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Nuevo Curso

1974-1984  Carlos Samojedny    La cárcel .Un  hombre y un pueblo trabajador en Genocidio

Nuevo Curso

Me dejé ir, lo tomé en marcha y no supe nunca
hacia dónde hubiera podido llevarme. Iba lleno de miedo,
se me aflojó el estómago y me zumbaba la cabeza:
yo creo que era el aire frío de los muertos.
No sé.

Me dejé ir, pensé que era una pena
acabar tan pronto, pero por otra parte
escuché aquella llamada misteriosa y convincente.
O la escuchas o no la escuchas, y yo la escuché
y casi me eché a llorar: un sonido terrible,
nacido en el aire y en el mar.


Un escudo y una espada. Entonces,
pese al miedo, me dejé ir, puse mi mejilla
junto a la mejilla de la muerte.

Y me fue imposible cerrar los ojos y no ver
aquel espectáculo extraño, lento y extraño,
aunque empotrado en una realidad velocísima:
miles de muchachos como yo, lampiños
o barbudos, pero latinoamericanos todos,
juntando sus mejillas con la muerte.

(Autorretrato a los 20 . Roberto Bolaño)

Las fechas son arbitrariedades que se buscan para que exista la permanencia que por estricta definición es un imposible. Sin embargo, ocurre que algunas y para algunos nos convoca en un aspecto de la lucha para lograr esa permanencia hasta que la superación sea inexorablemente su superación positiva.

      Esta semana nos tocó asumir posiciones, presencias, y actitudes frente a un 24 de marzo formateado desde los intereses tendenciales de diversas fracciones del poder burgués , precisamente  en un devenir crítico de la sociedad, donde las apariencias exhiben contradictoriamente a quienes significan la muerte y la pudrición humana como inexorables ganadores simbolizados en un bufón que avanza como ciego dispuesto a guiar a otros ciegos  y a quienes ya no están entre nosotros , sin si quiera haberse despedido, porque específicamente se lo impidieron sus enemigos , como señales de un camino que no se debe recorrer desde el  hoy y sepultar en el olvido.

      Sin embargo, hay una persona que se planta frente a semejante operación discursiva y de dominación, para exhibir su propia existencia. Una vida sin certificado de defunción, que se planta como muro a la farsa. Es una vida que tiene dos emergencias básicamente violentas que con su entrega final dan cuenta de ser una sola y misma existencia, la de la persecución, la represión y el ataque genocida a una generación de trabajadores desde un leviatán que pugna por no retirarse de la escena.

          Carlos Samojedny, “el sordo” fue preso en Trelew y muchas otras cárceles argentinas, en la década del 70, y luego en el otro extremo, un desaparecido en 1989 en el batallón La tablada en el mismo momento en que Raúl Alfonsín era guiado por militares por esas instalaciones, sin que aún hoy no se dé razones suficientes de su destino, pese a que se haya celebrado un juicio penal para juzgar a sus compañeros y luego condenarlos.

              Carlos Samojedny, con su propia odisea, es el testigo presencial de nuestra tragedia colectiva de más de cuarenta años, y un protagonista de ese derrotero, que se ha ocupado de explicar desde sus saberes propios, como funciona un elemento visiblemente oculto de ese ataque liquidador que el Estado descarga sobre nuestras humanidades. Por esa razón, frente a la fecha, hay que sacarlo del silencio que en este caso implica la no difusión de su trabajo intelectual. De ese producto de vida que es su libro, Trelew- RAWSON (1974 – 1984) Testimonios desde la Unidad Penitenciaria N.º 6 Psicología y dialéctica del represor y el reprimido, reproducimos el capítulo “La cárcel”.

                                                                  LA CÁRCEL

La cárcel es un reflejo manifiesto y acabado de la sociedad y reúne en forma extrapolada todos los mecanismos y métodos de coerción y represión social, agravados y muchas veces llevados a extremos insospechados por la impunidad y “protección” legal con que cuentan.

Las cárceles son un “Estado dentro del Estado”. Su organización social está estructurada dé modo tal que establece una rígida estratificación jerárquica piramidal, cuya amplia base la constituyen los internados por razones “x” o “z” que, reducidos a condiciones de esclavitud, son objeto de una sistemática coerción y represión.

