NUEVO CURSO
Es socialmente admitido e inspira la propia existencia del Estado Argentino, en tanto subyace en su ideología fundante, que los tres pilares de la República, afincan en las nociones de libertad, igualdad, y fraternidad. Esto significa, que conceptualmente hemos definido como objetivo deseable, que la sociedad en donde nos desenvolvemos, nos confiera la condición de seres libres e iguales y nos permita relacionamos con vínculos de hermandad.
Sin embargo, esto no toma realidad , es decir, no se objetiva en los hechos y mucho menos en una sociedad donde las relaciones intersubjetivas adoptan la forma concreta del conflicto, es decir , los encuentros entre los seres humanos según su posicionamiento de clase emergente del modelo productivo y se establen sobre la defensa del intereses particulares que confrontan entre sí a partir de la prevalencia de la propiedad privada de bienes de producción y el mercado, donde el dinero funciona como elemento facilitador de la transacción de esas mercancías.
En esa sociedad crítica por su materialidad en tanto la manera en que opera el proceso de reproducción crítica del capital. Cualquier persona tiene un posicionamiento de clase desde el cual se ubica frente al otro que hace de valla al desenvolvimiento de su interés que se contrapone, pues el vínculo esencial no es otro que el de la compra y venta sea de objetos o de la capacidad de producir objetos o fuerza de trabajo.
Lo dicho deja en claro que las personas no se relacionan entre sí en base a vínculos fraternales como los que postulo la hoy agotada revolución de la burguesía a la que el naciente proletariado le prestó asistencia. Uno de los factores de esa agonía más allá de los altos ejemplos de incumplimiento de este programa de los que la historia da cuenta con sangre, es que en el desenvolvimiento del sistema se impuso un concepto de libertad centrado en el hombre individual como sujeto productor y consumidor, manejado por el paradigma que hoy se presenta con cara rejuvenecida pero viejo y agotado en sí mismo, según el cual , la libertad es un acto individual que se constituye estableciendo las mismas reglas de juego para todos y demarcando las fronteras –ámbitos de propiedad privada- que nadie puede traspasar so pena de romperse el contrato social.
Es la libertad que responde a la pregunta de cuál es el ámbito en que una persona, o grupo de personas, se le deja o se le debe dejar hacer. La libertad consiste en que no haya obstáculos; o que haya la menor cantidad posible de obstáculos a la libertad individual. Por eso es de rutina en la vida cotidiana que la mayoría de los impulsos vitales se orientan a vencer o extender en lo mayormente posible esas delimitaciones que imponen los otros y en particular el gran otro al que se llama a vencer que es el Estado, presentado como un ente distinto de la sociedad civil que avanza sobre los hombres libres.
Hay en sí, y por fuera de toda lucha defensiva frente a estas premisas una contradicción objetiva entre estos postulados, ya que, si se adopta un criterio de libertad basada en lo individual y construido por cada sujeto individualmente, ese proyecto existencial colisiona necesariamente con la fraternidad de los vínculos y la proyección de una sociedad igualitaria ante la ley. Dicho de otro modo, ya en el plano conceptual se advierte el mecanismo de falsa conciencia en la medida que la tríada pregonada, esto es, libertad, igualdad, fraternidad, todos envueltos en la aggiornada creencia en la vida buena, tiene tres elementos contradictorios entre sí.
De esta forma, frente a ese criterio delimitador de cuanto se entiende por libertad en el orden capitalista vigente puesto en clave de propaganda política , por parte de quienes se encuentran o pretenden incorporarse al personal político de la burguesía en un formato jurídico de farsa electoral, es necesario advertir que estamos frente a una ideología en el sentido estricto de la palabra, que ha fracasado en su implementación práctica en la historia, tanto como su pretendido antagonista el autoritarismo que emergió , con base en la pretensión de disociar al poder formal del Estado y ubicarlo por encima de las clases en pugna o en su versión más extrema que tomo cuerpo en el siglo pasado con el fascismo, desconociendo que el Estado no es un elemento diverso de la sociedad civil en sí y su estructura de clase, sino un componente de la misma.
En particular y por referencia al “fascismo”, al que se exhibe como un fantasma que recorre el mundo y con el que se busca atemorizar solapadamente a la clase trabajadora de modo de orientar su presencia política en el acto eleccionario para que concurra a votar lo que se exhibe como el “mal menor”, debe tenerse presente que la esencia de ese régimen o forma de estado tiene lugar cuando los medios «normales», policiales y militares de la «democracia», con su cobertura parlamentaria, no son suficientes para alcanzar el fin de las dificultades de la sociedad capitalista y mantenerla en equilibrio.
