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BURGUESES vs PROLETARIOS. ¿Qué hacer? ¿Por qué Luchamos?

La semana que llega a su fin, estuvo marcada por la cuestión de los despidos en masa decididos desde diversas operaciones políticas del poder burgués. Más temprano que tarde el aparato de empresas “periodísticas y comunicacionales, salió a montar diversas intervenciones de corte ideológico defensivo de lo actuado, apelando a la legalidad y el discurso jurídico que resultó así sobrepuesto sobre la dramática situación en que se colocó a los trabajadores despedidos.

La centralidad de esa operación ideológica es acudir a la naturaleza contractual del fenómeno alegando que la relación había cesado por el cumplimiento de los plazos acordados, en forma tal que ello no implicaba una cesantía sino una resolución natural del contrato que hacía cesar el vínculo concreto, y que el gobierno de turno se había limitado a comunicar lo que ya era conocido por “las partes”

Es claro dentro aún de la lógica jurídica que contiene ese discurso que la relación entre empleador y operario tiene una causa fuente que es la necesidad del servicio para lograr una transformación de lo dado que requiere una determinada área de la producción o de los servicios que preste el Estado en tanto persona jurídica obligada a producir esos actos de la administración pública o de sus empresas. De tal forma, si esas necesidades a cubrir se sostienen en el tiempo ello modifica los plazos iniciales y mantiene el vínculo real con esa condicionalidad de operar el mantenimiento del servicio prestado a los particulares.

El poder burgués no demostró ese extremo, y apeló además al sesgo de propaganda ideológica estereotipando a los cesanteados en el estigma del “ñoqui”, caracterización que tampoco pudo acreditar, pero que le sirvió para volver a contar con cierto consenso en la población, siempre predispuesta a ver en el otro inmediato al culpable de las carencias que a uno y otro le suceden.

Lejos de ingresar en un contradictorio en estos términos jurídicos en la medida en que esto sería un sinfín de discursos, que solo se resolverían apelando a un tercero que dirima el conflicto, cuando ese “tercero” no es otro que el propio Estado sujeto activo de la determinación de despedir

Saliendo de ese encuadre, jugando en otra cancha que no es otra que la relativa a definir tácticamente cuanto corresponde a la lucha y la actividad militante parece necesario intentar exhibir un dato irreprochable como punto de partida, mostrando cómo a partir de estos hechos del poder burgués este no solo pone en vidriera su armamento, sino que materializa y consolida su violencia sobre la clase trabajadora en sí.  Desde ese dato irreprochable, nace la pregunta sobre ¿qué hacer, como hacer y para qué hacer?

En ese marco, lo que se manifiesta en plano de las apariencias por la burguesía de conjunto es que, si bien las personas tienen constitucionalmente el derecho al trabajo, éste no es a la vez una obligación de necesaria satisfacción por el Estado al que esa Constitución le da forma jurídica. Con eso corriendo el velo de la propia apariencia, la sustancia del derecho que la burguesía consolida a través de leyes, no es otra cosa que declaraciones abstractas que dan cuenta de una expectativa, pero nunca de una obligación de la superestructura institucional de poderes estatales.

Por otro lado, esta apariencia también oculta la declaración de principios liberales que reposa en todo contrato, en la medida en que se dice que es el contrato el generador y regulador de los efectos que producen en la sociedad y para los contratantes sus disposiciones.  De allí, es decir, desde ese paradigma abstracto, lo cierto es que la existencia consensuada del presunto contrato habilita por sí al empleador a terminar con el mismo haciéndose cargo del daño causado por el cese, por vía de una indemnización tarifada que el empleador aborda con una parte reducida del valor que generó el trabajador al que se despide con su actividad.

Nótese entonces, que aquello que se presenta como un acuerdo de voluntades, -que en definitiva eso es a lo que se llama contrato- no es otra cosa que una relación desigual de servidumbre, en la que el trabajador recibe en un determinado momento la condición de una cosa que no se desea más o sobre la que se hizo un daño que debe ser reparado solo en el momento estático del daño concentrado en el objeto. Lo oculto es el daño emergente del despido y las proyecciones sociales que el despido tiene sobre el todo social que en ningún caso entra en la lógica jurídica del contrato.

Todo esto debe ser puesto de modo propagandístico sobre el trabajador por sobre el reproche moral de la injusticia del despido, sencillamente porque el derecho no dice lo que es lo justo, sino que expresa lo legal, aquí y ahora, y esa legalidad existe porque fue impuesta por el equilibrio transitorio de las fuerzas sociales en pugna a través de la lucha entre burgueses y proletarios.

Los trabajadores debemos comprender que ni el salario ni los despidos, ni las condiciones de prestación de la fuerza de trabajo en plano concreto, son pasibles de juicios de valor, por las cuales considerarlas justas e injustas, y no dan cabida por ello al discurso moral, tan propio de la militancia rutinaria del economicismo o del reformismo.

Lo que los trabajadores debemos hacer conscientes que todo cuanto nos sucede en tanto tales, esta generado a partir de la relación material que se establece en concreto con nuestra subjetividad incluida en la relación social material de producción de bienes y servicios en la que incorporamos nuestra fuerza de trabajo para hacernos con ello de medios materiales de subsistencia en el plano de la realidad y no de la legalidad que a su vez le da amparo a las formas de ese particular vínculo estructural que impone la dominación de clase en el orden capitalista.

Solo la impugnación por la agonía de ese orden, es la que nos da el armamento para la resistencia a la dominación burguesa.

