUEVO CURSO
Espanto:
Manchada de muerte,
la escuela sangra
cada vez que pasa lista.
Ausentes los pibes.
Ausentes las pibas.
Alcanzados por las balas
en las esquinas,
en las veredas,
en las casas.
Los matan.
Delante de nuestras narices.
Ante nuestros ojos aterrados.
Arrasadas familias
lloran sus penas
inundan de dolor el barrio.
(En Rosario ya es tamos curados de espanto,
me dijo un vecino de la otra cuadra).
No. No. No. No.
Miles de no.
¡Que no se haga el cayo!
¡Que la ráfaga asesina no sea costumbre!
Ninguna cura puede traer el espanto.
BETTY JOUVE
La sociedad donde habitamos con pesar dice llamarse Argentina. Bajo este nombre y dos colores -celeste y blanco- hoy se detiene la cotidianeidad de un sábado por la tarde para posar la vista sobre un espectáculo deportivo al que todos se dicen convocados por ser argentinos. Los narradores llaman a insuflar en los jugadores el paradigma bélico: A matar o morir. No sé si eso es real o un artificio discursivo, lo cierto es que se hace real en las calles y no por un evento de futbol presenciado por turistas millonarios. Una cosa es cierta, estos dos últimos jóvenes que dejan sus vidas en el tórrido asfalto, no podrán tener acceso a nada de lo que se ofrece por pantalla o la plataforma que invita a comprar “Ya”
Pero ese es un simple dato de superficie, la noticia del deceso violento no ocupa ya la preferencia informativa de los medios, preocupados por la formación del seleccionado y cómo piensan los famosos que debe encararse el encuentro una vez que se oiga el pitazo inicial del árbitro.
Nuestra sociedad, esa del celeste y blanco y la propaganda en la camiseta del seleccionado, desarrolla un prolongado proceso, que para buscar una referencia en el tiempo y a modo de convención, puede encontrarse en el año 1975, tanto en el Rodrigazón como en el Villazo. Con altos y bajos, ese proceso denuncia un enfrenamiento de clases en donde los trabajadores no conseguimos detener (por una multiplicidad de factores de corte objetivo y subjetivo) el deterioro creciente de las condiciones materiales de nuestra existencia.
Esto se ve reflejado en el porcentaje cada vez más alto de población desplazada hacia la condición de población sobrante; una categoría de análisis con base material, en donde se incluyen identidades heterogéneas que participan del factor común de pobreza, exclusión y de su complementaria miseria cultural.
En este sentido, y avanzando un poco más por sobre las apariencias, resulta ya constatable e indubitable que la acumulación de la miseria es una condición necesaria que se corresponde con la acumulación de la riqueza. Y la población sobrante, además de su rol como ejército de reserva, cumple un papel significativo en la reproducción del capital.
organismos internacionales, a los que no se puede sospechar de tener inclinaciones específicas en las pujas políticas internas de la burguesía, hicieron una nueva estimación de la pobreza en el país y adelantaron datos actualizados sobre la ocupación de los jefes y jefas de hogar, el acceso a alimentos y la percepción de programas de transferencias sociales. Los resultados de familias con niñas, niños y adolescentes alertan que, entre la que la cantidad chicas y chicos pobres se mide en más de ocho millones en tendencia que marca según las objetividades de nuestro sistema productivo, un signo ascendente.
Las cifras pueden ser más o menos precisas, pero lo cierto es que vivimos un proceso social que por su desarrollo repite las formas pero profundiza las carencias, factor desde el cual en gran medida permanecemos inertes, y asumimos aunque no manifiestamente una sensación de vacío en nuestra existencia real y con nuestro entorno colectivo, al punto de perder entidad como clase trabajadora , solamente concentrada en un “en sí” al que le cuesta traducir un “para sí” con el cual confrontar con la cultura dominante y la clase social que la impone por vía prevalente de su Estado.
