SOCIALISMO ES UN RÉGIMEN SOCIAL DONDE LA VIDA NO ES NEGOCIO. «Gregorio Flores. Dicho en las puertas de la toma de fabrica frente a las fuerzas represivas dispuestas a ingresar»

Estando atentos a que la energía militante tan materia de apología en tiempos de movilizaciones callejeras, por presupuesto universitario, cláusulas de mejoramiento de ingresos en concepto de haber previsional o repudio a DNU , ha menguado al menos con esas formas, es importante reparar en aspectos que en otros momentos no encontrarían desde la lucha de clases , un espacio digno para su tratamiento , aun cuando en ellos , esta gran parte de la crisis del factor subjetivo , que exhibe esa lucha de la vanguardia trabajadora. Nos referimos al problema generacional y su incidencia en la militancia socialista concreta.
La vejez también ingresa como problema en la práctica militante. No solo en la faz individual, sino también, y esto es lo que nos preocupa, como experiencia social y por tal relacional.
La vejez es un factor objetivo, que te obliga a ser y hacer todo lo que no estuviste dispuesto a realizar en tu vida hasta que en tu ruta personal que presuntuosamente pensaste haber trazado, llegaste a este pueblo siniestro sin salida. Lleno de laberintos de los que no se sale por arriba, que te imponen a diario condiciones en las que básicamente se trata de dejar de ser y acallar los impulsos.
Es así como se llega a la muerte por tácito consenso. No es la única manera de morir por supuesto, pero digamos que está en la base. Lo primero es persuadiste de que todo lo que hiciste lo hiciste mal. Segundo que la sociedad no requiere de tus servicios como aquellos otros pueblos si los pedían del Che para luego dejarlo en absoluta soledad. Tercero que el mensaje desde lo que sucede en tu existir, como tus propios síntomas biológicos es unidimensional y se reduce concentrado a que todo lo vital debe ser acallado.
Es muy difícil existir matando el deseo y que este advertido solo se concentre en sobrevivir en términos biológicos. No falta la invitación fuguista de salir de este pueblo, pero el que la incita en nuestro yo no advierte que no hay camino de retorno y como Hernán Cortez, aquí nos quedamos.
Sin embargo, hay un problema social mayor que esta impresión individual que a todos los que estamos en este pueblo nos llega de alguna u otra manera. Ese fenómeno se concentra en otro mucho más significativo y nace de una simple pregunta. ¿Dónde están los militantes de los ochenta, esos que me retorcían el volante que repartíamos con mis compañeros en la cara, por contener la simple advertencia de que no íbamos a ninguna parte juntando las manos y recitando el preámbulo, a un siglo de su dictado? ¿Dónde están esos otros que nos recitaban de memoria “el izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, que hablaban de táctica y estrategia y que no había que repetir errores? ¿Dónde están esos que por todo eso nos dejaron solos y que no dudaron en salir corriendo a repudiar el ataque al regimiento de La Tablada? ¿Y los cultores del sindicalismo antiburocrático para la liberación nacional?
Bueno, todos esos hoy son viejos en todo el sentido de la palabra, pero salieron de las escenas, no acuden a reuniones o en un caso particular que tengo presente decretaron de modo unilateral su jubilación como militante, aunque si bien les estaría dando la edad, no se sabe si hicieron los aportes necesarios para ser considerados como tales.
En respuesta, algunos se declaran jubilados insurgentes, con lo cual demuestran que solo entendieron la vida en plano personal y que se insubordinan exclusivamente por una renta personal o un subsidio a la vejez. Para eso se ponen por delante de una marcha que los usa como tales, y hacen fragorosos discursos hacia la nada, la misma nada que los cobijó cuando decían que la tenían clara y distinta y ahí están gritando en la calle por jubilaciones, olvidando que la jubilación es una expresión de un sistema social que dijeron combatir, haciéndolo también por ellos y no por los jubilados de entonces, Norma Pla de testigo permanente en la soledad de su reclamo.
Sin embargo, esa es una arista del fenómeno, en lo que queremos poner centralidad es una de las razones de este fenómeno fuguista, de violín en bolsa, yo me voy que sigan otros.
