El reemplazo del clasismo por la táctica de declaración de derechos subjetivos individuales o colectivos, es el fruto de una ofensiva ideológica desplegada desde la globalidad capitalista, buscando fundar una representación de lo verdadero sentada en la continuidad en el tiempo histórico de los movimientos rebeldes al capital industrial y su disciplinamiento social que se dieron en la década del 60-70 del siglo pasado en todo el mundo.
La batalla por posiciones de intervención social prevalente planteada desde las universidades europeas, los partidos socialdemócratas, y el endiosamiento de los textos de Gramsci sacados de contexto y repetidos desde interpretaciones intencionalmente diferenciadas, generó el plafón cultural para el desenvolvimiento de esa lógica que solo tenía y tiene por objetivo , desplazar la centralidad del concepto de clase y de la lucha entre opresores y oprimidos, explotadores y explotados del escenario que impone la actividad política y de esa forma permitir el rearme capitalista por vía del liberalismo, favorecido por la caída del Stalinismo, y todos los aparatos estatales disciplinadores desde su estructura burocrática en los que se había convertido la ex Unión Soviética.
Desde la caída del Muro de Berlín como hecho simbólico hasta lo que llevamos sobreviviendo en este siglo XXI es posible advertir que la ideología de la clase dominante al amparo de nuevas formas de acceder a información produjo una inversión en la dialéctica del conflicto social que termina facilitando la dominación de la burguesía.
Lo sorprendente es que la herramienta para operar esa reacción, que en casos como en nuestro país termina por colocar en la gestión de gobierno del interés burgués y como personal más alto para la coyuntura que enfrenta el capital, a una expresión puramente burguesa con voto popular y consenso medido en la suma de las papeletas de votantes, es desarrollada por quienes emprenden la lucha confiando en que progreso social, implica mayor acceso a la condición de sujeto de derecho, y de ella deviene una vida digna.
La situación así planteada y su desarrollo, no es otra , que la falta de comprensión de los alcances específicos que tiene el fenómeno jurídico que en tanto la declaración de un derecho no obliga al declarante, máxime si este es el propio Estado que monta la institucionalidad burguesa, y que el presunto sujeto titular de ese derecho por su objetivo posicionamiento social, solo tiene la potestad de accionar ante el propio Estado , por vía de una acción judicial para pretender alguna satisfacción de lo enunciado pero no materializado.
En definitiva, inclinando la lucha hacia las diferencias e identidades por su reconocimiento mediante herramientas jurídicas, cuanto se ha logrado es desubicar a la condición de clase en su propia objetividad y el conflicto de clase como motor de la historia, considerándola como un elemento más de la cultura y de las demandas sociales específicas a las que se prioriza en la actividad militante cotidiana de los colectivos en que los afectados se agrupan acudiendo a la noción de víctimas o perjudicados.
De esta manera, la acción política de las organizaciones que se autoperciben como de “izquierda” lo que ha hecho durante más de una década es posicionar la lucha de las clases como conflicto secundario y concurrente a las diversidades sociales que se desarrollan dentro del orden social capitalista y demostrar por la fuerza de la evidencia que dan los hechos, el vacío ideológico que se impuso sobre la clase trabajadora para apartarla de su objetivo emancipatorio de construir una nueva sociedad terminando con el orden capitalista y su Estado. Eso explica en el aquí y ahora, que gran cantidad de pequeños grupos nacidos al calor de esa prevalencia del discurso de la diversidad, se vean hoy frustrados en sus pretensiones generales relativas a la existencia material y concreta, y las dificultades que las políticas del poder burgués generan para la satisfacción dignas de demandas por trabajo, vivienda, salud y educación.
El caso emblemático de cuanto afirmamos lo da lo que se presenta como lucha de los trabajadores del Conicet y de quienes fueron despedidos en las áreas del ministerio de la mujer y secretaría de derechos humanos, frente a su desmantelamiento y la consecuente pérdida del empleo.
En esas usinas se gestaron y sostuvieron con primacía las tácticas discursivas de prevalencia de los derechos subjetivos, con desplazamiento de las cuestiones de programa mínimo, sindicales y económicas de quienes las integraban y hoy son estos los que buscan ocupar espacio público para ser visibilizados como trabajadores. Dicho de otro modo, los ministerios, las secretarías, las instituciones pueden desaparecer, pero el trabajo y quienes lo desarrollan no, en tanto constituye la esencia configurativa del propio sujeto imbricado en la venta de esa fuerza de trabajo.
Marx en los Grundrisse, llama quijotadas a las acciones de los reformistas.
