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Nuevo Curso

LOS TRABAJADORES  EL SOCIALISMO Y LA CONSTRUCCIÓN DEL HOMBRE NUEVO.

LEGALIDAD y , CONSTITUCIONALIDAD. UN ESQUEMA NORMATIVO QUE NO SUPERA LA INJUSTICIA INTRÍNSECA DEL CAPITALISMO

 

 

En estos complejos últimos días del año 2023, asistimos a múltiples intervenciones genéricamente ideológicas con trazo de acción política, que, pese a su aparente diversidad, concuerdan en un factor relevante en donde precisamente reside la matriz del fenómeno de decadencia en las condiciones de existencia que nos toca sobrellevar.

Ese acuerdo generalizado es ubicar el fenómeno de la explotación y opresión social en el contexto de las normas jurídicas y desde ella circunscribir la cuestión a si media en los actos de gobierno, asignación, reasignación o perdidas de derechos subjetivos.

Hemos insistido en reiteradas ocasiones que lo que se conoce como derecho no es otra cosa que una intervención ideológica de clase a través de una herramienta admitida por las partes en conflicto que es la ley. Por eso el debate termina siendo binario y acotado en la alternancia de legalidad o ilegalidad de lo hecho o por hacer. Claro está que lo que se oculta de modo sistemático es lo central, que se ubica en otro momento extraño a la norma legal que es lo que sucede cuando no se cumple ese reparto de posibilidades que instituye la norma para dos sujetos en relación intersubjetiva. Es decir, lo que no se ve es que ocurre, luego que se convoca al Estado para que resuelva el conflicto derivado en que uno de los sujetos involucrados, sea individual, colectivo o el propio Estado, no cumple con la expectativa preordenada del otro.

 

Lo cierto es que recién en ese punto es cuando aparece el fenómeno jurídico en sí, en tanto nace en una persona la posibilidad de accionar exigiendo se cumpla con lo normado. Es ahí donde el que tiene la exigencia afirma que le asiste derecho, todo lo cual deja en claro que esa situación no existía con anterioridad al incumplimiento por el otro sujeto, cualquiera fuese la forma o modalidad de ese incumplimiento u omisión de lo que se esperaba debía hacer según una declaración general e impersonal contenida en un texto legal preexistente.

 

Esta claro entonces que el mundo o el espacio de “lo jurídico” de lo legal o ilegal, no puede expresarse sino por la necesidad del Estado, también nacido de un acto jurídico legal, de naturaleza fundacional y superior al que se remiten todas las demás leyes para su validez intrínseca que es la constitución nacional.

 

De manera entonces, que cuando se produce ese acuerdo no expreso pero real de dirimir un conflicto por la norma legal siendo ese el test que debe sortear la situación para ganar existencia, estamos acotando las aristas del fenómeno para reducirlo solo al enfoque jurídico que es en si mismo insuficiente cuando de lo que se trata por uno de los sujetos en pugna es precisamente demoler ese orden jurídico para formular otro.

 

La revolución social como medio táctico y objetivo estratégico de la lucha social de clases, es lo que aparece como verdadera supresión de la alienación del trabajador en tanto la realización del poder obrero socialista es el acto de superación de ese orden de cosas, nacido de la estructura misma de la relación capital-trabajo.

 

En este sentido la discusión e impugnación relativa a un acto político empleando herramientas jurídicas deviene insuficiente y fundamentalmente ubica el escenario de la contienda en el espacio del Estado que no es una institucionalidad neutral sino una herramienta para la viabilidad del poder real concentrados en sectores de la burguesía ligados básicamente al capital financiero y a la opresión imperialista.

 

Si salimos de esta suerte de trampa, y extendemos la mirada abarcando el fenómeno económico en sí, y sus implicancias superestructurales, podríamos advertir que la complejidad de las apariencias puede despejarse advirtiendo la centralidad que en todo esto tiene la relación capital-trabajo y la reproducción del capital.

En ese sentido debe advertirse que el propósito final de la gestión de gobierno del Estado encabezada por el titular del poder ejecutivo apunta a un giro más en la destrucción del trabajador como tal, buscando su mutación en otra figura comprensiva y abarcativa de su alienación en las mercancías que produce con su capacidad de trabajo contratada y adquirida por un empresario.

