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EL CAPITALISMO TARDIO Y DEPENDIENTE SE EXHIBE EN EL FUTBOL POR TV

Muchas veces suele suceder que,  por eso de transitar en el breve espacio de  la angustia y la vergüenza, como si ambas fueran los cordones de una calle triste de barrio donde supieron habitar obreros con ilusiones de progreso durante la década del 70, en el siglo pasado , las determinaciones “libres” que el capitalismo deja en nuestras manos , que nos enfrentemos  a un tipo de adversidad que tiene que ver con nuestros afectos y en especial con uno de ellos , construido  desde el primer grado de la escuela y que irremediablemente nos llevan a ese compromiso sin anillo ni ceremonia que te liga a un equipo de fútbol hasta que la muerte nos separe ,de camiseta, equipo de memoria y lágrimas, muchas lágrima, todos ellos como señaladores de libro,  marcando éxitos y fracasos del momento situacional de esa empedernida relación.

 Son ese tipo de determinantes, los que indican los significantes que te ponen frente a un televisor viendo partidos de fútbol como única alternativa para sobrellevar el mal trago que implica existir en una sociedad sin proyectos colectivos donde el asalariado es atacado con inflación y desempleo y se transforma en un “sin voz”, numérico, cifrado, consumidor alienado en celulares y aplicaciones “salvadoras”.

Por eso es que, me doy a opinar sobre la televisación de los  partidos de fútbol, actualmente monopolizada por emprendimientos de capital extranjero que diseñan sus formatos como si estuvieran televisando para estadounidenses de habla latina, sin que a ninguno de nuestros inveterados antimperialistas se le haya ocurrido objetar por qué una mercancía de consumo masivo , esta en gestión, uso y abuso del capital financiero, que erosiona como las olas del mar a las piedras, nuestro “folclore” futbolístico con sus formatos más próximos a la NBA, que a los sentires de los pibes de Claypole.

 Como factor común puedo indicar que la mercantilización del producto generado por los futbolistas en cada cancha, se presenta agobiante, deslucido y reiterativo, apelando a emociones excesivas que de tomar cuerpo luego son reprimidas mediante discursos críticos hechos en el modelo de lo políticamente concreto. Ahí es donde se inscribe la falsa dialéctica de lo que abstractamente se da en llamar folklore futbolístico, que sería lo permitido y su negación, la exacerbación violenta de quienes se ligan por fuera del juego al espectáculo.


En este sentido, se emplean por los trabajadores de esas empresas difusoras y quienes les imponen ese tipo de actuación mediática herramientas ideológicas que de manera abrumadora dan cuerpo expresivo a una suerte de cultura compartida que es gestada desde fuera y por intereses exclusivamente ligados a la transformación de esa mercancía en dinero.

Dada esa exhibición de lo ideal como existente real, notaríamos la total ausencia de realidad de ese envase ideológico si nos detenemos a constatar como lo que ayer era “amor” se va tornando otro sentimiento que pone en ostracismo al club, director técnico o jugador que ayer concitaba todas las adhesiones y hoy es sustituido por otro nuevo fetiche.

En ese sentido, son alarmantes las mutaciones mercantilistas que ha sufrido el encuentro de once jugadores contra otros tantos, dentro de una cancha con dimensiones y reglas de juego acordadas previamente al punto tal que la urgencia por vender lo nuevo constantemente y mandar al tacho lo que pasa a ser viejo por la arbitrariedad de un resultado adverso en un encuentro, impiden una tradición oral de generación en generación.

 Dicho en otros términos esto que hoy vemos dentro de un torneo, poco tiene que ver con lo que exhibía en otras décadas, el estadio, la prensa y las transmisiones televisivas. Esa variación impide la construcción de ese cuerpo expresivo al que alguna vez se le dio en llamar folclore futbolístico y mucho menos que el mismo pueda ser hipotéticamente compartido como fenómeno popular abstracto, sin pertenencia con la clase social que lo produce.

De esta manera, cuando se acude como espacio de ley y orden al esquema mecanicista de folclore de plástico armado, diseñado, y puesto en bandeja por las pantallas, como lo permitido, y se le opone al llamado exceso violento no abarcado por el primero se está haciendo un artificio ideológico para naturalizar el orden social dominante y sus “permitidos civilizatorios que implican sin opinión previa condena para lo que se ubica en los márgenes.

Dicho de otra forma, cuando se ponen cámaras en los alrededores de los estadios y se muestran hinchas y se exalta “el amor” “el fanatismo”, se muestra al tipo que viajó 2000  kilómetros para ver a su equipo diciendo “doy la vida por este amor”, no se está haciendo otra cosa que armar un artificio para que como herramienta colgada en una pared de un taller sirva para tal o cual operación política avalada por el periodismo o para  que el mismo periodismo empresa geste para beneficio exclusivo de los capitales involucrados. Ese comportamiento “civilizatorio” por vía de la categoría folclore, no es otra cosa que mercancía a la venta, sin que el viajero fanático se perciba como objeto y se sienta, de modo inverso un “Gardel” del equipo, visto por la tele.

