Nuevo Curso

Tambor imperial. «El llanto de mi padre en la mesa de cocina». Algo por lo que seguir adelante.

Nos llenan de fuegos artificiales diciéndonos que vamos  hacia una nueva Argentina en un camino que hace inevitable la emergencia de presuntos encontronazos entre sectores de la propia burguesía, cuando en verdad es “camuflaje” ya que en ningún caso está de por medio el dominio de esa clase sobre los trabajadores sino la mejor manera de hacer posible esa relación de sometimiento  .

La literatura, más temprano que tarde viene a relatar los indicios de lo presuntamente permanente en las sociedades de clase, con dominadores y dominados; explotadores y explotados.

Siguiendo esa idea, nos pareció relevante rescatar un fragmento de la novela “Botas de lluvia suecas” escrita por Henning Mankell, dándole autonomía con referencia al texto en sí para marcar un significante prioritario en nuestro dramático existir.

Con ese fin , le dimos título con propias palabras del autor , y a partir de él, en tanto relato, buscamos  traer a cuento lo imperativo y necesario para quienes viven de su fuerza de trabajo y reciben un salario.

…..”En una ocasión mi padre volvió a casa demasiado pronto. Al entrar en la cocina se tambaleaba. Estaba furioso y desesperado. La ira la traía en cara, como una máscara, donde cada músculo parecía haberse quedado congelado en un espsmo. La desesperación se reflejaba en sus ojos. Yo tendría unos diez años cuando aquello sucedió. Mi madre cerró la puerta de la cocina , pero dejó un resquicio abierto. He comprendido después que ella lo hizo para que yo pudiera escuchar lo que se  decía allí adentro, quizá también para que viera cómo una persona podía llegar a sentirse tan destrozada como mi padre e y , al mismo tiempo , ser receptivo al consuelo y conseguir levantarse una vez más de su humillación.

Yo no veía mucho por la rendija de la puerta. Pero oía claramente lo que se decía.

Lo que había ocurrido era que mi padre se había peleado con el dueño del restaurante donde trabajaba . La reconciliación había sido imposible. Mi padre había sido despedido en la cocina del restaurante. El había rirado al suelo su paño de camarero y había salido. El dueño lo había seguido hasta la calle. En un arrebato de ira se insultaron hasta que no les quedaron más palabras, solo gemidos, suspieros, quizá , a final, apenas algún gruñido impotente. Llovía. Habían estado allí como dos perros empapados.

Era una situación que se repetía  con frecuencia : mi padre sentado a la mesa de la cocina, quejándose, y mi madre haciéndole recuperar poco a poco la confianza en el género humano y, sobre todo, en sí mismo. Pero justo aquella tarde, el dijo algo que rompía su queja reiterada y su discuso sobre las continuas humillaciones a las que lo sometían.

Al parecer, durante el día, cuando había poco trabajo en el restaurante, mi padre había estado hojeando una revista que había quedado olvidad en una mesa. Allí había leído que un emperador chino, hacía mucho tiempo, había ordenado colocar un gran tambor en la entrada del palacio. Cualquiera podía detenerse allí, dar unos golpes fuertes y, después, exponer su queja a un sirviente, que inmediatamente se la transmitiría al emperador . Todos podían transmitir su queja sin correr el riesgo de sufrir la ira imperial.

-En ningún lugar existen esos tambores, se quejaba mi padre- En ninguna parte puedes llegar, con unos golpes de tambor, hasta alguien que escuche todas las injusticias que tienes que soportar.

Mi padre de alguna manera, deseaba  vivir en un mundo diferente , más razonable , donde el tambor fuera el signo de una justicia que incluyera a todos.”…

Siempre dentro de la búsqueda de lo real por vía simbólica, existe  también una descripción poética  relativa a  cuanto debemos soportar en estos tiempos,  que obliga a pensar que este ahora no es nuevo sino una continuidad despojante de humanidad que no cesa de desatarse sobre la clase trabajadora .