La estructura de coerción y represión carcelaria, además del personal que planifica, ejecuta y evalúa la 2política carcelaria”, cuenta con un complejo y sofisticado aparato y sistema compuesto por factores técnicos y normas reglamentarias (regla. 2024-780-929). Métodos y técnicas de “despersonalización, de socialización y deshumanización” o “técnicas de lavado de cerebro”: Denominamos con esta expresión los distintos medios institucionales de coerción y represión de carácter físico y moral que, usando la sociología, la psiquiatría y la psicología, tienen como finalidad inmediata la modificación del comportamiento y de la conciencia humana normales, violando y suprimiendo la personalidad individual.

Se propusieron en esta forma quebrantar o doblegar las resistencias morales y la voluntad de las personas; sustituir el contenido de su conciencia individual, de sus sentimientos y emociones; transformar sustancialmente la concepción de vida, sistemas de valores y los principios éticos de los militantes populares, con el propósito de obtener un ser amorfo(casi-humano), sin voluntad, sin pensamientos ni sentimientos propios; convertirlo en un instrumento pasivo, neutro, capaz de responder automáticamente y con docilidad a la voluntad y puntos de vista de los representantes del sistema instaurado, ajenos, nocivos y contrarios a los propios. O bien, llevarlo a adoptar, consciente, inconsciente o combinadamente, como personales, tales voluntades y puntos de vista ajenos, sufriendo un “trasplante” de sentimientos y pensamientos, previa supresión no sólo de los propios —sobre los que se sustentan sus actitudes y comportamientos— sino incluso de todo sistema de valores afines.

El “lavado de cerebro” —como veremos fracasado en lo sustancial— fue ejecutado como una experiencia piloto, un experimento inhumano para el ejercicio de una voluntad de poder y de dominio sobre las personas, individualmente y en grupos. Se llevó la “guerra sucia” —como la llamaron— al núcleo profundo del hombre; la libraron en la mente y en el corazón y el objetivo siniestro no reparó en los medios.

No existe “lavado de cerebro” sin coerción. De ahí su permanente recurrir al engaño, la amenaza, las presiones y la represión, hasta llegar al uso sofisticado y alevoso de los métodos de torturas físicas, morales y psicológicas, de terror, más repulsivas.

Los medios, métodos y técnicas, en lo que respecta a su aplicación, fueron de carácter sutil, compulsivo, violento o combinaciones complejas y variadas de tales características.

Huelga decir que todas estas formas instrumentales de torturas, aún las más sutiles o las aparentemente más inocuas, entrañaron una violencia esencial en tanto invadían las esferas más profundas de la personalidad y así eran vividas.

Basados en todo los anterior es que en nuestras charlas hemos hablado de “campos de experimentación de lobectomías psicológicas”.

Las técnicas de “lavado de cerebro” se aplicaron en 1977, 1978, 1979, 1980 y parte de 1981. En 1980-81 iniciaron las evaluaciones especializadas con psicólogos y psiquiatras y con una “junta interdisciplinaria” integrada por autoridades y jefes, médicos, psiquiatras y psicólogos, asistentes sociales, etc., más “tratamiento”.

Durante 1976-77-78, se combinaron las torturas físicas con las psicológicas. Llamaban métodos de caracterización científica a los estudios que realizaban sobre nosotros con las evaluaciones de la “junta interdisciplinaria”.

La utilización de la Medicina, no formaba parte, o, mejor dicho, se diferenciaba como un aspecto distinto de la utilización de la psiquiatría y de la psicología

La estructura jerárquica piramidal estratificada cuenta con varias ramas: 1.1: Tratamiento; 1.2.: Cuerpo de choque y “seguridad interna”; 1.3.: Informaciones; 1.4.: Servicio médico- psiquiátrico; 1.5.: Talleres; 1.6.: Educación: 1.7.: Visitas; 1.8.: Servicio sacerdotal; 1.9.: Seguridad externa; 1.10.: Economato, proveeduría; etc. Ninguna de estas ramas fue excluida de los mecanismos activos de coerción y represión.

Las secciones “correspondencia y judicial” cumplieron un rol destacado en relación al aislamiento-confinamiento e impunidad legal.

