LA SILLA VACÍA Y UNA POLÍTICA DE CLASE

Tal vez ni él sabe lo que es una silla vacía al costado de una mesa servida por la reunión familiar. Tal vez no lo sepa a pesar de que es él, quien ha dejado esa silla y ese vacío, que sin duda es mucho más que la ausencia de cuerpo. Los que miran la silla, viven en sí , ese vacío  pero de diversa manera, aunque todos “reunidos” por el factor común de la desazón  y la inquietud interior. Todos ante la silla, el que la deja y los que miran, la reunión no reúne sino para la congoja.

De ese momento reiterado por años, solo soportable por la certeza que fue creciendo respecto de la situación de aquel a quién han obligado a dejar esa silla que de no ser así no estaría vacía, en paso lineal sucesivo desde la desaparición, la disposición a poder del ejecutivo, la cárcel, la causa penal, el proceso y la libertad.

Todo eso fue sucediendo, existiendo. Fue vivido por los que miraban la silla y por quien fue obligado a dejarla vacía. Un 24 de diciembre, casi en medianoche, con ojos fatigados por la ansiedad, los llantos de impotencia-alegría, la silla se ocupó, la cocina volvió a tirar el raro olor a tomilla de la madre que respira como un nadador que llega a la meta, buscando que nada falte. Lo trae a reparar la reunión que fue quebrada y ahora luce pegada, el viejo, que se hizo viejo buscando que volviera a esa reunión y justo lo logro el propio día fijado por calendario para el encuentro por quién dicen las líneas religiosas en que todos nos educamos, vino para salvarnos. Sin embargo, parecemos salvos, no somos salvos, y la silla se ocupa , sí , pero puja con la realidad, por advertirnos que ya no es lo mismo.

En algún tiempo de vida, puede que no podamos percibir esa situación que da cuenta de una faltante, que es ausencia en la media en que lo que no está, es una situación que  se detecta que antes estaba y ese estar fue siempre y aún hoy con las mentadas “familias extendidas”, una construcción relacional de ese grupo mínimo de personas que reconocen, en todos los casos, un factor común.

Por eso la silla no es solo vacío de ocupante, sino testimonio de la denuncia física de algo que los demás deben percibir, aunque algunos se preparen artificiosamente para no poder, que es lo mismo que decir que no le interesa el vacío.

Han pasado décadas, los protagonistas del drama se van retirando de la vida, casi de uno en fila, pero nunca de manera colectivizada como lo fue en el genocidio argentino. Ahora  los poderosos se acuerdan de esas prácticas de manera selectiva, ya no lo hacen en estas tierras a lo “bruto”, para eso otros pueblos reclaman su presencia cotidiana, con bombas cada vez más lesivas lanzadas por los mismos, con otras formas visuales pero en todos los casos el poder burgués que busca sobrevivir aunque el propio modelo al que se aferra es el que los ha colocado con sus contradicciones ante la situación de hacer uso sistemático de la violencia contra los cuerpos y las almas de los humillados de la tierra.

Queremos una sociedad que no tenga más sillas vacías, un orden de convivencia que termine con la cárcel, las prácticas punitivas, los castigos penal y la muerte impuesta como evidencia de poder en una dialéctica de amo-esclavo que no alcanza ya, el plano de fundamentación alguna.

Buscamos, y nos determinamos tras el imperativo categórico del socialismo. Ya no es tiempo para opiniones, pensamientos alternativos de la nada que por tales son la nada misma. Sobre todo, no hay tiempo para individualismo y culto de libertades abstractas que se detienen ante el orden normativo impuesto por el poder burgués y su Estado.

Es esa la silla que hay que llenar, porque quienes fueron obligados a dejarlas en otros tiempos históricos que no cierran como tales, sino que bregan por su presente en acto, mostraron una tendencia y una posibilidad concreta de la vía socialista y el poder obrero, que no puede ser abandonada a manos del parlamentarismo y la sumisión a la institucionalidad de la forma jurídica burguesa.

No hay en todo esto una enfermedad infantil que subsista en este siglo, ni se haga cargo de antiguos reproches vitales en otros tiempos y espacios políticos. Sucede así, en función de la realidad. En mérito de las relaciones reales entre las clases tal como se manifiestan en los planos político y económicos en este siglo. Quienes acuden escolásticamente a esa enfermedad olvidan su sentido coyuntural y desprecian la objetividad que emerge de la imposibilidad material del capitalismo de desenvolverse de manera hegemónica sino a cuenta de guerra, ataque ambiental y convulsiones sociales.

