La calle muestra su insuficiencia organizativa y programática, sustituida por el aparato partidario. La burguesía llama a conformar la Unidad Nacional
El culto de la imagen, y su carácter de elemento necesario para el montaje de la apariencia sobre lo real , desafiando todo intento de conocimiento certero de un fenómeno social constantemente mutante , como el que atravesamos en nuestro país los trabajadores, marcado por constantes operaciones que buscan a formación de sentido sobre lo existencial sin que ello tenga el apego necesario con lo concreto, desde hace tiempo viene seduciendo, enamorando, captando, a todo el formato de la militancia de las organizaciones que implican en su hacer cotidiano, una versión por izquierda de la república burguesa.
Ayer, 1 de marzo de 2024, se montó una estrategia publicitaria, propagandística, de imágenes por el gobierno nacional, con complicidad de los presuntamente belicosos gobernadores, para que el “otrora gatito mimoso” del poder burgués hiciera uso de ese recurso de culto de la apariencia.
Esta vez, como se dice en la jerga del derecho penal, lo hizo con nocturnidad, y en oposición al mensaje que vertió al asumir el mando, cambió la forma, pero no la esencia de esa intervención. Lejos de estar a espaldas del parlamento lo hizo desde el riñón mismo de ese poder de la república burguesa, llamando a un pacto que no es pacto, sino la reiterada herramienta de la unidad nacional, de la que se sabe no es otra cosa que la unidad de los distintos sectores de la burguesía , para fortalecer el Estado -nación en esa lógica de intereses concretos, buscando despejar obstáculos en su reproducción material, sentando descaradamente el dominio de clase sin mediación alguna de instancias culturales simbólicas amparadas en “la patria” u otro semejante.
Con esta operación, le dijo claramente a la Dra. Fernández, que su documento de días anteriores tiene en el mejor de los casos que engancharse al tren del sector del capital financiero que opera la gestión del poder burgués, si no quiere quedar en el espacio de los marginales.
Lo cierto es que la escena de imágenes, parece haber ganado la apuesta, porque contó incluso con la presencia de parlamentarios del FITU, que buscó salvar el oprobio de integrar “el nido de ratas” con la presencia de su militancia, en otro ejercicio vano de su estética aparatista que no es más que otra versión de la venta de imágenes para la tribuna que la puede llegar a ver por Tv.
Sin embargo, la escena montada por el FITU, las cacerolas no espontáneas, sin otro programa que la simple negatividad, agregada a los saltos de molinetes injuriando a los luchadores chilenos que le dieron existencia concreta y no simbólica, no solo no cumple su objetivo de dar protesta, sino que lleva al desgaste y a la inoperancia en la tarea de la clase trabajadora de construir su vanguardia para desalojar al poder burgués y construir el poder obrero con programa socialista.
Hay que comprender que, si se fijan días para saltar molinetes en capital federal, lo único que se dice es que los trabajadores por sí mismo no lo hacen espontáneamente y no ven en esa actitud la salida de sus acuciantes problemas. Mucho más si se tiene presente que en el resto del país no hay molinetes y los medios de transporte aumentaron exponencialmente los precios de los viajes, urbanos, interurbanos o interprovinciales.
En esta misma semana un medio de difusión, dio a conocer un dato de un trabajo de investigación social que arrojó el siguiente cuadro
Se puede advertir sin mayor esfuerzo, que la insistencia de buscar colocar a una diputada como referente de la resistencia, por vía de actividades públicas, intervenciones en el nido de ratas, o reportajes diversos, no mueve sus agujas, ya que sigue contando con el mismo caudal de seguidores que en ocasión de la farsa electoral que “hoy denuncia como fraude” pero de la que participó como miembro de la cooperativa electoral FITU en todas sus instancias, y por la que terminaron llamando a votar directa o indirectamente por el luchador antifascista Sergio Massa.
Todo lo dicho, que no es una simple narración de lo que ocurrió, y ocurre en la realidad, mientras el país se riega de despidos, suspensiones patronales e incremento de los precios todos generadores de mayor pobreza y miseria para los trabajadores, nos ubica en la necesidad de pensar y hacer la militancia de otra manera. No por invención mágica, sino por recurrencia a las enseñanzas de la propia historia del movimiento obrero argentino.
