Las fechas son marcas en el tiempo. Señales para no extraviar el rumbo. Indicadores de presencia y significado histórico en lo actual. Una suerte de interpelación del hoy por el ayer. Desde ellas enfrentamos un nuevo aniversario del primer “rosariazo”, sobrellevando con dolor, angustia y bronca las miserables condiciones existenciales a donde nos arroja el capitalismo buscando en crisis reproducir su acumulación específica, pero afrontando la memoria vital, para construir un relato con eje en la posibilidad del cambio social deseado y necesario.
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El desafió es impedir que suba al escenario, la simple rutina del recuerdo , porque ella, cosifica y da por agotado un proceso de lucha, que hoy es para los trabajadores más necesario e imperioso que nunca . Esta constatación histórica, fuera del recuerdo hueco y propio de una “epopeya ocurrida allá en el tiempo “, remite a un hilo conductor de lucha prolongada, en la que los anhelos de una generación se ponen en acto en los jóvenes trabajadores, que aquí y ahora, en cada sitio donde se da el choque de clases, reclaman por la prevalencia de lo humano y el valor justicia.
En ese sentido, el primer escalón en el afán de expresar el hoy en el ayer, es sacar a ese hecho de lucha de clases de toda esa maleza crecida sobre la adulteración ideológica de aquella realidad y sus consecuencias inmediatas. Llevadas las cosas a ese punto cabe tener presente que lo sucedido en aquella o confrontación de calles, no era la puesta en acto de evocaciones del pasado ni el resultado de clases en las universidades invirtiendo el tiempo en el significado de las estructuras lingüísticas o la referencia a un Marx despojado adrede de su Tesis XI sobre Feuerbach.
Lo ocurrido desde entonces hasta hoy muestra la emergencia en contexto de democratísimo abstracto, y justificación de la institucionalidad burguesa una suerte de relato que los aún sobrevivientes hacen de algo que fue ahí y allá y nunca necesario aquí y ahora. Por eso pululan los textos, las charlas orientadas en ese sentido, a los que se suman imágenes de chicas “en minifalda” y la evocación de una simple rebeldía juvenil copiada de Francia.
En sentido inverso y en trastienda por su minoría, está la inmensa esperanza de que todo pueda cambiar, resaltando ese factor común entre el hoy y el ayer, hecho desde la conciencia colectiva y el encadenamiento de los acontecimientos, de allá y de aquí, omisivo de toda segunda vuelta farsesca
Sin embargo, en todo este tiempo transcurrido desde aquella masacre, a las violencias que hoy nos impone el Estado, luce con ambición de permeancia atemporal otro relato, con centralidad en la pretendida eternidad de la dominación liberal y la «democracia formal» con base en la economía social de mercado, que parece marcar el techo de lo posible desde el orden capitalista.
Ese modelo democrático formal por medio del cual la burguesía logra prevalencia , su expansión cultural aún en la crisis objetiva del capital en la estructura productiva, busca con trabajo consciente de cooptados o inconsciente de nostálgicos de la nada, imponer el condicionante ubicarnos en un bando, identificado por vía de la llamada corrección política, que habilita la hibridez por la cosa pública, como signo distintivo del contenido de nuestras responsabilidades, alejando toda alternativa de lucha por otros medios.
«Estar en un bando», como se lo estaba por la mayoría de los trabajadores y los jóvenes en los tiempos que se memoran en forma abstracta, implicaba polarización social y eso, es lo que hoy el régimen no puede admitir que se reitere, razón por la cual se ocupa de mostrar en la emergencia de las efemérides lo accesorio y nunca su sustancia en proceso dialéctico.
La democracia, nos induce hoy por todos los mecanismos de dominación de masas posibles, a una construcción ideológica cultural hegemónica que nos muestra a todos juntos y solidarios con la empresa, con el patrón, con la marca, con el gendarme, aunque permaneciendo cada uno en su lugar, con la universidad de espalda a la clase trabajadora y sus métodos de distancia que impide la comunidad educativa en los hechos, y el debate cuerpo a cuerpo de cuanto nos pasa en esta miseria creciente.
Dicho, en otros términos, nos acordamos “de los años” pero afirmando a la vez su imposibilidad como método. A la par añaden que: no es bueno poner la vista en el modelo acumulativo interno, y sus notorias desventajas para quien vive de un salario o peor aún se encuentra desempleado y librado a su suerte y mucho menos, intentar revertir ese orden de cosa por vía de una instancia superadora, que termine con la contradicción capital trabajo. Eso es una “enfermedad”, la llaman ultraizquierdismo, mientras los “sanos” se acobijan en las guaridas de la “salud capitalista” por camino reformista o el oportunismo más elemental
El gobierno y el sistema, por vía ideológica con basamento en un populismo raquítico quieren persuadirnos e imponernos un modelo social que desconoce las clases sociales con sus intereses específicos y contradictorios haciéndonos escuchar por reiteración sobreabundante que nuestra economía sólo funciona si estamos todos juntos, que la contradicción es patria o buitres. Que el Estado de la burguesía, su república constitucional es el medio del cambio.
