¿Qué cosas le suceden a la clase trabajadora en la actualidad? ¿Dónde está hoy encarnado su pensamiento, su obrar y sus objetivos? ¿Puede decirse que los espacios donde deja ver su lucha cotidiana definen por sí mismos los aspectos más relevantes de lo humano, como para otorgarle centralidad en el desarrollo histórico, en tanto sujeto colectivo de una lucha de clase contra clase? En nuestro país, puede decirse que una fuerte tendencia del pensamiento y práctica política, apunta hacia la respuesta negativa.
Es conocida la afirmación de Carlos Marx, según la cual, la crítica de la realidad consiste en realizar la filosofía, lo que solo será posible aboliéndola. Bajo este alambicado juego de expresiones, desde el marxismo se está diciendo que la filosofía plantea problemas cuya solución no es de orden filosófico, sino práctico y extremadamente político en tanto propone tareas específicas de construcción de poder opuesto al poder burgués conformado de legalidad a través de la forma jurídica, pero eso no significa renunciar a la filosofía. Por eso Marx por vía de la Tesis XI sobre Feuerbach, plantea alianzas teórico-prácticas entre, por ejemplo, la «humanidad pensante» y la «humanidad sufriente», o entre filósofos y proletarios.
En este sentido el análisis de la mercancía que se hace en El Capital, no introduce un análisis de economía política, como erróneamente se empeñan muchos en sostener, sino un análisis de la conciencia de los sujetos productores de mercancía, y la necesidad de transformación del mundo.
Este despliegue de la conciencia de los productores de mercancía le da a esta un carácter fetichista. De esta manera se organiza la vida social del individuo, enfrentado a la mercancía como un objeto que le domina y lo transforma precisamente en un objeto.
Esa conciencia que se enfrenta al fetichismo de la mercancía, es libre porque no está sujeta al dominio personal de nadie, sino de la mercancía y por tal, implica una conciencia enajenada. Es una conciencia que avanza en su libertad, pero se descubre en su enajenación en el objeto mercantil.
Esa conciencia que no es una interpretación del mundo de corte ideológico, sino un pensar del trabajador que se enfrenta a la mercancía que le domina y lo pone fuera de sí. Sin embargo, es ese el punto de partida que la ubica como sujeto de la transformación social, leída como despliegue contra la enajenación.
Lo que el trabajador tiene delante, es el despliegue de la conciencia de la condición de sujeto portador de la capacidad para transformar el mundo. De moto que es esta objetividad la que señala la inversión de la respuesta negativa a las preguntas que formulamos al inicio.
La conciencia del trabajador, brota de la propia relación social general, específica del capitalismo. La conciencia del trabajador implica como punto de partida saberse enajenado, desde cada uno de los trabajadores y no como hombre en busca de goces individuales y utilitaristas.
La conciencia y la voluntad de los trabajadores nace en concreto de la propia relación social general capital-trabajo. Por eso el sujeto necesitado de desarrollar una conciencia libre y emancipado de la enajenación es exclusivamente la clase trabajadora.
La integridad de los procesos de producción social, está en manos de los trabajadores. Los burgueses procuran apartarse de su responsabilidad en esas tareas de dar integridad al sujeto que produce.
El trabajador en cotidiano reproduce la forma en que cae a diario en su propia enajenación por vía de la producción ampliada de mercancías. Es por eso que el trabajador necesita desarrollar su comprensión consciente de ese fenómeno como estadio primario de su liberación, por esa razón su emancipación solo puede ser obra del trabajador mismo.
La consciencia de la clase obrera debe desplegarse, conociéndose a sí mismo, advirtiendo su sometimiento al fetiche mercantil y su enajenación, que lo hace prisionero de la reproducción del modo de producción capitalista. La reproducción dialéctica de lo concreto requiere que el trabajador se reconozca en sí mismo como el portador de las potencias, de esa realidad que debe transformar. La conciencia de la clase obrera se despliega conociéndose en sí, y al mismo tiempo de las potencias para su transformación revolucionaria.