Desde el fenómeno en sí, o luego con la trampa de las ilusiones democráticas a la fecha, se escribieron y vendieron infinidad de textos “analizando” el fenómeno social de las huelgas de junio y julio de 1975 protagonizadas por la clase trabajadora argentina. Sin embargo, el edulcorado u omisión explicita de todos los factores de esa gesta, en particular lo que tuvo que ver con el llamado Villazo, ha permitido que hoy los jóvenes trabajadores no recepten enseñanza alguna de la misma. Cuando todo se viste de apariencia, lo real y concreto de un esfuerzo mayúsculo de la clase revolucionaria que solo pudo ser superado por la militarización del país, requiere ser tomado en cuenta para buscar otro curso de acción frente al nuevo gran acuerdo nacional con formato de capitalismo siglo XXI.
La revolución socialista es la palabra que no se pronuncia. Su referencia es omitida, sencillamente porque ella, es central para pensar la transformación social. Simboliza el rechazo intransigente al estado de cosas establecido y el compromiso con la estructuración de un orden social y político distinto, sin explotadores ni explotados.
Estigmatizada por los revisionistas y oportunistas, mentores de la banalización del término socialismo , la revolución socialista supone sin embargo y en sí misma considerada, un cambio radical de la sociedad en tanto en los hechos se trata de superar el valor considerado como una abstracción de la riqueza social y el sistema impersonal de apropiación y acumulación de riquezas por una pequeña minoría de la sociedad a partir de la explotación del trabajo y las muchas opresiones heredadas de sociedades precapitalistas (patriarcado, racismo, castas…) que fueron redefinidas por el capitalismo.
La revolución socialista remite a un hecho político de toma de poder y a la vez la construcción de una nueva sociedad en el tiempo con un régimen transicional de dictadura proletaria. Como fenómeno político, como hecho social en sí, se concentra en el problema conceptual relativo al posicionamiento de la militancia revolucionaria frente al Estado
El problema del Estado, es arduo y delicado. Es una cuestión importante como para eludirla y urgente como para postergarla ya que, fue esencialmente a propósito de ese problema, que después de 1917 se produjo la separación definitiva e irreconciliable entre revolucionarios y reformistas que estaba ya planteada y diseñada como tendencia principal con anterioridad a la revolución rusa, desde la fundación de la III internacional.
El tema tomo relevancia con Stalin al desarrollar la teoría del socialismo en un solo país que impuso necesariamente un endiosamiento del Estado sacralizando la administración y el aparato político, al que habilitaba a intervenir en la vida privada en nombre de sus dogmas reduciendo la vida civil como servidora de la vida política sometida a la religión del Estado. En definitiva, el sometimiento del individuo al Estado policial, la desaparición de las libertades y garantías personales democráticas.
El stalinismo fue producto de las condiciones particulares de la revolución rusa y expresó de manera deformada el proceso de industrialización de la Unión Soviética con sometimiento de la sociedad civil al Estado como aparato impuesto por sobre la misma, es decir, la dominación de la casta burocrática sobre lo que en sus orígenes fue un gobierno obrero y campesino estructurado en poder de los soviets, al que esta burocracia sustituyó por la dirección del partido comunista y el monopolio político de su conducción por Stalin.
Esta burocracia eliminó físicamente a la oposición de izquierda trotskysta y luego volvió contra la derecha bujarinista. Adoptó los planes de industrialización aplicándolos desde arriba mediante la violenta represión de los campesinos a los que le impuso la colectivización forzosa de la tierra.
En el texto de León Trotsky, “La revolución traicionada”, se demuestra que esta casta burocrática desfiguraba el socialismo y conservaba las estructuras económicas (abolición de la propiedad privada) propias de la revolución de 1917. En consecuencia, el Estado aplasta a los obreros y campesinos con un orden jurídico y legal que traduce un capitalismo propio del comienzo de la industrialización, pero lo supera en barbarie a pesar de lo cual los obreros y campesinos entregan su sangre en la Segunda Guerra Mundial. En definitiva, el Estado conserva las características fundamentales de una sociedad de clases aun cuando la estructura económica por la abolición de la propiedad privada haya dejado de imponerla por vía del dominio del aparato estatal por parte de un estamento de la nueva sociedad generalizado en la categoría burocracia.
La tesis de Lenin según la cual el Estado debe tender a desaparecer por vía del progreso técnico, del desarrollo de las fuerzas productivas, se ve burlada porque lejos de convertirse la actividad política en un quehacer de todos se traduce en un Estado sobredimensionado monopolizado por una casta rigurosamente estratificada y dominada por un autócrata en forma tal que es el aparato Estatal por vía del partido único quien se adjudica el rol de asegura a los asalariados y al campesinado un nuevo orden social.