Los torturadores y verdugos directos, quizás, es muy posible que no conocieran ni entendieran el carácter científico y los efectos profundamente destructivos de sus actos; mejor dicho, que no lo supieran explicar científicamente, pero eran plenamente conscientes de que torturaban, verdugueaban, hacían daño. Por ahora digamos que, como se ve en los relatos testimoniales, ponían demasiada iniciativa y creatividad en lo que hacían, y una alta dosis de sadismo era común. Tenían la impunidad, la justificación ideológica: ellos eran “el orden”, los “buenos”, y nosotros los “malos”.

Es verdad que no todos actuaron igual; no todos torturaron, independientemente de los roles del “bueno” y el “malo” (ver testimonio descriptivo N.º.…) que formaban parte del libreto. Hubo casos en que se negaron a golpear, a castigar física o psíquica mente y fueron dados de baja. Y también sucedió que algunos de ellos, paradójicamente, no toleraron el régimen que nos aplicaron y se volvieron dementes, por lo cual debieron ser internados.

Esta aclaración sobre el “personal” es oportuna, porque los responsables del penal, ante las denuncias iniciadas en 1974, argumentaban que nosotros exagerábamos porque el “personal de tratamiento” era de “escaso nivel cultural”. Esto es cierto, aunque muchos de ellos contaban con alguna preparación de nivel secundario, además de las “conferencias” que les daban semanalmente sus jefes y oficiales. De todos modos, el verdugo que castigaba a un compañero con agua fría o haciendo padecer de hambre a un sancionado; y lo hacía correr desnudo de una punta a otra del pabellón, no tenía necesidad alguna de saber qué se buscaba con eso. Lo hacía muy eficientemente y era consciente de que torturaba (este tema se desarrolla más adelante). Seleccionaban al personal.

Por último, dentro de los medios con que contaban, mencionamos la estructura edilicia. Hacemos aquí descripciones de los pabellones, celdas, “muebles”, sectores de higiene, iluminación, imagen del patio de recreo, las cortinas negras, etc. Descripción de las celdas de castigo y aislamiento.

Resumiendo lo dicho hasta aquí digamos que, al amparo del poder, la fuerza y el terror, la Dictadura Militar —basada en la concepción de la “Doctrina de la Seguridad Nacional”— para autoerigirse en “suprema defensora de la paz y el orden”, como sucedió en todo el país, declaró dentro de las cárceles una “guerra” que, según las propias declaraciones de los dictadores, encontraba sus enemigos en las ideas políticas de oposición y convertía la mente del hombre en un campo de batalla elegido. Para llevar adelante sus planes de destrucción contaron con una total impunidad jurídica y política, elaboraron regímenes y reglamentos secretos, establecieron los organismos, prepararon al personal y actuaron apoyados en el aislamiento y confinamiento al que nos sometieron en las instalaciones del penal de Rawson, en el sur patagónico, a más de 1.500 Km de los centros urbanos importantes.

“U-6” — Un cubo de cemento y hielo incrustado en la meseta patagónica

Sabemos que hacia donde se despiertan los amaneceres está el mar. Un mar que ninguno de nosotros conoce ni ha visto nunca en más de ocho años de confinamiento e internación. Sabemos que el mar está muy cerca, a sólo 5 Km de aquí, y decimos que no lo conocemos, pero esto no es exactamente así. Algunos compañeros que estuvieron presos con nosotros son de ciudades patagónicas: de Río Gallegos, de Comodoro Rivadavia, de Trelew, Puerto Madryn, y de, más al norte, Bahía Blanca. Ellos nos hablaron de océano sur, de sus playas, de sus acantilados, y así pudimos imaginarnos cómo es el mar de esta parte de la patria, con sus animales marinos y sus gaviotas. Nosotros conocemos muy bien a las gaviotas, revoloteando sobre pasarelas, terrazas y alambrados correteando por el patio de cemento, desplegando su vuelo, planeando sobre la inmensidad, a veces gris, a veces azul, de un firmamento tan cercano como remoto. Ellas se convirtieron en una parte de nuestras vidas. Era el suyo, y aún lo es, el vuelo del sueño del hombre.

Finalmente aprendimos también a convivir con el frío del sur y con las ráfagas de viento patagónico, “ese viento que barre las mesetas y vuelve locos a los hombres”.

“Cuando llegamos a Rawson v nos llevaron a los pabellones, nos pareció que nos metían en una cámara frigorífica con muchas puertas a los lados”. Esta es la expresión de un grupo de compañeros tucumanos que vinieron trasladados desde el penal de Villa Urquiza, de San Miguel de Tucumán, a 3.300 Km de distancia.

