A diario, quienes somos parte de la clase trabajadora, y quienes han sido desplazados al espacio de la economía informal de subsistencia, somos en el lugar de sujeto pasivo de una ofensiva de significantes y significados ideológicos, a través de discursos que interpretan aspectos de la conflictividad social de manera segmentada y discrecional buscando una conformación de sentidos que naturalice lo dado como lo posible. En esa perspectiva se enrolan los voceros, los periodistas, las redes sociales organizadas en atacantes seriales.
Esta situación verificable en los hechos cotidianos, hace que el fenómeno decisivo a considerar por la militancia que lucha, y por la clase trabajadora “en sí”, es el problema del poder estatal, es decir, la determinación relativa a qué clase es la debe controlar el aparato institucional del Estado y hacerse de su violencia legitimada como ente que monopoliza el despliegue de la fuerza sobre los individuos.
En ese sentido, si se estima de manera consciente que ese lugar debe ser ocupado por la clase trabajador, surge un segundo momento de esa cuestión que es la determinación de la forma en que la clase debería asumir el dominio pleno del aparato estatal y cual la vía consecuente hacia la construcción del poder obrero con programa socialista.
La cuestión del poder es entonces, el tema determinante, del cual todos los demás problemas de tareas y organización son simplemente una expresión de esa construcción política primaria y esencial. Es eso cuanto debe ser resuelto en la militancia y la lucha, pues la respuesta adecuada es la que define el contenido exacto de esa lucha y permite hacer balances continuos y permanentes sobre su desenvolvimiento.
Esto es así porque, cada fase y tendencia de la revolución social que se desenvuelve con su propia dialéctica histórica, por el juego de tendencias emergentes del interior de la estructura social capitalista, está entrelazada con este problema del poder del estado, y a su vez esa superestructura interactúa permanentemente con las relaciones sociales que operan en el contexto estricto de la sociedad civil.
Por esto que puntualizamos, cada crisis de la que se habla, para ser tal debe derivar en una situación objetiva de paralización del poder que se plantea en relación a la relación mando-obediencia, al interior de las clases que confrontan y una forma concreta que puede tomar ese conflicto en sí.
En ese sentido, el plantel de políticos profesionales, incluidos los que se autoperciben como “la izquierda”, faltan a la verdad de manera ideologizada, dando por cierto lo que no es, cuando por la escaramuza generada por la no aprobación de un DNU del gobierno se apresuran a ver en ello una crisis política de ese aparato institucional.
Basta ver que los roces que derivaron en esta situación puntual de freno a una iniciativa política de la actual gestión fueron motorizados por otras expresiones del personal político de la burguesía que actúa dentro de la institucionalidad parlamentaria, vale decir, al interior de un poder del Estado constituido por la burguesía y donde esta se consolida institucionalmente. No hay entonces agotamiento de un modelo ni una puesta en cuestión del poder que la burguesía ejerce de conjunto por explotación y opresión sobre la clase trabajadora.
La lucha de clases, en tanto ley social histórica, es la que define el espacio real de una crisis política, en tanto el conflicto social entre clases enfrentadas expresa el antagonismo que está objetivamente inscripto en el proceso de producción social a través de las relaciones capitalistas que en ella se plantean.
Es por eso que el contenido concreto de esa lucha escapa en mucho a la voluntad de determinación específica que pudieran tener quienes la protagonizan y admite de manera variable diversos estadios.
Ese contenido puntual en un momento de su desenvolvimiento solo lo da la objetividad de la existencia social, sobre la cual sí actúan los deseos explícitos o implícitos de sus actores esenciales.
La manifestación misma de la vida social es la lucha, el parlamento y sobre todo las acciones de los que componen uno de los polos de esa existencia, solo ponen de manifiesto un aspecto parcial del fenómeno. Es por eso que no se constata la intervención consciente de la clase trabajadora en el freno a un nuevo DNU del gobierno o en la definición de un aumento insignificante del haber previsional de jubilados por modificación de la formula de ajuste jubilatorio, y desde ese factor objetivamente constatado no asistimos a una agudización del conflicto social que revele una crisis política en el poder burgués y su dominación.
En ese orden de ideas, también es necesario advertir que estos sucesos parlamentarios, por su entidad no tienen capacidad para darle al trabajador una mejor posición de confrontación en las tendencias que se desarrollan con posterioridad a esas circunstancias.
Para la formación social capitalista los sujetos del antagonismo social de clases son la burguesía y los trabajadores. Ambos extremos se constituyen permanentemente y no implican posiciones fijas en tanto el conflicto social mismo tiene su propia dialéctica. Dicho, en otros términos, son los posicionamientos objetivos de los individuos y colectivos humanos en las relaciones capitalistas y la contienda, que surge en su seno por sus propias contradicciones, los que hacen emerger a los sujetos que protagonizan la contienda y cualquier acción u omisión que estos asuman implican una confrontación con el orden político previo a esas intervenciones. Los trabajadores han estado ausentes de estas disputas parlamentarias, por carecer previamente de una política autónoma de clase sobre el particular que les permitiera confrontar con los diversos despliegues del personal político de la burguesía.
Por otra parte, el autointerés, que predomina en las pujas sectoriales que operan al interior de cada una de las clases en conflicto, es una fuerza predominante para expandirse en el marco de sociedades desiguales. Vale decir, cada grupo interno desde el interior de la burguesía, o los colectivos y personas que afrontan la condición de clase trabajadora en sí, deben necesariamente expresar ese interés de clase en cualquiera de las expresiones coyunturales de la política, es decir, en las derivaciones que emergen de la relación mando -obediencia y representación que se proyecte en la sociedad civil.
