NUEVO CURSO
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El pasado 25 de enero de 2024, en el clamor de la movilización obrera contra el programa de gobierno del poder burgués, se produjo un hecho de corte propagandístico e ideológico que no tuvo mayor significación, pero que con el correr de los días, hacia el interior de la militancia, deja cierta repercusión que solo tiene por propósito mejorar la posición agónica que viene exhibiendo el FITU en el desarrollo de la lucha de clases producto de su fracaso electoral . Es así que aprovechando las fechas se trajo a cuento un nuevo aniversario del fallecimiento de Nahuel Moreno ocurrido el 25 de enero de 1987.
En días posteriores al 24 de enero , se suceden en las redes y sitios oficiales la exhibición de fotografías de Moreno y exaltaciones de su figura, al borde de ubicarlo paradójicamente como una suerte de Lenin argentino.
Por esta razón , entendemos necesario, desde “nuevo curso”, tomar la tarea de intervenir en esa maniobra para desnudarla por la simple vía de mostrar los hechos, y los pareceres que Moreno y sus organizaciones produjeron durante la segunda mitad del siglo XX hasta su fallecimiento
Para no ir más lejos en el tiempo, aunque habría motivos para hacerlo, es posible partir desde 1972 para tomar una muestra inicial del personaje en cuestión y sus organizaciones devenidas en el tiempo según cada viraje que se estimara de lugar.
El revisionismo en el trotskismo: la disolución del PRT-La Verdad (1972)
Hace pocas semanas, una organización que decía pertenecer a las filas del trotskismo resolvió disolverse, una vez más, en un agrupamiento centrista sobreviviente del viejo oportunismo socialdemócrata. Nos referimos al PRT (La Verdad) que, luego de fracasar en sus intentos con el Partido Socialista de Selser (integrante de La Hora del Pueblo) terminó disolviéndose en el de Coral. Si hasta ahora polemizábamos con militantes y con una organización que decía defender el programa del trotskismo y de la 4a. Internacional, hoy debemos hacerlo con tránsfugas declarados del trotskismo que renuncian, hasta de palabra, al bolchevismo, al programa de transición y a la revolución permanente.
El paso dado por el morenismo entronca con los planteos estratégicos de toda su historia y con su trayectoria correspondiente: su oposición sistemática a construir el partido revolucionario y la búsqueda desesperada de un sustituto de éste, ya sea en el centrismo, ya sea en el nacionalismo burgués, ya sea en la burocracia sindical. En esta oportunidad, el more- nismo lanzó su “gran” consigna: “la formación del partido centrista de izquierda legal (es) nuestro principal objetivo político-organizativo en el actual momento”. “Sabemos concientemente que esa organización (la centrista de izquierda legal) es lo opuesto de una proletaria bolchevique…” (1954, año clave del peronismo, pág. 31, reedición especial, setiembre 1971).
Esta confesión es reveladora de que estamos en presencia de tránsfugas que han aban- donado el marxismo revolucionario, el bolchevismo, para reivindicar “una tradición de casi ochenta años” … del Partido Socialista Argentino. (“Avanzada Socialista” No 1).
El morenismo ha querido ocultar el hecho incuestionable de su disolución en el centrismo sosteniendo que guarda dentro de él su cohesión organizativa. El morenismo pretende vender el fetiche del «aparato» para justificar su feroz capitulación.
El marxismo revolucionario siempre hizo lo contrario: la independencia política fue el centro de su combate contra todas las corrientes oportunistas. El partido revolucionario es por sobre todo su programa, el programa de transición. El morenismo ha proclamado que «su objetivo político-organizativo» es el centrismo, lo opuesto al bolchevismo proletario.
El morenismo es una de las principales corrientes centristas tradicionales que transita por el país disfrazado ante los trabajadores como grupo seguidor de Trotsky esto aun cuando el que fuera su principal dirigente tuviera la ocurrencia , centrista y oportunista de revistar las tesis del programa de fundación de esa organización generada por Trotsky y que entre otras cosas le costara ser víctima de un atentado Stalinista que termino con su vida .