Veamos entonces en primer lugar, la concepción edilicia de la Unidad 6, Penal de Rawson, según la descripción que aportó un preso político, cuya profesión es la arquitectura y que lleva 8 años de detención en esta cárcel.

Todo edificio, ya sea público o privado, es el resultado de múltiples factores de los cuales, el más importante, es la función a que será destinado, el programa que determina su carácter. En el caso de las cárceles, la “función”, el “qué es” una cárcel en términos edilicios, su “programa” responde a la visión que, de estos lugares, tienen quienes desarrollan la actividad carcelaria, particularmente el Servicio Penitenciario Federal.

Es difícil separar en una prisión, lo que es el edificio de lo que es el régimen, ya que son concebidos —ambos— para una vigencia armónica. No obstante, al sólo fin de análisis, obviaremos todo lo que sea régimen y tomaremos sólo al edificio como si estuviera vacío.

En nuestro país existe una visión, una concepción de una prisión, desarrollada a lo largo de la mayor parte de nuestra historia, de lo que es un preso y “el tratamiento” que hay que darle. Acorde con esto será la actitud institucional ante el individuo que transgrede las leyes de la sociedad o disiente políticamente con el poder. Todo el sistema jurídico es coherente, desde los hábiles interrogatorios —en base a torturas— hasta el tratamiento en la cárcel e incluso una vez en libertad. El tratamiento penitenciario que rige en nuestro país se basa en el uso de la fuerza para moldear la conducta del preso y su conciencia —sea preso común o preso político—. Deshumanizarlo, docilitarlo, a través de la represión, ejercida de diversas maneras. La experiencia de estos años con los presos políticos llevó esto a niveles monstruosos, aprovechando la experiencia internacional en la materia, sobre todo de EE.UU. (Represión Política, U. Pichardo) y la experiencia histórica argentina.

Las construcciones destinadas a alojar presos, la arquitectura carcelaria, es hija de esta concepción. La estructura edilicia de nuestras cárceles muestra, desde los cimientos, la determinación de este criterio represivo, fuera de algunos retoques de “buena presentación”, como en el caso de Caseros, o de reformas “positivas” como en el de las colonias. En la razón de ser del edificio carcelario, está la idea de la deshumanización. Los calabozos de castigo y los talleres de trabajo son los extremos de una misma realidad. Los talleres se prestan para el trabajo, la humanización del hombre y los calabozos para el castigo, la deshumanización. Cualquier preso sabe que lo que tiene presencia viva e identificadora de la realidad en un penal, son los calabozos y no los talleres.

A la cárcel de Rawson, hay que agregarle que fue construida y continúa siendo ampliada para presos políticos debido a su ubicación que permite confinar a los opositores en el sur del país. Y sin duda goza de una estima muy especial por parte del Servicio Penitenciario Federal ya que a su negra historia sumó durante estos años la aplicación (y la correspondiente formación del personal) de la experiencia más salvaje y terrorífica que jamás se haya realizado en el país (fuera de los campos de concentración). No es una cárcel grande. Su capacidad, en estos años, estuvo dada por 8 pabellones, es decir para unos 300 presos. El gobierno de Videla la amplió, duplicando la cantidad de pabellones a 16 y a su vez incorporando 2 camas por celda, con lo que su capacidad fue aumentada a unos 1.200 presos, es decir se cuadruplicó.

