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Nuevo Curso

EL ESPANTO COTIDIANO DE LA VULNERABILIDAD NATURALIZACION CLASISTA DEL CASTIGO PUNITIVO

NUEVO CURSO

Es un dato específico del orden social capitalista, la incidencia de los formadores de opinión por vía de los mecanismos de comunicación social sobre el conjunto social en la medida en que, perfilan el acercamiento que se pueda tener con referencia a un conflicto social en particular cuando el mismo se reviste de elementos violentos y tiene por víctima a niños o menores de edad.

La noticia supera las barreras que podrían evitar ese tratamiento que enturbia la comprensión y proyecciones del hecho en sí y su tratamiento analítico en búsqueda de los componentes del fenómeno concreto. Dicho en otro término, más allá de la violencia del suceso y el drama particular de su familia por lo sucedido, ese estar en boca de unos y otros con inmediatez al fenómeno en sí y su particular exhibición mediática , cualquiera fuera la vía de comunicación, lleva al suceso en lo inmediato al espacio difuso de la opinión y con ello más de una alternativa de posible conocimiento sobre el suceso.

 Sin embargo, frente a episodios de violencia, con resultado muerte sobre una niña, luce con carácter de común denominador, la mirada criminalizante , con el consabido corolario de un discurso moralizador justificante del esquema binario ellos y nosotros, base consolidada del discurso del odio al otro, sin reparar en la específica vulnerabilidad del o los sujetos activos de la acción que determina el deceso de la niña.


El aspecto problemático de este posicionamiento viene dado por su matriz ideológica. Detrás esta manera de ver los sucesos, avanzan las motos de alta cilindrada con tipos de negro, cascos, chalecos, armas largas, coincidentemente anónimos, que con habilitación normativa se convierten en una suerte de caballería de la decencia. También están las combis de la “policía científica”, las cintas que precintan los espacios vitales del horror y el atropello generalizado de barriadas enteras, desde donde nacen también presurosos “vengadores privatizados”, posmodernos cultivadores del ojo por ojo, siempre que el ojo no sea el nuestro y mucho menos el de los sujetos sociales que se valen del poder del Estado para llevarnos a la miseria y luego aporrearnos.

Sin embargo, lo central es el conclusional discurso moral que asienta entendimiento generalizado en un sentido común de clase que define el bien y el mal con matrices de dominación subjetiva a partir de una estructura de libertad negativa basada en la tesis según la cual: mi derecho empieza y termina en el del otro y el famoso respeto mutuo.


Lo cierto es que no puede haber respeto mutuo si cada uno visualiza su libertad como una suerte de espacio apropiado en el que el otro no tiene ingreso so pena de castigo por intromisión, en tanto en esa lógica, el diverso, el distinto es un objeto sobre el cual actuó o me interconecto solo en base a la satisfacción utilitarista de mis necesidades.

 Que los pibes acechados por la droga, alienados y enajenados al punto de determinar sus significantes solamente por la marca de la compulsión al consumo de  una o varias drogas padezcan ese infierno, es siempre un problema individual y no social. Un problema del otro con el que no tengo nada que ver, siempre y cuando ese otro no se visibilice por vía del acto violento. Ahí es cuando aparece con ese único perfil y se constituye en causa inmediata y eficiente del castigo penal, con el cual la respuesta es únicamente volverlo a invisibilizar y constituirlo en objeto carcelario.

 
Dicho, en otros términos, si el discurso moralista binario propio de la definición contingente de lo bueno y lo malo según la utilidad se consolidas sobre la premisa, bueno es lo que me hace bien como sujeto y malo lo que perjudica mis intereses, entraremos irremediablemente en el terreno de que lo bueno para mi. es necesariamente malo para alguien y con ello en la relativización absoluta de lo que se interpreta como un valor social.