Lo hace porque lo ilusorio de este posicionamiento frente a lo existente, es la creencia de que es posible arreglar el capitalismo en tanto no funciona porque una u otra parte está desajustada. Bastaría arreglar lo que está mal y todo el sistema funcionaría de forma racional, coherente y justa. En ese sentido, los reformistas no parten de la sociedad tal como es, sino de cómo debería ser
En 1848, tiempo en el que se escribieron esos manuscritos a los que aludimos, la clase obrera se colocó por primera vez en lucha directa contra la burguesía: se iniciaba la revolución. Proudhon se mantuvo distante de todas las luchas. Para él, lo fundamental era implementar su proyecto de reforma. Se centró en ser elegido diputado y presentó su proyecto en el parlamento francés en 1848. Este proyecto fue rechazado por 600 votos contra 2.
Su proyecto era el siguiente: substituir el dinero por una especie de vale o bonus que remuneraría la hora de trabajo. La medida principal, por tanto, era transformar las empresas en cooperativas de trabajadores. Tales cooperativas, sin embargo, continuarían haciendo mercancías y llevándolas al mercado. El trabajador sería, ahora, patrón y trabajador al mismo tiempo. Proudhon quiere mantener la mercancía y acabar con el dinero. Mantener el capital acumulado en las empresas y acabar con el capitalista. ¿Eso sería posible?
En sentido inverso, el socialismo revolucionario, desde sus fundadores a la fecha, habiendo materializados sus planteos en forma histórica, con la revolución del soviet, y el partido bolchevique, hasta hoy, con muchas vidas entregadas en post de ese objetivo, busca demostrar que no es posible resolver los problemas del capitalismo a través de reformas.
En contraposición a las “quijotadas” características de los socialistas utópicos y reformistas de entonces, al pretender construir la sociedad del futuro a través de una “reforma en la bolsa” o de un banco emisor de bonus horario, Marx señala el carácter radicalmente contradictorio y potencialmente explosivo de las relaciones sociales capitalistas, al gestar en su interior las condiciones que posibilitan su superación. La “competencia genera concentración de capital, monopolios, sociedades anónimas”, “el intercambio privado genera el comercio mundial, la independencia privada genera la total dependencia del llamado mercado mundial”, “la división del trabajo genera aglomeración, coordinación, cooperación” y, sobre todo, “la antítesis de los intereses privados genera intereses de clase”. Como se puede ver, el capital es una “masa de formas antitéticas de unidad social, cuyo carácter antitético […] jamás puede explotarse por medio de metamorfosis silenciosas” (MARX, 2011, p. 107).
Más allá de esto, lo cierto es que, lo que hoy se ubica conceptual y propagandísticamente como “ultraderecha”, sin mayores explicaciones y frente a la cual se desenvuelven todo tipo de llamados a combatirla, sin expresar precisamente cuál sería su superación posible dentro del orden burgués, viene a dar cuenta bajo ese nombre a todo cuanto se ha desarrollado tendencialmente creciente desde 2008, cuando tiene lugar la crisis financiera del capital globalizado hasta la fecha.
Ese fantasma que recorre el globo, lo que se llama “ultraderecha” en primer orden permite mantener el uso de posicionamientos espaciales en lo político sin reparar en su sentido histórico. Permite seguir usando el esquema “derecha e izquierda” y apercibir sobre sus presuntos ultrismos. Ambos polos, no reconocen otro origen que la modernidad capitalista, modificando sus discursos y los sujetos que los encarnan según las alternancias del desenvolvimiento del capital y sus Estados.
En períodos de decadencia y crisis del orden capitalista como el que nos toca sobrevivir, el apelativo al “ultra” no tiene otro propósito que mantener viva a la derecha y a la “izquierda” funcional a esta, dejando los extremos sujetos a sus avatares, con la posibilidad siempre presente de volver a “lo sensato” es decir, a las derechas e izquierdas, razonablemente apoltronadas en los parlamentos burgueses.
Sin embargo, el descrédito de la democracia como sistema político dominado en última instancia por los intereses económicos , la globalización del capital, las pretendidas rupturas planteados por la advertencia discursiva de las identidades , la comunidades, el retroceso de la propaganda en torno a la toma de consciencia de la condición de clase de los trabajadores y sus tareas políticas necesariamente emancipatorias del orden social existente , el encuadre definitivo de los socialdemócratas en el marco ficticio e ideológico del libre mercado naturalizado como única forma posible de existir, y la deriva filosófica asumida por el posmodernismo , terminan combinados y retroalimentados para hacer de los movimientos críticos contemporáneos una herramienta inútil y funcional al capital, para la venta ideológica de las políticas que el capitalismo ofrece para afrontar los problemas cotidianos del existir.
pero ese a veces tiene tanta frecuencia que asume una tendencia dominante en lo que ocurre en este siglo. Si eso sucede en términos colectivos como clase social dentro de una sociedad, no es extraño que los a veces sean personales o la de un pequeño grupo como el que se ocupa de editar y publicar en esta página, máxime si lo que se ha propuesto es tomar “un nuevo curso” intentando aportar al problema subjetivo que exhibe este tiempo de convulsiones y guerras, buscando su superación en el plano colectivo.
