NUEVO CURSO
Les proponemos una tarea, un ejercicio o como mejor prefiera llamarlo. Les proponemos, por breve espacio de tiempo y lugar se distancie de su habitualidad, de sus convenciones cotidianas, de sus haceres militantes rutinarios o no, de sus “compañerismos” mas cercanos y con esa posición mire, sienta, perciba lo que existe.
Les invitamos a que sobre eso que perciben por los sentidos, continue trabajando en su mente lo que le quedó, como si hubiera colado el café o la yerba en el mate cocido. Con eso que se representa en sus mentes, en esa suerte de cedazo intelectual y comiencen por preguntarse. ¿Esto que es, me incluye? ¿Existe a la vez en mí o es solo la apariencia de los sentidos?
Cuesta encontrar los fundamentos y las razones para una o varias respuestas. Existe un presidente electo, no impuesto, que brega por sostener al infinito una imagen dislocada, proyectada mediáticamente por todas las variantes tecnológicas y un equipo de intelectuales orgánicos a la clase dominante, que piensa, actúa, “trabaja”, trafica con objetivos claros, todos ellos coincidentes en realizar los intereses potenciales de la clase dominante que los ha reclutado hace tiempo para que precisamente hagan eso.
Ellos, los orgánicos son unos sujetos asimilables a una banda de despreciables de los que veíamos cuando niños en las series, o en los propios dibujitos, también generados por otros orgánicos despreciables para conformar nuestro entendimiento vasallo. Eran los malos reflejados en discurso artístico-industrial.
Ellos, los orgánicos. Son lo inverso de la gente de bien, de la que habla el presidente, porque es fácil saber quiénes lo son. Son hombres y mujeres que sortean con esfuerzo las demandas materiales de la existencia con lo que tienen, es decir, sin propiedades sobre medios de producción y con solo su fuerza de trabajo para ofrecer a la venta aceptando en pago un salario.
Si uno está metido en su embudo permanente ideológico lo que ocurre es que nuestro entorno es asimilable a un coro, o mas precisamente una barra futbolera que grita por sus once, aunque estos en la cancha den cuenta de ser derrotados en todas las líneas por el equipo superior.
Estando dentro del embudo ideológico, como barras de tal o cual grupo político, no vemos que en realidad nuestros gritos están en un estadio con miles de personas que están en silencio, no nos acompañan u otros tantos, siempre más que nosotros, gritan por el equipo rival.
Si hacemos el ejercicio de salir del embudo ideológico, podríamos ver cómo nos auto propulsamos en navegaciones al infinito con solo una canoa, que imaginamos transatlántico. Algo de eso es lo que sucede. Los que timonean la canoa con gorra de capitán, aún cuando una ola electoral que se decidieron a subir en mar adentro nos de vuelta y nos bañe de realidad, nos llevan a pensar que todo ha sido exitoso y todo va para adelante porque la ola que viene es aún más grande.
Afuera, mirando desde fuera, puede uno darse cuenta que esa gente que camina por una calle con una bandera y grita, grita, no es una fuerza política de cambio real, sino la realidad del imaginario transatlántico. Afuera, desde afuera, se puede ver que, en las veredas, en los negocios, en la vida misma hay más gente que los que pisan conscientes las calles diciendo:” es para allá”.
Afuera. Desde fuera del embudo, la vida sigue, porque justamente el embudo no nos permitió ver a los de fuera, muchos de ellos, de la clase social por la que hablamos, decimos, razonamos y deseamos representar. En definitiva, nos hemos constituido en abogados querellante, y las víctimas no nos han otorgado el poder para actuar en tal condición.
Será cuestión entonces de ver, que ellos, los otros, los que nunca están en un embudo sino constantemente vigilando nuestros haceres, los malos de los dibujitos o las series, trabajan, militan para los intereses de la burguesía y nos fijan la agenda de aquello de cuanto hablamos, decimos y hacemos.
Afuera esta también esa gente diferente, de la que buscó traducir y exhibir su existencia Hamlet Lima Quintana. La que no le preocupa que dijo “peteco Carabajal” o desmintió su propia familia. Afuera, bastante fuera de nuestros desvelos de embudo, esta el trabajador, que no “llega” a fin de mes o a la semana o a la diaria. El trabajador que traduce su vida en un simple llegar a un sitio que solamente le impone salir nuevamente para luego intentar llegar u otro sitio igual. Una piedra erguida sobre las olas de un mar embravecido que no deja de crecer.
Son esos los que están fuera los que deben importar. En orden a buscar lo importante incluso, sería más importante incluso, salir del embudo y los guapos de cartón o las pretendidas Rosas Luxemburgo del siglo XXI, y aprender de lo visto, para traducirlo en concepto y volver a hermanarnos con los que sí son los sujetos sociales del cambio, los que trabajan.
En el embudo pululan y podrían hacerlo hasta el fin de los días, con el solo artificio de cambiar camaleónicamente de ropaje cada tanto, los «economicistas, reformistas, oportunistas, que no niegan en absoluto la «política», sino que únicamente se desvían a cada paso de la concepción revolucionaria de la política hacia la concepción reformista o el servilismo al populismo bajo pretexto justamente de que hay que prestar oídos al sentir de las bases, a las que realmente no tienen presente ni por referencia. Sus giros, sus discursos, sus acciones, se centran a lo que sucede puertas adentro del parlamento, en los medios de comunicación, en las redes antisociales, de allí que sus productos políticos dejan de lado todo trabajo educativo, paciente, propagandístico en las masas de trabajadores limitándose a mostrarle a los propios trabajadores que se cercenan sus derechos sin explicarle en realidad que eso que se dice ventajoso es solo una de las tantas expresiones de la opresión capitalista. Por eso, porque no se vence en ningún caso el discurso mínimo del economicismo, se desdeña el socialismo, se defiende las ficciones del capitalismo en sí, es que queda claro que esas operaciones no salen del embudo. Nadie está predispuesto a que le cuenten lo que le pasa, lo que pretende al buscar ser oído, es que le digan cómo se sale, y con eso, por qué luchar.
La socialdemocracia dirige la lucha de la clase obrera no sólo para conseguir ventajosas condiciones de venta de la fuerza de trabajo, sino para destruir el régimen social que obliga a los desposeídos a venderse a los ricos. La socialdemocracia representa a la clase obrera en sus relaciones no sólo con un grupo determinado de patronos, sino con todas las clases de la sociedad contemporánea, con el Estado como fuerza política organizada. Se comprende, por tanto, que, lejos de poder limitarse a la lucha económica, los socialdemócratas no pueden ni admitir que la organización de denuncias económicas constituya su actividad predominante. Debemos emprender una intensa labor de educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia política. Lenin “Que hacer”, cap. III