Por lo dicho es arbitrario y desacertado asociar la teoría leninista del Estado con el producto stalinista de ese Estado en la medida que Stalin sostuvo y produjo en los hechos la tesis burocrática según la cual a la inversa de la idea de Marx donde la desaparición del estado constituye un elemento fundamental del marxismo, el Estado debe reforzarse a medida que se afirma el socialismo.
En la actualidad el dominio mundial del capitalismo exhibe una sociedad tecnologizada que sin embargo concurre a reforzar el rol del Estado en beneficio de una clase social entendida de conjunto más allá de sus pujas internas fundadas en sus diferentes estratificaciones objetivas: la burguesía.
Estamos en una época en la cual el Estado se limita a la gestión del dominio fiscal y el control social punitivo, a su vez el régimen parlamentario cede prevalencia y deja lugar a nuevos centros de decisión donde predominan los técnicos y los especialistas de la burguesía en sí, siempre en la trastienda y al amparo del espectáculo ideológico que resulte necesario montar.
Más allá de estos fundamentos, es preciso tener presente que, en nuestros días el capitalismo de los monopolios (imperialismo) es sociedad de consumo. El individuo – ciudadano, la sociedad civil se muestra a partir de un consumidor que es determinante y determinado y factor único de la concreta producción capitalista.
El individuo ciudadano consumidor es el momento superior de la enajenación pese a que se exhibe lo inverso, es decir, al hombre como individuo libre que brega por más y más libertad utilitarista solo limitada por la vigencia de normas que el mismo poder político burgués le dicta e impone, para reproducir el reparto social que nace de la relación capital-trabajo, con su consecuente desigualdad intrínseca, que se apunta a lograr naturalizar.
Para la teoría del Estado es imposible dar por cierta y aceptar esta apariencia porque la misma implica para ese sujeto-consumidor la aceptación en bloque del poder burgués y su Estado. Por el contrario, el marxismo denuncia esa apariencia y aboga por desnudar el sobredimensionamiento del Estado como superestructura contenedora a través de la forma jurídica ley y política, república-democracia burguesa. de la acumulación y reproducción monopólica del capital.
En otras palabras, la idea que da contenido al sentido común según la cual estamos en presencia de un individuo libre que en la sociedad civil consume según sus necesidades oculta que el Estado desempeña el papel de administrador de ese modelo social autoimpuesto por el propio consumidor, impidiendo que se advierta que esta sociedad está diseñada, construida y controlada en su estadio más profundo por el capital monopólico.
Estamos en la época de agonía del capitalismo, esto es su fase superior en decadencia, el Imperialismo, pero su muerte y superación histórica (el socialismo) sólo será posible si se resuelve la crisis de dirección del proletariado. De lo contrario, la agonía del Imperialismo tiende a prolongarse, a sobrevivirse, para dar lugar a un retroceso histórico, la barbarie, tal como incipientemente viene existiendo desde la última década del siglo pasado y lo que lleva del presente.
Frente al fenómeno descripto es un dato sociológico y político la existencia de un discurso “socialista” que habita en esa realidad sin cuestionarla, es decir acepta las estructuras del Estado existente y se inserta en ellas. En ese contexto puede verse el oportunismo de los partidos socialdemócratas y la intervención específica del stalinismo reformulado con apariencia democrática por vía de la disolución formal de los partidos comunistas y la estrategia de formación de partido de trabajadores siguiendo el modelo “Lula”.
Socialdemócratas y stalinistas tienen un factor común: el respeto por al aparato del Estado burgués y la necesidad de insertarse en él para actuar en su seno presentándolo como ente independiente y por encima de la lucha de clases.
Stalinistas y Socialdemócratas se muestran, así como hegelianos de izquierda-lasa llanos. en tanto consideran al Estado en forma abstracta por fuera de la lucha de clases y la culminación de la dialéctica de la historia siendo por ello su objetivo supremo en la medida en que dan al Estado la capacidad de intervención “positiva” en favor de los “vulnerados” en el conflicto social que se presenta de esa forma como del orden natural de las cosas y de inevitable reproducción en el tiempo.
