NUEVO CURSO
Vale la pena detenerse en algo que sucede a diario y en escenarios de farsa electoral desde los distintos dispositivos ideológicos que montan los medios que transmiten datos periodísticos y se exacerban las informaciones sobre conflictos sociales.
Ocurre en contexto de ese diseño comunicacional ideologizado que, casi sin saber o casi sin querer, se desarrolla e impone un discurso cargado de remisiones directas hacia la “psicosis,”, siendo esta categoría conceptual aplicada como adjetivo de los conflictos sociales, es decir, como algo que se dice de los fenómenos colectivos que se expresan en la sociedad de clases.
Desde esa perspectiva nos parece peligroso para el acceso a una apreciación de los fenómenos sociales, que esa acción nos pueda aproximar con base objetiva a lo verdadero
“Se vive una situación de psicosis por inseguridad, y la presencia de delincuentes en la zona “. Puede leerse esa leyenda en el zócalo de un canal que hace sus anuncios con enormes letras rojas y blancas añadidas a música que insinúa catástrofe, siempre bajo el paragua de “urgente o último momento”.
El mecanismo comunicacional que transmite mecánicamente la noción de “psicosis” remitida al contexto social de nuestro tiempo argentino, se suma a las diversas intervenciones que tienen como propósito imponer alarma social.
Lo cierto es que, con intervenciones mediáticas de esta naturaleza, no se está aludiendo a la “psicosis” como fenómeno sus citable en la salud mental de una persona , sino que su empleo es como calificativo que se dice de una conducta o comportamiento colectivo de un grupo al que previamente se coloca en un estereotipo social delictivo, siendo el objetivo estratégico de esta ideologización de la realidad la imposición en el discurso para que se naturalice culturalmente los paradigmas represivos que se construyen desde esa representación falsa de lo real.
Este modo de intervención comunicacional, tiene la trascendencia del quitar perspectivas para un nuevo orden social centrado en la humanización de la vida concreta, reproduciendo el escenario de barbarie sobre el que instala la “alarma”. Es que sí, comportamientos individuales que traducen trastornos psicóticos, son adoptados acríticamente por sectores sociales significativos, no queda otra cosa que pensar que transitamos por una fina cornisa bordeando la barbarie, sin escenario de instancia social superadora desde una política obrera.
Para tomar ejemplo de esta suerte de disociación social que parte de lo individual y lo explaya como totalidad sin remitirse al resto de los fenómenos que integran esa realidad colectivo puede pensarse y ver una sociedad en la que se organizan marchas multitudinarias para celebrar aniversarios de “nunca más “ frente al 24 de marzo de 1976, y paralelamente esa misma sociedad construye aglomeraciones discursivas pidiendo cárcel, muerte y otras yerbas para esos «negritos, faloperos y borrachos» fuente y razón de todo el delito que no les deja vivir en paz.
Piénsese en una sociedad que sentencia a Videla por genocida y piensa paralelamente en el comisario de la vuelta, que pide armas, equipos y nuevas cárceles, y lo habilita legitimándolo como el sujeto de la respuesta de política criminal adecuada para el problema de seguridad y para eso vota al político más extremo en la enunciación de la lógica discursiva delito-inseguridad-cárcel.
En igual medida sucede cuando se acepta el discurso del miedo y se impone a los gestores políticos candidateados a que diga como harán para “sacar del escenario vital “a esos factores humanos de la inseguridad a los que se encasilla en el término delincuente de la vista de todo aquél que se siente un hombre de bien, o le han hecho creer que es un hombre de bien.
Piénsese en una sociedad que solo actúa en términos de defenderse del distinto, porque este último, con su diferencia le incomoda.
Piénsese en una sociedad que le teme al ladrón, pero legaliza al que reduce los objetos robados. Que maldice a quien le sustrajo una cartera, pero busca conseguir a cuarto de precio algún celular de dudosa procedencia cambiando el chip. En otros términos, una sociedad que le teme al despojo de sus bienes y pena por su seguridad física, pero a la vez se nutre en gran medida de objetos cuya procedencia resulta al menos dudosa, o acuña con legitimación social la palabra «trucho».
Piénsese en el comerciante que se quejan que le roban su mercadería y tiene su medidor de luz adulterado para no pagar la energía, o busca con afán evadir impuestos.
Piénsese, en fin, en «cárceles sanas y limpias para seguridad y no para castigo de los reos», y la vociferación del reclamo «que se pudran en una comisaría, que paguen con su cuerpo lo que le hicieron a otro».
Sin duda no saldremos de este meandro apelando a categorías psicológicas que lo único que hacen en el terreno sociológico es retrotraer la idea de que lo colectivo supone un cuerpo, como oportunamente lo hicieron las biologuitas.
Tampoco nos hace falta un analista, ni interminables sesiones con diván incluido para superar un fenómeno social negativo como es el miedo por inseguridad social, pero eso no impide, que debemos ponernos en marcha, desde la posibilidad esencial de formular un juicio crítico sobre nuestros procederes y las razones que los motivan.
Se imponen compromisos colectivos que determinen rupturas con este orden de cosas existente e ideológicamente justificante de la violencia estatal. Se impone la construcción de un nuevo orden social, que elimine las razones materiales del delito y el contenido de clase de su represión, de manera tal que la seguridad individual no sea otra cosa que la consecuencia necesaria de un orden social justo, sin explotadores ni explotados