Las manifestaciones callejeras, convocadas con antelación siguiendo un itinerario de efemérides que son tales porque en la mayoría de los casos no reconocían acuerdos previos o efectos esperados sino reacciones específicas o totales ante algo que al menos se niega y en el mejor de los casos se pretende superar por esa vía.
Esto implica que lo que se hace de manera diversa, no participa de la esencialidad de lo que se quiere resaltar, incluso cuando a lo que se apela es a la fecha de interrupción del orden constitucional por vía violenta del partido militar que se constituye en brazo ejecutor de un segundo momento de un programa político por vía del exterminio liso y llano de aquellos que se considera un obstáculo insalvable por otras vías en ese derrotero.
La apelación a la fecha entonces, mediante una convocatoria preordenada responde a destacar que hay algo de aquello que aún no reconoce sentido histórico, sino que implica la continuidad de un proceso de confrontación que no termina de cerrar, dejando nuevos efectos en el hoy, aún cuando se lo pretenda presentar como ayer.
La convocatoria a la marcha callejera con palcos y oradores leyendo uno y otro documento previamente consensuados entre los convocantes tiene una significación de puesta en escena de la tragedia siguiendo la línea de los griegos que la tomaban como una herramienta de acceso a la ruptura con los mitos y posible proyección de verdad.
Las marchas, del tenor de estas como la del 8 de marzo y la del 24 del mismo mes buscan un impacto político por vía de los simbólico, a través de lo cual se exhibe una surte de expresión de fuerza que finalmente no se emplea, ni es su objetivo central utilizar sino mostrar.
Las marchas, como las que hemos vivido en este último mes, buscan y han conseguido en gran medida, revelar una fuerte tendencia de opinión en post de un llamamiento generalizado a la vigencia de garantías y derechos, que se dicen a cargo del poder burgués Estatal respetando los principios de igualdad y libertad, en su forma democrática- constitucionalmente republicana.
Ocurre, sin embargo, que esa organización institucional y sus diversas instancias mediáticas, no responde a esas demandas, y fiel a su carácter de clase busca en sentido inverso instancias institucionales legales o no, de abrogación de esos derechos y garantías.
Es por eso que la burguesía en el poder se ha ocupado de montar otras escenas, otros símbolos que como las marchas de tránsito callejero solo buscan dar el perfil de otra imagen que niega a la anterior, dejando ver su superación social por otros medios. Lo cierto es que la realidad ha mostrado una equivalencia para un mismo propósito: exhibir fuerzas necesarias para otras pujas que están en la realidad.
De esta forma frente a palcos, camiones con parlantes, banderas y multitudes sin común denominador y demandas diversas guiadas por intereses difusos, la burguesía y el elenco gobernante en particular se han ocupado de marcar un límite a cualquier expansión en sentido de demandas sostenidas en garantías de derechos subjetivos y expresar un NO, por otros medios, que son los que se dejan ver en estos días subsiguientes.
Así las marchas han puesto en escena callejera y por ende al descubierto, la lucha diaria por el derecho al trabajo buscando evitar el despido generalizado , el derecho al salario digno, vital y móvil equivalente al costo de la canasta familiar, y a definirlo en acuerdo paritario; el derecho a la protesta , la libertad de reunión y petición, como así también la demanda social por las asignaciones y subsidios, todo ello rebasando el paisaje imaginado por Bullrich y sus protocolos, con la ineludible e inevitable reducción instrumental del derecho a la libre circulación.
Desde el poder burgués estatal, ese que se posiciona sobre pilas de votos emitidos a su favor no hace más que cuatro meses atrás se procesan esas acciones callejeras teniendo bien en claro sus modalidades y carencias, y ni lento ni perezoso, más allá de provocaciones ideológicas en toda la línea anuncia por todas las vías que, antes de Semana Santa, miles de empleados públicos que están bajo modalidad de contrato es decir que no integran la planta permanente estatal, verán caer sus convenios y, por decisión de la gestión de Javier Milei, quedarán desvinculados del Estado.
Desde las empresas que venden información disfrazada de periodismo, se estima casi en forma unánime que “el 20% de los contratos” no se renovarán a fin de mes. El dato oficial preciso se conocerá recién con las liquidaciones de abril.
Visto el fenómeno desde esta perspectiva, queda en evidencia que no requiere mayores comentarios que la sola existencia de la multiplicidad de demostraciones callejeras y marchas deja traducir, por sí mismo, la falacia jurídico-socializadora del régimen democrático montado por la burguesía de conjunto como clase social para sí, que eufemísticamente se autodenomina Estado de Derecho.
Sin embargo, la situación también pone de manifiesto que es bastante improbable , que ese instrumento funcional a la explotación y dominación de clase que implica el poder burgués institucional en todos sus aparatos y agencias, se deje influir por una demostración de fuerza, centrada en el luchismo voluntarista y la cantidad aglomerada, que transitoriamente ocupa el espacio público , si la misma se exhibe a la vez de multitudinaria, vacía de contenido programático, que ponga en crisis esa situación de dominación de clase, ya que ésta por definición no contiene amenaza alguna y termina teniendo en su asimilación por las formas, la visibilizarían de un simple y colorido, peregrinar bullanguero.
Es en ese contexto, que los propagandistas deberían reducir el elegio cuantitativo y profundizar otro discurso que rescate el otro extremo de este contradictorio , que oculto por esa magnificación cuántica , exhibe de manera parcial que estas marchas, en menor medida, y por sus propias limitaciones programáticas, son y deben ser “ ensayos de la conciencia revolucionaria “ en tanto también suponen una particular asamblea donde se toma posición ineludible contra lo dado, con efecto complementario en la reafirmación de conciencia de quienes participan de esa marcha , en su pertenencia y adherencia a sus intereses de clase, cosa que en ningún caso se viene verificando en la realidad que se torna confusa si entre los oradores se ubican emblemáticos personajes del discurso kirchnerista y todo el ala izquierda de ese régimen burgués contenida en su poder legislativo .