El poeta José García en la primer parte del tango Camuflaje, dice en ese sentido que:

Hoy en día todo es grupo, disfrazado de verdad,
y una sarta de mentiras ha invadido la ciudad.
Cualquier gato con tarjeta se las da de gran señor
y los chorros se dan cita en el campo del honor.
El que ayer viste en tranvía, en colectivo o de a pie,
hoy maneja coche nuevo sin saber cómo y por qué
y la que vistes fregando con modesto delantal,
hoy te engrupe que es artista en el cine nacional.


Camuflaje, apariencias engañosas que no dejan ver las cosas como son en realidad.

Martingalas, de tahúres de la vida que escabullen la partida con genial habilidad.

Camuflaje, emboscada traicionera en donde cae cualquiera con fatal ingenuidad.

Artimañas que al nacer ya nacen muertas, porque quedan descubiertas con la luz de la verdad.

Por esto que tan descriptivamente señala José García, y sabiendo que la verdad siempre es provisional y cambiante, se nos  impone poner en el centro alobrero desposeído obligado a conseguir en el mercado un comprador para la única mercancía con la que cuenta; su fuerza de trabajo

Es necesario situar la falta de ocupación en un lugar de centralidad. En el capitalismo, si hay algo peor que ser explotado es, precisamente, no serlo. Para todos aquellos que no poseen tierras, herramientas ni medios propios de subsistencia, la vida sin salario resulta una verdadera calamidad.

Es necesaria una lucha concentrada en la agitación y propaganda contra a la política de los capitalistas, tendiente a hacer recaer sobre los trabajadores todo el fardo de la crisis, del desorden de los sistemas monetarios y demás calamidades de la agonía capitalista. Reivindica el derecho al trabajo y una existencia digna para todos.

“Ni la inflación ni la estabilización monetaria pueden servir de consignas al proletariado porque son las dos caras de una misma moneda. Contra la carestía de la vida que se acentuará cada vez más, sólo es posible luchar con una consigna: la escala móvil de los salarios. Los contratos colectivos de trabajo deben asegurar el aumento automático de los salarios correlativamente con la elevación del precio de los artículos de consumo.

Bajo pena de entregarse voluntariamente a la degeneración, el proletariado no puede tolerar la transformación de una multitud creciente de obreros en desocupados crónicos, en menesterosos que viven de las migajas de una sociedad en descomposición. El derecho al trabajo es el único derecho que tiene el obrero en una sociedad fundada sobre la explotación. No obstante se le quita ese derecho a cada instante. Contra la desocupación, tanto de “estructura” como de “coyuntura” es preciso lanzar la consigna de la escala móvil de las horas de trabajo. Los sindicatos y otras organizaciones de masas deben ligar a aquellos que tienen trabajo con los que carecen de él, por medio de los compromisos mutuos de la solidaridad. El trabajo existente es repartido entre todas las manos obreras existentes y es así como se determina la duración de la semana de trabajo. El salario, con un mínimo estrictamente asegurado sigue el movimiento de los precios. No es posible aceptar ningún otro programa para el actual período de transición.

Los propietarios y sus abogados demostrarán “la imposibilidad de realizar” estas reivindicaciones. Los capitalistas de menor cuantía, sobre todo aquellos que marchan a la ruina, invocarán además sus libros de contabilidad. Los obreros rechazarán categóricamente esos argumentos y esas referencias. No se trata aquí del choque “normal” de intereses materiales opuestos. Se trata de preservar al proletariado de la decadencia, de la desmoralización y de la ruina. Se trata de la vida y de la muerte de la única clase creadora y progresiva y, por eso mismo, del porvenir de la humanidad. Si el capitalismo es incapaz de satisfacer las reivindicaciones que surgen infaliblemente de los males por él mismo engendrados, no le queda otra que morir. La “posibilidad” o la “imposibilidad” de realizar las reivindicaciones es, en el caso presente, una cuestión de relación de fuerzas que sólo puede ser resuelta por la lucha. Sobre la base de esta lucha, cualesquiera que sean los éxitos prácticos inmediatos, los obreros comprenderán, en la mejor forma, la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista.” (La agonía del capitalismo y las tareas de la IV internacional)

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