por Leónidas Noni Ceruti
La organización en Argentina del XI Campeonato Mundial de 1978, y el posterior triunfo del equipo argentino, fueron utilizados por los genocidas para ganar popularidad, e intentar limpiar internacionalmente la imagen atroz de la dictadura.
Al acercarse la fecha para la realización del evento mayor del fútbol mundial, en Rosario, al margen de la remodelación por parte del EAM 78 del estadio de Rosario Central, que pasaría a ser conocido popularmente como el “Gigante de Arroyito”, las autoridades municipales y provinciales encararon varias obras.
Mientras la “plata dulce” fluía desde las arcas del Estado nacional para la construcción de obras faraónicas, la ciudad del rio, vivió una auténtica fiebre de inauguraciones, como los accesos a la ciudad, el Centro de Prensa en la Plaza Pinasco, la ampliación de avenidas y bulevares, la autopista Rosario-San Nicolás y el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez, entre las más importantes.
En ese período la Municipalidad acuñó el slogan “Rosario: Ciudad limpia, ciudad sana, ciudad culta”. Esa era la imagen que pretendía dar el intendente de facto Capitán de Navío (RE) Augusto Félix Cristiani, cara visible y legal del terror impuesto sobre la sociedad desde marzo de 1976.
El Mundial ’78 ubicó a Rosario en el escenario internacional. Las autoridades municipales se propusieron exhibir a la ciudad provinciana y “fenicia” como una urbe cosmopolita y esto requería no sólo una imagen de ciudad moderna, sino además la demostración contundente del “orden y disciplina” que se había impuesto a la sociedad.
En esas semanas se publicó la “Guía de Rosario” para recibir a los turistas a “pura fiesta`”. Muchas empresas, profesionales, comercios, contribuyeron con publicidad.
En Buenos Aires, en la ceremonia de la inauguración del evento mundial, en el estadio Monumental de River, al son de una marcha militar, el genocida General Videla condecoró al presidente de la FIFA, el brasileño Havelange. A pocas cuadras, estaba en pleno funcionamiento el centro de exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y los aviones despegaban para arrojar a cientos de detenidos vivos al mar.
Adivinanza: ¿quién es el único jugador que mira mal a Videla?
La Argentina debutó en el Mundial con el apoyo de la prensa y de los hinchas. Las dos victorias ante Hungría y Francia y la caída frente a Italia le impidieron a la Selección de Menotti ganar su grupo y seguir en Buenos Aires. La consecuencia de la derrota ante los italianos, obligo a la mudanza a Rosario.
La ciudad, que ya había vivido intensamente la primera ronda, considerándose como la principal subsede, recibió con entusiasmo desbordante a la selección nacional conducido por un hijo dilecto de la aldea como es Cesar L. Menotti.
El estadio mundialista tuvo un lleno total cuando comenzó la segunda ronda con un triunfo ante Polonia. Periodistas deportivos rosarinos recuerdan que el técnico rival, Jacek Gmoch, denunció un arreglo para favorecer al seleccionado local.
“El Mundial es de todos. En la calle y en la cancha, un gol de cordialidad. El equipo es el país. Jugamos nuestro prestigio”, decía un aviso del diario “La Capital”, auspiciado por la Junta Nacional de Granos.
Cuando Kempes le metió los dos goles a Polonia, Videla, según el matutino tuvo una “impresionante recepción del público”.
Luego de la clasificación, antes de volver a Buenos Aires, los muchachos de la selección fueron despedidos por el Gral. Galtieri, que aprovechó para sacarse algunas fotos, especialmente con Kempes y Menotti.
Las sombras del partido contra Perú
El partido más comentado de aquel mundial, el más polémico y cuestionado de todos en cuanto a su desarrollo, se jugó el 21 de junio de 1978, donde el conjunto nacional venció 6-0 a Perú, aunque necesitaba cuatro goles para acceder a la final frente a Holanda.
El palco estaba ocupado por Videla, Massera, Agosti, Harguindeguy, Martínez de Hoz, Liendo, Kissinger, Galtieri, Desimoni, Cristiani, Viola, Bolatti y Lacoste.
En las tribunas, en tanto, la marcha oficial del Mundial era reinterpretada por algunos hinchas “25 millones de boludos, pagaremos el mundial…”, cantaban.
