NUEVO CURSO
A raíz de la situación política abierta por la lucha de clases que se desenvuelve en Argentina , de la que resulta un eslabón la secuencia electoral farsesca del domingo 22 de octubre , donde por las características del fenómeno estuvimos en presencia del primer momento de la definición de la disputa al interior de la burguesía por la potestad de seleccionar el personal político que gestione sus intereses y hacerse del dominio del poder formal de su Estado para descargarle definitivamente la crisis de reproducción del capital a la clase obrera y los sectores sociales desplazados a la condición de población económicamente sobrante , el episodio pone en tela de juicio el rol que le corresponde a las organizaciones sindicales , en tanto sus dirigentes hicieron desde el comienzo su explicito apoyo a Sergio Massa sin que ello le generara al interior de sus sindicatos conflicto de legitimación alguno .
En paralelo los resultados no han hecho otra cosa que exhibir al rey desnudo, es decir, mostrar a la burguesía absolutamente en deriva , observando que su apuesta al armado macrista de 2017 se desvanece y amenaza estallar definitivamente , factor que le obliga a resignificar los vínculos con Massa a quien se daba por derrotado y con el apoyo no desestimable del viejo armado del peronismo abrazado a la burguesía que vive del Estado por sus negocios y a la embajada de EEUU consiguió volver a ponerse en el centro de la escena como candidato a conducir el titanic a puerto seguro.
Mientras tanto el FITU, ocultando profundas disputas internas exhibe su agonía mortal, festejando que tiene en su cosecha algo más 800 mil votos y gana una banca de diputados. Esa mezquindad se corona con el posterior coqueteo con el Massismo para dejarle abierta la posibilidad del discurso del miedo y que gran parte de esos miles de votos se queden en la bolsa del candidato del capital mentor de la inflación, y la caída del salario real desde más de un año atrás.
Sin embargo, la negación, que lo real existente exhibe ante todo este tipo de maniobras políticas de trocha angosta, permite decirles a los ciegos que guían a otros ciegos, como lo describía Saramago en “Ensayo sobre la ceguera”, que están obviando, ocultando, disimulando precisamente la propia “crisis” y el problema central que tiene la clase trabajadora que es reproducir su propia existencia material inmediata. Si ese elemento se retira de la escena, el problema deriva en el disparate de pensar que los trabajadores no confían en Miriam Bregman, porque se asustaron por Milei y decidieron votar a Massa.
Sin embargo, el 2,7 por ciento de los votantes que concurrieron a la elección le quitan toda entidad a esta cooperativa electoral en la producción de lineamientos que puedan coadyubar a descifrar lo real y actuar en esa perspectiva. De allí que lo gravitante sea examinar la centralidad que asume la posición política de los sindicatos en esta coyuntura crítica.
Los sindicatos en el contexto de nuestra época, no pueden verse ni memorarse tomando como guía aquello que pudieron constituir en otros ciclos históricos. Sólo así es posible acercarse a comprender la realidad que nos rodea.
Nuestra época es una de profunda crisis del sistema, dónde los capitalistas se ven obligados a atacar las condiciones de vida de la clase obrera para salir de la crisis: destrucción del Estado del bienestar, condiciones de trabajo que incrementan la explotación, empleo desregulado y en condiciones de opresión, etc. Este período histórico se caracteriza, no por reformas en clave progresista, sino por las contrarreformas de la burguesía
En esos espacios se desenvuelven los sindicatos que por ese contexto objetivo del desenvolvimiento de la relación capital-trabajo, han menguado los márgenes para la mejora de las condiciones económicas, y le marcan límites cada vez más evidentes para acordar el precio de venta de la fuerza de trabajo de la clase obrera.
Sin embargo, a ese escenario con que se exhibe desde lo real el fenómeno, debe necesariamente incorporarse la incidencia precisa que los efectos del imperialismo tienen sobre nuestra estructura social.
