La expresión más singular del conflicto social, ya desde las primeras décadas del siglo XIX, ha sido la huelga que protagoniza la fuerza de trabajo frente al burgués que la adquiere, que se expresa lisa y llanamente en la retención de ella por el trabajador.
La huelga es una acción colectiva de cese temporal del trabajo por parte de un conjunto de trabajadores, para expresar una queja u obtener unas determinadas decisiones o modificaciones de actitudes de quienes les emplean dirigiendo un proceso productivo de mercancías y se apropian del valor creado desde esa capacidad que solo tiene el ser humano.
Es temporal, porque se entiende que unos trabajadores que luchan por unas determinadas mejoras, lo hacen porque tienen la intención de seguir trabando en la empresa con la que mantienen el conflicto, sólo que con esas mejoras en la relación capital-trabajo que proponen.
De cualquier forma, es un efecto contenido en la propia relación laboral. En ese sentido es una acción laboral, porque va dirigida contra los empresarios que contratan a los que ejercen la huelga, pero no contra el Estado -a no ser que éste sea el empleador-
Algo que debe ser básicamente aclarado es que ninguna huelga se hace para obtener un despido. Otra cosa sería que, finalmente, el resultado último no previsto de la huelga fuera el despido.
Tampoco la huelga va dirigida de modo directo en contra de otros trabajadores de otras empresas o sectores productivos.
Ahora bien, la huelga no sólo puede obedecer a una presión a la patronal para el logro de mayores salarios y de mejores condiciones de trabajo, sino que también puede responder a diversas motivaciones:
• protesta por algún problema específico de una empresa o sector;
• protesta por reclamación de algo externo a lo pactado en el convenio;
• protesta por solidaridad con otros trabajadores en huelga; etc.
Sin embargo, este esquema del fenómeno de la huelga en su modo más elemental que da cuenta de su génesis y objetivos, puede dar lugar también a un salto de calidad en sí mismo, y transformarse en instrumento para presionar políticamente contra determinadas decisiones gubernamentales, por considerarlas clara y únicamente favorables a los empresarios. En ese caso la huelga se transforma en general no circunscripta a un sector y abarcativa de toda la clase trabajadora en sí , y es específicamente esta modalidad, la que se determina como necesaria y fue ha pedido a viva voz y en las calles por las trabajadoras en ocasión del 8M , en nuestro país en la semana que ha transcurrido.
La lucha por esta modalidad de huelga que da un salto dialéctico en la lucha del conflicto sectorial o por ramas de producción o servicios y rompe precisamente con esa táctica a la que orienta la burguesía que conoce de la objetividad que esta instalada en el conflicto social .
La huelga general debe ser extraída en su convocatoria desde las organizaciones sindicales de masas. Esto es así por una diferencia programática y de intereses con la burguesía que se expresan en la necesidad de la medida de fuerza, en tanto las huelgas “generales” se dirigen casi siempre contra el Estado que es la expresión institucional del poder de esa
Las políticas gubernamentales que son percibidas por los sindicatos y trabajadores como un ataque a sus derechos suelen ser, antes que nada, el resultado de la presión exitosa ejercida, previamente, por la patronal, tomando los beneficios de quién golpea primero .Esto último esta en condición de evidencia respecto de los últimos tres meses de gobierno que concentran una ofensiva al salario, condiciones de trabajo , y un avance específico sobre la regulación jurídica de la relación capital-trabajo.
Ocurre, sin embargo, que, en nuestro país, históricamente, han sido los trabajadores quienes más han defendido la presencia del Estado en el mercado de venta y compra de la fuerza de trabajo y en la propia sociedad –como medio para contrarrestar el poder preponderante de la clase empresarial capitalistas- por lo que, han confiado en su respaldo para regular e intentar neutralizar las injustas, y a menudo, degradantes condiciones con las que los empresarios han contratado el trabajo.
Si buscamos decirlo de otra manera que resulta más clara, es la convicción enraizada en cada trabajador en sí, del carácter imparcial del Estado, que se plasma jurídicamente con la intervención necesaria de éste en las convenciones paritarias a las que se derivan los conflictos emergentes de la puja relacional entre capital – fuerza de trabajo.