Desde hace un largo tiempo, ulterior a los “azos”, desde la masacre de Trelew y otras tantas más, la mayor responsabilidad de quien tiene acceso a la palabra pública es alertar contra toda irrupción social violenta. Todo intento de transformación radical es totalitario, Terrorista o del siglo pasado. La idea de otra sociedad, a sus ojos vista, se ha convertido en algo casi imposible de pensar. Lo posible es la adaptación al mundo en que vivimos o en el mejor de los casos, el anhelo de retorno al contrato social como el mejor futuro posible.
Por eso es preciso terminar con la liturgia hueca y posicionarse claramente en un bando de enfrentamiento abierto con la burguesía como clase y con ello contra su orden institucional .Estar en un bando, como lo estaban en el 69, Juan José Cabral (15 años),Adolfo Bello (22 años) y Luis Norberto Blanco (15 años),estudiante de la Universidad de Corrientes el primero y de la de Rosario Bello y Blanco o en 1972 los muertos de Trelew y gran parte de los trabajadores , es estar con la camiseta del explotado y oprimido, por un cambio social y la abolición de la dominación burguesa, es decir, ser partidario de la ruptura con lo dado, en tanto la revolución en primer lugar, significa quiebre con lo dado. Quien no acepta esta ruptura con la sociedad capitalista, necesariamente, está en otro bando.
La fobia a las revoluciones y su corolario, la legitimación del conservadurismo, solo busca establecer falsa conciencia, alegando que fuera de la democracia liberal sólo se encuentran variantes totalitarias. Sin embargo, son los representantes y dirigentes de la sociedad política burguesa en todo momento quienes sienten y advierten, que sus principios esenciales están muy gravemente amenazados, salen ellos mismos de su propia legalidad, y cometen las mayores aberraciones sobre el género humano. El sufragio universal, ahora invocado para descalificar a las demás formas de intervención colectiva (como las huelgas, los cortes de rutas, los piquetes) se ha vuelto el eje estratégico de toda acción política, es esa su punzante pedagogía de la sumisión.
La revolución es el desbaratamiento del poder burgués por una masa descontenta, dispuesta a actuar. Esto significa que desde lo ideológico se ha puesto en quiebre a un Estado cuya legitimidad y autoridad se encuentren cuestionadas aún por una fracción de sus partidarios habituales, y la preexistencia de ideas radicales de cuestionamiento del orden social, con tradición en un relato que permite que puedan unirse todos aquellos cuyas viejas creencias o lealtades resultaron disueltas y vuelven a reformularse.
La conciencia revolucionaria es la convicción de que las quejas sólo pueden ser satisfechas por la transformación de las instituciones existentes y por el establecimiento de otra organización social. Contra todo lo alguna vez pensado y alentado, no surge de manera espontánea, y sin una movilización política y una efervescencia intelectual previas y en eso se inscribe, la militancia portadora y gestora del relato revolucionario.
Los relatos básicos que sostienen de manera fundamental los esfuerzos conscientes de los trabajadores y oprimidos guardan relación necesaria con los relatos que la mayoría acepta sobre las luchas e injusticias pasadas. Son formas que se adoptan para darle sentido al pasado, explicar el presente e imaginar y posibilitar el futuro Por eso se torna imperativo que, junto con las condiciones materiales se ubique específicamente el rol que juegan los relatos que dan cuenta del movimiento social, en su pasado y presente en tanto estos generan una apertura de las conductas y las evaluaciones que llevan consigo las personas dentro de las concepciones establecidas respecto de cómo funciona el mundo y cuál es el sentido de lo que puede o no hacerse, tanto más en nuestro presente donde la demanda de los movimientos sociales es antes que nada defensiva, y quienes se movilizan y luchan, pretenden restablecer un contrato social que juzgan violado por los patrones, los propietarios de tierras, los banqueros, los gobernantes. Pan, trabajo, una vivienda, estudios, un proyecto de vida, la representación de una existencia despejada de sus aspectos más dolorosos de la sociedad de El Capital, pero no una sociedad superadora de las contradicciones capitalistas y las instituciones del Estado burgués
Más allá de la existencia proactiva de los círculos militantes, y la legítima pretensión de conformar una vanguardia, solo cuando la incapacidad de los dominantes para cumplir con las obligaciones que legitiman su poder y sus privilegios se torna manifiesta, y expuesta por un relato que los contradice en sus más elementales basamentos, es cuando, la cuestión concreta de la revolución pasa de la potencia al acto, en forma tal de determinar el imperativo colectivo de sentenciar que no siguen teniendo alguna utilidad social, los capitalistas, los políticos burgueses, los sacerdotes, los generales, los burócratas.
Es hora de agregar a la conmemoración nuestra cuota consciente de lucha. El enemigo de entonces y de hoy es el Estado ahora en su forma republicana. La democracia parlamentaria con la que hoy se viste, no es un orden superador de las contradicciones de aquella dictadura que se cobró la vida de nuestros compañeros sino una situación histórico política que testimonia el intento de los gobernantes de turno por defender los intereses de la burguesía explotadora. De las derrotas, de las muertes, hoy como ayer, emerge el relato que demanda revolución, en los cuerpos de los caídos y en el de los hombres y mujeres que solidariamente dicen presentes, con rostro de nieta luchando, o joven obrero con brazo en alto, ruta cortada y fábrica tomada.
NUEVO CURSO