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Nuevo Curso

EXPLOTACIÓN, DESIGUALDAD Y REVOLUCION

NUEVO CURSO

En la ideologización de un fenómeno – en el sentido de construcción deliberada de falsa conciencia-, es frecuente que la teoría preceda a la evidencia histórica sobre la que tiene como misión teorizar.  Desde esa perspectiva hay que recordar como dato de partida en el análisis, que las clases sociales acaecen al vivir los hombres y las mujeres sus relaciones de producción y al experimentar sus situaciones determinantes, dentro «del conjunto de relaciones sociales», con una cultura y unas expectativas heredadas, y al modelar estas experiencias en formas culturales.

Desde esa premisa, los datos de la experiencia reciente nos permiten advertir que es usual y frecuente en el discurso que se autodefine progresista la asimilación como sinónimo de dos términos que en sí tienen esa función relacional. Es así que buscando designar un mismo fenómeno se habla en forma indistinta de desigualdad y explotación.

Al operarse de la manera indicada, el resultado deseado es que el discurso igualitario prevalezca por las formas y oculte la relación social predominante, capital – trabajo desde donde necesariamente debe leerse ese segundo momento social que es la asimetría en la condición humana y los vínculos opresivos que se derivan con consecuencia negativa para la libertad en el orden social capitalista

Sobrevivimos en un mundo donde la explotación objetivamente opera más allá de los individuos. En esto es preciso detenerse para advertir en el activismo centrado en la diversidad, su funcionalidad con ese resultado  explotador ínsito en  reproducción social de las personas que  incluye, como función característica de la existencia humana concreta, una organización particular del conjunto de relaciones interindividuales de convivencia que  implica el sometimiento existencial de las mayorías por unos pocos concentrados en derredor del derecho de propiedad privada sobre los medios de producción y la apropiación del valor generado por el trabajo humano

En la producción social de su vida, en el trabajo, los hombres contraen, de forma involuntaria y necesaria, unas relaciones de producción. Dichas relaciones de producción dependen del desarrollo de las fuerzas materiales productivas. Es decir, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales o medios de producción determinan las relaciones de producción. Estas relaciones de producción son también relaciones de propiedad, es decir, dividen la sociedad entre quienes poseen los medios de producción (la clase dominante) y los que tienen que vender su fuerza de trabajo y ser tratados como mera mercancía.

Sin tener presente estas cuestiones,  y de manera más acentuada a medida que se avance en el calendario electoral, vamos a tener ocasión de apreciar, no sin cierto asombro, que bajo banderas de hipotética defensa del socialismo, la militancia  juvenil, en gran parte marginada de la economía  regular hacia situaciones existenciales de población sobrante o de las economía irregular , puebla las calles propagandizando fotos de personas a las que se le asigna el carácter distintivo de ser “luchadores consecuentes”, con planteos de igualdad de oportunidades puesto por sobre la denuncia de las relaciones primarias de explotación social , que parecerían enviadas a los territorios de utopía.     

  Es en esa lógica asombrosa, que frente a la omisión de denuncia de toda situación de explotación prevalecen el uso agitativo y propagandístico de derivaciones del concepto ideológico desigualdad, en particular bajo la forma discursiva de Opresión. “Género. Dicho, en otros términos, se acude a la desigualdad de género y se omite exhibir, hacer visible y repudiar, un fenómeno natural y social, cultural y religioso que legitima al mundo realmente existente, que es la explotación del hombre por el hombre.

     Todo esto sucede en particular porque la categoría explotación difícilmente pueda ser legitimada culturalmente como fundamento y resultado de las relaciones objetivamente existentes en nuestra sociedad, en tanto por definición no admite justificación alguna el dominio material del hombre por el hombre y la apropiación de su trabajo por otro.

Definir la explotación implica, un primer espacio lógico que toma cuerpo a partir de reconocer su existencia y su relevante magnitud en tanto en última instancia no son las determinaciones biológicas las que definen la identidad, sino las decisiones conscientes de los individuos que se entrelazan a partir de las relaciones sociales en las que objetivamente y materialmente están incursos.

El capitalismo en su desarrollo y reproducción social somete a las personas a un doble y complejo condicionamiento objetivo: no obedece únicamente al condicionamiento «natural» a partir de lo étnico y lo histórico, sino que a ello se le añade de modo contradictorio un condicionamiento que deriva necesariamente de la organización económica constituida en una «segunda naturaleza».