Es esto lo que motoriza estos episodios parlamentarios, es decir, el interés de un sector de los sujetos concretos del poder burgués que busca imponerse sobre el resto, aún cuando todos acuerdan en la prevalencia de sus intereses generales ligados a la explotación de los trabajadores y a la opresión social.
En términos generales los trabajadores constituidos como clase en sí, desde la derrota del proceso de alza obrera que culmina con la represión militar en Villa Constitución a mediados de la década del setenta, no supera su condición en la lucha de clases y por la conquista del poder, entrampado en el seguidismo cultural a las expresiones políticas de la pequeña burguesía o del peronismo afincado en los llamados empresarios nacionales.
La burguesía, en 1983 concilió bajo la presión de los acontecimientos sustituir una dictadura cívico-militar que desarrolló practicas genocidas buscando eliminar a los exponentes de una discordancia sustantiva respecto de que clase debe ejercer el poder ,con la restauración política de la forma jurídica superior Constitución Nacional y con ella , la institución de una república; su concepción del poder estatal paso a ser de modo abierto y discursivo una república parlamentaria burguesa que disfrazada con la máscara de las formas democráticas conservaba en su maquinaria institucional, todas las características esenciales del poder burgués y el orden social capitalista.
Todo esto significa que en una Argentina con formación capitalista tardía y dependiente no existen las condiciones para una transformación social necesaria perpetrada por sectores de la burguesía nacional que, advertida de su posicionamiento objetivo específico en la estructura productiva, queda enganchada a los designios más generales del capital financiero internacional y con esa perspectiva actúa el personal político que toma la gestión de sus intereses. Una revolución burguesa nacional en Argentina encarnada bajo la dirección de los sectores medios y bajos de la burguesía no es viable, porque no existe aquí y ahora, ninguna democracia burguesa verdaderamente revolucionaria en nuestra sociedad real.
En sentido inverso, esta particular situación que padece la reproducción del capital en el país, coloca a los trabajadores en la posibilidad de ser el grupo dirigente, capaz de conducir políticamente la lucha de explotados y oprimidos hacia la obtención del poder y la consolidación de un gobierno revolucionario. No se logra consolidar esa perspectiva y ganar posiciones políticas de relevancia en el conflicto como para generar una tendencia creciente hacia la construcción de poder obrero y con ello, otra sociedad, si la política desarrollada por quienes buscan atribuirse la “representación “de esa clase se limita al desarrollo de comentarios sobre lo dado y nunca en acciones de contenido propio de clase. Así se vive en el régimen burgués sin ningún propósito de sacar los pies de ese plato pestilente y nauseabundo.
En ese sentido es necesario tener siempre presente, ante la posibilidad de gestión de un nuevo curso político y un nuevo contenido en la militancia concreta, que: “Las capas bajas del pueblo en las ciudades y en el campo están cada vez más agotadas, desengañadas, descontentas y furiosas. Esto no significa que, aparte del proletariado, operará una fuerza independiente de democracia revolucionaria. Para ello faltan la materia social y las personas dirigentes. Pero significa sin duda que el ambiente del descontento profundo en las capas bajas del pueblo tiene que facilitar la presión revolucionaria de la clase obrera. Cuanto menos espere el proletariado a la aparición de la democracia burguesa, cuanto menos se adapte a la pasividad y a la estrechez de la pequeña burguesía y del campesinado, cuanto más decidida e intransigente sea su lucha y cuanto más obvia sea su disposición a llegar hasta el “final”, es decir hasta la conquista del poder, tanto mayores serán sus posibilidades de arrastrar también, en el momento decisivo, a las masas no proletarias” (Trotsky, León. “La lucha por el poder)
Finalmente, para los que se disfrazan de analistas y dan pareceres nunca superiores al plano de la opinión tolerada desde la progresía del régimen político actual, sumando su accionar con aportes a la agenda ideológica de la burguesía, siempre refiriéndose a ella y nunca marcando el lugar de su clase antagónica, solo cabe y con creces el lugar del agorero , es decir, el sitio de quién tiende a pronosticar o anticipar desgracias sin indicar el camino consciente a recorrer de manera autónoma dentro de la clase trabajadora en sí.
Por eso se lo asocia al pesimismo, y el sentido común conformado discursivamente por la burguesía lo desplaza al lugar del que solo da testimonio y nunca protagoniza “soluciones”. Si el discurso construido desde las usinas de esa “izquierda” es que todo está mal , la consecuencia lógica necesaria y nunca mecánica es que acto seguido el trabajador concreto le requiera que acuda de bombero para apagar ese incendio que pronostica y en ningún caso , que construye lo nuevo mientras deviene el siniestro.
La lucha por el clasismo, en función del programa socialista proyectado en las masas de trabajadores y la construcción de la organización política conductora de la actividad autónoma de esa clase, no se compadece con las prácticas de esa “izquierda” del régimen burgués . Mas de cincuenta años de la generación de estas últimas haciendo de la propaganda política una suerte de juego de vaticinios, son testimonio del raquitismo actual de su existencia, deseosa de ideologizar crisis por doquier, y a cada rato. La crisis del modo de producción capitalista es estructural y en nuestro país no trasciende a una expresión política. El problema de dirección política de la clase trabajadora y de comprensión consciente de las tareas emancipatorias que le incumben, no se resuelve en forma positiva y favorable, anoticiando crisis del poder burgués .
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