En la actualidad, tres de las cuatro organizaciones que hegemonizan el agonizante FITU se dicen en algún sentido, con mayor o menor intensidad herederas de Moreno, reconociendo su origen en la diáspora implosiva que se produjo dentro del MOVIMIENTO AL SOCIALISMO , que fue la última organización que generó y dirigió como Secretario General, este personaje de la decadente política sudamericana.
Durante los años ‘80, Moreno y el morenismo insistieron en caracterizar la situación en Argentina como revolucionaria, pero sin embargo su política nunca fue coherente con esta caracterización.
Entre 1982 y 1983 se vivía en Argentina, un período de ascenso de masas, que hacía evidente el declive del régimen militar, mayormente generado por la derrota militar y política en Malvinas. Cercado por las movilizaciones, la dictadura genocida abre la posibilidad de legalización de los partidos políticos en acuerdo con la llamada Multipartidaria que nucleaba a todos los partidos patronales tradicionales.
En ese contexto, el entonces proscripto y reputado como organización subersiva: PST – LIT, proclamaba “la revolución socialista está en marcha”, termino a instancias de Moreno , introduciendo un viraje oportunista, definiendo que la participación en las elecciones convocadas pasaba a ser su objetivo principal. Por ello y tal como el resto de los partidos que declaraban tener como su sujeto político a la clase trabajadora , hizo de las elecciones el eje de toda su política.
Para poner en práctica esa línea electoralista, el PST se disuelve en una nueva organización. Una organización abierta “socialdemócrata ”, con un carácter de frente aglutinante de todos aquellos que se reivindicaban así.
De esta forma nació el Movimiento al Socialismo (MAS). Desde años atrás, el PST llamaba a todos los “socialistas” a unirse en un solo partido y hasta Felipe Gonzáles fue invocado como posible coadyuvante de ese proceso. De hecho el MAS comenzó a publicar su semanario “Solidaridad Socialista” (con el mismo logo que el movimiento “Solidaridad” de Walesa), buscando convencer a figuras socialdemócratas para sumarse a la unidad de los “socialistas”.
El Primero de Mayo de 1983, el MAS publica su manifiesto programático. “Conquistemos nuestra Segunda Independencia”, y hablaba de “…una nueva gesta independentista. Igual que la primera, la de San Martín, Bolívar y Artigas…”, y de “un frente internacional de deudores” para “suspender el pago de la deuda externa”.
En cambio, no planteaba la expropiación de la burguesía, ni la destrucción del Estado burgués para reemplazarlo por la dictadura del proletariado.
Coincide con los reformistas en reclamar un estado burgués “independiente” del imperialismo. Se suma a la campaña impulsada por Castro, que no llama a desconocer la deuda externa, sino a exigir su suspensión temporal.
Esas eran las consignas que el MAS levantaba para una “Argentina Socialista”, y no las demandas transicionales anticapitalistas del programa de transición. Un socialismo al que no se avanzaría luchando por el programa revolucionario del trotskismo, sino por demandas economicista y políticamente reformistas.
En el plano internacional se convierte en ferviente partidario de la política del FMLN, de los ayatolas iraníes, y promotor de la fusión de los estados estalinistas ruso y chino.
En octubre de 1983 es elegido Alfonsín, En esas elecciones, el MAS y su política electorera cosechan un descomunal fracaso, que en gran medida es asimilable a la opción electoralera del FITU con Myriam Bregman a la cabeza de un modelo de disidencia en el régimen y nunca superadora de ese orden capitalista que lejos de captar la rebeldía de los jóvenes le ocasionó su repulsa.
En los ochenta el metamorfoseado PST -MAS exhibió una caracterización de la situación política que no refleja la realidad. Sin poder dual en ciernes, sin que el morenismo dirija a sectores de las masas, y con semejante orfandad electoral, el MAS y la LIT no dudarán en calificar al nuevo gobierno del burgués Alfonsín de “kerenskista”, asimilándolo a las circunstancias revolucionarias vividas durante 1917 en Rusia.