 

Si nos escapamos del esquema normativo. Si abandonamos un tipo de lucha que solo apunta a mantener la vigencia formal de una ley que  por su mismo contenido ya no refleja una realidad, en la medida en que en nuestro país, el trabajo informal y la extensión horaria de la jornada forman parte del escenario cotidiano de la sociedad civil perdemos de vista lo esencial que es la impugnación misma de la relación capital – trabajo y su forma contractual de fijar la ley para las partes, en la medida en la que introduce una ficción de asimetría de partes cuando en realidad una de ellas no tiene libertad de contratación porque de incorporarse a esa relación en forma subordinada depende su existencia misma , pues no tiene una forma diversa de satisfacer sus necesidades vitales.

Dicho en otros términos , dentro del sistema capitalista , todos los métodos encaminados a intensificar la fuerza productiva  social del trabajo se realizan a expensas del trabajador individual, todos los medios enderezados al desarrollo de la producción  se truecan en medio de explotación  que mutilan al trabajador convirtiéndolo en un hombre fragmentario – Ninguna ley en este orden social capitalista puede evitar el fenómeno y en tal sentido es el abordaje del fenómeno y su superación objetiva, la materia de toda disputa de poder. La gran crítica de Marx al capitalismo se concentra contra el sistema de trabajo y de producción que viola y enajena la naturaleza humana, convirtiendo al hombre en un ente extraño a si mismo.

En ese espacio de análisis es donde emerge la premisa de construcción de la nueva sociedad, que está sometido por lo dicho a la emergencia del hombre nuevo, despojado de toda servidumbre de clase. En otros términos, es necesario centrarse en el factor humano y su liberación de toda enajenación para escapar a la trampa de ver los conflictos sociales en el “orden natural del capitalismo” definido por las leyes del Estado donde se institucionaliza el poder burgués.

 

En ese orden de ideas es preciso establecer el   marco histórico contextual propio a la figura del hombre nuevo, según lo enuncia y propagandiza el socialismo. En esa inteligencia hay que partir desde sus comienzos en los círculos vanguardistas de 1917 tras la Revolución de Octubre hasta su simplificación durante el estalinismo con sus imágenes icónicas y extremadamente codificadas gestada  desde los otrora académicos del socialismo realista sintetizada en  un estilo que marcaba en el sujeto una pose casi artística, una apariencia de un ser  osificado y  monolítico.

La expresión “hombre nuevo” no puede sonar más que extemporánea y pasada de moda tras el desplome del Estalinismo y con él de su aparato cultural y propagandistico en el mundo, estructurado desde los Partidos Comunistas esparcidos por el mundo.

Hoy lo cierto y objetivo  es la transformación de esos regímenes a formas sociales, económicas y políticas que no pueden denominarse en propiedad socialismo y con esto, la construcción de la noción de hombre y su sentido en la historia desde otras perspectivas ideológicas emergentes de la sociedad capitalista en crisis , que cultiva la conformación del sentido desde esas apremiantes necesidades de reproducción y los intereses de la clase dominante empeñada en ocultar por todas las vías, su decadencia imperial.

 Es por lo que acabamos de señalar,  que el retorno a la cuestión de la construcción del hombre nuevo luce desafiante a esos propósitos opresivos, y se presenta como una herramienta necesaria para la superación de esta crisis del orden social capitalista que amenaza por barbarie con terminar con el hombre mismo.

 

En ese sentido, recordamos abonando una construcción de conceptos con sentido histórico que, todos los movimientos emancipatorios que han perseguido la abolición de la sociedad de clases han hablado de “un hombre nuevo” en una u otra forma.

Desde esa perspectiva, no cabe esperar de Marx una definición respecto de lo que debe entenderse por hombre nuevo. Eso en cierto sentido abona la coherencia de su discurso, ya que el mismo se centra en el desarrollo de un método de conocimiento y transformación dialéctica de lo existente a partir del fenómeno en sus elementos constitutivos reales. Luego, lejos podría encontrarse una definición del tipo de la lógica formal que encierra la situación en una formulación cerrada y estática a partir de la cual se explican las situaciones actuales y futura.

Desde Marx lo que se perfila con sentido histórico es la referencia puntual de la negatividad, es decir, la descripción de lo que debe fenecer a partir de que existe por desenvolvimiento dialéctico de las contradicciones y tendencias existentes en aquello que se procura comprender.