El estadio mundialista estaba desbordado de gente. Algunos veteranos periodistas rosarinos que recorrían los pasillos del estadio aquella noche recuerdan que minutos antes de empezar el partido el Gral. Videla visito el vestuario argentino para desear algo más que éxitos, y luego se dirigió al de Perú.
Otros describieron la singular visita a los rivales “El presidente de facto estaba serio. Observaba, sonreía, con su gesto imperturbable y feroz. Habló. Instó a la unidad latinoamericana. Deseó lo mejor. Todos escucharon. La mirada filosa de Videla tenía impresa su condición de impiadoso. En aquella oportunidad Videla cerró su inolvidable discurso en el vestuario peruano con la siguiente frase: “Latinoamérica los está observando, un equipo sudamericano debe estar en la final”, como si Brasil quedara en Asia. “Fue un momento terrible”, coincidieron la mayoría de los futbolistas peruanos, cuando ya se pudieron referir al tema, años más tarde”.
Después, sólo después de la gloria deportiva, del festejo por el primer título mundial, del paso del tiempo, de los laureles, llegaron los cuestionamientos. Y entonces, también, surgieron los testimonios y las historias ocultas.
Entre tantas versiones que refieren a arreglos espurios hay una que sostiene un acuerdo entre las dictaduras militares de ambos países. La sospecha estuvo vinculada con la donación de centenares o miles de toneladas de trigo, en concepto de ayuda alimentaria. La cifra oscila (de 250 a 4.000) según la fuente que se consulte. La descripción del hecho, sin embargo, no varía demasiado. Juan Alemann, secretario de Hacienda en tiempos de la dictadura, reconoció: “Ese tipo de donaciones no eran espontáneas. Se hacían sólo en caso de un terremoto o de alguna catástrofe”. Ninguna de esas situaciones extremas había pasado en el Perú de fines de los años setenta.
Otra versión, jamás confirmada, decía que el gobierno argentino había repartido 250 mil dólares entre algunos jugadores y dirigentes peruanos para evitar molestias.
Cuenta el periodista Oscar Barnade, una anécdota que ocurrió en Rosario, “El día previo al partido de las mil sospechas, Radulfo Manzo escuchó, a través del teléfono, en la habitación de la concentración peruana, una voz de la que sólo identificó un inequívoco acento argentino. El defensor, que luego jugó un puñado de encuentros en Vélez, comento que “El ex zaguero Radulfo Manso, hoy completamente distanciado del fútbol, dice a su vez que aquella explosiva denuncia de soborno que formuló en 1979, cuando jugaba en Vélez, fue “un desahogo a medias”. “Lo que pasó –cuenta Manso- es que antes del partido con Argentina atendí un llamado telefónico en mi pieza de la concentración. La voz, que tenía acento argentino y me trataba de manera peyorativa, discriminatoria y racista, me dijo de muy mala manera que les comunicara a mis compañeros que nos pagarían 50 mil dólares a cada uno si permitíamos la clasificación de Argentina. Me dio mucho miedo, porque yo en ese momento era un muchachito y me sentí muy mal. Se lo conté a un compañero y estoy seguro de que, si se lo hubiera dicho al resto, todos me habrían dicho que no aceptaban”.
Un año después, Manzo contó ese hecho entre sus compañeros del club de Liniers. Y adoptó carácter público a través de un colaborador de Vélez en aquellos días, el ex boxeador, campeón argentino y sudamericano de los medianos, Jorge Fernández. Sus compañeros siempre cuestionaron a Manzo porque aquel episodio salió a la luz. Y lo descalificaron por tal motivo. A consecuencia de esta infidencia, en la AFA se produjo un gran malestar. El peruano estuvo a punto de ser expulsado. Y hubo una denuncia criminal en su contra. Finalmente, ante más de cien personas, entre periodistas, dirigentes y curiosos, firmó una nota mediante la cual rectificaba sus dichos.
Brasil le había ganado 3-1 a Polonia unas horas antes y la Argentina jugó por la noche sabiendo cuántos goles necesitaba para llegar a la final. Perú fue, sin vueltas, un desastre, algo apropiado a las necesidades de la Argentina.
