Un día con sorpresa, nos mandaron al encierro. Como Merceditas en el romance de Curro el Palmo, tenia La vida y la muerte bordada en la boca. Luego lo que todos saben , las vacunas, las aperturas, los barbijos y un día todo pareció volver a “como antes”. Pero no. Nada vuelve como supo ser . Como decía Miguel el taxista-enfermero, nada permanece , todo se transforma y tras afirmarlo de manera rotunda ponía rostro de tipo que te presta plata pero te ruega se la devuelvas.
Como parte de tantas mutaciones, tuve que aprender a trabajar desde mi casa. Me dí cuenta ahí que no tenía ni casa, ni oficina, que simplemente era lo que debía obedecer. También conocí el ridículo y agraviante fenómeno de saber que la provincia había montado un “edificio de justicia penal” para lograr la “inmediatez” del sistema de enjuiciamiento oral, tan progre y garantista y ahora, los juicios se simulaban por Zoom y que una persona era condenada con años de castigo carcelario ,sin haber estado presente ante sus juzgadores. Rosario , los socialdemócratas y las veneradas viudas de Binner , Bonfatti y Lifschitz hicieron posible que la distopía 1984 tomara cuerpo y realidad.
Otro de los cambios fue propiciado por subas de alquileres, especuladores financieros , inmobiliarias despiadadas que obligaron a tomar nuevos rumbos hogareños y fue así, que termine viviendo cerca de un geríatrico. La proximidad me permite ver un escenario de la miseria que primero creí excepcional y luego para mi desgracia compartida, tuve que colocar en el espacio nefasto de la naturalización de lo inhumano.
Muchas veces se apela a la idea de barbarie, circunscribiéndola en la miseria económica, pero sin duda que es mucho más que eso. Pasa que no son situaciones paralelas sino líneas de trazo combinado y en frecuentes encrucijadas donde se vinculan funcionalmente lo que hace que el ser humano sea un ser vivo diferente y a la vez un depredador de la dignidad.
No tiene mucha publicidad, pero es así y conviene enterarse rápido porque el tiempo no para que a la vejez no es viruela sino encierro, soledad y apartamiento social. Como la estructura de vida donde sobrevivimos se sostiene en la alienación que nos objetiva y nos despoja de subjetividad, tal como las cosas tenemos un período de vida útil , en que se compra nuestra fuerza de trabajo y luego, se nos amortiza.
Parte de esa contabilidad social, de esa aplicación rigurosa de la sobrevivencia del más apto, es el problema que los hijos tienen con sus padres llegados a esa situación de descolado mueble viejo. La “salida”, mejor si es “consensuada”, es acordar la estadía final en el geriátrico en tanto forma culturalmente asimilada de un pre panteón .
Lo cierto, a fuerza de no perder apego con la realidad, es que a veces todo no ocurre rápidamente y el ineludible desenlace final de lo vital no llega a veces con premura de cálculo eficientita y ahí están los hijos visitantes.
Es ahí, en ese peculiar momento en que entra en la cancha de la existencia, la venganza del mundo taimado y traidor, de la que habla con verdad la letra de un viejo tango oxidado.
Apuro el cortado y mis oídos sin proponérselo me torturan con la charla de dos tipos, a los que no le había prestado atención , metido en la lectura de “Mika” una novela donde la prosa de Elsa Osorio consigue desde la ficción que te metas de lleno en la vida de Mika Etchebéhère, argentina que luchó en la Guerra Civil Española en las filas del POUM una de las mujeres olvidadas por la historia que de alguna manera necesita ser rescatada por oposición a tanta turra disfrazada de militante de estos tiempos.
Uno de esos dos, empuja una silla de ruedas donde está lo que queda de una mujer a la que le sobra la ropa y la rebasa el propio vehículo. El motor humano, con cara de procesión impuesta, en un momento mira al otro , que se le parece asombrosamente, pero portando menos años. Miradas que se cruzan, tipo partido de truco, señas que piden que cante falta envido, y ahí la puesta en acto : “ Mamá querés comer la torta que te gusta”.
La respuesta no llega con premura. Un dejo de tristeza en la mujer. Un sí con la cabeza y la mira allá , allá donde sin duda esos dos no ven nada , pero luego el tiempo transcurrido me dio a pensar que no era la nada sino la mirada de quien empieza tratos con la muerte de manera consciente.
Se sientan los tipos, llega la torta. El que se coloca a un lado de la mesa apura la cuchara y se la acerca a la boca. Come despacio, se diría con desgano. Luego otra seña, esta vez parece que es la del siete de oro y el que no empujó la silla de ruedas, le dice : Mamá , te acordas que hablamos de vender la casa . Bueno, encontramos un comprador y lo vamos a hacer, pero para que vos no te preocupes, me tenes que firmar estos papeles. Son unos poderes. Al de la torta endulzante le tiembla la cuchara , se derrama un poco en la mesa y la ropa de la mujer.
Es un minuto, el tipo es rápido en eso y le toma la mano en el brazo rígido de la mujer y la ayuda a garabatear un dibujo en el papel. Luego el silencio. Ella mueve la misma mano hacia un costado y sin mirarlo, les dice. “Llévenme. Hacía mucho que no venían. “
Los tipos obedecen como sin duda nunca lo hicieron en su vida. Para que demorar lo ya conseguido. Ahora es otro el que empuja la silla.
Daniel Papalardo