El diagrama general de distribución de la unidad, es bastante habitual en este tipo de edificios. Un largo pasillo central, de más de 200 metros, del cual se desprenden otros de menor extensión que son los pabellones, de unos 40 metros, franqueados por las celdas. Este esquema de circulación, asimilable a la idea de tubos sólidos limitados por paredes simétricas, aberturas enrejadas y alternado por complejos de rejas que cortan el paso. Que además de las supuestas “razones de seguridad” argumentadas, tienen un enorme peso psicológico. Las puertas de estos complejos de rejas, tienen cerraduras, cadenas y pasadores, todo con sus respectivos candados. Pasar un “centro” de éstos (hay uno por bloque de pabellones) significa cruzar dos rejas abiertas por cuatro candados, dos cerraduras y cuatro cadenas. Y luego de todo esto, queda un espacio para pasar de costado por una puerta de 60 cm. a la que una cadena sólo permite abrirse unos 40 cm. Por allí hay que pasar. La superabundancia de rejas es notable. Quien va a la visita en el locutorio desde el pabellón siete, por ejemplo, atraviesa 13 rejas para lo cual se tienen que abrir 12 cerraduras, 12 pasadores, 20 candados, sacar 12 cadenas y poner, previo al paso del preso, 7 cadenas. Este largo tubo, alternado por rejas, cadenas, cerraduras, candados, ventanas con rejas, y puertas-rejas, ha sido diseñado para que quien por allí transita, pueda ser controlado en todo momento (independientemente del celador, que en otros tiempos nos trasladaba con una cadena), por alguien que está siempre del otro lado de una reja. Esto acentúa la sensación psicológica de inexpugnable. La sensación de transitar por este pasillo rígido, “simétrico, rítmico, perfecto”, uniformado, todo alineado, gris, desprovisto en absoluto de todo elemento suelto a la vista. Siempre está vacío y al transitar por allí, el preso (en particular) siente el agobio de esa multiplicidad de elementos que habitan ese lugar. Es un pasillo hecho para no darse vuelta ni detenerse, que da la impresión de que allí se exige la despersonalización, la ausencia de voluntad, donde no cuentan los deseos, sino los que establece el pasillo. Se entra allí y es obligatorio moverse hacia un lugar predeterminado por alguien. No existe allí la voluntad ni la decisión del hombre; debe moverse siempre agobiado

por la observación permanente, la maraña de rejas, cadenas, candados, cerraduras, por un recorrido árido, gélido, es lo obligatorio, lo impuesto.

Los calabozos de castigo, conforman otra realidad que independientemente del régimen, del trato que den al preso, que se torture o no, lo real es que la sola estadía allí es una tortura. De los siete que había al comienzo de la actual administración, se cuadruplicó su cantidad a la fecha. Son unos habitáculos de 0,80 por 2 metros por unos 4 metros de alto, absolutamente vacíos; sólo pared, piso, techo. Incluso la luz está afuera. Piso negro, paredes pintadas hasta 1,60 m de gris casi negro y desde allí de gris oscuro, igual que la puerta.

Su única abertura es un ventilete de unos 79 cm. por 30 cm. que, sobre la puerta, cerrada a su vez por rejas y tejido de alambre. Da a un pasillo, también hermético. Las celdas no tienen luz natural; la única iluminación que reciben es la de un foco de luz del pasillo, que mantiene al calabozo en una penumbra eterna. No hay luz, no hay ventilación, todo negro o gris plomo; un lugar cuyo tamaño es el de colchón de una plaza, húmedo frío. El aislamiento allí es total: del ruido, de la luz, del aire, del color, de toda manifestación de vida. Tal es el lugar, el espacio físico, independientemente del régimen (ver testimonios). El baño está fuera del calabozo, por lo tanto, ir al baño se transforma entonces, en un proceso de autorizaciones, controles, etc., para algo tan elemental y privado: ir al baño.

En los “chanchos” como los llamamos nosotros, se carece absolutamente de todo. Así es el lugar y la estadía allí provoca una verdadera mortificación psíquica y daño a la salud (hongos, edemas por falta de movimiento, problemas en la vista por falta de luz y distancia, en los huesos por frío, etc.).

Un criterio similar se ha seguido en los pabellones. Allí existe la menor cantidad posible de elementos —lo imprescindible— y lo que hay está todo fijo. Ya sea una mesa, un lugar para sentarse, un lugar para escribir, para dormir, para guardar la ropa, etc. Todo ha sido puesto una vez y para siempre, nada es movible ni su función puede ser recuperada, ya que no hay con qué. El lugar para sentarse, era, es y será siempre el mismo; es fijo, sólido, anclado al piso. Otro tanto ocurre con la ropa, el lugar de comer, etc. En el pasillo que cumple la función de lugar de recreación, también la mesa y los asientos son fijos (salvo en el pabellón 3 y 4, donde son de madera y están sueltos). Así hasta la distancia “adecuada”, la que a uno le resulta cómoda para sentarse frente a la mesa, ya fue pensada por la institución. Años atrás, en Coronda, un celador expresó bien esta concepción. Conversando con un compañero preso el celador le explicaba cómo eran las cosas en ese penal (el compañero era un recién llegado). “Vea, celador, yo pienso”. “No, no, fulano, usted no piensa, aquí le damos todo pensado”. Es así; aquí en Rawson, absolutamente todo está pensado, cerrado.

