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POBREZA EN ARGENTINA. LLORANDO SOBRE LECHE DERRAMADA.

El arzobispo de la diócesis Rosario aquí en la provincia de Santa Fe, Eduardo Eliseo Martín advirtió que en los 124 puntos que tiene Cáritas en la ciudad no hay suficiente recursos para la ayuda y que «se necesitan políticas de fondo». Así titula el diario LA Capital en su edición de hoy  8 de octubre de 2024.Otro tanto también hacen con mayor o menor intensidad quienes afrontan el desafío de dar de comer a diario a una cantidad de niños y personas indigentes que matizan su miserable existir con habitación callejera, que incluye todos los padecimientos de ese “estar en la calle” y exhibe no solamente hambre, sino carencia habitacional y problemas específicos de salud derivados precisamente de ese particular modo de sobrevivir, más asimilable a los personajes que pintaba Jack London que a los  formatos de la posmodernidad exhibidos como deseables por la clase dominante y sus seguidores de los sectores medios, que hoy abren el sitio del diario o se posicionan con signos de espanto similar al que puede asumir quien se entera que una tormenta asoló alguna parte del territorio de EEUU.

La intervención ideológica sobre el fenómeno se posa en herramientas que pueden verificarse en la historia humana desde la modernidad hacia nuestros días. Es decir, desde aquella expresión que se dice pronunció María Antonieta de Austria reina de Francia y esposa de Luis XVI «Si no tienen pan, que coman pasteles» es hasta los dichos del obispo sentado sobre la producción agropecuaria más importante del país, demostrando que si bien todo cambia, para algunos las cosas no admiten otra cosa que el plano de la caridad y nunca de las relaciones humanas antropológicamente justas. En ambos extremos del tiempo, las dos expresiones son abarcadas por  la idea de que si una persona no puede obtener lo que desea o necesita, debe conformarse con lo que tiene a su disposición1 y para eso como gran avance, el cura pide más presupuesto ,  como el militante social pide que le envíen las remesas. Todo sobre la pobreza y no sobre su superación. De allí a la naturalización de la carencia, solo un paso. Es que así, nadie repara en que la pobreza es un efecto y nunca una sustantividad esencial e invariable. Si se la busca, no hay que andar mucho para encontrar la materialidad fundante: la relación capital-trabajo, que nutre los vínculos intersubjetivos en el orden social capitalista que emergió con pobres y agoniza con pobres.

En su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, Engels describe las espantosas condiciones de vida de los obreros, o proletarios, en Mánchester, Londres, Dublín y Edimburgo, ciudades en las que observó situaciones similares: las calles sucias, con charcos de orina y excrementos; el hedor de la putrefacción de los animales de las curtidurías; los frecuentes brotes de cólera, junto con constantes epidemias de tuberculosis y tifus; las familias de obreros hacinadas en chozas de una sola habitación o en sótanos de casas húmedas construidas junto a antiguas acequias para ahorrar dinero al propietario. Eran unas condiciones contrarias a toda consideración de limpieza y salud, escribió Engels, y esto en Mánchester, la «segunda ciudad de Inglaterra y la primera ciudad manufacturera del mundo».

Los obreros debían trabajar hasta el agotamiento, vestidos con ropas baratas que no les protegían ni de los accidentes ni del frío. Solo podían comprar alimentos despreciados por la burguesía: carne en mal estado, verduras marchitas, un «azúcar» que no era más que el residuo de la fabricación de jabón, y cacao mezclado con tierra. Si perdían el empleo y el salario, incluso esta dieta miserable era inalcanzable. Muchos obreros y su familia pasaban hambre, con las consiguientes propensión a contraer enfermedades e incapacidad para trabajar en caso de que se presentase la oportunidad de ser empleados de nuevo. No podían pagar a un médico, y a menudo morían familias enteras de hambre. El obrero, explica Engels, solo podía obtener lo que necesitaba (vivienda salubre, empleo seguro y salario digno) de la burguesía, «que puede decretar su vida o su muerte». Engels insistía en que esta clase explotadora dueña del capital debía tomar inmediatamente medidas para cambiar las condiciones del proletariado y poner fin a este asesinato por negligencia de toda una clase social.

Basta habitar en cualquiera de las ciudades de nuestro país, para advertir que el escenario no se ha modificado mucho de lo señalado por Engels. Las propias cifras de la pobreza e indigencia creciente que dan entidades intermedias u organismos oficiales abrevian la cuestión del fenómeno en tanto evidencia.