El fracaso electoral del MAS también se extendió a su condición orgánica, pues las dimensiones del partido no se diferenciaban mayormente de las del primigenio PST. Siendo así, recuperar la identidad “trotskista” fue sencillo, no constituyó un problema, pero la política llevada adelante continuó sin serlo. En las nuevas elecciones de 1985, el MAS no presentó sus propias candidaturas, sino que formó con el PC estalinista y con burócratas y dirigentes peronistas, el FREPU. El programa de este Frente sólo planteaba realizar reformas al Estado, como nacionalizaciones sin expropiación, una reforma agraria mediatizada y una moratoria de la deuda externa durante algunos pocos años. Uno de sus lemas era “Democracia con Justicia Social”. Es decir, un programa típico del nacionalismo burgués y del reformismo, para una alianza encabezada por candidatos peronistas.
En 1987, cuando el gobierno de Alfonsín se vio amenazado por el golpismo, recurrió al apoyo de todos los partidos burgueses y pro-burgueses, mediante la firma de “actas democráticas”. En estas actas se defendía al estado burgués y eran una reedición de los acuerdos firmados en 1974 por Perón y la oposición, incluyendo al PST.
El MAS firmó algunas de estas actas a nivel provincial, pero finalmente no el Acta nacional. De esta forma el frente con el reformismo y el nacionalismo se deshizo, pero sólo para volver un año más tarde con el nombre de Izquierda Unida.
Mientras tanto, una reunión del Comité Ejecutivo Internacional de la LIT, en abril de 1988, se reafirmaba en que “Argentina era el eje central de la revolución mundial”.
Este era, obviamente, un diagnóstico sobredimensionado y nacional-trotskista. Ni en Argentina, ni en gran parte de América Latina, los ascensos de masas de finales de los años 80 tuvieron la envergadura de los de la década anterior, o de los que ocurrían en otros lugares del mundo.
El exitismo, el análisis ultra-optimista, ha sido uno de los rasgos del morenismo desde aquella época, simultáneamente al oportunismo electorero. La fraseología ultra-revolucionaria cubría así su política oportunista.
Para la LIT-Moreno, el mundo en los 80 estaba en una situación revolucionaria y mientras tanto su corriente aplicaba una política oportunista electoralera en Argentina.
El morenismo defendía que desde 1943 se experimentaba una “colosal revolución socialista a escala mundial”, con “grandes triunfos revolucionarios”. Esa era la evaluación que el morenismo hacía de las décadas de creación de los estados estalinistas, de los gobiernos nacionalistas burgueses reaccionarios y de los brutales aplastamientos de los ascensos de masas por el imperialismo y las burguesías semicoloniales
A pesar de todas esas teorizaciones que deberían haber implicado una política obrera revolucionaria, el 3er. Congreso del MAS sostiene sin embargo, en junio de 1988, que “revolución anticapitalista y democrática” se estaría produciendo en Argentina. Por lo tanto, en octubre, el MAS vuelve a levantar otro frente político con el PC: Izquierda Unida. El programa de IU no habla de gobierno obrero, de consejos obreros, ni de socialismo. Tampoco de expropiación sin pago, control obrero, ni siquiera de escala móvil de salarios; pero sí de “política exterior independiente” y de “segunda independencia latinoamericana”, y a pesar de ello, la LIT lo califica de “programa obrero, antiimperialista y anticapitalista”.
El candidato presidencial de IU era Néstor Vicente, un izquierdista burgués con larga trayectoria en tales partidos, que hizo su campaña en base a sostener reiteradamente que había que afirmar y democratizar el Estado burgués. Cuando en enero de 1989 uno de los restos del PRT , el grupo TODOS POR LA PATRIA asaltó el cuartel militar de La Tablada y fueron derrotados, con fusilamientos y desaparecidos en presencia de Alfonsín , Vicente no cejó de equiparar y denunciar por igual a ambos bandos de esa contienda, a los militares y a los guerrilleros, reinstalando fácticamente la teoría de los dos demonios y repudiando con ello la acción política- militar del grupo derrotado y masacrado sin discriminar en los métodos de guerra antisubersiva.