Ese resultado, pensamos, obedece a la emergencia de las nuevas generaciones, que no vieron en el militante de los ochenta un referente. Advertían que esos esclarecidos, mentores de nuevos métodos y nuevas lecturas, solo habían conseguido traer a lo real y concreto a George Herbert Walker Bush y sus similares y a la vez enmudecieron o balbucearon respuestas a lo que siempre habían ocultado por su profeso estalinismo, la caída del muro de Berlín, el mismo muro mecanicista y economicista que le habían puesto a la cultura marxista.
Esas nuevas generaciones llegadas al teatro de la cosa pública con una opera prima que fue la rebelión de 2001 les creyó a veteranos que no tuvieron la mejor idea que apelar a “la memoria” y bajar cuadros de la casa de gobierno, mientas sus escribas se ocupaban de describir otro relato, nacido desde el propio alfonsinismo-Menem, que no fue otro que la puesta en acción del pacto de Olivos, la constitución nacional reformada y para ello, la política de declaración de derechos subjetivos.
Otros veteranos, tapando el pasado apelaron a Negri que le vino como anillo al dedo para fugar del viejo relato pegándole a la forma partido y apelando a la horizontalidad, justo cuando el poder burgués hacia lo inverso, es decir, se concentraba, fijaba una única estrategia y sus correspondientes tácticas y le dio para adelante con la política de las divergencias, por el motivo que fuera y la abolición dogmática de las clases sociales, como si realmente eso fuera posible.
Esa militancia nueva, lo es justamente porque rechazó a los viejos militantes folcloristas de la nostalgia y capitalizadores de la nada, mientras la nada los mantuviera visibles para dogmatizar hacia “los pibes” sus siempre “fundadas y certeras” explicaciones, pero nunca del cómo, cuándo y para qué.
Puestos como descolados muebles viejos en el galpón de los trastos viejos, los hoy jóvenes se despegaron de ellos, porque si no lo hacían no tenían contra qué rebelarse y precisamente por ser jóvenes necesitan de ese elemento. Tampoco querían hacer aplicación estricta de la historia y no de la memoria y basar su rebeldía en el programa de los 70, porque si algo habían entendido, es que eso trajo desapariciones y no estaban, ni están dispuestos a correr una suerte similar.
Entonces es más vital, terminar con lo viejo, no quedar en él, pero al negarlo no superarlo, sino quedar en la superficie como gran queja por lo existente, pero nula apuesta a lo que viene, más allá del arreglártela como puedas.
Hubo en esa generación de jóvenes del comienzo del 80, de militancia intensa personas que jugaron sus expectativas de vida por fuera del individualismo apostando a un proyecto político colectivo, que sus dirigentes traicionaron con una frase que sin darse cuenta les hizo las veces de guadaña a sus pretensiones y hoy los deposita en el lastimero rol que les toca cumplir, absolutamente inermes ante cuanto sucede. Se dijo entonces, allá por los fines del 82 que había que abandonar la construcción de partido de cuadros, para ir a partido de masas, legalizado, donde un periódico es un militante.
A su manera, uno de ellos, uno de los creyentes defraudados fue Salvador Benesdra, con quién hoy queremos cerrar nuestra entrega, invitando como desde nuestro nacimiento, a cursar un nuevo rumbo socialista desde la necesidad de abrir un nuevo curso como tarea central de la vanguardia de trabajadores en este período marcado por la agitación y propaganda del cambio social emancipador de las relaciones sociales que componen el orden capitalista a través del poder obrero y socialista.
“El que vive el poder desde abajo se lo suele imaginar compuesto de su jefe supremo, cerebro y corazón del sistema, munido de sensores, sus subordinados, que le transmiten más o menos fielmente lo que pasa en el mundo. Como toda representación precisa es falsa, pero tal vez se la más indicada para no sufrir mayores desengaños. Existe, sin embargo, otra representación tan precisa y falsa como la anterior, que se imagina el vértice del poder fatalmente divorciado de su cuerpo, y a los sensores no como meros órganos fielmente perceptivos, sino como carnaduras llenas de todas sus propias ambiciones, mezquindades y generosidades humanas, más interesadas en sus propias motivaciones que en las necesidades del sistema. “” …la costumbre de la resignación puede ocasionar hasta las más poderosas fantasías…” Es seguramente la que tenían los campesinos rusos cuando siguieron al pope Gapón por las calles de San Petersburgo para pedir pan y ayuda al zar contra las inclemencias de este mundo y el zar les dio una respuesta que hizo pasar la jornada a la historia con el nombre de Domingo Sangriento” (El Traductor, pág. 66. Edit. Eterna Cadencia)
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