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Los trabajadores afrontamos un problema político que se exhibe por vía de medidas económicas

Pese a la complejidad de las situaciones vividas en la última semana y la profusión de dispositivos ideológicos y operaciones de prensa, los trabajadores no podemos perder de vista que toda la actividad del Estado, en tanto concentración institucional que gestiona el poder burgués en interés de esa clase de conjunto, está centrado sobre la reproducción de las relaciones sociales capitalistas.

Desde esa perspectiva, el Estado funciona como un punto neurálgico en la materialización constante de las estrategias que la burguesía descarga sobre los trabajadores logrando consenso o por uso imperativo de la violencia por el que cuenta con legitimidad constitucional.

Mas allá de esto, además de ser un instrumento político por excelencia, creado y en manos de la clase dominante, a través de la trilogía de poderes que estructuran la República  , ese poder institucional de la burguesía se materializa  en el espacio de la sociedad civil , en el nivel de las relaciones entre las clases que en ella opera  por la producción generalizada de mercancías y su comercialización, donde las premisas ideológicas de la explotación y la opresión toman cuerpo y se reproducen naturalizando su existencia.

Tal es el grado de constatación objetiva de esta premisa, que son las propias fuerzas de los trabajadores, (sobre todo en los sectores que han podido organizarse) las que ponen por delante el orden jurídico existente que da forma a la relación capital-fuerza de trabajo, que es el factor intersubjetivo del régimen capitalista pues es en ella donde se concentra el fenómeno de la explotación por apropiación del valor en manos de quien no lo produce y enajenación del producto mercantil de quien lo produjo .

Por ese fenómeno economicista y reformista de naturalización del orden jurídico burgués, es que en la lucha sobre la conformación de esa relación capital-trabajo, se exigen convocatorias a paritarias aún en procesos inflacionarios que degradan el salario real, siendo esta una ,  demanda que no pueden ser otra cosa que la consagración legitimada y naturalizada de la intervención del Estado burgués en la definición del salario y las condiciones de desenvolvimiento general de la fuerza de trabajo, razón por la cual en el actual estadío de la lucha de clases, el Poder Ejecutivo se opone a la determinación de ajustes salariales , que superen los índices de inflación y se materialicen con retroactividad a la convocatoria misma de la paritaria, no homologando los convenios y amenazando su perdurabilidad por vía del DNU y la llamada ley bases cuyo retorno a la legislatura amenaza en el firmamento de la política burguesa.

Visto desde esta perspectiva, puede observarse la contradicción implícita en esa acción política que busca del Estado algo ajeno a su constitución ontológica, esto es, la posibilidad de que su intervención sea favorable a los intereses de la clase trabajadora en su conjunto, precisamente en el mismo momento en que este en la gestión del interés burgués lanza una ofensiva que busca reconfigurar la dominación burguesa de nuestra sociedad, imponiendo relaciones de servidumbre sobre la clase trabajadora, que borra inicialmente toda ficción de contrato social.

Esta «idealización» del Estado, está en la base de toda acción política puramente economicista y no se supera por la vía de fustigar a los operadores políticos de turno, sean estos ministros, presidentes, secretarios de estado, o como quiera que se llamen.

 Con ello no se hace otra cosa que mantener en tiempos de lucha de clases, abiertos a la confrontación directa de una clase contra otra,  la falsa conciencia de la imparcialidad del Estado y su rol motorizador del equilibrio social por vía de su intervención directa en la economía.

 Por esa vía se llega siguiendo y vociferando consignas del tipo «la patria en peligro», ocultando que esa patria que algunos buscan preservar no tiene otra forma jurídica que el Estado como factor de gestión de los negocios capitalistas.

Sin embargo, esa apreciación ideologizada del Estado y su institucionalidad en el plano de los fenómenos sociales concretos se vuelve hoy absolutamente inviable para la reproducción social del capital, además de ser insostenible para los propios burgueses «nacionales», todo lo cual presagia un nuevo momento ascendente en la agonía del último relato peronista.

