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PELIGRO Y EJEMPLO

Los socialistas han condenado siempre las guerras entre los pueblos como algo bárbaro y feroz. Pero nuestra actitud ante la guerra es distinta, por principio, de la que asumen los pacifistas burgueses (partidarios y propagandistas de la paz) y los anarquistas. Nos distinguimos de los primeros en que comprendemos el lazo inevitable que une las guerras con la lucha de clases en el interior del país, y en que comprendemos que no se puede suprimir las guerras sin suprimir antes las clases y sin instaurar el socialismo; también en que reconocemos plenamente la legitimidad, el carácter progresista y la ne cesidad de las guerras civiles, es decir, de las guerras de la clase oprimida contra la clase opresora, de los esclavos contra los esclavistas, de los campesinos siervos contra los terratenientes y de los obreros asalariados contra la burguesía. Nosotros, los marxistas, diferimos tanto de los pacifistas como de los anarquistas en que reconocemos la necesidad de estudiar históricamente (desde el punto de vista del materialismo dialéctico de Marx) cada guerra en particular» ( Lenin EL SOCIALISMO Y LA GUERRA)

Dice Carlos Manuel Sanchez, desde el sitio virtual ABC, que : Cien mil bombas aliadas quedan todavía sin explotar en Alemania. Sólo en la ciudad de Berlín se han desactivado más de  1200 y hay, al menos, otras 4600 sin localizar. Su desactivación ya ha provocado varios incidentes mortales, y los expertos avisan: se están pudriendo y ese arsenal dormido se puede descontrolar.

Sin duda el dato es significativo y de objetiva gravedad. Es como si la conflagración donde fueron lanzadas puje por no morir y a fuerza de como se vive en medio oriente, en Palestina, en el Magreb, en África y en la propia Ucrania, parece no querer disiparse sino instalarse como exhibición clara para necios e ilustres cultores de la ideología dominante, tratan de ocultar.

Sin embargo, a quienes ponemos granos de arena para lograr una nueva sociedad, un orden socialista y por ende un nuevo hombre que de cuenta de su historia emancipado de toda condición de clase, nos ha llegado como agua recibida de un manantial en una tarde de verano, un relato que difunde  Jorge Montero, que dice lo siguiente, y como habla por sí solo, únicamente agregamos que siempre hay tiempo para otra existencia si se toma consciencia de ese imperativo.

La bomba dormida:

(Historia de una foto, con un poco de mito y mucho de realidad)

Cuenta la leyenda urbana que en un pueblo del País Vasco hubo una bomba que llegó a tierra pero nunca estalló. El artefacto explosivo quedó incrustado en el medio de la plaza central del pequeño poblado. Los pobladores sorprendidos y asustados no se animaron a moverla, y mucho menos desarmarla. Allí permaneció años durante el gobierno de Franco como un símbolo aleccionador. Representaba la muerte, el poder del régimen y el castigo a quien se rebelara.

Un día de primavera, por la mañana, Julen se cansó del detalle del paisaje que arruinaba la plaza. Buscó herramientas, pidió ayuda que no encontró, y se decidió a desarmar y quitar el artefacto. Las primeras horas trabajó solo, ante la mirada lejana de sus coterráneos. Para el medio día ya contaba con la ayuda de sus amigos, pues si de algo hay que morir, que sea junto a los amigos. Para la media tarde todo el pueblo estaba en la plaza, expectante y colaborando como pudiera.

Antes del anochecer la habían desarmado, subido a una carreta, y decidido que la iban a llevar al pueblo vecino, donde se encontraba la sede municipal de la región. Pero lo interesante de la historia fue lo que encontraron dentro de la ojiva, es decir, la cabeza de la bomba que posee el detonador. Allí, junto a cables y piezas de metal hallaron un papel manuscrito, que contenía solo unas pocas palabras. Pensaron que tal vez indicara el lugar donde fue hecha, sus componentes, o algunas instrucciones de uso, pero de todos modos despertó la curiosidad del pueblo. Claramente las palabras no eran en vasco, ni en castellano, ni en inglés. Aparentemente era alemán. En el pueblo, había una sola persona que podía llegar a descifrar la escritura: Mirentxu, quien de pequeña, por el trabajo de su padre había estado algunos años en Hamburgo. Mirentxu naturalmente estaba en la plaza. Fue solicitada y tomo el papel. Se tomó algún minuto. Ordenó en su mente las palabras, la gramática, y para cortar con el suspenso dijo mirando a todos sus vecinos (que al mismo tiempo la miraban en silencio): “Salud. De un obrero alemán que no mata trabajadores.”

Nadie se movió de la plaza las siguientes horas. Discutieron, hicieron conjeturas, e interpretaron de mil maneras el manuscrito. Finalmente, antes de la media noche, por unanimidad el pueblo decidió que la bomba no se iría, incluso, volvería a su lugar. A partir de ese momento la bomba en la plaza comenzó a simbolizar la resistencia, el fin del miedo, y el poder de un pueblo con conciencia de clase. Todo ello como regalo de un obrero alemán, que en medio de la dictadura nazi se jugó la piel, y dejó claro que ni el miedo, ni el régimen lo iban a poder hacer matar a sus compañeros trabajadores.

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