Ese cambio específico ha dejado vacuo el otrora explotado sentimiento de patria, y en paralelo, ha consolidado como negación dialéctica el “sálvese quien pueda”, que incluso se expresa hoy en el comportamiento social indiferente e individualista, salvo claro está, que nos ocupemos del evento mundial de futbol
Hoy el fenómeno es diverso. La cosa pasa por ver como cada uno se adapta dentro de la especie, para que el darwinismo social capitalista no se lo devore. Ese es el resultado isomorfo que solo dejó con un nombre convencional: Argentina, que paradójicamente remite a la plata, cuando es eso precisamente lo que falta en el bolsillo de los trabajadores.
Nuestra objetiva actualidad marca que el rasgo estructural es la pobreza y la naturalización de los episodios de violencia, a tal punto que, ni lentos ni perezosos, los intelectuales orgánicos de la clase dominante se apresuran casi como siguiendo un protocolo a llenar de humo ideológico la cuestión para que no se pueda ver esa totalidad degradada del capital. Así sacaron al mercado la violencia fraccionada por criterios arbitrarios, llámese violencia social, de género, intrafamiliar, institucional, psíquica, material, entre otras. También utilizan la tragedia familiar, la pérdida de vidas en la clase trabajadora, como estilete para horadar la gestión del grupo burgués que detenta el poder en la provincia y el que hace lo propio en el estado nacional.
Con la diversificación arbitraria se vendieron en paralelo los operadores “especialistas” para atenderlas. De ese modo emergieron los discursos y los dispositivos culturales dominantes de presunto “abordaje”, que en definitiva facilitaron su reproducción por el método preciso del ocultamiento de su causa primaria, radicada contradictoriamente en el propio modelo capitalista.
Pobreza, desigualdad, sobredimensionamiento del aparato represivo y niveles de control social estatal son los síntomas que permiten testear este virus, sin siquiera necesitar elementos de precisión en esa tarea. El carácter inflacionario de nuestra economía que reduce los ingresos de los explotados y oprimidos, radicaliza las manifestaciones culturales del fenómeno y se expresa en el miedo a caer en el abismo del desempleo. Su reflejo invertido es el enojo por no poder existir en ese medio de otra manera, a los que se le suman la arrogancia y el desprecio hacia los que cayeron o quedaron en el camino.
En definitiva, con los setenta en la memoria, y aún con el relato necesario para quien lo quiera oír, queda claro que la violencia y las rejas son propias del capitalismo, en el contexto de un importante nivel de descomposición como modelo social, que lucha por perdurar cueste lo que cueste. La violencia no se reduce a inconductas individuales, selectivamente captadas por el derecho penal. Es un problema colectivo, que no encuentra sus casusas en leyes o rasgos patológicos del carácter. Se relaciona, en última instancia, con factores estructurales y situaciones crecientes de desigualdad que reclaman a gritos su superación dialéctica por otra forma de sociedad, otro modo de existir y otros espacios reparadores de una humanidad fisurada.
Generalmente se cierran estas notas con una invocación a la lucha por la transformación de este orden decadente de cosas. No encuentro mejores palabras que las que pronunciara León Trotsky ante una muchedumbre en el soviet de Petrogrado. Es claro que las circunstancias son absolutamente diversas, pero solo por las formas y eso habilita la pertinencia de la cita. Late en el desarrollo dialéctico de nuestra sociedad, idéntico imperativo categórico que aquel que dejaba traducir el revolucionario frente a la multitud :
“Trotsky formuló la resolución breve . <defenderemos la causa obrera “asta la última gota de nuestra sangre><”miles de hombres como si fueran uno solo , levantaron la mano. Veía las manos levantadas y los ojos brillantes de hombres mujeres adolescentes, obreros, soldados , y típicos pequeños burgueses . Trotsky continuaba hablando . La densa muchedumbre mantenía las manos en alto.” (Victor Serge Vida y muerte de L. Trotsky , pag. 41)