A través del fascismo, el gran capital pone en movimiento a las clases medias irritadas, a las bandas de lumpen es descompuestos, a los desclasados y desmoralizados, a todos esos innumerables seres humanos a los que el mismo capital financiero empuja a la rabia y a la desesperación. Este elemento no se verifica en la realidad argentina, donde el juego farsesco de los aparatos políticos aún conduce a las masas hacia el discurso del poder burgués republicano que no es puesto en cuestión por la clase trabajadora en sí e incluso las expresiones que se auto perciben “de izquierda” solo apuntan a la igualmente fetichista receta parlamentaria.
La carta del fascismo conduce a que el capital financiero tome directamente todos los órganos e instrumentos de dominación, de dirección y de educación: el aparato del Estado con el ejército, los municipios, las universidades, las escuelas, la prensa, las organizaciones sindicales, las cooperativas. Ninguno de esos factores está en juego en la actual escena política y en este estadio de la lucha de clases
La fascistización del Estado implica antes que nada y sobre cualquier otra cosa, el aplastamiento de las organizaciones obreras: Reducir a la clase obrera a un estado de apatía completa y crear una red de instituciones que penetren profundamente en las masas, para obstaculizar toda cristalización independiente en los trabajadores asalariados y en sus capas más cercanas. Tampoco opera esa situación en la objetiva realidad en la medida que las organizaciones de masas en plano de lucha economicista de los asalariados se encuentran en alianza prevalente con las expresiones empresariales del gran capital con seguidismo de pequeños y medianos empresarios.
La lucha de clases en el espacio cultural a derivado en un momento en el que se incluye en la táctica discursiva del poder opresor el significante “facho”, y consigue que esa terminología se generalice de “derecha a izquierda”, unos porque la imputan a cualquier sujeto para denostarlo y otros para sostenerse en ese preconcepto como herramienta discursiva. Vale decir, con el fantasma atemorizante del fascismo, se han construido discursivamente “lo facho”, como si fuera asimilable un régimen político a una actitud personal e individual ante los fenómenos sociales.
No hay fascistas sin fascismo y nada emerge de las relaciones sociales prevalentes y de la específica situación de la lucha de clase para avalar la presencia de esa forma particular de Estado.
Por el contrario, a quienes se tilda de “fachos” son en los hechos los cultores de la libertad gestada desde el individuo con un significante negativo según lo hemos expuesto anteriormente. No son exponentes del fascismo, sino de la esencia misma de la idea de libertad del régimen burgués desde su propia configuración histórica como tal.
Los “fachos”, son los cultores de la libertad con forma jurídica. La libertad como derecho subjetivo, que emerge en un edificio organizativo que tiene como único sustento al derecho a la propiedad privada. Los presuntos oponentes son los cultores de la política de “derechos” como contenido de la demanda hacia el Estado al que ubican en forma coincidente con los primeros por fuera de la sociedad civil, y como instrumento mediador entre las clases desconociendo que esa forma jurídica no es otra que la que adopta y requiere el poder burgués para imponer su dominación. Ambos modelos a pesar de las ínfulas de unos y otros y el presunto antagonismo con el que se las hace públicas por vía de la propaganda, emanan su descomposición por su manifiesta inviabilidad histórica.
Habrá que recordar en este sentido, aunque parezca hoy una obviedad, que el hombre es el único ser vivo que requiere del concurso de otros, para su propia subsistencia, en un hacer productivo que le resulta específico, toda vez que es el único sujeto capaz de producir cultura, entendida ésta, en su más amplia expresión.
Nadie puede negar hoy que una sociedad es una totalidad estructura por relaciones ordenadas a través de las normas jurídicas. Pero ese orden no es fijo e inmutable sino por el contrario, histórico. La sociedad en que vivimos, signada por los paradigmas de libertad, igualdad y fraternidad, no es otra que la generada por relaciones sociales-económicas capitalistas, que básicamente suponen la existencia de un sector social que domina el proceso productivo desde la apropiación orgánica de los bienes de producción, los servicios y el control de la estructura burocrática estatal y otro grupo social, -la mayoría- que existe condicionado objetivamente por la venta de su capacidad de trabajo adquirible por aquellos en la gestión de sus empresas.