Izquierda Unida no fue empero un caso argentino aislado. Estas alianzas frentepopulistas se constituyeron también en otros países sudamericanos, siempre con el objetivo de “profundizar la democracia”.
En mayo de 1989, desde el peronismo Menem obtiene una aplastante victoria electoral. A fin de mes ocurre en Rosario un desborde de masas, que saquean, destruyen comercios, y se enfrentan a la represión.
El espontaneísmo de la LIT califica esto de “insurrección popular victoriosa”, y determina que en Argentina, “la revolución socialista ha empezado”. Otra vez la LIT inventa un “Kerenski”, que en esta oportunidad sería Menem. Para la LIT, la toma del poder por el MAS era inminente
Ese mismo año, la Conferencia Mundial de la LIT aprueba el documento “La Situación Mundial”, en el que afirma que “el ascenso revolucionario mundial es tan poderoso, que el frente contrarrevolucionario mundial está fracasando. Ya está en crisis económica, política y militar.”
Esto se escribía nada menos que luego de una década de derrotas, como la de la revolución política en Polonia, la de los mineros británicos en 1985 o la consolidación de la política imperialista en Centroamérica. En la misma línea de abierta contradicción entre análisis y práctica, ya a inicios de la década el morenismo se había revelado como el campeón del apoyo a la dirección reaccionaria de Solidaridad en Polonia. La consigna agitada fue “Todo el poder a Solidaridad”.
En su búsqueda oportunista de sustitutos al partido revolucionario trotskista, la LIT cortejó especialmente a un ala restauracionista como “Solidaridad Combatiente”, y calificó de “Trotski ante” al pro-burgués Partido Socialista Polaco por la Revolución Democrática (PSP-RD), que reivindicaba al viejo PSP socialdemócrata.
Todo su análisis ultraizquierdista no impediría a la LIT sin embargo militar a favor de la reunificación burguesa de Alemania. Al mismo tiempo, en 1990, el Comité Ejecutivo Internacional de la LIT sostenía que en la URSS y Europa del Este, los trabajadores “pronto van a estar en capacidad de imponer su poder”, y su Congreso Mundial de mayo proclamaba “la hora del trotskismo ha llegado”
. Al año siguiente (agosto 1991) la dirección morenista considera al movimiento reaccionario de Yeltsin “un gran triunfo revolucionario”; el mismo Yeltsin que dirige la restauración del capitalismo y que meses más tarde, en el Año Nuevo de 1992, lanzaría un aplastante “shock” económico contra las masas. Toda su ilimitada confianza en el proceso objetivo de las masas, su espontanéismo y su visión ultra-exitista de los acontecimientos, sólo llevaron a la LIT a capitular ante cualquier dirección ajena a los objetivos de la revolución política antiburocrática y a los objetivos revolucionarios del proletariado internacional.
Por fuera de ese sinuoso recorrido errático , lo relevante mas allá de la apariencia es la concepción que arrastraba Nahuel Moreno a lo largo de su trayectoria, según la cuál la revolución proletaria requiere de la creación de un gran partido centrista legalizado, finalmente cristaliza en la teoría del FUR.
Por propia definición el morenismo entiende el FUR como “una etapa transitoria hacia el partido revolucionario de masas”. Una etapa de “acuerdos organizativos-programáticos” para la construcción de partidos revolucionarios de masas que “puede que no sean trotskistas o donde los trotskistas no tengan la mayoría”, pero que “van a ser organizaciones semi-trotskistas que pueden evolucionar hacia el trotskismo”.
En resumen, el morenismo plantea la liquidación estratégica – programática y orgánica – de los trotskistas, en un partido consensuado con el centrismo y el reformismo radical.