Trotsky se ocupó de advertirnos que la era del imperialismo ata a los sindicatos al Estado burgués, independientemente de su carácter político concreto,
“El capitalismo monopolista no se basa en la competencia y en la libre iniciativa privada sino en una dirección centralizada. Las camarillas capitalistas que encabezan los poderosos trust, monopolios, bancas, etc. encaran la vida económica desde la misma perspectiva que lo hace el poder estatal, y a cada paso requiere su colaboración. A su vez los sindicatos de las ramas más importantes de la industria se ven privados de la posibilidad de aprovechar la competencia entre las distintas empresas. Deben enfrentar un adversario capitalista centralizado, íntimamente ligado al poder estatal. De ahí la necesidad que tienen los sindicatos -mientras se mantengan en una posición de adaptación a la propiedad privada, de adaptarse al estado capitalista y de luchar por su cooperación. A los ojos de la burocracia sindical, la tarea principal es la de “liberar” al estado de sus ataduras capitalistas, de debilitar su dependencia de los monopolios y volcarlos a su favor. Esta posición armoniza perfectamente con la posición social de la aristocracia y la burocracia obreras, que luchan por obtener unas migajas de las superganancias del imperialismo capitalista. Los burócratas hacen todo lo posible, en las palabras y en los hechos por demostrarle al estado “democrático” hasta qué punto son indispensables y dignos de confianza en tiempos de paz, y especialmente en tiempos de guerra.”
Desde esta perspectiva, tampoco puede olvidarse que la crisis de reproducción del capital y sus sistemas políticos-culturales, hace que éste vea reducido el margen de maniobra para poder hacer concesiones en aras de mantener la paz social y defender el sistema, factor que se hace evidente en nuestra tierra cuando se le ve a Sergio Massa apelar a reducciones impositivas que se licúan inmediatamente por efecto de la depreciación de la moneda frente al dólar.
Se le añade a esto, otra enseñanza dolorosa de la crisis, que es la condición de herramienta ideológica de reproducción de la dominación capitalista que tiene “el derecho”, en este caso específico, las diversas normativas laborales que se vieron en otras épocas obligadas a legislar por la presión de la clase trabajadora organizada. Los derechos laborales que se conquistaron en el pasado están ahora bajo ataque. En general las condiciones de trabajo y salariales empeoran y se precarizan.
Sin embargo, aunque es cierto que la lucha sindical se da en condiciones en que es mucho más difícil conseguir victorias y concesiones que en una época de auge capitalista, no se puede afirmar que la lucha sindical haya quedado obsoleta .Los sindicatos no pierden su significación en la política en la medida en que ese retroceso no puede generalizarse en un solo sentido y que incluso en este contexto no está descartado que una lucha decidida por parte de la clase trabajadora, o en grupos de trabajadores que tienen un poder de negociación mayor, pueda lograr victorias parciales.
Precisamente a consecuencia de la profunda crisis desatada por las contradicciones del capitalismo, los sindicatos, que por este tiempo y en su gran mayoría se han convertido en los órganos del sometimiento de las masas obreras a los intereses de la burguesía, pueden ser aptos para representar ahora una tendencia capaz en la necesaria generación los órganos adecuados para la destrucción del capitalismo que es la tarea objetiva y estratégica que queda plantea a partir del propio fracaso del reformismo ínsito en el parlamentarismo vergonzoso del FITU.
Los sindicatos son aún la instancia y mínima del trabajador en sí Son básicos para la clase obrera en tanto se ubican en el desarrollo mismo de la lucha de clases en sus extremos más elementales, en las fábricas entre la clase obrera y la burguesía. De hecho y por fuera de desarrollos teóricos, lo cierto es que, en luchas económicas, por mejores sueldos y condiciones de trabajo son sujeto de legitimación ineludible. Por su composición social y papel, tienen un carácter proletario.
La burguesía es bien conocedora de este hecho con todos los recursos necesarios, ha buscado dominar y someter a los sindicatos a sus intereses, espacio en el que ha desenvuelto un proceso de cooptación de sus dirigentes. Los dirigentes reformistas de distinto pelaje y los burócratas enmascarados en la difusa construcción de adhesión a un peronismo que muta su discurso con frecuencia, son su correa de transmisión, sus agentes en el movimiento obrero. Son el principal instrumento de la opresión del Estado burgués. De tal forma, si la tarea de la época no puede ser otra que arrancar el poder de manos de la burguesía por vía revolucionaria, su principal agente, la burocracia sindical, debe ser derrocada y reemplazada por los mecanismos de la democracia directa asamblearia en el seno de esas organizaciones de trabajadores.