Llegar al pabellón implica haber transitado por el largo tubo, atravesando múltiples rejas de ingreso en un nuevo tubo de unos 40 más por 3,50, que es el pasillo del pabellón, a cuyos lados están las celdas, perfectamente numeradas y anónimas. Para quien entra en el pabellón, y más aún, si están las puertas de las celdas cerradas, es un corredor con nichos a los costados. El pasillo de la planta alta tiene luz natural, pero los de la planta baja carecen de ella y no poseen ventilación; la aireación se produce a través de los pequeños ventiletes de la celda. La única iluminación está dada por las pocas bocas (diez, con lámparas incandescentes, totalmente insuficiente para la iluminación y ventilación de un pabellón donde se instalan 70 u 80 camas. Los baños —además del mal estado en que se encuentran por el deterioro y la precariedad de parte de sus instalaciones— están ubicados, pensados para observar al preso, aun cuando está evacuando. Posibilita esto, una ventana al baño y la puerta baja de los W.C. (unos 50 cm).

Otro tanto ocurre con las celdas. Miden 2 m por 2 m y hay allí dos camas, un mueble de chapa para guardar los efectos personales, una mesada fija, un banquito fijo, una bacinilla, además de las personas. Todo esto en menos de cuatro metros cuadrados. No es necesario dar mayores explicaciones sobre lo que significa vivir dos personas en tan pequeño lugar.

Uno debe estar en la cama para que el otro se pueda mover. No hablemos de tender la cama. La luz, ubicada en el centro, al escribir o leer encandila o hace sombra, lo cual suma una nueva dificultad al hacinamiento de la celda. La observación permanente está garantizada a través de una mirilla en la puerta. La privacidad no existe. El preso está controlado durante las 24 horas del día y no existe lugar que le ofrezca la posibilidad física de privacidad: ni en el baño, ni al dormir, ni en ninguna parte. Así está construido. Quien está aquí alojado, repite también durante años, sin posibilidad de alternativa, sus movimientos, que son los mismos que hacía el primer preso que estuvo aquí. Cada lugar, cada cosa está tan rígidamente pensada que, aunque está mal es así, funciona así, se hace así y no de otra forma. Esta es una institución cerrada en el sentido literal de la palabra (ver institucionalismo). Sólidos y altos muro, impenetrable visualmente, un trazado de la cárcel en consonancia externa: alineación, rigidez y simetría. Una carencia total de visuales más allá del lugar en que uno está, hasta el punto de que la imposibilidad de mirar lejos durante años, nos trajo muchos problemas de la vista. Todas las aberturas han sido diseñadas en su mínimo indispensable. Las necesarias para los presos, mínima como las de las celdas e inexistentes en los pabellones de planta baja: y las de uso de ellos, de tamaño razonable de acuerdo a las necesidades, con cierta generosidad visual, como es el caso de los pasillos —donde sólo ellos miran— o de la oficina.

La sola descripción de las aberturas es suficiente para saber cuáles son para los presos y cuáles son para el personal. La falta de ventanas en el gimnasio responde a este criterio. Los antiguos pabellones —1, 2, 3, 4— tenían las ventanas de las celdas más grandes —doble tamaño de las de los nuevos— y fueron achicadas pintando la mitad. En concreto, ninguna ventana de los lugares por donde circulan los presos permite ver hacia el otro lado.

Similar restricción existe con el elemento vegetal. El preso puede estar aquí cualquier cantidad de años: jamás verá un vegetal, jamás verá tierra (esto sólo es posible en la zona de los talleres). Sólo el piso, mosaico, cemento, colores claros, sosos, que tienden a ser visualizados como grises, color del uniforme del personal con una total y exprofeso carencia de colores vivos o alegres (¿es acaso concebible una cárcel con una construcción alegre?).

En resumen, un edificio cuya notoriedad no está tanto en las falencias funcionales que en mayor o menor medida puede tener, sino en el carácter mismo de la construcción. Lo que aquí interesa destacar es la concepción del edificio que, al margen de su presentación, de su aspecto, como es el caso de Caseros, muy vistoso, pero tuvieron que levantarlo porque es inhabitable y no por falta de comodidades, sino por el daño psíquico que produce y los índices de suicidios.