En sentido inverso, al que no se visibiliza se lo condena por la vulnerabilidad que le impide ser exhibido, a la reproducción de su marginalidad cotidiana por la que probablemente si aparezca en pantalla, pero denostado por los mismos “periodistas” que le muestran como expresión de “esa violencia que tanto queremos erradicar de este nuestro fútbol”.

Por otra parte, también la mercantilización del hecho social contenido en el fútbol, hace que transformado en producto que se compra y se vende, exhiba de modo “inconsciente”, su propia decadencia como reflejo de la crisis estructural de reproducción de la apropiación del valor que requiere el sistema.

Dicho, en otros términos, el futbol local no hace otra cosa que exhibir su carencia y se presenta como el futbol de una liga de pueblos del interior frente al aparato mediático, globalizado de las ligas europeas y sus diversas competencias que lucen como el reproductor de la imposible perfección que se les puede pedir a una sociedad empobrecida como lo es Argentina. Esto ocurre de la misma manera que una heladera de fabricación nacional no puede competir en mercado con una holandesa o cualquiera que fuera de los grupos productivos capitalistas avanzados, con la sola diferencia que el fútbol tiene un soporte abstracto que es el sentimiento personal que su práctica genera para cada trabajador bien nacido.


Basta ver la canchita de barrio del Chiqui y su Barracas, y compararlo con cualquier estadio inglés para, sentido común mediante, sacar la ineludible conclusión: “y ellos están a años luz de nosotros “

Sin embargo, esto último, no se reproduce si se habla del seleccionado nacional, porque los éxitos deportivos obtenidos no lo permiten, pero se busca evitar la contradicción con la supuesta superioridad del capital concentrado por vía de la “teoría de la excepcionalidad”, esto es, que ese grupo es un caso particular, tan particular como lo son los científicos y artistas que consiguen éxitos en ese benemérito exterior al que solo pueden acceder algunos.

Así las cosas, como esto es un futbol de campo, según se deja entender y en resumidas cuentas se trabaja para ello, cada patrón de estancia se hace de manejos parcelarios del producto, pero claudica ante el negocio del capital financiero que logra aprovechamiento del valor por las más diversas maneras que van desde el juego de apuestas a la concentración monopólica del producto televisivo.


De esto último da cuenta el aparatoso recurso a la exaltación de la pasión ínsita en la naturaleza misma del propio juego y bastardeada en su esencia por su envasado en imágenes. Así es que, se lucra ingresando en la intimidad de los vestuarios, otrora sitios sagrados de los operarios futbolísticos comúnmente conocidos como “los jugadores”, se agudizan pujas humanas para exacerbar por extensión de esas mismas rencillas en los seguidores de algún o algunos equipos. La profusión de paneles, de tipos con saco y corbata tratando el tema como si se tratara de la disputa filosófica entre idealistas y materialistas.

Todo muy sórdido, pero a la vez muy iluminador de las carencias que el capital le impone al desarrollo cultural.

Sin agotar los ejemplos por los límites que impone la extensión de una nota, resta detenerse en el subjetivismo y marcada inclinación periodista hacia las empresas futbolísticas con mayor difusión en el mercado, en gran parte por su propia radicación en las grandes urbes en detrimento de las restantes, que sobreviven a todo tipo de malos tratos deportivos.

Ultima expresión apoteótica de esta exacerbación es el desprejuiciado enfoque valorativo que se afirma de una divisa sobre otra, visible aún por el contraste entre el relato y la imagen, operación en la que juegan con valor significativos estos señores de traje, que la imagen deja ver pero que hábilmente ocultan tener un ojo emparchado y un gancho en la mano.

En definitiva, si usted debe quedarse viendo futbol porque no tiene otra alternativa, cualquiera fuera la causa, acuda al silencio. Meta un “mute “y conviértase en un cultor inesperado de la resistencia pasiva. Presérvese de alguna manera y siga pensando en el pibe de la vuelta que en el club del barrio la rompe, esperando “ser visto” para convertirse luego de la mayor explotación esclavista de su existencia, en un “jugador”, es decir, uno de esos que contestan reportajes midiendo palabras para no molestar a los dueños del negocio.

Ojo. Alerta. En estos días estos mismos detractores, le quieren vender con moño un nuevo producto: el nuevo club de Messi. No sea cosa que de buenas a primeras se sorprenda coreando la divisa colorinche y tan de “gusano” de Miami, que ahora exhibe “nuestro ídolo máximo”

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