“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.” (El dieciocho brumario de Luis Bonaparte). Si el desarrollo de la lucha de clases sigue esa dirección teórica, la importancia de la dirección del movimiento obrero, que ejerce un papel decisivo en el transcurso de la lucha de clases como factor subjetivo no puede ser desmerecida desde un pretendido liderazgo inexistente de parlamentarios hábiles en el discurso, pero inútiles para torcer en favor de los trabajadores los escenarios de su conflicto social.
Por tanto, es absolutamente necesario saber separar correctamente a la clase de su dirección, a la base de trabajadores sindicalizados de los dirigentes sindicales cooptados por la burguesía con intereses propios diversos de aquellos, para desarrollar una intervención adecuadas que tomen como principio la absoluta necesidad de luchar firmemente contra el reformismo, lo cual se traduce en el terreno de lo concreto en una lucha sin cuartel contra los dirigentes reformistas y los burócratas.
Una de las principales tareas es luchar contra la hegemonía de la burguesía. Sin los reformistas y burócratas y su papel imprescindible como defensa del capitalismo, este orden social explotador y opresor no consigue con facilidad su reproducción. La burguesía, por encima de todo, necesita a los dirigentes sindicales siempre adherentes al último relato peronista con que se cuente y a los reformistas socialdemócratas, para mantenerse en el poder.
En sentido inverso, el programa socialista revolucionario es la ideología y experiencia histórica de la clase obrera. Por sus condiciones de vida, sólo una pequeña capa de la población trabajadora constituida en clase para sí llega a desarrollar hoy ese programa fuera de una situación revolucionaria. Esta constituye su vanguardia, la capa consciente armada con las ideas del marxismo para acabar con la división de la sociedad en clases y la propiedad privada.
Son las masas trabajadoras, quienes deben hacer y hacen la revolución social para acabar con su opresión. Esta premisa no niega, sino que requiere de la vanguardia consciente de esa tarea. La vanguardia no puede llamarse ni definirse como tal si no es ni se propone ser parte del movimiento obrero, echar raíces en las capas más extensas de los trabajadores apuntando a que estas sean más conscientes y organizadas.
Lo ideológico no nace de por sí y mecánicamente desde la condición objetiva de trabajador. Ingresa desde fuera de ese estadio de la realidad. Por eso la vanguardia nucleada por el programa socialista, está obligada a trabajar ahí dónde estén los trabajadores, por muy difícil, burocrático, e incluso reaccionario que pueda ser dónde se encuentran, para, acompañando a las masas en su experiencia, tratar de marcar la necesidad de la revolución y el socialismo.
“Para saber ayudar a la “masa” y conquistar su simpatía, su adhesión y su apoyo no hay que temer las dificultades, las quisquillas, las zancadillas, los insultos y las persecuciones de los “jefes” (que, siendo oportunistas y social chovinistas, están en la mayor parte de los casos en relación directa o indirecta con la burguesía y la policía) y se debe trabajar sin falta allí donde estén las masas. Hay que saber hacer toda clase de sacrificios y vencer los mayores obstáculos para llevar a cabo una propaganda y una agitación sistemáticas, tenaces, perseverantes y pacientes precisamente en las instituciones, sociedades y sindicatos, por reaccionarios que sean, donde haya masas proletarias o semiproletarias. (Lenin “la enfermedad infantil del ultraizquierdismo en el comunismo “)
Los sindicatos de clase son organizaciones, por lo general, de gran tamaño, con grandes medios, alto nivel de profesionalización e importante número de afiliados, capaces de forzar algunos cambios en las condiciones de venta de la fuerza de trabajo, Es decir, que concentran a masas de trabajadores, y que ejercen un papel crucial en la lucha de clases.