Sin embargo, el embuste ideológico se ocupa de pintar sobre la pared con hongos y humedad por la vía del asombro, el estupor y el atiborramiento de datos, con consultas intencionalmente dirigidas al ¿qué hacer? Para exhibirlo como un problema de todos que se repara con medidas. Por lo visto, es notorio que la pobreza no es de todos, sino de quien la padece con dolor y no se repara con medidas políticas de coyuntura, tal como lo demuestra el tiempo transcurrido entre el estudio de Engels y nuestra realidad.

Dentro de ese embuste, aparece también el juego de los presuntamente “bien interesados” , entre los que se incluyen muchos investigadores sociales y sus interminables debates ante personas bien alimentadas, con techo y salud, en espacios universitarios, televisivos o medíaticos, donde incluso se promocionan libros a la venta sobre ese tema “la pobreza”.

Tal es la distancia con lo real que los propios investigadores cuando exhiben alguna hebra de sensibilidad por la realidad de la carencia material y subjetiva lo hacen para exhibir que se les paga poco, y que “la universidad se desfinancia” para poder pagarles.

La distancia entre el “investigador preocupado” y el cura que no da abasto, no parece muy extensa , pero si es significativa con el pibe al que el maestro le tiene que dar una banana antes de empezar la clase porque llega a la escuela sin la comida nocturna del día anterior y cero desayuno, y tal vez precisamente viene soñando con la fruta salvadora o el alfajor o lo que sea que puede ligar en ese sitio donde algo come y si puede algo aprende.

Entiende ese  chico, que para los sectores medios el problema “es el veto del ejecutivo a una ley de financiamiento universitario” de dudosas posibilidades de cumplimiento efectivo. Entiende el obispo que el tema del apoyo a sus centros de Caritas es una simple dilación de lo existente en particular en una sociedad con economía inflacionaria como la nuestra. Lo entienden pera a su manera cada uno hace lo suyo para en definitiva dejar en claro que la pobreza al parecer no s su problema.  

El salario mínimo y vital, en principio, considera cuánto ingreso debe tener un individuo, que no tiene cargas familiares, para disponer de “alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimiento.

A partir del 1 de octubre de 2024, entró en vigencia el último ajuste del 15,9% en el salario mínimo, vital y móvil, fijado por el Gobierno Nacional a fines de julio. Esta actualización representa un incremento del 1,3% respecto al monto establecido para septiembre.

A partir del 1° de octubre, el salario mínimo para trabajadores mensualizados con jornada completa se fijó en $271.571,22, mientras que para los jornalizados alcanzó $1.357,86 por hora.

Según esos valores y las estadísticas oficiales, en Argentina, la pobreza afectó al 52,9% de las personas en el primer semestre de 2024 en la Argentina. Además, el nivel de indigencia llegó al 18,1%, según informó el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) en base al relevamiento de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).

Desde estos elementos del fenómeno, es significativo despojarlo de los elementos ideológicos que lo encubren y señalar que la pobreza es, en lo esencial, histórica y social, y por lo tanto relativa. Por eso,lo real es que su presencia se determina a em términos  históricos y sociales, es decir, en relación con la riqueza general que existe objetivamente en Argentina.

Así las cosas, lo cierto y lo que se oculta desde los datos de las apariencias es que asistimos existencialmente a una crisis y depresión económica, en la cual la pobreza aumenta en términos absolutos, y amplias masas son arrojadas a la desesperación y el pauperismo más absoluto.

Surge así un extremo del fenómeno, que se convierte en una cuestión esencial no explicitada: las grandes magnitudes de la pobreza devienen en una limitante para la acumulación ampliada del sistema capitalista, al convertirse en un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas y limitar el proceso de realización de las mercancías y, por ende, de la plusvalía.

Ese cuadro es el que describe León Trotsky , largamente cuestionado hasta nuestros días cuando afirma al tiempo de militar por la formación de una IV Internacional que: La premisa económica de la revolución proletaria ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que le sea dado alcanzar balo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Las nuevas invenciones y los nuevos progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material. Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, aportan a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores. El crecimiento de la desocupación ahonda a su vez la crisis financiera del Estado y mina los sistemas monetarios vacilantes. Los gobiernos, tanto democráticos como fascistas, van de una quiebra a la otra.

Por esto, el posicionamiento político revolucionario no es nunca la cuestión planteada en torno a una mejor distribución de la riqueza, sino en el señalamiento de la relación capital-trabajo como la matriz del fenómeno y la ineludible traba de desarrollo de esas relaciones que impone objetivamente su superación por un nuevo orden social emancipador de la mano del poder obrero y el programa socialista.

La pobreza marca así la  distancia entre el capital y el trabajo, concentrando la riqueza producida en menos manos y expandiendo la carencia en los restantes, pero en todos los casos es esa relación capital-trabajo la que genera el fenómeno y nunca su consecuencia se explica por sí misma, ni puede ser afrontada sin embestir a la primaria relación como lo impone una política revolucionaria de clase.

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