Dicho muy rápidamente, el reformismo es la forma de aplicación paulatina, sinuosa, a trozos e indirecta del revisionismo, de manera que la militancia no se percate de que, en realidad, lo que hace su organización, sindicato, partido… es rechazar las lecciones de la lucha de clases y aceptar la ideología burguesa de la «democracia», la «paz», el «consenso», el parlamentarismo , y la asignación abstracta y general de derechos por vía de políticas sociales emanadas del propio aparato Estatal visto como instancia de mediación necesaria en los conflictos que tienen lugar entre las clases en la sociedad civil. El reformismo es la práctica encubierta del revisionismo. Es ese fenómeno el que ha sido por esta suerte de bonapartismo que busca fuerza en la burguesía de conjunto para pisarle la cabeza a la clase obrera por vía de un personaje político largamente perfilado y un formato mediático concentrado en esos objetivos, con trabajadores periodistas que son una especie novedosa de un carnero permanente.
Por contraste de todo esto, el imperativo de una política autónoma, clasista y socialista por parte de los trabajadores, que se manifiesta como salida superadora de la crisis, se expresa en la necesidad de la dictadura del proletariado-democracia obrera-, y al mismo tiempo la afirmación de la ineludible desaparición del Estado. En ese presupuesto, está la matriz imprescindible de toda propaganda política militante, cualquiera fuese el formato que esta adopte, pero que en ningún caso debe dejar de dar centralidad al carácter de clase de esa protesta.
No son las cacerolas, las banderas plantadas en una plaza, o los saltos de molinetes los que le dar sentido a la lucha, esas son sus formas accidentales, la sustancia está dada por el carácter de clase que le da el sujeto que protagoniza las mismas, y el objetivo estratégico que éste persigue con su realización.
Una tarea necesaria del proceso revolucionario que no deviene como un a priori sino como una constante ligada a las coyunturas específicas a la lucha de clases en términos internacionales y nacionales es la constitución consciente del proletariado en clase para sí que es expresa en el objetivo dominante de elaboración concreta y real de la democracia obrera y la destrucción del poder burgués.
Esta definición de ambos objetivos dialécticamente considerados es decir constitución de clase para sí y dominación política por vía de la democracia obrera es antagónico con el reformismo y el oportunismo en tanto ambos denotan su carácter de clase en tanto expresión progresista de las ilusiones pequeño burguesas respecto de la posibilidad de una evolución mecánica y positivista de la democracia burguesa a través de políticas sociales y asignación de pretendidos derechos subjetivos en abstracto por vía de la declaración general de derechos a través de estatutos legales ajeno a toda referencia directa con el modo de producción y reproducción de la vida social.
Todos los formatos de oportunismo que remiten en última instancia al reformismo sean estos social patriotas – populistas, kautskianos o stalinistas de izquierda tributan a un solo presupuesto ideológico, -en el sentido de falsa consciencia- centrado en la afirmación que sostiene: “el proletariado necesita del Estado de la burguesía”, esto significa que para todo ese amplio espectro político la estrategia es “progreso social” para los sectores vulnerables por vía del a intervención necesaria del Estado burgués en el conflicto de clases y la proyección inmediatamente social del mismo.
El concepto fundante de la teoría leninista del Estado con base en las definiciones que surgen de la experiencia del propio Marx frente a la Comuna de París, resulta lo inverso de lo señalado, es decir, el proletariado no necesita del Estado burgués sino de su propio Estado y este a su vez en vías de desaparecer, es decir, conformado de tal manera que su objetivo final es desvanecerse.
Dicho de otra forma y a diferencia del enfoque oportunista reformista el proletariado necesita un Estado pero este no el de la burguesía reformado sino el que resulta a consecuencia de la clase trabajadora organizada como clase dominante y es un Estado destinado a desaparecer por satisfacción universal de las necesidades de reproducción del ser humano y la desaparición material de la relación capital trabajo, la ley del valor, y la trascendencia superadora en sentido dialéctico del fenómeno enajenación-alienación del trabajador que desaparece como tal.
La tarea estratégica del período básicamente concentrada en actividades de agitación, propaganda y organización. consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones revolucionarias objetivas y la inmadurez del proletariado y su vanguardia (la confusión y desmoralización de la generación madura y la inexperiencia de los jóvenes). Es necesario ayudar a las masas a que en sus luchas cotidianas hallen el puente que una sus reivindicaciones actuales con el programa de la revolución socialista. Este puente debe componerse de un conjunto de reivindicaciones transitorias, basadas en las condiciones y en la conciencia actual de amplios sectores de la clase obrera para hacerlas desembocar en una única conclusión final: la toma del poder por el proletariado.
NUEVO CURSO.