Dicho, en otros términos, las manifestaciones deben expresar la ambición política que contienen ínsitas en sí mismas, siendo este el déficit que tendencialmente se advierte de la lectura de los hechos.
Si las “marchas” son convocadas y nutridas por militancia y fanfarria de aparato, sin responder al menos al por qué, para que y cómo, el resultado está ante nuestros ojos. El aparato burgués redobla la apuesta no con violencia física sino con acciones reales que implican colocar a la masa de trabajadores ante la mayor violencia posible, el despido, el hambre y el desplazamiento engrosado de empleados activos al espacio cultural y territorial de la población sobrante.
Sin embargo, éste es el espacio que queda abierto para responder de manera positiva para el interés de la clase trabajadora, a la pregunta relativa a si esos ensayos de conciencia que se pretenden lograr con marchas “precocidas” entre cuatro paredes e infinitas reuniones previas son capaces e idóneas por sí solas para avanzar hacia formas o estadios superiores de la lucha de clases y en ese caso lo que se debe hacer es seguir repitiéndolas en su formato vacío siguiendo el calendario festivo a la espera de un cambio favorable para los trabajadores dentro del orden burgués.
Lo preocupante es que, lejos del intento por comprender el fenómeno, lo que se hace es redoblar los tambores, agudizar los gritos y seguir marchando el paso en el mismo lugar de opresión y explotación al que nos somete el orden capitalista y su formato institucional.
Esta acción militante conduce de modo dialéctico a la paradoja de llevarnos a la frustración, la naturalización del dominio del amo y el inmovilismo. Esta militancia orgánica atravesada por el cretinismo parlamentario, tiene el deseo de superar esa frustración que avanza tras lo diseñado como lucha y sus resultados inmediatos concentrado en un nuevo giro explotador de la burguesía por vía de profecías auto proclamadoras de hecatombes sociales que no tienen hoy respaldo ni siquiera entre los propios manifestantes reunidos en la plaza dispuestos a proclamar un “no pasaran” de siglo XXI que solo se exhibe como línea de “defensa” de un Estado constitucional de bienestar, sin fundamento en relaciones económicas productivas que le sirvan de respaldo.
Sin embargo, lo real es que el proceso histórico es, ante todo, lucha de clases y acontece que clases diferentes en nombre de finalidades diferentes tienen un límite posible de su desarrollo en el mismo antagonismo que las diferencia y obliga a la imposición de una sobre otra, con la carga para la clase trabajadora de que su emancipación solo puede venir de la mano de la eliminación de la burguesía. Plazas y marchas para que la burguesía advierta lo que ya advirtió y ha definido como imposible, es decir, la convivencia pacífica en un régimen de igualdad, libertad y fraternidad de las personas, lucen por ese mismo contradictorio absolutamente inconducentes más allá de la cantidad numerosa de marchantes.
Los reformistas y populistas progresistas atados a este relato, intervienen con una propaganda y agitación que evita analizar y tomar verdad del contenido material de la lucha entre burgueses y proletarios, es esa la razón primaria por la que, de persistirse en el error, toman distancia de os movimientos históricos de la clase trabajadora argentina, se aferran al conservadorismo del pensamiento y alientan la cobardía política del orden parlamentario.
El reformismo militante, hoy oportunistamente concentrado en el mero voluntarismo ajeno a todo programa político de cambio social apela a la formación ideológica de un sentido común concentrado en la sola crítica negacionista al gobierno, sin abrir ningún camino o instancia superadora para la abolición del orden capitalista
Las lecciones que nos deja la historia de la lucha de clases en nuestro país es que en ciertas circunstancias la misma sociedad puede tener y darse durante un período relativamente breve, gobiernos burgueses diferentes y además que el orden en que éstos se suceden no tiene siempre que respetar la legítima demanda de mayor libertad para sus integrantes.
Los gobiernos dentro del orden social e institucional que impone el poder burgués con forma de Estado, no son la expresión de la «madurez» siempre creciente de un «pueblo», sino el producto de la lucha entre las diferentes clases y las diferentes capas en el interior de una sola y misma clase y, además, de la acción de fuerzas exteriores que presionan a su interior.
Dice Trotsky con claridad,
la dirección no es, en absoluto, el «simple reflejo» de una clase o el producto de su propia potencia creadora. Una dirección se constituye en el curso de los choques entre las diferentes clases o de las fricciones entre las diversas capas en el seno de una clase determinada. Pero tan pronto como aparece, la dirección se eleva inevitablemente por encima de la clase y por este hecho se arriesga a sufrir la presión y la influencia de las demás clases. El proletariado puede «tolerar» durante bastante tiempo a una dirección que ya ha sufrido una total degeneración interna, pero que no ha tenido la ocasión de manifestarlo en el curso de los grandes acontecimientos. Es necesario un gran choque histórico para revelar de forma aguda, la contradicción que existe entre la dirección y la clase. Los choques históricos más potentes son las guerras y las revoluciones. Por esta razón la clase obrera se encuentra a menudo cogida de sorpresa por la guerra y la revolución. Pero incluso cuando la antigua dirección ha revelado su propia corrupción interna, la clase no puede improvisar inmediatamente una nueva dirección, sobre todo si no ha heredado del período precedente los cuadros revolucionarios sólidos, capaces de aprovechar el derrumbamiento del viejo partido dirigente. La interpretación marxista, es decir dialéctica, y no escolástica, de las relaciones entre una clase y su dirección no deja piedra sobre piedra de los sofismas legalistas (“Clase-Partido y dirección)
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