A veces sucede, que llueve sobre mojado. Que los atajos utilizados por algunos, llevan a vía muerta o construyen otros atajos igualmente falaces. Ocurre además que otros desisten, otros persisten y otros piensan para engañar vendiendo certero su fraude con moño.
A veces sucede, que todo cuanto nos rodea oprime y nos excluye. Sucede que se nos margina, que se nos colocan etiquetas y la sensación macabra es sentir que se vuelve a vivir lo vivido en la dictadura. “Cuidado con esos tipos”. Cuidado con sus ideas y acciones que conducen al caos. No te juntes con esa gente. Miradas de “yo no fui”. “Cosa de troscos, etc. Eso en el plano de los dichos y hechos. Otros con más “genialidad”, hacen la del avestruz y meten la cabeza en un hueco, que puede llamarse poesía, estudios específicos, psicoanálisis, terapias alternativas y demás. No faltan los que huyen, con internet, celulares en mano, buscan la magia como en los orígenes se acudía a los talismanes y demás. Hacen fe en la virtualidad, y creen que los inventos de consumo masivo son neutrales.
Desde 1983, cuando un abogado candidato en campaña, sostuvo una tesis y las mayorías apremiadas por explicar su propia situación ante el régimen genocida que daba un paso estratégico hacia un costado bajo diseño de la burguesía de conjunto , lo tomó como paradigma o estandarte, nuestra sociedad tuvo por cierto que “con la democracia se come, se cura y se educa” y aplaudió a un fiscal designado por esa misma dictadura genocida, cuando apeló a dos demonios conjurados y “salomónicamente” al “señores jueces, nunca más”. Es ese edificio ideológico el que se resquebrajo desde entonces a la fecha y hoy da muestra de su derrumbe.
Ante esto, la indignación existe, pero es más enfado que organización, mas asombro que deseo de cambio, más terapia de grupo que acción política organizada.
Quien impulsa una receta ideológica como la diseñada, y no consigue, pese a colaboraciones concurrentes, llevarla a cabo deja la puerta abierta, deja un vacío, que habilita a que otros lo intenten desde el propio interés burgués entramando un discurso que niega lo vencido y formulando una nueva representación, tan ideológica, tan lejana a la verdad, como aquella, pero con asentimiento político por vía del sufragio.
Si desde la última parte de la primer década de este siglo y lo que aconteció a continuación el protagonismo socialmente acordado para salir de la crisis del capital globalizado y sus políticas imperiales, fue para los movimientos progresistas, la salida en falso a la misma le dio el paso desde el poder constitucionalmente organizado con forma jurídico en el Estado a la versión más cruda de los paradigmas reaccionarios de una etapa de nueva acumulación originaria y reproducción de los escenarios de barbarie que ella implica por su intensificación de la explotación y mayores espacios de opresión violenta, sobre los sectores sociales desposeídos de toda propiedad que no fuese su fuerza de trabajo.
Desde 1983 a la fecha, los trabajadores hemos quedado atrapados por los sistemas políticos liberales al punto tal que lejos de confrontarlos con una política de clase y con nuestro programa socialista , ella ha sido ideológicamente desmerecida y encarcelada en la experiencia no saldada de los años 70 , contraponiéndola de modo arbitrario con las practicas genocidas de la dictadura cívico-militar , haciendo que sean mayoritariamente los propios trabajadores los que los reproducen bajo la prevalencia de un primer principio ideológico: las formas liberales de organización del poder político se distinguen por favorecer la libertad de los individuos y por hacerlo más allá de lo que pudiera hacerlo cualquier otra alternativa política.
Esto último, se ha modo naturalizado de la vida en común y determinado que las formas jurídico-políticas sean necesarias para el cuidado y la promoción de la libertad individual. Los pretendidos fundamentos emancipatorios de la vida política liberal son hoy postulados obvios que enfrentan, a lo sumo, dificultades meramente técnicas para ejercer su rol rector sobre la actividad social propia del orden social capitalista visto como el único posible y la síntesis que agota la historia de las ideas.
