Nuevo Curso

ELLA Y LA TERMINAL

Puede ser cualquier terminal, pero no es cualquiera. Digo que puede ser cualquiera, porque he visto muchas. De pueblos perdidos y de grandes ciudades. De chico cuando la inauguraron me sorprendió su forma y me alegró que venía a reemplazar otra muy fea, que si alguna vez la transite fue con mis viejos para esperar un pariente, pero con bastante miedo.

Esta nació con pretensiones, pero se termina emparentando con la de mi ciudad,  en el aspecto más triste de la condición humana la miseria, que como se sabe por simple experiencia es el peor de los estados.

Por eso puede ser cualquier terminal. Porque todas son contenedores de la miseria en su versión marginalidad. Pero aunque resulte paradójico hasta lo que la sociedad del capital pone en sus márgenes, supo tener siempre un regulador que no la hiciera tan hiriente a los ojos , ni quebrantara sin palabra los corazones.

Ella. Presumo que es ella porque de “ella”, ya no puede definirse con certeza ni sexo ni edad, con lo que el simple llenado de cualquier formulario de esos que se ponen en las oficinas públicas ya le resulta una montaña  esta ahí. Pero el ahí ya resulta corrosivo e indignante. Ahí es el afuera de lo edificado para contener pasajeros en tránsito.  El ahí lo marca un grueso y amplio vidrio doble que la deja del lado de las cosas, del lado de los paquetes para enviar a vaya saber donde y las carretas que usan los trabajadores del depósito. Ahí , fuera, visible pero separada por un vidrio, Ella, busca ese recorte de pared en ángulo donde ha descubierto lo que será su hogar nocturno.

Ella ha sido expulsada del adentro, que tiene calefacción , negocios y bares donde hay comida de verdad. Ella fuera de todo eso , solo puede ingresar para ir al baño y volver ante la atenta mirada de la “seguridad”, que obviamente no es para ella, sino que a la inversa su presencia la pone en acto y es un lugar molesto para “la gente de bien”

Ella sin tiempo, edad ni sexo, solo en lo visible tiene la apariencia de lo que la sociedad hizo de ella. Probablemente haya sido una niña o un niño que alguna vez fantaseo, imagino, un mundo con su protagonismo. Hoy es solo y nada más que una , un , excluido. Por eso porque se sabe en tal condición y ya sus bajas defensas no la cuestiona, tiende en el recodo, pegada al vidrio doble dos cubrecamas amontonados, apelotonados que saca de un carrito, denunciando que una cama digna esta ausente. Luego arma con los bultos restantes una suerte de almohada, no para posar su cabeza, sino para que esta proteja del hurto nocturno esos bultos aprovechando su sueño.

Una pila de trapos que hacen las veces de frazada y una raida frazada se extienden sobre su cuerpo vestido con un sin numero de prendas de esas que donan los caritativos porque ya no usan y les resultan impresentables . Tapa su cabeza con un gorro, se sumerge en todo eso que termina siendo un envoltorio y se da el gusto de hacer con nosotros lo que en el resto del día hacemos con ella. Nos invisibiliza. Son las 21.30, estoy en esa terminal y no tengo nada más que decir.

Daniel Papalardo

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