Las limitaciones que ofrece el capitalismo para otorgar concesiones importantes o duraderas, millones de trabajadores, la mayoría apáticos en cuestiones políticas o desprovistos incluso de una conciencia de clase desarrollada, tornan necesario volver la centralidad a los sindicatos. En la época actual y por mucho que nos genere desprecio su dirección burocrática, deben ser para los que viven haciendo de la construcción de una nueva sociedad con programa socialista y poder obrero, un campo de batalla en la lucha de clases. La tarea consiste en disputar la dirección de estos sindicatos de masas, con influencia en la lucha de clase, a los agentes de la burguesía. Librar una batalla política señalando incluso las limitaciones de la lucha puramente sindical y explicar la necesidad de la toma del poder político por parte de la clase trabajadora.
Los sindicatos y la vanguardia de trabajadores organizados políticamente en su partido de clase, deben acertar en su papel mediador entre la conciencia espontánea que se genera en las luchas salariales y la estrategia socialista. Así, el fin último no pueden ser las mejoras económicas en sí mismas, la simple lucha por políticas de asignación de derechos nunca definitivas, sino mejorar la posición de poder del proletariado en las contiendas superiores de la lucha de clases.
Resulta indispensable oponer a las maniobras de la política burguesa, siempre orientadas en última instancia a reproducir la explotación y la opresión, la expansión del programa estratégico socialista por vía de la construcción de poder obrero ligado a la defensa y mejora efectiva de las condiciones de vida, con los métodos de lucha propios de la clase obrera, la huelga, las asambleas y los piquetes.
El gran problema político, contenido en la crisis de dirección política de la vanguardia obrera organizada está en cómo liberar a las masas de la influencia de la burocracia sindical. No basta con ofrecerles a las masas otro lugar al que dirigirse, como lo hace la insistente apología del parlamentarismo contenida en la matriz reformista el FITU. Hay que ir a buscarlas donde están y guiarlas, es decir, hay que ir a la clase en sí, y trabajar en sus estructuras organizativas mínimas que aún residen en sus sindicatos. Luchar dentro de los sindicatos existentes contra la burocracia sindical mediante una oposición revolucionaria.
Librando una lucha contra la burocracia sindical desde los trabajadores que se nuclean en los sindicatos conducidos por aquellos. Se trata de la lucha contra los líderes oportunistas con base en el programa socialista. El carácter reaccionario y autonómico de la cúpula sindical, concentrado en la preservación de sus intereses y su alianza con un sector de la burguesía no habilita a pretender crear formas nuevas y artificiales de organizaciones obreras sino a su denuncia y lucha por superarlos, recuperando a la organización sindical como herramienta necesaria de los trabajadores en la lucha de clases.
“A diferencia de los anarquistas, los marxistas admiten la lucha por las reformas, es decir, por mejoras de la situación de los trabajadores que no lesionan el poder, dejándolo como estaba, a manos de la clase dominante. Pero, al mismo tiempo, los marxistas combaten con la mayor energía a los reformistas, que circunscriben directa o indirectamente los anhelos y la actividad de la clase obrera a las reformas. El reformismo es una manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros, que seguirán siendo esclavos asalariados, a pesar de algunas mejoras aisladas, mientras subsista el dominio del capital.” (Lenin. El marxismo y el reformismo)
La tarea es combinar una lucha a favor de las reformas con una lucha contra el reformismo, una lucha por la independencia política de nuestra clase contra la colaboración de clases. Eso implica también superar al FITU a partir de constatar su carácter de mera cooperativa electoral en crisis.
No hay una única receta acabada que podamos aplicar en cualquier situación y momento para realizar correctamente esta tarea. Sin embargo, guiados por los principios de la independencia de clase y la necesidad de la revolución socialista, en el caso de los sindicatos, está planteado defender los salarios y condiciones de trabajo de nuestra clase. Esto último debe ir ligado a la necesidad de plantear el programa socialista en oposición al programa reformista, vinculando las luchas y demandas parciales a la necesidad de luchar contra el sistema en su conjunto, a la necesidad de la revolución socialista.
Vincular las reivindicaciones parciales con la revolución es especialmente importante en nuestra época, ya que la contradicción entre la situación objetiva, de un capitalismo mundial podrido que se traduce cada vez más en barbarie para la mayoría, y la debilidad del factor subjetivo, de la organización revolucionaria que pueda dirigir a nuestra clase y a los oprimidos a la toma del poder, obliga a plantear demandas puente que eleven la conciencia de nuestra clase a su tarea histórica, la destrucción del capitalismo mediante la revolución