Las bondades de dicha vida política; en particular, de la ciudadanía liberal, son las destacadas por propios extraños al punto tal de que quienes dicen luchar las reclaman en todo momento bajo el paraguas de las libertades democráticas, sin definir con exactitud que se entiende hoy por ellas que sea diverso o diferente de lo que en concreto propone la vida liberal bajo la memoria formal que postula bajo el entorno de un Estado de derecho.
Esta perspectiva, asumida por el reformismo encarnado en las actuales organizaciones políticas que se autoreferencia como “izquierda”, se ocupa de omitir una tarea esencial que es, la identificación de los elementos limitadores, falsificadores y, por último, negadores de los intereses de la libertad humana que están implicados en el orden social capitalista, más aún cuando este da signos objetivos de su decadencia cultural y dificultades significativas para su reproducción cotidiana.
En contraposición, conviene advertir que las estructuras de la dominación social que la lógica del capital y sus formas políticas invisibilizan, es contraria a toda situación emancipatoria del hombre tomado como generalidad.
En la dualidad entre lo público y lo privado que es propia del orden social capitalista, el mundo de las diferencias y las desigualdades queda reservado para la esfera privada como “asunto de cada quien” que no tiene por qué interesar a nadie más. Es ahí donde el actual gobierno introduce su referencia al “hombre egoísta” que es caracterizado desde el ámbito privado, y cuyas determinaciones le son propias, con las responsabilidades que ellas llevan implícitas, es decir, un ámbito sobre el cual el Estado disociado ideológicamente de la sociedad civil, no tendría nada que decir. Recuérdese en este sentido la apología de la venta de órganos o de niños, o la potestad de los padres de no mandar a sus hijos al proceso educativo escolar, etc.
Con este esquema, las condiciones para el florecimiento del “hombre egoísta”, solo pueden ser propiciadas desde la superestructura estatal y es justamente a la que apelan los reformistas en todas sus acciones políticas.
Este fenómeno implica un paradigma del individuo ciudadano que ha de regir para todos por igual. Pero precisamente porque vale para todos por igual en realidad lo que ocurre es que se hace valer a favor de quienes, en tanto agentes privados, disponen de una vida mejor dispuesta para calzar con los parámetros de dicha ley.
Es así como contradictoriamente los reformistas pretenden y enuncian un Estado que evangeliza cuando trata e impone por imperio legal ciertos parámetros de la vida civil, dotando a ese parámetro de naturaleza política .Dicho de otra forma, estamos frente a prácticas reformistas , cuando se exige el tratamiento bajo una ley que habrá de ser común para todos pero que porta en su seno la mistificación de un interés determinado de la sociedad civil; i.e. el interés del “hombre egoísta”, o bien los intereses de la vida burguesa.
Este interés y las condiciones de esta vida vendrían a ser la raíz social desde la que se erige la ciudadanía moderna y su prédica de libertad e igualdad universales; una libertad y una igualdad acordes a la trama social del mercado y las necesidades burguesas.
Marx sentencia en La sagrada familia: “El privilegio es sustituido, aquí, por el derecho”. De este modo, la inmediatez de la dominación sustantiva cede paso a una dominación marcada por la mediación dada por la mistificación del interés egoísta -distintivo de los individuos en tanto agentes en el mercado- en la forma de un interés general que el derecho moderno cristaliza a través de sus leyes e instituciones.
Libertad e igualdad se presentan en el discurso dominante como dos aspectos esenciales de la dimensión ciudadana a la que apelan los reformistas. La trama de mutua necesidad entre libertad e igualdad resultaría clave para la reproducción de las estructuras sociales capitalistas en nuestro siglo. Lejos de promover la libertad para una comunidad de iguales, tales estructuras establecen una igualación ciudadana por la cual esa situación solo termina siendo la de algunos ciudadanos por sobre otros.
La lógica del capital inscripta en la idea de ciudadanía social tantas veces mentada por el discurso reformista para oponerla , por sobre los intereses individuales hacen posible presentar como interés general lo que es, en realidad, interés de algunos pocos que se posicionan sobre una situación de dominio objetiva en la relación fundante del sistema, que es la relación capital-fuerza de trabajo .De este modo, aunque todos se hallen sometidos a la misma ley, su respeto universal privilegia un interés particular invisibilizado; el interés de la acumulación capitalista.
La separación entre medios de producción y la fuerza de trabajo, es el rasgo característico fundamental del capitalismo, enfrenta al proletariado y la burguesía.
Colocados frente a frente y en una obligada relación de producción trabajadores y burgueses, dejan ver la contradicción entre la producción social y la apropiación individual. Ese factor es el que resulta y la hace irreconciliable. Su superación revolucionaria, es la opción de los trabajadores. Ella se construye desde el programa socialista y las organizaciones que la vanguardia de la clase trabajadora sede para hacer consciente su rol emancipatorio.
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