Al tratar los asuntos de la moral, la discusión ha puesto de manifiesto, sobre todo, que si se rebaja el movimiento social a una simple manipulación de las masas humanas con vistas a alcanzar tales o cuales objetivos del poder, y si la política se convierte en una técnica social que se apoya en la ciencia del mecanismo de las fuerzas económicas, el sentido humano se aparta de la esencia misma del movimiento para establecerse en otra esfera que trasciende a este movimiento: el campo de la ética.

Desde el momento en que se considera la realidad histórica como el campo de una estricta causalidad, como si se tratara de un fenómeno de la naturaleza  y de un determinismo unívoco en el que los productos de la práctica humana, en forma de factor económico, poseen más razón que los propios hombres e impulsan la historia por una necesidad fatal o una ley de hierro hacia una determinada finalidad, de inmediato chocamos con el problema de saber cómo debe armonizarse esa ineluctabilidad con la actividad humana y el sentido de la acción humana en general.

La dialéctica materialista postula la unidad de lo que pertenece a las clases y a toda la humanidad por la teoría y, sobre todo, por la práctica del marxismo. Pero el proceso histórico real se cumple de manera que esta unidad está, ora en vías de constitución mediante la totalización de las antinomias, ora, al contrario, en vías de desagregación en polos aislados y opuestos. Esta última variante es la que debe ser denunciada y combatida por cuanto el espacio específico de lo humano que es la posibilidad de desenvolvimiento de su libertad queda totalmente ajeno del análisis y con eso se transforma en mera ideología en sentido de construcción de falsa conciencia.



Si se aísla lo que pertenece a las clases con relación a lo que pertenece a toda la humanidad, al modo binario de los buenos y los malos, se concluye en el sectarismo y en la deformación burocrática del socialismo, en el aislamiento de lo que pertenece a toda la humanidad con respecto a lo que pertenece a las clases; se desemboca en el oportunismo y en la deformación reformista del socialismo.
 con un moralismo impotente. Es la capitulación frente a una realidad deformada.

La necesaria relación entre la teoría y la práctica es, en este caso, una relación entre las tareas reconocidas como posibilidades del progreso humano y la necesidad de encontrar una solución de un problema complejo impuesta como imperativo para habilitar la mecánica singular y específica del castigo penal y la lógica carcelaria, como única respuesta.


Cuando  la dialéctica no revela las contradicciones de la realidad social para capitular frente a ellas y considerarlas como  simples antinomias, como sola afirmación y negación,  en las que el individuo ha de ser eternamente aplastado,  en miras de una falsa totalización que deja al porvenir la solución de las contradicciones aplicando simplemente la respuesta punitiva , el problema central que se plantea es el de la conexión entre la conciencia de las contradicciones y la posibilidad de resolver éstas.

Pero mientras la práctica sea considerada como un practicismo, habilitando una manipulación de los hombres o una simple relación técnica con basamento físico y no sociológico, el problema seguirá siendo insoluble, porque una práctica alienada y divinizad como lo es la pena y el sistema carcelario no es una totalización y vivificación de la dignidad humana. No es el camino que inhabilita la producción de acciones humanas asimilables a la barbarie.

en este sentido, la creación histórica de una bella totalidad en el porvenir y la inmediación del castigo punitivo para un fenómeno complejo , produce, de manera necesaria, las antinomias bueno y malo, con modo fijo y estanco marcado solo por la utilidad y la autenticidad, de los medios y los fines.

En igual medida tampoco se tiene presente la presencia de un componente en el fenómeno que actúa de manera combinada tanto en la determinación subjetiva de realización de la acción violenta, como en el espacio compulsivo de conductas marcadas por la dependencia al consumo de drogas.

Lo que genéricamente se denomina droga es básicamente desde la perspectiva de su significación material una mercancía. Esto nos obliga a tener presente el consumo, en tanto acto económico concreto, cuya demostración se produce por la sola existencia del vendedor y comercializador del objeto requerido, y la existencia de sujetos que en su alienación en la mercancía pierden esa condición que de modo abstracto le impone la norma penal y la difusión mediática del acto criminal.