Por estos días convulsivos señala reiteradamente el ex secretario de comercio Moreno: “la única forma que los empresarios «argentinos» puedan hacer dinero es con el peronismo”. Es precisamente esa premisa la que muestra signos de agonía e inviabilidad y así lo ha visto la burguesía dominante, factor que explica los cierres y suspensiones montados dentro de las empresas del capitalismo industrial.

Todas las expresiones de deseos que surge del relato peronista se visibilizan en los hechos como, una puesta en venta de la oferta laboral de estos operadores políticos desplazados, que con un S.O.S desde el empresariado «argentino», a los «patriotas», buscan resurgir de un incendio que los transformó en cenizas de un paraíso prefabricado, desde la ya fallecida «tercera posición»

La «complejidad de las actividades teóricas y prácticas de la clase dominante no solo justifican y mantienen su dominación, sino que también le permiten ganar el consenso activo de aquellos que son gobernados incluso en importantes sectores de la clase trabajadora en sí.

 Por esta razón, es una tarea primordial e ineludible  propagandizar y agitar que el Estado juega un papel central tanto en la producción y reproducción de medidas represivas –visibles u ocultas– como en la interpretación ideológica de esos fenómenos de violencia cotidiana plasmados a partir de medidas “económicas”, que se ejercen sobre explotados y oprimidos , y también, en la formulación de discursos, estrategias y técnicas de poder, al modo en que las constatamos actualmente en las practicas comunicacionales de los medios y aparatos implicados en tal gestión social.

La acción militante, por la vía de las manifestaciones callejeras, proporciona elementos al mundo de las apariencias y sufre una falsa visión de su sentido y efectos  en manos de la manipulación mediática organizada desde el Estado.

Con los sucedido a posteriori de las movilizaciones del 8 y 24 de marzo se puso en evidencia que ese esfuerzo militante solo permite a quienes se movilizan conformar un micro mundo autoreferencial, pero oculta la falta de acuerdo político con no asistieron y que pese a todo, continúan con su vida cotidiana, y en su momento emergieron en la instancia electoral con un voto complaciente a la concreta gestión burguesa que hoy nos toca padecer. El camino que deja abierta la situación, no deja otra posibilidad que acudir a la huelga general, que debe ser organizativamente preparada desde las organizaciones de masas de los trabajadores, con un pliego de pretensiones que implique garantizar el empleo y mantener el precio del salario en un equivalente a la canasta familiar como pago mínimo de la fuerza de trabajo.

Esto no significa descartar la presencia necesaria en las calles porque ello implicaría desconocer una práctica con  efecto multiplicador de la demanda social , pero si esta tiene por referente a un actor político ya constituido en manos de los operadores del enemigo de clase, la protesta se vuelve domesticada, un elemento más del paisaje de pobreza generalizada que fatiga a los movilizados por la frustración en la falta de respuesta.

Así lo reflejan  además, las distorsiones en transformaciones graduales de luchas que son «interiorizadas» y asimiladas por el Estado, cuyo desenlace obligado termina en el reformismo que no encuentra espacio político para penetrar en la realidad, quedando como un simple agente de propaganda de unos de los poderes constitutivo de ese Estado, el parlamento.

 La condensación material del actual nivel de la lucha de clases, no puede ser llevada desde el polo de los intereses de los trabajadores hacia una idealización del rol del Estado. Por el  contrario, única y exclusivamente debe orientarse hacia la concientización de su destrucción.

Si el Estado es un sujeto sobre el que se puede influir y necesitar para la implementación de «políticas» en beneficio de los sectores explotados y oprimidos, se infiere que su exhibición con esos perfiles es solo para presionar, y no para luchar por su abolición, sin advertir del agotamiento de ese modelo .

Estamos hablando de un Estado institucionalizador del poder de clase atravesado por los intereses tácticos y estratégicos de la burguesía. El camino de la movilización, con sus idas y venidas, necesita orientar la relación de fuerzas en la lucha, a favor de la clase trabajadora, en tanto vanguardia de los demás sectores oprimidos, preparada para enfrentarse contra las estrategias inscriptas materialmente en el Estado, es decir, los dispositivos de sus agencias represivas que ejecutan la violencia, y forman parte de su propia estructura institucional.

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