“El técnico de los peruanos, Marcos Calderón, quien no podía manejar la interna de un plantel dividido, sorprendió a todos al incluir a Manzo y a José Velásquez, lesionados, y al arquero Ramón Chupete Quiroga, cuestionado por sus compañeros, porque, al cabo, era argentino. Al minuto de juego, Juan José Múñante pegó un tiro en un palo del arco que defendía Fillol. A la distancia quedó apenas como un detalle decorativo. Lo que vino después fue la peor actuación peruana de la que se tenga memoria. “Es probable que alguno de mis compañeros haya aceptado semejante cosa. A mí no me consta, pero no pongo las manos en el fuego por nadie. Igual me permito ponerlo muy en duda. A ese partido llegamos con el desgaste del esfuerzo que hicimos en la primera rueda, en la que les ganamos a Escocia y a Irán y empatamos con Holanda. ¿O fue casual que después perdiéramos con Polonia, Brasil y Argentina? Estoy convencido de que perdimos de manera limpia. Con mi experiencia, yo me habría dado cuenta si alguno de mis compañeros no ponía todo para ganar”, señaló el defensor y símbolo Héctor Chumpitaz. La gigante mano del soborno, cuanto menos, había dejado ver su silueta.
“No me vendí. Sólo fue mi noche más negra”, responde Quiroga cada vez que le preguntan sobre el tema. El arquero había nacido en Rosario y su veloz nacionalización para jugar en la Selección peruana la había gestionado y conseguido el hijo del presidente, quien llevaba el mismo nombre que su padre: Francisco Morales Bermúdez. Incluso en 2005, veintisiete años después, Quiroga repitió su inocencia. Nunca volvieron a convertirle seis goles en un partido.
“La presencia de Videla y Kissinger en nuestro vestuario fue terrible”, declaro Juan Carlos Oblitas, uno de los líderes de la selección peruana, al recordar un episodio que pocos conocen, en los minutos previos al polémico 6-0 que clasificó a Argentina a la final. “Algunos más jóvenes, que pudieron haberse sentido intimidados, dejaron de cambiarse para escucharlo. Pero yo, que tenía más experiencia, seguí en lo mío. Seguí detrás de una pared y apenas lo oía hablar. No quería que nada interrumpiera mi concentración”.
El zaguero Héctor Chumpitaz, otro histórico de la selección peruana, admite: “nos sorprendimos cuando nos dijeron que nos iba a hablar Videla. Se paró frente a nosotros y nos dio un discurso en el que llamaba a la hermandad latinoamericana y nos deseaba suerte. Yo me lo tomé como una presión, aunque después de lo que nos habían dicho los organismos de derechos humanos, Videla aparecía como un personaje que nos daba un poco de miedo”.
Barnade, insiste en la estrecha vinculación entre los hombres de la dictadura, el cuerpo técnico de la selección y los jugadores, no solo en Buenos Aires, sino durante su estadía en Rosario, cuando escribió “Los militares argentinos —especialmente Eduardo Massera y Leopoldo Galtieri— fueron más de una vez a la concentración y los vestuarios argentinos, sobre todo a partir de la segunda fase, en Rosario. Incluso quienes vivieron esa intimidad cuentan que tenían línea directa con Menotti”. “Nos hablaban de nuestras virtudes y de que representábamos a la patria. Para Kempes, según contó una vez, los militares acercaban a los jugadores la toalla, el jabón y hasta alguna copita extra de vino en las comidas. Como si fueran los cadetes”.
“Los militares estaban impulsados por su voluntad de quedarse para siempre en el poder, querían meter la cola para sacar ventajas de un equipo de fútbol, para utilizarlo como distracción, como medio para otros objetivos, para el horror”, señaló Osvaldo Ardiles, en 2003, cuando el volante derecho de aquella Selección Nacional era técnico de Racing”.