El proceso de reproducción social capitalista incluye, como función característica de la existencia humana concreta, una organización particular del conjunto de relaciones interindividuales de convivencia. Es decir, implica una clasificación de los individuos sociales según su intervención tanto en la actividad laboral como en la de disfrute; implica por tanto una definición de las relaciones de propiedad, una distribución del objeto de la riqueza social —medios de producción y bienes para el disfrute— entre los distintos miembros de la sociedad donde los vínculos igualitarios no tienen prevalencia.

Visto desde esta perspectiva el fenómeno indica, que lo que distingue al modo de reproducción social capitalista es el hecho de que sólo en él esta organización de las relaciones de convivencia deja de ser un orden puesto por la formación «natural» de la estructura y se establece como una fuente autónoma de sobre determinación sobre el individuo libre.

Lo señalado hace que las relaciones de producción/consumo aparecen aquí como una entidad realmente exterior al sujeto, dotada de capacidad formadora sobre el individuo enajenándolo en los objetos mercantiles que genera. Enajenándose de la vida en que se constituye la «forma natural» de la sociedad, se vuelven sobre ella y la obligan a deformar su actualización de la estructura del proceso de reproducción social.

En definitiva, el modo de reproducción capitalista determina de manera dual la concreción de la vida social. En un caso lo hace como donación de forma primaria, de orden «social-natural», y como donación de forma secundaria, carente de necesidad «social-natural», en torno a lo que Marx llama el «proceso autonomizado de formación y valorización del valor».

De esta forma, la figura concreta de las sociedades capitalistas es el resultado de un conflicto y un compromiso entre estas dos tendencias formadoras que son contradictorias entre sí. La primera, propia de la constitución social «natural», tiene su meta en una imagen ideal de la sociedad como totalidad cualitativa; la segunda, en cambio, impuesta por las relaciones de producción/consumo cosificadas como «dinámica abstracta del valor valorizándose», tiene por meta justamente la acumulación del capital. La meta de la primera, la única que interesa al sujeto social en cuanto tal, sólo puede ser perseguida en el capitalismo en la medida, en que, al ser traducida a los términos que impone la consecución de la segunda, es traicionada en su esencia.

Solo la revulsión, la superación revolucionaria de ese orden social, permite trascender hacia la posibilidad de situaciones de igualdad entre los seres humanos y desde la misma las generaciones de relaciones sociales justas.

El olvido, omisión, ninguneo de todos estos aspectos del fenómeno dentro de la actividad militante concreta lleva a un segundo problema que debe ser señalado y se refiere a la generación en el discurso político del sector, de una segunda premisa que es la ley social de la lucha de clases, como determinante primaria del escenario histórico en donde se desarrolla la relación mando-obediencia.

 En ese plano el discurso que se centra la idea de igualdad por medio de la noción de género ajena a la lucha de clases, es herramienta útil para el poder constituido en beneficio de los intereses de la clase explotadora empeñado en desplazar del centro de la escena la lucha por el poder y transformar el movimiento de mujeres en instrumento de su propia política.

Como toda cuestión que da cuerpo a una contradicción, es claro que no puede perderse de vista y ponderar, como históricamente se ha hecho desde las filas del socialismo revolucionario que toda mujer que lucha como colectivo humano, desde la sindicalización de sus demandas sectoriales descubre en esa lucha su propio poder. Pero ello no puede en ningún sentido traducirse en la definición mando-obediencia, matriz del del fenómeno político como entablada desde la polarización y falsa antinomia entre varón- mujer.  No tiene ningún sentido que se agreda al hombre trabajador   descalificándolo con el discurso racista inverso de la fobia al “macho “por el simple hecho de haber nacido varones y la inclusión arbitrariamente ideológica de la idea de violencia ajena a sus matrices fundacionales y a su sentido funcional a la sociedad de clases que impone el orden capitalista con prevalencia explotadora de la burguesía.

       La sola falsa identificación de varón con macho, encubre la falsa conciencia de establecer el antagonismo y el contenido de la lucha entre mujeres indiscriminadas, despojadas de su pertenencia de clase y varones, asimilados como machos cualquiera fuera su rol en la producción.

          En sentido inverso a la tendencia mayoritaria en las acciones militantes se torna imperiosa la difusión, y propagandizarían del fenómeno específico de la explotación capitalista   buscando su impugnación político-social como ariete para la lucha concreta frente a este simulacro ideológico de progresismos difusos y funcionales a la dominación capitalista .