Esa forma de ordenamiento social, genera por su propia dialéctica reproductiva y de acumulación, que existan grupos humanos ubicados fuera de ese vínculo primario de capital-trabajo. Son los que hoy se denominan “no incluidos” o desocupados o población económicamente sobrante.
Esos sujetos sociales desde su primario y constatable extrañamiento de la relación de empleo, son la resultante de la contradicción inmanente del sistema capitalista, incapaz objetivamente de la generación de pleno empleo. Frente a esta contradicción, caen las estructuras ideológicas que permiten el consenso para que la existencia de una sociedad que convive con cifras significativas de población en la pobreza e indigencia y que ese resultado se exhiba como el orden natural de las cosas.
La pretensión es no ver. No interesa si existe o no el problema de la pobreza, la marginación y la desocupación, lo importante y relevante es que eso no se haga visible y que “todos” seamos “libres”.
La apelación creciente de los sectores medios a leyes represivas de mayor severidad y el encarcelamiento, centra exclusivamente en esa necesidad de no ver la realidad del otro que impone ese criterio burgués con el que se define la idea de libertad, centrado en el individualismo, fundando un derecho penal del enemigo, reservando ese lugar, para el excluido. Los muros de la cárcel son la mejor manera de no advertir el escenario que genera la exclusión del proceso productivo de amplios sectores de población, que impone el modelo capitalista para su criminal existencia y reproducción.
No obstante, ello, también es necesario reparar, que en el mismo escenario existe un tipo de activismo social que es básicamente funcional al orden de cosas que genera los padecimientos de quienes resultan explotados y oprimidos por las formas concretas que asume el orden social capitalista.
Quienes asumen el rol dirigente tanto por su aparición reiterada en los medios de comunicación y su intervención en las negociaciones, no han dejado en momento alguno de orientar su accionar al propósito final de constituirse en una suerte de mediadores institucionalizados entre poseedores y desposeídos generando al interior de la protesta una nueva organización burocrática.
Es necesario, tener presente que con la miseria no se puede hacer lucha sindical, porque eso supone ser parte de lo mismo que se dice criticar. Peleando por una donación pública o un subsidio, o la eufemística “ayuda social”, lo único que se alimenta es la falsa noción de que estamos ante un problema de distribución de la riqueza, que se puede abordar adoptando políticas para que la misma sea más equitativa.
Los apremios objetivos del actual momento de la lucha de clases, no admiten otra intervención que la lucha política, orientada explícitamente a la desaparición de los factores que generan ese resultado calamitoso e inhumano de paupérrimas condiciones de vida. No hay otro camino que la superación de las relaciones sociales capitalista que nos enmarcan.
La propia revolución francesa, generadora del régimen político en el que nos desenvolvemos, partió de reclamos inmediatos de los sectores desplazados en el régimen feudal., como lo fue el reparto de pan en Paris, y las crecientes hambrunas, pero los gestores ideológicos dirigentes de las revueltas, nunca partieron de la idea de que todo terminaba con una mejor distribución de la riqueza, sino con la destrucción de las relaciones sociales del feudalismo que generaban esas hambrunas.
Por eso, la orientación central y básica en el análisis del suceso que nos convoca, es dar primacía a la totalidad, ya que la fragmentación impide ver la coherencia del conjunto. Llega el momento de pensar en que el problema no está en aquellas personas que ocupan una plaza pidiendo comida, vestimenta y un techo, sino en las relaciones que estructuran esta sociedad en la que sobrevivimos.
La suerte de todos y cada uno de los asalariados y demás sectores sociales oprimidos, está ligada a la totalidad de las situaciones sociales que impone el capitalismo en su etapa monopólica, y la posibilidad de superación de las mismas, y no en la mayor o menor habilidad que pueda tener cada persona para manejar su economía doméstica. –
El Estado donde se contiene e institucionaliza el poder burgués, es un instrumento en manos de esa clase dominante. No es neutral en contexto de lucha de clases y en una sociedad de producción de mercancías. Es una estructura institucional de opresión sobre los explotados y los desplazados del mercado de trabajo. El ejército, la policía, toda la agencia represiva, los jueces, las leyes expresan de diversa manera y funcionalmente, esa fuerza opresora.
El contenido de las acciones militantes no puede ser la reforma de ese fenómeno sino la determinación final de su abolición por la construcción de poder obrero consolidado en, la dictadura del proletariado.