Es así que Marx deja abierta la superación de esa negatividad, pero no la perfila por el propio sentido del método que utiliza que parte de lo real hacia lo ideal. Solo cabe conjeturar con sentido general un después de la supresión de la producción capitalista. En definitiva, el empleo en nuestra realidad existencial dentro de una sociedad capitalista de la noción de hombre nuevo, es, más que nada, de un orden negativo, y queda limitado, principalmente, a lo que debe desaparecer en el hombre actual y lo que se predica de él desde la ideología de la clase dominante.

Con el propósito enunciado, deben descartarse las opiniones confusas sobre la cultura proletaria, por analogía y antítesis a la burguesa que llevarían a pensarse en que es posible pensar en dos sujetos, el individuo de la sociedad capitalista y sus acciones y el que se desenvuelve en una sociedad de transición como lo es la socialista, en la medida en que se nutren de una comparación extremadamente acrítica entre los destinos históricos del proletariado y la burguesía.

El método banal y puramente liberal de las analogías históricas formales no tiene nada en común con el marxismo. No hay ninguna analogía material entre las órbitas históricas de la burguesía y de la clase obrera.

 

Por consecuencia con ese método, y por las circunstancias históricas mismas , fueron los bolcheviques, como primeros marxistas revolucionarios que  produjeron esa revolución en los hechos y no en los discursos, quienes habían de enfrentar dentro de la tarea específica de  la construcción de una sociedad post-capitalista, quienes desarrollaron el concepto, para indicar que ella no podría desarrollarse sin en forma combinada no gestaba desde sí , el desarrollo de un hombre nuevo, que yacía embrionario y sojuzgado en el antiguo régimen abolido en el acto político de la revolución naciente desde los soviet.

Lenin, en “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo” enuncia este postulado advirtiendo a los apresurados oponentes a los que dirigía ese documento sobre las dificultades en la construcción del socialismo. “Podemos (y debemos) emprender la edificación del socialismo no con un material humano fantástico ni especialmente creado por nosotros, sino con el que nos ha dejado como herencia el capitalismo. Esto es, sin duda, muy “difícil”; pero cualquier otro modo de enfocar el problema es tan poco serio que no merece la pena hablar de ello.» (Lenin [1920]

De manera testimonial dice Víctor Serge en su “Memoria de un revolucionario”, que vistas las dificultades iniciales de la gesta de los soviet, condicionada por múltiples factores en particular los ataques militares que recibía y de los que debía defenderse , que  su “existencia misma  se convertía en una infracción a la ley no escrita del conformismo…..No podía tener ya otra patria sino la revolución rusa, mi razón de vivir era la suya ….Veíamos  en el poder de los sóviets la realización de nuestras aspiraciones ….El ser o el no ser para los hombres de nuestro tiempo es la voluntad o la servidumbre, no  hay sino que escoger . Salimos de la nada, entramos en el dominio de la voluntad…La vida vuelve a empezar de nuevo, a golpes de voluntad, de lucidez, de implacable amor a los hombres …Hemos nacido a la fuerza, no tú y yo que somos muy secundarios, sino todos aquellos a quienes pertenecemos sin que lo sepan …”

Esta incidencia de la voluntad militante, ya en curso en los luchadores por la revolución todos gestados en la sociedad capitalista y desde ella, es puesta de resalto como componente significativo del factor subjetivo imprescindible para la superación dialéctica de una sociedad de clase a otra en tránsito de abolirlas.

 León Trotsky refiriéndose a otro momento de la revolución, en tiempos de la determinación de adoptar una NEP que decide el partido bolchevique, acude al factor subjetivo y a las nuevas generaciones como garantía de que este período no derivase en situaciones de afectación esencial de los objetivos revolucionarios, que luego, sin embargo, y lamentablemente sucedió ahogando la revolución en sí.