Es este el efecto históricamente existente el que hace que en última instancia los trabajadores se vean acotados en sus objetivos estratégicos específicos orientados a la búsqueda de una política de clase propia orientada a la concreción de una conciencia de clase “para sí” en orden a la construcción de un orden social propio de sus intereses específicos, que subvierta la presencia de la ley del valor en las relaciones sociales primarias de reproducción de la existencia.
Finalmente, esta presencia del Estado, en el contexto democrático burgués que impone la forma jurídica actual, hace que las huelgas y quienes las convocan busquen realizarse con carácter legal, es decir, bajo ciertas normas básicas también presentes en el orden burgués que como contrapartida traen consigo la amenaza de ilegalidad decretada por el poder de oponente. Cuando eso no sucede, se suele hablar de “huelga salvaje” o “ilegal”.
Ahora bien, que una huelga pueda ser calificada de “salvaje” -porque se salta las normas previstas o porque pueda producir perjuicios de difícil reparación (colapsos circulatorios urbanos, servicios mínimos no respetados en la sanidad, enseñanza, transportes públicos, etc.)- suele esconder, habitualmente, otros objetivos, cuyo propósito no acostumbra a ser el de poner de manifiesto el desacuerdo con tales perjuicios, sino el de descalificar cualquier tipo de conflicto que no esté controlado o regulado por la legislación correspondiente, elaborada en contexto histórico, por los mismos que luego son parte directa o indirecta para decir qué es legal y qué no, o qué es tolerable o no.
De allí que, el llamado a un paro general necesita y resulta imprescindible como herramienta de lucha de los trabajadores de conjunto, para ponerle un fin a los despidos, las suspensiones, los tarifazos y las paritarias a la baja y con ello poner en crisis la dominación burguesa en la lucha estratégica por su eliminación a través de la dictadura proletaria.
Este armado confronta necesariamente con cualquier otra intervención de los trabajadores orientadas a proponer salidas de (imposible) conciliación de clases desconociendo el rol que las patronales han tenido en la crisis actual.
La consigna movilizante Huelga general, como contenido de la propaganda socialista que requiere el actual estadio de la lucha de clases define una herramienta de lucha iniciadora de la política obrera para exhibir una salida de fondo a los problemas sociales.
Huelga general, significa exhibir que los problemas que nos atormentan la existencia requieren de conjunto la acción decidida de la clase trabajadora, construyendo un proyecto propio en lugar de alimentar los que dirige la burguesía y fracasan sistemáticamente desde hace décadas todas contenidas en un programa de dominación burguesa que toma perfil definido desde 1975 a la fecha.
Solo una pelea general de la clase obrera, como dirigente político del pueblo pobre, como dirección necesaria de explotados y oprimidos, supone una alternativa para dar con una salida obrera a la crisis capitalista en el actual periodo mundial y nacional. No se trata de una crisis pasajera. Es una crisis de la economía mundial capitalista que tiene dos salidas posibles: el capital imperialista impone nuevos niveles de explotación sobre los trabajadores y resuelve sus disputas a los tiros, o la lucha revolucionaria internacional de la clase obrera impone, mediante la conquista del poder político, su propia salida a favor de la mayoría de la sociedad.
No se trata de una supuesta batalla entre neoliberales y progresistas concentrados en la política de declaración de derechos subjetivos para la población que transita su ocaso , sino de ambos sectores capitalistas contra los pueblos explotados y oprimidos de todo el mundo.
En la Argentina la dirección política del movimiento obrero, el peronismo en todas sus vertientes, sostiene lejos de sus cacareos una política institucional de corte jurídico con la que otorga al gobierno que nos impone la flexibilización laboral y la desocupación creciente, buscando espacio para la “negociación “ en favor exclusivo de sus específicos intereses de burócratas, especulando con desgastarlo. A esa política de defensa de un sector patronal responde la complicidad de la CGT y las CTAs. De ahí la necesidad de que los trabajadores organicemos nuestra propia alternativa política de clase y con ese programa construyamos representatividad dentro de las organizaciones de masas de todos los trabajadores formalizados o no en la legalidad.