Así, cuando, por ejemplo, se anuncia que se dio “un golpe al narcotráfico” ¿estamos diciendo a la vez que hemos terminado con el equivalente humano de consumidores? ¿El encarcelamiento de una banda de sujetos que se dedican a vender drogas prohibidas significa en paralelo que se terminó con el consumo de quienes eran sus clientes? Y en todo caso, ¿los guerreros policiales enfrascados en esta lucha de alto costo y escasa eficiencia terminarán con la relación material vendedor. consumidor? ¿Alguien piensa que volteando un “kiosco” se le permite a quien demanda droga salir de ese problema?¿La existencia del sitio donde los ejecutantes de la niña transaron el objeto sustraído por droga, tiene o no que ver con el fenómeno violento? ¿Es una rara especie ese sitio, o es la materialidad misma del consumo social de drogas?

La exaltación del operativo policial, como medio y fin en sí mismo, con base en el esquema de guerra contra la droga, oculta que en paralelo fenómenos sociales como individualismo, sálvese quien pueda, plata fácil, mercantilización y objetivación del sujeto, resultan factores constitutivos que se compadecen en un todo con el fenómeno narcotráfico, en tanto en su objetividad este representa industria (producción y tráfico) y actividad financiera de alta rentabilidad.

Si se pretende desagotar con un balde el estanque, lo lógico será apreciar que el flujo de agua que en paralelo al “desagote” ingresa en mayor proporción, no es otro que el alto contingente de consumidores, ya que la materia prima de esta actividad económica visualizada como venta de drogas no es un preparado sintético o un vegetal, es simplemente la persona que la consume.

En la medida en que no reconozcamos que esa actividad económica primaria (producción, compra y venta de drogas) está en la base del fenómeno criminal y que ambos extremos del vínculo mercantil deben ser analizados, desplazando al consumidor de la faz penal pero asumiéndolo como un problema de salud pública y de anomia social, no se podrá evitar que importantes sectores juveniles ingresen en esa dialéctica vendedor-comprador con alternancia, constituidos en sujetos socialmente estereotipados por el conjunto con sentido negativo.

Un criterio exclusivo de tutela jurídica, encorsetado en el modelo orden y represión revestido con impronta de “combate” y la exaltación del temple y valor de sus “guerreros”, sólo sirve para juguetear con alto costo económico con un “tabú” deliberadamente fabricado, so pretexto de disuasión y seguridad pública.

Estamos necesitados de advertir que el problema no reside en las drogas sino en las adicciones, y más precisamente en las razones y motivos que conducen a ese fenómeno de dependencia. Lo que el traficante logra mediante los mecanismos económicos y comerciales montados en su organización no es venderles drogas a seres humanos, sino venderle seres humanos a la droga.

La pregunta será entonces, ¿pueden los procedimientos policiales acabar con esta demanda creciente?, ¿puede bloquearse la oferta por vía del aparato represivo?

 Se nos dice y hemos crecido durante décadas con el latiguillo de la economía liberal en lo concerniente a la inviabilidad de los controles de precios y precios máximos, pues la economía no puede ser contenida en tanto proliferan en el mercado actividades diversas que vulneran esos controles. Sin embargo, parece que esas premisas ricardianas no se trasladan a una oferta y demanda inelástica como la que supone una población creciente de consumidores de drogas.

La alienación y el fetiche de la mercancía dejan sus rastros inhumanos en las experiencias cotidianas de los trabajadores

Manteniendo la lógica publicista centrada en la apología del castigo, eludiendo advertir la real incidencia en un problema social y económico, no encontraremos la ruta pertinente para llegar a destino, eso siempre y cuando busquemos llegar a alguna parte y no distraernos en el camino, buscando desagotar estanques con baldes.