Todo esto marca la vigencia de la clase obrera como sujeto revolucionario. Ese es el centro de la cuestión que debe ser objeto de la propaganda socialista, en la medida en que es el propio capitalismo el que ha sepultado por sus aparatos la posibilidad directa de la comprensión por los trabajadores de su condición de sujeto revolucionario
También en busca de una respuesta diversa a la tendencial que niega centralidad al trabajador en el proceso social de reproducción ordenada de nuestra existencia, también es posible decir, desde el preciso lugar de la objetividad, que en Argentina la muerte se enseñorea sobre la clase trabajadora, es una de las cosas que le suceden al trabajador. La muerte leída como resultado, como simple negación de la vida, aparece en el escenario laboral, en la relación de trabajo concreta o en sus adyacencias, es decir en las instancias colaterales al despliegue de la fuerza de trabajo en sí.
Dede el espacio Basta de Accidentes Laborales , se ha inform ado resentment que, en los últimos 5 años hubo al menos 5041 muertes por razones laborales. En igual forma, y ampliando el dato, los trabajadores organizados en este espacio abren discusiones sobre cómo se enferman o mueren las/os trabajadores y reconocen que la precariedad laboral, la falta de interés ante los reclamos de los trabajadores a sus representantes (burocracia sindical) y la obligatoriedad de cumplir los objetivos de producción utópicos pone en riesgo la vida de los/las trabajadores.
Dicho, en otros términos, en Argentina la muerte es una variante posible del trabajo. Los sistemas de seguridad laboral naufragan en tanto son leídos por los burgueses como un elemento del costo de producción y no como una prevención de la salud e integridad psicofísica del trabajador. En el mismo plano, la burguesía a través de su Estado, no se hace cargo de la prestación eficiente de servicios públicos que conduzcan a darle al trabajador al menos un marco de probabilidad de acceso al empleo privada de riesgos. En este sentido, los accidentes «in itinere», es decir al ir y volver del trabajo, generan millones de muertes cada año. En Argentina, según informó la Superintendencia de Riesgos del Trabajo durante 2022, el 44% de las muertes laborales fueron durante los viajes al ir o volver del trabajo.
En ese contexto , es posible concluir en forma coincidente con el colectivo antes aludido , en que :
Si pudieron evitarse, no son accidentes, son asesinatos” y cuestionando la categoría “accidente laboral” ya que centraliza la responsabilidad en el trabajador y no permite que la problemática de las condiciones laborales cobre notoriedad en la agenda pública.
Buscando entre las causas inmediatas de estos fallecimientos, las estadísticas refieren entre otras , el apresuramiento, la urgencia, la tendencia a dar agotamiento de todo lo que se puede y debe hacer en forma veloz. Precisamente por esas urgencias, esos temores presenciales, nos vamos haciendo el uno hacia el otro, el hombre lobo del hombre.
Sin embargo, la cuestión supera la contingencia individual las muertes, sobre todo por los trabajadores y habitantes de los barrios más pobres, son fruto de la desidia y la decisión política conciente de no invertir en las obras de infraestructura y servicios .Por eso hablamos de “crímenes sociales”, adoptando la expresión que utilizó Federico Engels en 1845 en su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra.
Cuando un individuo hace a otro individuo un perjuicio tal que le causa la muerte, decimos que es un homicidio; si el autor obra premeditadamente, consideramos su acto como un crimen. Pero cuando la sociedad* pone a centenares de proletarios en una situación tal que son necesariamente expuestos a una muerte prematura y anormal (…) cuando ella sabe demasiado bien que esos millares de seres humanos serán víctimas de esas condiciones de existencia, y sin embargo permite que subsistan, entonces lo que se comete es un crimen, muy parecido al cometido por un individuo, salvo que en este caso es más disimulado, más pérfido, un crimen contra el cual nadie puede defenderse, que no parece un crimen porque no se ve al asesino…”
No hay razón para pensar en el trato digno, el respeto mutuo. No hay tiempo para el amor sino solo para la posesión mas descarnada del utilitarismo egoísta que no mide la existencia más allá de las narices. Tal vez, si los trabajadores pudieran desafiar la ley del valor de modo consciente. Si se plantearan ser en sí. Si vivieran conscientes de ser la clase social con aptitudes liberadoras, los fantasmas presenciales del monstruo capitalista se retirarían de la escena, y las facciones de lo humano volverían a emerger.
Queda aún la posibilidad de trazar ese camino, con deliberada advertencia de la naturaleza política del problema, de la inutilad de la individualidad de la lucha o su exaltación demagógica sin concreción . Queda aún la opción por la humildad desafiante del obsceno enriquecimiento y el fatal egoísmo cortoplasista inmerso en el sentido común . Queda aún la posibilidad de la revolución.