Dice Trotsky por aquel entonces y siendo miembro del partido bolchevique que:

Es preciso tener bien en claro una cosa: la esencia de las diferencias y de las dificultades actuales no reside en el hecho que los “secretarios” hayan exagerado la nota en ciertos aspectos y debe llamárseles al orden, sino en que el conjunto del partido se dispone a pasar a una fase histórica más elevada. Es como si la masa de los comunistas dijese a los dirigentes: “Compañeros, vosotros tenéis la experiencia anterior a octubre de la que la mayoría de nosotros carecemos; pero bajo vuestra dirección hemos adquirido después de octubre una gran experiencia, que cada día se vuelve más digna de consideración. Y queremos no sólo ser dirigidos por vosotros sino participar en la dirección del proletariado. Lo queremos no solamente porque es nuestro derecho en cuanto miembro del partido sino también porque es absolutamente necesario para que la clase obrera avance. Sin nuestra experiencia, debida al hecho de estar en la base del partido, experiencia que no debe simplemente ser tenida en cuenta en las esferas dirigentes, sino que debe ser introducida por nosotros mismos en la vida del partido, el aparato dirigente se burocratiza y nosotros, comunistas de base, no nos sentimos suficientemente armados ideológicamente ante los sin partido.”

 

También por entonces, en esas mismas contingencias históricas de desarrollo de la revolución, en forma periférica de lo estrictamente expuesto propagandísticamente por los bolcheviques, desde una corriente artística, el “futurismo”, casi de manera oblicua y en contexto general de una predica general de ruptura con las formas del pasado, hizo un especial  búsqueda por establecer la definición de los perfiles que demandaba la construcción del necesario “hombre nuevo” como objetivo que requiere y debe alcanzar la nueva sociedad.

 

Si nos colocamos frente a ese planteo y  reflexionamos sobre las implicancias culturales del futurismo en general, es interesante ver el tratamiento que recibieron dentro de un sector del partido bolchevique, todos los cuales guardan relación la cuestión.

 En ese sentido dice León Trotsky que “la revolución obrera en Rusia se desencadenó antes de que el futurismo llegara a librarse de sus chiquilinadas, sus chaquetas amarillas y su excesiva vehemencia y se convirtiera en una escuela artística oficialmente reconocida, es decir, políticamente neutralizada y estilísticamente utilizada. La toma del poder por parte del proletariado sorprendió al futurismo aún en la etapa de grupo perseguido. Y de ahí recibió el impulso en dirección de los nuevos señores de la vida, tanto más cuanto los aspectos principales de la percepción futurista del mundo, el dinamismo y la falta de respeto por las viejas normas facilitaron sustancialmente el acercamiento y el contacto con la revolución. Pero el futurismo ha trasladado los rasgos de su procedencia social, la bohemia burguesa a su nuevo estadio de desarrollo…Sin embargo, la insubstancialidad de este llamado se hace evidente en cuanto se lo dirige al proletariado. La clase obrera no necesita ni puede romper con la tradición literaria, ya que en modo alguno está entre sus tenazas. No conoce la vieja literatura en la que aún hoy debe iniciarse, aún tiene que asimilar a Pushkin empaparse de él y por eso mismo superarlo. La ruptura futurista con el pasado es en última instancia una tempestad en el mundillo cerrado de la inteligencia que creció con Pushkin y que es “pasadista” no porque haya sido contagiada por una supersticiosa devoción a las formas del pasado, sino porque en su alma no hay nada que exija formas nuevas. Sencillamente no tiene nada que decir. Repite los viejos sentimientos en palabras apenas renovadas. Los futuristas se han apartado de ella, y han hecho bien. Solo que no hay que convertir la técnica de su apartamiento en una ley de desarrollo universal” (Literatura y Revolución, pág. 287 Ediciones r y r)  

 

Dentro de ese espacio revolucionario inmediato a la toma del poder por los soviet, y el imperativo por ella misma de una completa reestructuración de la vida cotidiana  necesaria para la reestructuración del hombre mismo, el poeta Serguéi Tretiakov escribió

que la propaganda de la forja del hombre nuevo era, en realidad, el único contenido de las obras de los futuristas, quienes, fuera de esa idea orientadora,

se convirtieron invariablemente en equilibristas verbales (…) La brújula del futurismo desde los días de su niñez no fue la creación de nuevos cuadros,

poemas y novelas, sino la producción de un hombre nuevo utilizando el arte como uno de los instrumentos de esa producción.

La muerte de Lenin el 21 de enero de 1924, con el solo efecto de dar una referencia temporal orientadora de un viraje que se vislumbra con el ascenso de Stalin al poder, consolidado en 1934, por el que cambia el rumbo en cuanto se refiere al paradigma de la construcción del hombre nuevo desde el perfil que aporta el arte y la cultura   en la sociedad.