El periodista Evaristo Giordano Monti, uno de los voceros de la dictadura en su columna “Imágenes deportivas”, en el diario La Capital, publico una nota de opinión sobre el genocida Galtieri: “Las Fuerzas Armadas no ocuparon el poder para mandar, sino para gobernar, y la función del gobierno implica la visualización de todo el acontecer nacional. ¿Qué imagen daremos a mediados de 1978? Dos años atrás, nadie arriesgaba un pronóstico favorable a la Argentina para el Mundial. ¿Cómo íbamos a desembarazarnos del azote subversivo? En círculos internacionales se expuso el peligro que entrañaba la furia subversiva. Hoy ese tema ha sido sepultado. Hemos entendido el Mundial como la demostración de encarar una gigantesca obra en lo material y en lo espiritual’, escribió alguien en nombre del general. ¿De qué valdría tanto costo y tanto ardor si mil periodistas y cincuenta mil turistas se llevan una impresión negativa? Tal vez sea un exceso de prevención, pero sospechamos que no faltan quienes piensen que el Mundial será un breve período apto para enriquecerse. En mi carácter de comandante del II Cuerpo y como un argentino más, interpretando el sentimiento y vocación argentinista de mis subordinados, me permito exhortar a todos los hombres y mujeres de mi jurisdicción a crear conciencia, disuadir a los desaprensivos, fortalecer la fe en la nación, sentir con profunda espiritualidad que esta ocasión es propicia para mostrarnos como somos realmente y no como pueden deformarnos pequeños ambiciosos. Miles de periodistas divulgaron la buena noticia: los argentinos son los de siempre y toda infiltración espuria está desterrada”, remataba Galtieri.
Monti comentaba que “esta página recoge con especial orgullo el mensaje de Galtieri, agradeciendo su cortesía. No sólo el trabajo del alto jefe militar nos honra, sino que hará escuela”.
Rosario fue testigo del partido más comentado de todos los mundiales, tal vez más que la propia final donde Argentina se consagro campeón del mundial, al vencer al seleccionado de Holanda.
Los amantes del fútbol que concurrieron aquella noche de la goleada a Perú, lo recuerdan como un partido atípico, bochornoso, lleno de incógnitas para algunos y para otros no.
Buena parte de Rosario vivió esa noche una borrachera de alegría, los hinchas no pensaban en esas horas en soborno, solo les importaba gritar los goles, tocar bocinas por las calles y colmar las zonas aledañas del Monumento a la bandera,
Algunos periodistas extranjeros se hicieron eco de las denuncias de los familiares de desaparecidos, de la represión que se vivía, y enviaron notas a sus países y fue una manera de denunciar lo que sucedía.
En la ciudad y entre los investigadores de lo sucedido en esos días se comentó que en Rosario a un periodista cuyas crónicas según el gobierno “deformaban la realidad de la Argentina”, le recomendaron una serie de visitas para conocer la realidad de la sociedad. Una noche cuando se quedó dormido, alguien se llevó su credencial como periodista acreditada, sin la cual no pudo seguir trabajando y debió volver a su país, sin poder seguir recibiendo denuncias. Sorpresas te da la vida, dice la canción.
Versiones de un soborno
Un ex senador peruano, Genaro Ledesma Izquieta, sobreviviente del Plan Cóndor declaró ante el juez federal Norberto Oyarbide que las dictaduras militares de ambos países negociaron la liberación de 13 peruanos a cambio del resultado de aquel partido en el Mundial.
Los 13 ciudadanos peruanos deportados ese año de forma ilegal por la dictadura de ese país tenían por destino ser desaparecidos en uno de los vuelos de la muerte. Su derrotero ilegal en el país, sumado a la presión internacional, habrían motivado un acuerdo para su expulsión de la Argentina, que tuvo como moneda de cambio el resultado de ese encuentro”, agrega la nota.
El periodista argentino Ricardo Gotta, que publicó en 2008 el libro “Fuimos campeones”, no tiene dudas del arreglo. Su testimonio encaja en lo declarado por el ex senador peruano. “Logré reunir en el libro una decena de evidencias contundentes que apuntan a que hubo una operación que instaló dos escenarios: uno de miedo, de coerción. Y otro de corrupción, de soborno, al menos sobre algunos de los miembros de la selección de Perú. Sobre el acuerdo de las cúpulas militares, Gotta menciona un diálogo mantenido entre el dictador argentino, el general Jorge Rafael Videla, y su par peruano, Francisco Morales Bermúdez, a través de una radio argentina, minutos después del debut de Perú en el Mundial con una victoria 3-1 ante Escocia, en Córdoba el 3 de junio de 1978. “General, quiero felicitarlo sinceramente por el triunfo que logró la selección que representa a su país, al que considero un triunfo latinoamericano”, dijo Videla. “General, le agradezco la generosidad y todas las muestras de afecto que reciben mis compatriotas en su estada en tierra argentina. Estamos en deuda con ustedes”, le respondió el peruano.
