Gente que mira desde los bordes. Bullrich y la apología de la vereda
Ya habíamos transitado una guerra. Algunos sin llegar a significarla, otros tendiendo puentes políticos para que los genocidas dejaran su sistema de muertes y desapariciones, de objetivos y nunca plazos que tras la derrota se le venían encima al punto de ponerlos en cuestión. En Capital Federal unas madres con pañuelo blanco y los que les prestaban atención incrementaban el número de adherentes que le acompañaban en la ronda que hacían los jueves.
Por entonces no se hablaba de genocidio. Cuando se utilizaba ese término, todos los memoriosos acudían a la Alemania de Hitler y era raro deducir de eso, que en Argentina había campos de concentración, y detenidos-desaparecidos.
Mientras tanto, en algunas plazas se buscaba poder visibilizar el problema a los ojos de todos. También por entonces, desde el poder político, formateado como dictadura cívico-militar genocida, las órdenes eran despejar esas zonas de reunión. Los funcionarios acudían a diversos métodos disuasivos, pero básicamente lo concreto era evitar la reunión y sobre todo que quienes se congregaban no sean vistos por “la gente de bien”
Patricia Bullrich, no como ministra de Seguridad, sino como candidata a presidente, ocupó gran parte de este año en “mostrar” la maqueta de una nueva cárcel. Tal vez si algo define a una unidad carcelaria es que se trata de un edificio cuya modalidad de construcción impide conocer cuanto sucede en su interior y que los allí alojados, han sido retirados de la vista de los otros, es decir, de la “gente de bien”
Lo cierto es que, tanto en dictadura, como en el presente democrático formal, lo que sucede es que hay gente que no debe ser vista. Se apela defraudatoriamente a la idea de “libre circulación vehicular” y de ella se deduce un derecho-garantía constitucional. Mientras tanto, los que no deben ser vistos, hipotéticamente afectan esa situación y la ministra recomienda protocolo mediante que esos otros caminen por la vereda. Se oculta que cualquier medio de transporte hasta hoy debe ser conducido por seres humanos, y que en realidad se actúa desde el poder para evitar que se presencie la protesta, se conozca que hay otro que no la pasa bien y que, si se viene a la capital con hijos y todo, es porque la situación, su situación, “es de necesidad y urgencia”. La idea es que los que tienen valor y no son “gente que esta en situación de pobre” como los identifica la ministra sigan siendo gente de “bien” y no se asocien con los reclamantes en una misma demanda por condiciones dignas de vida.
En la dictadura, cuando tratábamos de mostrarnos por una calle exhibiendo nuestras demandas, había gente en la vereda, en los cordones a la que decía defender el régimen. Esa gente, muchas de ellas puntuales asistentes a las marchas de cada 24 de marzo, nos miraban con desdén y repulsa y cuando podían alguno más exaltados nos pedían que nos fuéramos a nuestras casas, o más explícitamente a “laburar” y nos dejáramos de joder.
Hoy también hay mucha gente en la vereda, la misma que hace culto del sufragio y con esa herramienta de clase, coloca en el poder a los ciegos, que guían a otros ciegos. Es tiempo de que se corran las cortinas, Es tiempo de que caigan los muros publicitarios, ideológico, y entender que lejos de dejar la calle, lo que hay que hacer es dejar las veredas. Es tiempo de que los que conducen vehículos adviertan que hay un corte superior a su situación individual. Adviertan que se trata de dejar el auto, el camión, el bondi, y marchar con el que sufre para demoler esta administración gubernamental, el Estado en donde se institucionalizan y la clase dominante que busca imponer protocolos. Se trata de ver lo que somos y actuar en consecuencia para “nunca más “serlo.
NUEVO CURSO