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Nuevo Curso

METÁFORA EN AMARILLO

“Yellow cab”. Confieso que me llamó la atención cuando ví escrita la leyenda en letras negras en ese taxímetro que tripulaba Robert de Niro, en su primer rol protagónico. Nunca conocí Nueva York ni ciudad alguna de los Estados Unidos. Sin embargo, después de esa película ya no me resultaron indiferentes las calles de esa capital del mundo y su entramado similar a la torre de Babel. Como aprendí de mi papá, mucho de los datos culturales se adquieren viendo películas en el cine.

Pero ahora lo importante no es la leyenda “sello cabo”, lo que la engancha con lo que ahora sucede es el mismo color amarillo que tiene ese taxi que se detiene frente a mí, también con letras negras. Pero no es Nueva York, tampoco lo conduce De Niro. Es Córdoba capital y la calle se llama Maipú.

Otra referencia que tengo de taxis es esa que se impuso en la época de apogeo de la postmodernidad y el alarde intelectual con grito al cielo burgués “fin de la historia”. Ahí se coló una canción como frutilla de postre, a la hora de profundizar que ya no sirven los “ismos” olvidando adrede que el capital es “capitalismo”.

Es así que, Joaquín Sabina arremetió en su apogeo con el tema “el muro de Berlín” donde se despacho con aquella estrofa en la que dijo

 “No habrá revolución
Es el fin de la utopía
¡Que viva la bisutería!
Y uno no sabe si reír o si llorar
Viendo a Trotsky en Wall Street fumar
La pipa de la paz”

También Sabina, ya en una trama más intimista se animó a decir siguiendo las líneas confusas del desamor:

Lo nuestro duró
Lo que duran dos peces de hielo
En un wiskhy on the rocks
En vez de fingir
O estrellarme una copa de celos
Le dio por reír

De pronto me vi
Como un perro de nadie
Ladrando a las puertas del cielo
Me dejó un neceser con agravios
La miel en los labios
Y escarcha en el pelo

Así que se fue
Me dejó el corazón en los huesos y yo de rodillas
Desde el taxi y haciendo un exceso
Me tiró dos besos, uno por mejilla

Pero hoy solo quedan dos referencias de tanto texto. Hoy el capital tambalea como antes el Muro . Son dos indicadores  que permiten tomar nota de la magnitud en la que la realidad desplazó a De Niro y Sabina.  Sin embargo, dos mojones: Taxi y amor, aunque en el caso del cantautor lo haya ironizado desde su negación.  De aquello queda en lo existente, una avenida, una esquina parada de taxis y uno que se detiene, amarillo como el histórico. Lo hace porque desde el cordón hay un brazo súbitamente en alto.

 No es cualquier brazo. Es el tuyo, el derecho. En él, en ese brazo esta la señal de parada para un servicio y la de la necesaria despedida física que impone la distancia de dos ciudades en un encuentro amoroso que busca su cauce. En apenas dos metros hay otra mirada. La que no alza sus brazos, pero si encoje los hombros, mientras su portador se queda en lo anodino.

No es un observador. Esta en la escena, pero se resigna a no permanecer en ella. Un hombre o alguien que pretende serlo. Un tipo, como se le suele decir, que es esclavo de la objetividad como quien tira un cuerpo pesado hacia arriba y espera resignado que caiga irremediablemente. En este caso lo que se lanza al vacío es el sentimiento profundo hacia ella. Lo que regrese a la vereda será lo que quede de ella en el interior del vehículo amarillo y el comienzo de la marcha.

Muchas veces pensó en fractura. En vidrio roto. En partículas esparcidas. No es lo que ocurre hoy. Es que, en el mismo momento de la marcha con rumbo indicado por la pasajera, se da la traza de otro camino simbólico que lleva a mujer y hombro de la mano, afrontando las confusiones que diferencian a un sendero y una ruta. Las manos unidas en el pecho de ese anodino observador, dan cuenta de un “a pesar de todo”.

A pesar de todo, prevalecerán las manos, vencerá el paso seguro de los caminantes y el taxi “sello” dará cuenta de su transitoriedad, frente a la eternidad de dos que se quieren y se dicen demasiado.