En el día que finaliza el año, Rosario se vio conmocionada por la decisión de un fiscal de quitarse la vida.
Tal vez por la proximidad de trato con el fallecido, que el desempeño de la defensa penal pública de jóvenes me permitió durante años, lo sucedido más allá de la conmoción y el dolor, dio también espacio para poner a la muerte en el centro de pensamientos encontrados por referencia a su negación que no es otra que la vida.
Desde esa perspectiva y sin recaer específicamente en el caso particular pero generado desde el mismo, es necesario decir que el suicidio constituye en ese contexto probablemente la situación que más desarrollo discursivo tiene en el ámbito del pensamiento filosófico, jurídico, religioso y de las ciencias sociales tanto en sí mismos como por la virtualidad de estos espacios del entendimiento para la formación de sentido común.
Es relevante comprender que el resultado muerte en estas circunstancias, está hoy despojado de toda significación ética o moral y todo posible juicio de reproche en ese plano, y se aproxima fuertemente a la pregunta por lo inverso, es decir, por el sentido de la vida.
En un marco de decadencia del orden capitalista para dar toda respuesta atendible a la situación del sujeto que ocupa un lugar de clase en su seno, tiene una vigencia incontestable, la referencia al suicidio como escape de la desesperación asoladora de un existir alienado donde las mercancías adquieren subjetividad y las personas se cosifican
Por tal razón y por fuera de la indagación moral en la acción de quitarse por mano propia la vida , la pregunta pertinente seria aquella que inquiere respecto a ¿Qué clase de sociedad es ésta, en la que se encuentra en el seno de millones de almas, la más profunda soledad; en la que uno puede tener el deseo inexorable de matarse, ¿sin que nadie pueda presentirlo?
Por estos días el triunfador en las últimas elecciones redobla su apuesta ideológica con medidas económicas que tienen su desarrollo desde un pensamiento que centra toda la existencia en el individuo abstracto y considera lo social como una mera sumatoria de esos individuos, todos guiados por el utilitarismo y el espíritu de competencia mercantil.
Desarrollarse en escenarios donde la vida personal se construye desde labores funcionales al poder burgués como puede ser la condición de titular de la acción penal dirigida al castigo punitivo de las personas, da a quién asume esa labor apariencia de un micropoder que en definitiva luce puramente aparente en la medida en que la presión que sufre el sujeto para el cumplimiento eficaz de ese mandato, fogoneada incluso por la competencia con quien desea ese posicionamiento y pugna por él. Dicho, en otros términos, es alguien a quien se le da mucho en el plano de las posibilidades, pero también se le quita mucho en la esfera de las determinaciones libres, altamente condicionadas por su condición de moderno inquisidor. En definitiva, los roles institucionales del poder existen por sí mismo y pueden más que el sujeto llamado a protagonizarlos.
La noticia que nos conmueve nos pone ante la confirmación de la tesis según la cual, lo personal es político, en tanto esto último, lo político subsume todas las relaciones de poder (privadas y públicas), que no se reduce a la política profesional burguesa, ni a la competición mercantil por preservarse o conseguir un lugar funcional en el poder.
No obstante, ello, tal vez lo más importante, sea advertir que el suicidio es el hecho humano con más entidad por el impacto que socialmente produce , para colocar crudamente sobre el tapete la pregunta por el sentido de la existencia, la cuestión de juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida.
La respuesta a estos interrogantes debe buscarse bajo las condiciones específicas de la sociedad capitalista, en la que el suicidio lejos de reducirse a una situación individual es un fenómeno social que se expresa en los distintos casos particulares, pero cuyos fundamentos se vinculan a las características del medio socio-histórico en que se producen.
Por esto último, es posible decir con aproximación a la verdad y desde el plano de la pura opinión, que el “capitalismo está en la base de esa angustia” que motoriza como causa eficiente la decisión de quitarse la vida en tanto, es lo contradictorio y antinatural de la vida moderna signada por, la explotación y la opresión , no sólo en relaciones entre clases particulares, sino en todos los circuitos y figuras del intercambio cotidiano de las personas y sus acciones existenciales. El problema es el régimen social, cuyas miserias no sólo afectan a los más explotados, sino a la sociedad en su conjunto.
En este sentido es posible decir que, la muerte autoinfligida aparece como una vía de escape a diversas formas de opresión, que se expresan en el ámbito privado de la pareja y la familia y también en el contexto del ejercicio de una función pública que obliga a ser prioritariamente funcional , en desmedro de la libertad individual de pensamiento y acción que son específicas para la construcción de personalidad en sentido humano. Tanto las relaciones de la esfera privadas como las laborales forman parte de la cultura y las constricciones propias de la sociedad burguesa. A falta de una alternativa mejor, el suicidio se presenta como el recurso más extremo contra los males de la vida que las relaciones de dominación capitalista acarrean para todos los seres humanos.
Es preciso advertir a partir del hecho que opera el deceso de una persona que nos resulta próxima en nuestro existir y con la que no debemos ningún tipo de mediación , que ese resultado está significativamente motivado por el peso insoportable de determinadas condiciones sociales frente a las que el individuo se siente impotente y abatido, que implican constricciones de carácter moral o material que restringen su horizonte vital y frente a las cuales no avizora otra salida posible que no pase por su propia muerte.
Estamos presenciando huidas desesperadas frente a constricciones de la vida cotidiana que tienen un carácter forzoso, involuntario y se han vuelto intolerables para las personas que las padecen. Esa tendencia puede intensificarse en la medida en que incluso las acciones concretas de gobierno, lleven a las personas a virtuales callejones sin salida .
Se impone desde el dolor por la desaparición física de una persona, y la vinculación de ese resultado con las condiciones materiales de existencia culturalmente opresivas, una mirada crítica de los problemas sociales que acarrea el régimen capitalista y también una propuesta de transformación revolucionaria.
DANIEL PAPALARDO