Ya el 23 de abril de 1932 el Comité Central decretó la disolución de todas las agrupaciones artísticas, tras la cual todos los “trabajadores creadores” soviéticos debían ser reunidos en “uniones de creadores” únicas con arreglo al género de su actividad: uniones de escritores, de artistas plásticos, de arquitectos y así sucesivamente.

 El termidor Estalinista, subordinó el arte al didactismo social, eliminando los experimentos artísticos sofisticados para las élites urbanas, que eran descalificados alternativamente como “formalistas”, “pequeñoburgueses”, “decadentes” y “cosmopolitas”.

 Desde la ideología oficial centrada en la teoría del socialismo en un solo país, la posibilidad de construcción de lo que ella entendía por hombre nuevo resultaba cierta y de ineludible factibilidad. Se habla entonces usando la noción de hombre nuevo como forma categorial de «un tipo social que por lo que se refiere a la formación ideológica, la preparación científica y profesional, las cualidades del carácter y los valores morales, los vínculos sociales que mantenía con el medio al que pertenecía y con la sociedad en general, no tenía precedente en el pasado.» Este hombre nuevo no «conocía la fe ni la creencia religiosas; adjudicaba prioridad al interés del colectivo, de la sociedad y de la nación frente a su estrecho interés personal y familiar; no reconocía ni aceptaba relaciones de propiedad privada sino que obraba únicamente en el marco de una igualdad material y económica fundamentada sobre la propiedad de todos; no estaba influido por ninguna suerte de superstición mistificadora sino que se inclinaba tan sólo a una explicación racionalista del mundo apoyada en el pensamiento materialista; un ser solidario, con iniciativa, crítico ante todo lo conservador, inconmovible en la confrontación con los burócratas y enemigos de clase; un “animal político” que adopta como brújula de su vida el criterio político proletario»; y se contraponía al individuo medio de la sociedad occidental, «al que se presuponía imbuido de inclinaciones egoístas, ideológicamente confuso, un ser carente de solidaridad, sometido a una jerarquía social fundada en la diferenciación de clase.» A pesar de todo utopismo, este hombre nuevo socialista no podía surgir de la nada, de ahí la función de los ejemplos que se pretendía actuasen como “héroes positivos”, modelos a imitar por el pueblo soviético. El movimiento stajanovinista, sin ninguna aplicación adicional de la técnica, con la sola fuerza de voluntad de los trabajadores, elevó la productividad del trabajo decenas de veces, es un paradigma de ese modelo

En las antípodas de la realidad, estructurada por el disciplinamiento estatal y, luego derruida por las contingencias objetivas del derrumbe de ese modelo en la faz económica y política esa visión del hombre nuevo es aquella que exhibe la ideología del orden burgués y su apología del individualismo  utilitarista al extremo, nutrido por la construcción del valor justicia como contenido emergente de la auto-propiedad del individuo y la noción de libertad negativa.

El trabajo ideológico desenvuelto por toda la compleja tecnología del nuevo siglo en materia comunicacional e informativa, ha construido un relato con pretensión de verdad en torno a la caducidad de la noción de hombre nuevo como sujeto a construir en razón del agotamiento de la sociedad capitalista y la labor política de superación revolucionaria de su Estado, por vía de la dictadura del proletariado. El retorno a esa construcción en la militancia cotidiana deviene imperativo categórico frente a las ingentes actividades que en sentido inverso se proyectan en la sociedad. La burguesía más temprano que tarde ha comprendido que vaciando a la nada misma la noción de sujeto, le resta a la revolución social toda posibilidad por obstrucción generalizada del indispensable proceso consciente de paso de trabajador en sí a clase trabajadora “para sí”.

La situación no es de difícil determinación, solo basta el hecho volitivo y consciente de estimar al trabajador como ser humano y no como objeto dominado por el fetiche mercantil y los aparatos ideológicos, veremos su relación con el mundo y sus semejantes como una relación humana.

La liberación del trabajador, su emancipación como tal, presupone la libertad de la lucha diría por la subsistencia, implicada necesariamente en una sociedad sin clases, sin ninguna esclavización o alienación emergente de una relación capital-trabajo. Romper el destino económico del hombre trabajador en la sociedad capitalista, es la única posibilidad para construir de modo acabado la realidad del hombre nuevo.