No es apelando a la justicia o injusticia abstracta de las determinaciones específicas donde se consolida la resistencia a lo perjudicialmente dado para nuestros intereses, el camino de la resistencia, que necesariamente ha de ser política y concentrada en la ilegalidad esencial y no formal de la explotación y opresión humana que implica el orden social capitalismo.

La superación de la ofensiva capitalista si bien inicialmente tiene expresión en la resistencia a los actos del gobierno burgués y la defensa del salario y las condiciones de materialización de nuestra fuerza de trabajo, tiene a la vez necesariamente un contenido revolucionario de construcción organizativa y programática en forma tendencial que da lugar a la acción y determinación consciente hacia régimen socialista.

En eso la clase trabajadora marca un contraste sustantivo con la burguesía, en la medida en que esta última, no tiene fines universalistas, no piensa en plural, niega el todo y la posibilidad de un bienestar común, piensa sólo para sí misma. Por ello, cuando traduce su existir objetivo en acciones políticas , la hace por sus propios intereses, para lo cual no trepida en recursos y utiliza el poder de la institucionalidad jurídica a través de su personal político ubicado funcionalmente en el Estado desde donde ejercita una doble violencia en tiempos de crisis : la primera para destruir lo agotado y , la segunda para imponer uno nuevo acompañando un ciclo de acumulación originaria sobre la base de la intensificación de la explotación y la opresión de la clase trabajadora sobre la cual descarga todo su arsenal en forma tal de lograr una instalación cultural en torno a la acentuación de la dialéctica propia de la servidumbre.

La burguesía direcciona, constituye y aprovecha el hecho violento cotidiano de la presencia real del poder Estatal y su imperativo jurídico mediante los tres poderes del Estado, para sus propios intereses.

La construcción de un partido, de una organización política, que se proponga ser instrumento viabilizador y dirección de la revolución socialista desde los trabajadores coordinando la lucha de la vanguardia de esa clase , tiene una razón emergente de la necesidad histórica de su existencia , para satisfacer en plano concreto esa demanda de coordinación de la lucha y organización de las acciones que implican poner en acto una superación dialéctica de un orden social capitalista que agoniza por la emergencia aguda de sus propias contradicciones.

 Quienes se auto perciben como revolucionarios y militan en esa dirección hacia la masa de explotados y oprimidos por el orden social capitalista requieren de la comprensión previa de que sus acciones políticas están en la historia y reconocen la historia de la lucha de clases, como desarrollo y no como arbitrio contractual que logra consenso con el enemigo. Ser revolucionario requiere tomar parte y dar sentido a la existencia en torno al logro de ese objetivo transformador, entendido como proceso infinito de perfeccionamiento, y no como algo que vendrá por sí mismo encarnando una suerte de mito definitivo, fundacional de lo nuevo y cristalizado en una fórmula exterior.

La organización política partidaria de los trabajadores, consolida, construye y genera la política obrera que es la resultante de la autonomía de clase frente a la burguesía de conjunto y de cualquiera de sus grupos internos, por más progresistas y democráticos que se presenten.

La revolución social necesaria construida desde el desarrollo histórico de una política autónoma de la clase trabajadora instituye organismos de poder obrero diversos de la institucionalidad jurídica del poder burgués en tanto el gobierno obrero  tiende así a realizarse con el consenso de los trabajadores y la imposición dictatorial de estos hacia la burguesía agonizante, con la autodecisión de hecho de los trabajadores , porque no hay vínculos de subordinación que liguen a los trabajadores con el poder impuesto por una clase sobre ellos , sino que se produce una integración lisa y llana de los trabajadores en el poder con formato de funcionamiento asambleario.

De esta forma la forma transicional que se impone por el acto revolucionario para el Estado es el gobierno de los soviets en tanto con sentido histórico es esta forma, la máxima manifestación de un poder real, en tanto es realizado con el consenso y determinación de una clase que tiene por objetivo su emancipación y la del resto de la sociedad de las relaciones de producción capitalista y la alienación que le impone la producción masiva de mercancías.

La libertad es el fundamento de la revolución socialista que necesitamos producir los trabajadores ,  haciendo de esta ,causa y efecto simultáneo  del impulso creativo de la clase trabajadora argentina , que logra asignarle un valor universal, un valor de liberación y regeneración emancipatoria , no abstracto sino concreto, en tanto constituyente de la satisfacción de las exigencias más inmediatas de masas postradas por la miseria, pero sobre todo por el yugo autoritario que la burguesía descargo  y descarga sobre la  sobrevivencia cotidiana del existir.

El socialismo es un continuo devenir, un desarrollo infinito en un régimen de libertad organizada y controlada por la mayoría de los trabajadores. No hay fecha de inicio para su existir, ni otra que paute un límite temporario a su existir. Es una construcción social necesaria que nace a partir del acto consciente de asumir la condición de trabajador y las tareas que le corresponden a quien se ubica ese lugar de la sociedad.

Un análisis de las fuerzas productivas, las relaciones de producción, las clases sociales que se han estructurado sobre esa base y la superestructura política , fundamentalmente la caracterización de clase del Estado” determina estratégicamente el imperativo de la construcción del poder obrero y un orden social superador en base a relaciones humana sostenidas por el paradigma del principio de contribución como contenido concreto del valor justicia, todo lo que se coloque por fuera por mecanismos ideológicos que desconocen estos objetivos, nos lleva como trabajadores a una nueva frustración histórica y da vía a la sobrevivencia de un orden capitalista caduco que no puede realizarse sino en escenarios de barbarie..

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