Hubo como en todo, una primera vez. Hubo como suele suceder un encuentro-desencuentro. Una situación azarosa y una encrucijada. Dos rutas de vida que se disponen para una intersección, sin que dos que las transitan sepan aún que es posible una intersección también entre ellas.
Hubo una primera referencia concreta. Ese momento del desenvolvimiento del existir determino una respuesta de cortesía y en la apariencia, ese mundo tan relativo, un fin contenido en un simple saludo, más como gesto educado que como símbolo de un atisbo de entrelazamiento, de vínculo, de ligazón
Después él vio con sorpresa que acudía sin motivo alguno a esa esquina de la vida. Emergió en una esquina virtual . Para su sorpresa ella estaba ahí. También para su sorpresa estaba ahí, con su mundo y sus circunstancias. Esas a las que tanto protege y nunca coloca sobre la mesa.
Así fue que él comprendió a donde iba cuando ocurrió la intersección fortuita. Recordó a qué se dedica desde hace un tiempo y cuál es su posición en el mundo. Un tanto ilusorio, pretendió meter ese cruce en su rutina, encorsetarlo en un formato conocido. Pero vano fue el intento cuando advirtió que día tras día, que luego fue hora tras hora, para acabar en un “siempre” acudía a ese cruce, estuviera o no ella.
Así es que aprendió, con el mismo asombro con el que en la escuela iba adquiriendo destrezas dadas por las maestras, que buscando afanosamente ser reconocido por la habitante natural de esa esquina había arribando al lugar de ella y que en el mismo momento se estaba despejando la niebla y lo que traslucía la mejor pureza de la imagen, era el sobrevuelo del amor
Desde entonces a hoy, no hace otra cosa que retornar al lugar, supo una vez, única y exclusiva, de tomar su mano y hacer unos breves pasos por fuera de la intersección, precisamente por un sendero tenue, que como si fuera a machetazos en la selva, iban trazando. Por fuera de esa única vez, en la que necesariamente, y sin dejar sus manos entrelazadas volvieron a la esquina, él siente permanentemente que retorna a sus oídos, una simple canción:
Y si estoy cansado de gritarte
Es que sólo quiero despertarte
Y por fin veo tus ojos
Que lloran desde el fondo
Y empiezo a amarte con toda mi piel
Y escarbo hasta abrazarte
Y me sangran las manos
Pero qué libres vamos a crecer
Daniel Papalardo