Gotta dice que esa deuda la terminaría pagando Morales Bermúdez con otro llamado telefónico días después, pero esta vez al capitán de Perú, Héctor Chumpitaz, horas antes del partido en el que Argentina precisaba ganar por cuatro goles y que terminaría 6-0.
El periodista argentino cuenta que, luego de hablar con Morales, Chumpitaz se reunió con todo el plante de Perú en su cuarto. “El presidente Morales Bermúdez me ha llamado. He recibido un nuevo llamado del señor presidente, sí… Me pidió nuevamente que los felicitara por el esfuerzo realizado hasta aquí y me advirtió que comprendía muy bien que los puntos que hemos perdido en los últimos partidos son contingencias del juego. Sólo eso…”.
“¿Eso es todo?”, preguntó uno de los jugadores. “No. Me trasmitió que desea que tratemos de vencer a la Argentina, pero que sabe muy bien lo difícil que es la misión que nos pide. Que nos manda un abrazo fraterno, más allá del resultado que obtengamos. Me dijo eso dos veces”, asegura Gotta en su libro.
El otro extraño hecho de aquel partido fue la visita de Videla y de Chumpitaz y de Henry Kissinger al vestuario peruano antes del partido sólo para “saludar a los jugadores”, el pedido del DT, Calderón para que Perú jugara con su camiseta suplente (ese día, utilizó una roja) y así “no pasara vergüenza” y los sucesos previos al encuentro.
José Velásquez, que fue titular en aquel encuentro, negó que hubiera habido sobornos, pero sí aceptó que aquel día nada fue normal. “Recuerdo que un día antes del partido, Chumpitaz, Oblitas, ‘Panadero’, Cubillas, Sotil y yo le pedimos al DT Marcos Calderón que no pusiera a Quiroga, y él aceptó”, declaró
“Pero luego, en el vestuario, después de que llegaran el presidente argentino (Videla) y el por entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, vimos que el técnico lo ponía. Nos sorprendimos”.
Otro que ha seguido el tema al detalle es el periodista Ezequiel Fernández Moore, quien en una nota publicada en Terra, a fines de diciembre de 2007, escribió lo mismo: ese partido no fue normal. “Todavía tengo fresca la imagen de Juan Carlos Oblitas, otro integrante de aquella selección peruana, cuando le pregunté por ese partido en la tribuna de prensa del Estadio Azteca, el día de la inauguración del Mundial de México 86. ‘Ese partido no fue normal, en ese partido hubo cosas raras’, concedió Oblitas”.
Fernando Rodríguez Mondragón, sobrino de Miguel Rodríguez Orejuela, uno de los capos del Cartel de Cali, publicó hace unos años un libro en que aseguró que esa organización narco aportó dinero para sobornar a Perú.
”De primera mano supimos cómo fue lo del partido Argentina-Perú. Mi tío Miguel habló con un grande del fútbol mundial y le confesó lo del dinero que hubo para arreglar ese partido para sacar a Brasil de la final”, declaró Rodríguez Mondragón a Radio Caracol, de Colombia, luego del lanzamiento del libro “El hijo del Ajedrecista 2”.
¿Argentina podría haber usado dinero del narcotráfico, vía Colombia, para sobornar a los jugadores? Según el periodista Gonzalo Guillén, en una nota publicada en el Miami Herald en diciembre de 2007, “estudiosos de la evolución del narcotráfico colombiano, célebre siempre por su afición al fútbol, consideran que el memorable triunfo de 1978 le abrió las puertas de Argentina a los capitales de la cocaína colombiana y debido a ello, por ejemplo, familias de mafiosos muertos han podido huir, establecerse en ese país y asumir el control de fortunas que llevaban años allá cuando ellos llegaron. Una de ellas es la de Pablo Escobar, cuya esposa y sus dos hijos se establecieron en Buenos Aires después de que el capo murió en un enfrentamiento con las autoridades en Medellín en diciembre de 1993”.
Los genocidas del 76 fueron capaces de hacer desaparecer a 30.000 personas, asesinar, torturar, sembrar el terror y el miedo, para implementar un programa económico antipopular y favorecer la concentración económica. Por eso no debe llamarnos la atención este tipo de maniobras para lograr ser campeones en el 78, creyendo que con eso tapaban las atrocidades que cometían y dar al mundo una imagen de orden, paz y tranquilidad.