Tanto los conceptos modernos sobre el tratamiento de los presos, como la concepción contemporánea de la arquitectura, hacen que la propuesta de este edificio esté totalmente superada y sea anacrónica. En nuestro país, una cárcel presupone determinada relación institución-preso y un determinado objetivo. Esto se verá reflejado en el edificio y la concepción que determina estos elementos no es privativa de las cárceles; es un finó- meno cultural (o si se quiere, anticultural).

Simetría, geometrismo, alineación: todos los movimientos en un edificio de este tipo están previamente determinados, así como todos los momentos de la vida de un preso. Lógicamente, el proyecto debe contener pautas que interpreten fielmente ese espíritu de autoridad sobre el detenido. La simetría (“partes homólogas no heterogéneas”) es un elemento de origen no estético, ni funcional. Siempre ha sido así. La simetría es la fachada de un poder ficticio que quiere prevalecer indestructible. Los edificios representativos del fascismo, del nazismo, son simétricos. Los de los dictadores sudamericanos son simétricos; los de las instituciones teocráticas, también, a menudo con doble simetría. Todos los absolutismos políticos geométrica, ordenan el escenario con ejes paralelos y octogonales. Todos los cuarteles, las cárceles, los edificios militares, son rígidamente simétricos. Tampoco se permite al ciudadano que se vuelva a derecha y a izquierda con un movimiento orgánico, siguiendo una curva. Tiene que hacer un salto de 90 grados.

Es una realidad incontrovertible que lo que llaman ordenamiento, planificación, racionalización, normas de seguridad, etc., no es otra cosa que el orden de la ausencia de la vida. Lo que parece racional porque está reglamentado y ordenado es humana y socialmente desatinado y tiene su lógica únicamente en el poder despótico.

Concepción que encaja bien con los cementerios, no con la vida, porque si bien es cierto que se camina dentro de un edificio como estos, siempre se tiene la impresión de que esos lugares no fueron hechos para vivir sino para simulacros inmóviles, donde el movimiento es ajeno a la libertad.

Este mismo compañero, transmitiendo una impresión dice: “Cuando a uno lo traen a esta cárcel siente como si lo metieran adentro de uno de los tubos laterales de los que hay dispuestos en serie a ambos lados de un largo y penumbroso tubo central”.

La institución y el personal

Acabamos de ver el ámbito edilicio de la cárcel. Veamos ahora, brevemente cómo funciona la institución y su personal.

A nivel institucional, la “cárcel de máxima seguridad de Rawson”, dependiente del Servicio Penitenciario Federal y, a nivel más alto, del Estado Mayor Conjunto del Ejército, actúa centralizadamente y ejecuta políticas planificadas. Estas combinan, para la aplicación del aislamiento y la represión, la acción coordinada del personal de “inteligencia” con el de las áreas “tratamiento” y “requisa”. Estas últimas dos divisiones son las que ejecutan las políticas de destrucción. Los servicios médicos y psiquiátricos complementan el cuadro institucional instrumentando las políticas que desarrollan —y en el caso de los psiquiatras por lo menos— participan en una parte de su elaboración, desde sus áreas respectivas.

Aquí señalamos las áreas más destacadas en la represión, a las que deben sumarse la “sección correspondencia”, que ligada a “inteligencia” opera sobre el detenido aislándolo de su familia y proveyendo información; “sección judiciales” que: a) legaliza las torturas haciéndolas parecer como “sanciones por mala conducta”; b) dota de sustento legal brindando impunidad a los responsable de torturas; c) aísla jurídicamente al preso político censurando o sustrayendo denuncias a los jueces, abogados, etc. Luego están la “proveeduría” y “cocina”, encargadas de la política de provisión restrictiva de alimentos y de la subsistencia de los detenidos. Finalmente están las secciones de “asistencia social” y “gabinete psicológico” que proveen información o “inteligencia” a las autoridades y “junta interdisciplinaria”.

El personal del establecimiento está organizado con una estructura vertical militarizada. La plana mayor está compuesta por: un director con el grado de Prefecto; un subdirector, con el grado de Subprefecto; luego vienen un secretario y los jefes de seguridad interna y de seguridad externa, generalmente con el grado de alcalde Mayor.