Lo prolongado y profundo de la crisis argentina, no es un período que se extienda exclusivamente a tres meses de gestión del gobierno surgido de una farsa electoral que le dotara formalmente de consenso en un régimen de democracia donde solo se delibera y gobierna por representantes nacidos de elecciones
La actual recesión tiene como precedente una economía estancada desde 2012 La profundización de la caída del salario y de las jubilaciones desde la asunción del gobierno de Milei debe ponerse en este contexto.
En el sistema capitalista no existen las salidas de las crisis de corte «progresistas», es decir contemplando en algún sentido alternativas favorables para no continuar agravando la condición social de explotados y oprimidos. La respuesta del sistema a la crisis pasa por la caída de los salarios y con ellos los incluidos convencionalmente como salarios sociales, es decir la educación y salud públicas, y similares que exhiben y requieren de incrementos exponenciales en sus costos
La burguesía y su poder estatal, ejecutivo, legislativo y judicial, se concreta en este programa de preservación de sus intereses y dominación cultural hegemónica. Que es el programa del capital en general.
Lo central es que el capital no sale de las crisis disminuyendo la explotación del trabajo, sino aumentándola.
La salida de la crisis de la que hacen referencia todos los discursos del personal político de la burguesía y las intervenciones de las asociaciones de empresarios y banqueros es aquella que busca recomponer la acumulación por la agudización de las políticas que se construyeron como programa desde mediado de 1975 que incluso necesitaron del incremento de las prácticas genocidas del gobierno burgués y la alteración del formato constitucional de ese poder que fue abiertamente militarizado.
La superación de todo este complejo fenómeno es la que impone la construcción revolucionaria del poder obrero, es decir, la que implica el cambio de la estructura social, resultado que requiere además de la presencia dirigente del partido revolucionario de los trabajadores y la organización política de la vanguardia consciente de nuestra clase.
Lo dicho deja en claro que no basta con impugnar por negación las medidas políticas del aparato gubernamental del Estado y los operadores políticos de la burguesía de conjunto. Es requisito indispensable la superación dialéctica de lo dado y la construcción de un nuevo orden social a través de la construcción del poder obrero y el objetivo programático socialista.
No hay crisis capitalistas sin salida. Llega un punto en que la desvalorización de los activos; la pérdida de derechos laborales; el retroceso de los salarios; la destrucción de fuerzas productivas; las reestructuraciones de los capitales (fusiones, cierre de empresas improductivas), inducen a los capitalistas a invertir, con lo que se corta el ciclo crítico dejando una franja de pobreza y miseria social altamente creciente. A costa de una tragedia social (pobreza e indigencia a niveles récord) el capital recompone las condiciones para la acumulación.
En este escenario, la única forma de evitar se consolide y naturalice este marco de explotación y opresión es con una transformación que cambie de raíz esta estructura social, que gira en torno a las ganancias del capital y su contrapartida, la explotación del trabajo.
En este contexto es entonces posible que la actual gestión de gobierno logre consolidarse, que implica no otra cosa que el proyecto burgués se impone sin mayores resistencias sobre explotados y oprimidos. Por éxito de la gestión se entiende que hay tolerancia a la recesión, y en mitad de año se conseguirán estabilizar las variables económicas y un grueso de la sociedad sentirá que se esforzó, pero no cayo.
Hay una suerte de segunda vuelta menemista, de ahí la necesidad de visibilizar a Menem como prócer. El pueblo admitirá vivir bajo una exclusión social importante, convirtiendo nuestra existencia en semejanza a la de un trabajador peruano o ecuatoriano. Ese es el punto de encuentro final con el capital financiero internacional.
La herramienta de la clase trabajadora en sí, en proyección hacia su necesario objetivo de ser una clase para sí, con su propia política consciente de poder obrero, es trabajar desde las organizaciones de masas históricamente la declaración de huelga general y un plan de lucha que supere el aislamiento del reclamo parcializado y las salidas “negociadas” ofrecidas escasamente desde el poder burgués.
NUEVO CURSO