El FUR no es una táctica de frente único de clase, donde los revolucionarios mantienen su independencia programática y orgánica, ni es tampoco un partido con un programa revolucionario. Es una particular estrategia de capitulación que ya en los años 1960 y 1970 el morenismo había practicado con su orientación hacia el castrismo, hacia el nacionalismo pequeñoburgues y hacia diversos reformismos. La adaptación oportunista a fuerzas ajenas a la revolución proletaria fue siempre una característica morenista, que drena evidencia actual en el apoyo abierto del “Pollo” Sobrero de Izquierda Socialista en el FITU , a la candidatura de Massa porque viene el Fascismo.
Algunos casos latinoamericanos fueron ilustrativos del “frente único revolucionario”. En Colombia, la tendencia sindical “A Luchar”, dirigida por el castrismo, fue calificada por Moreno como el “frente sindical revolucionario más acabado y estructurado”. El Congreso Mundial de la LIT, en 1985, determinó que el PST colombiano debía dejar de publicar su prensa y cerrar su local central, con el fin de transformar “A Luchar” en partido revolucionario. Sin embargo las organizaciones guerrilleristas que dirigían esta corriente sindical no lo permitieron, a pesar de todas las ilusiones que la LIT había sembrado en ellas. En México, el morenismo se fusiona con una organización a la que califica de “centrista de izquierda”, para organizar el Partido Obrero Socialista – Zapatista (POS – Z). Nada sorprendente este nuevo zapatismo si en el pasado el morenismo fue peronista en Argentina y sandinista en Nicaragua.
En Argentina, por los mismos años 1980, Moreno sostenía que las listas sindicales en que participaban el MAS, con militantes del PC, del peronismo y de otro partido burgués como el Intransigente, eran el embrión hacia un partido revolucionario de masas.
En Bolivia consideraron FUR a la dirección de la confederación campesina CSUTCB. Cuando esta cúpula sindical proyectó organizar un “partido indio”, el morenismo la apoyó e incluso editó su órgano “Pututu”; pero ya entre 1978 y 1980 el morenismo había sido sucesivamente entusiasta de las organizaciones estalinista, socialdemócrata y nacionalista de Motete Zamora, Marcelo Quiroga y Lechín Oquendo. En 1983 todavía reivindicaba el programa reformista de Quiroga y más adelante llamó a crear un partido de quienes estuvieran “por un gobierno de la COB”, es decir de la burocracia reformista.
La teoría del FUR llegó como una condensación de la trayectoria oportunista del morenismo. Esta empezó con su militancia de los años 1950 “bajo la disciplina del General Perón” (como proclamaba su periódico Palabra Obrera), compromiso justificado por su caracterización del peronismo como “frente único anti-yanki”; continuó con su afiliación al Secretariado Unificado pablista y sus veleidades pro-maoístas y pro-foquistas de los años 1960; prosiguió en los 1970 con la negativa a caracterizar como frentes populares a la Unidad Popular chilena o al Frente Amplio uruguayo, a fin de insertarse en ellos; y llegó a los 1980 con la cadena de oportunismos ya descritos en este documento.
Sin embargo, éstas no serán todas las capitulaciones lideradas por Moreno. En sus últimos años, mientras Moreno identificaba “direcciones independientes” con las que había que unificarse, descubría también “naciones independientes” – como Libia o Nicaragua – que jugaban un rol progresivo particular por su enfrentamiento con el imperialismo. Es decir que ciertas burguesías, a fin de cuentas, podían reemplazar al proletariado en su misión revolucionaria histórica. Y más aún, los revolucionarios no debían detenerse ni siquiera ante la posibilidad de practicar un bloque militar con un bando imperialista: Moreno había llegado a la conclusión de que los trotskistas tenían que haber luchado codo a codo con los imperialismos “democráticos” durante la Segunda Guerra Mundial. Nuevas teorías revisionistas venían así a reconfirmar la pulverización de la política de independencia de clase y de la política de construcción del partido obrero revolucionario, por el oportunismo morenista.