Los cuadros intermedios e inferiores, todos oficiales con el grado de alcalde a Sub-adjunto, son los eslabones de la cadena de mandos que culmina en los mandos directos sobre la oficialidad, agentes y tropa, y son los oficiales, jefes inmediatos de las distintas áreas: “tratamiento”, “requisa”, “inteligencia”, “servicio médico” y “psiquiátrico”, “asistencia social”, “proveeduría”, “cocina”, etc., para señalar las más importantes. Hay una nueva sección de presos especiales (políticos) cuya función no conocemos. Quedan numerosas áreas administrativas y de servicios que no mencionamos, pero destacamos una en especial: “sección visitas”, que operó también sobre el aislamiento de los presos, impidiendo visitas, entrada de diarios y revistas, etc., cuando éstas fueron autorizadas en 1980.

En esta larga cadena de mandos y jerarquías, desde el director al celador del pabellón o de requisa, etc., se han diluido siempre, hasta grados increíbles, las responsabilidades. Cada vez que los presos políticos, nuestros familiares, y los organismos de Derechos Humanos denunciaron las violaciones sistemáticas sucedía —y sucede— esto. Las torturas físicas, morales y psíquicas ejecutadas por un celador, un cabo, un sargento o un oficial, siempre fueron “en cumplimiento de órdenes superiores” que se diluían entre la base, los cuadros medios y superiores, las planas mayores de la cárcel, del Servicio Penitenciario Federal, el director nacional (un coronel) hasta llegar al Estado Mayor Conjunto del Ejército y, en última instancia, quedaba un supuesto “comando secreto” que dirige la lucha contra la subversión en las cárceles y que eran los responsables “fantasmas” de la aplicación de los decretos del P.E.N. 2024/74; 780/78 ; 929/80 sucesivamente.

Ya antes de 1973 el personal comenzó a recibir, bajo la dirección del Servicio Penitenciario Federal, prolijos e intensivos cursos y programas de instrucción rigurosamente aplicados para su adiestramiento en el “tratamiento” y —demás áreas citadas— de los detenidos políticos. Los antiguos “guardia-cárceles” fueron actualizados. Los nuevos: ex campesinos, ex obreros, desocupados, marginales, dejaron atrás en la mayoría de los casos lo que hubieren sido en sus prácticas sociales anteriores. Fueron convertidos por la instrucción y la ideología de la Seguridad Nacional inculcada, en eficaces ejecutores de las políticas de destrucción física, psíquica y moral que aquí denunciamos.

Es justo aclarar que no todos cumplieron estrictamente las órdenes; no todos torturaron, no todos fueron convencidos por la “Doctrina de la Seguridad Nacional”. Pero establecieron un sistema de control, delación y persecución dentro del personal que con anterioridad a 1976 no hubiera participado directa ni indirectamente en la represión, porque su actividad no se relacionaba en ningún punto con nosotros. En todos los demás casos, de algún modo, aplicaron desde sus áreas específicas algún aspecto de las políticas represivas. Es que el rol profesional, tradicional, constituí

canal de “guardias y custodios” quedó totalmente sustituido por el de represores de la Seguridad Nacional. Los elementos que no se sentían muy convencidos de la labor destructiva e inhumana que debían ejecutar, hicieron un proceso en el que por un lado, cumplían las órdenes sin iniciativa personal y atenuando sus efectos sobre nosotros y por otro lado, eran fieles a la institución porque, y esto vale para todos, además del terror, el Servicio Penitenciario Federal, la “fuerza de seguridad” brinda seguridad para ellos, buenos salarios, beneficios asistenciales y, en épocas de Terrorismo de Estado como ésta, les da garantías de no ir a dejar los huesos a un cementerio, un campo de concentración o una cárcel como ésta.

Luego del fracaso del “Proceso de Reorganización Nacional” muchos torturadores comenzaron a arrepentirse porque los habían usado y otros a reacomodarse.

La especialidad del sistema de regímenes para detenidos políticos consistía en la aplicación de técnicas y métodos de destrucción física, psíquica, moral y política. Las denominamos técnicas y métodos de “despersonalización política, desocialización y deshumanización” con el objetivo de lograr “un individuo amorfo y dócil”.