La silla vacía que dejó la vanguardia de jóvenes trabajadores en la mesa de sus padres, obligados por la ofensiva genocidamente liquidacionista de la burguesía, en la segunda mitad de la década del setenta, que los sustrajo de la cita afectiva con su entorno familiar, debe ser ocupada. Quienes vinieron en lo inmediato a ocuparla, terminaron por mostrar la diferencia. Un antes y un después, marcado por la violencia estatal. Sembraron silencio en el mejor de los casos o ilusiones democráticas desde aquel “Alende no se vende” “nunca más de un fiscal”, “apología de derechos humanos”, “políticas inclusivas”, “economía social “y otras yerbas.

Pero también aquí, un factor común: “organizarse en la legalidad de manera exclusiva y excluyente” y al que no le gusta “se jode”, como se suele gritar en algunos sitios universitarios. Eso hace que en la silla se sentara el parlamentarismo y derivara con las décadas en su actual cretinismo.

Justicia electoral, formalizador de partidos ante sus funcionarios, El Estado, antes combatido y ahora dando financiación a la actividad política. Frentes electorales a como sea para acceder a la “financiación “, etc. De esto hablaron, hicieron y hacen quienes ocuparon la silla vacía.  Hay, sin embargo, que volver a las razones de clase e ideológicas puestas en programa político, que llevaron a que le fuera imperativo a la burguesía hacer que las sillas no se ocupasen.

Hoy la agravante se presenta en que no solo existen quienes ocupan de forma viciada los vacíos, sino que además , se pondera como natural, que en las mesas de esas reuniones haya poco o casi nada que servir.

Otras mesas que no son familiares a la clase trabajadora , si tienen banquete y se hace cola para llegar a tener una silla. Es la mesa fraudulenta del parlamentarismo, con sus ilusiones democráticas yacentes.

Aislamiento de los trabajadores, potencia gigantesca del enemigo, necesidad para la masa de elevarse a un grado muy superior a fin de ser capaz de contar casi exclusivamente consigo misma, son los elementos del conflicto social según se desenvuelve en este inicio de 2025

Los trabajadores estamos, en cuanto a las ideas, a la cultura burguesa, a las ideas burguesas y, a su través, al sistema burgués de representación, el parlamento, la democracia burguesa.

Entre un “nosotros” amplio, abarcativo de quien hoy tiene empleo formal y todo el que sobrevive en la economía informal , más los que han sido desplazados al espacio de la pobreza estructural como población económicamente sobrante, la ideología burguesa se ha adueñado de la vida social y, por tanto, política en su conjunto; ha penetrado mucho más profundamente que cuando lo hacia abajo el nacionalismo o el progresismo populista modelo K , bajando como única posibilidad de existencia , la vigencia a ultranza de la relación capital -trabajo y la especulación del capital financiero internacional.

La idea de que estar representado en el parlamento fue una victoria,  frente a la dictadura constituyó un importante sedante inoculado a la clase trabajadora por el reformismo y es esa herramienta la que hoy cruje por sus elementos materiales y la exhibición de sus resultados contenidos en la pobreza y la indigencia. Por eso, hoy el reformismo, con prácticas oportunistas y disfrazado bajo los símbolos de la lucha obrera, solo alude a defensa de libertades democráticas o de la integridad del salario, con espacio parlamentario para su desarrollo, omitiendo de forma deliberada toda instancia de desarrollo de poder obrero, y programa socialista.

La idea, y si se quiere, el planteo táctico de que es un progreso, una victoria, estar representado en el parlamento burgués y enviar a él diputados encargados de defender derechos de los trabajadores, en tanto ideología en el sentido estricto del término ejerce unas influencia significativa de puertas adentro de los explotados y oprimidos

Este efecto intencionalmente buscado por cierta dirigencia y los aparatos organizativos que montan hacer caer a la clase obrera bajo la pretendida autoridad representativa de los parlamentarios despojándola de toda iniciativa autogestionaria ligada al programa socialista y la necesidad de sus específicos organismos y métodos históricos de lucha.

Lo contrario es lo vigente y su frustrante impotencia que busca dejar que los jefes actúen en lugar de los trabajadores en sí. Es confiar en el parlamento, como espacio político necesario, en el cual otros se encargarán de hacer la revolución por sus métodos adaptados a las formas jurídicas y la normatividad.

El parlamentarismo constituye la forma típica de la lucha por medio de los jefes, en el que las masas mismas sólo tienen un papel subalterno. En la práctica consiste en dejar la dirección efectiva de la lucha

en manos de personalidades aparte, los diputados; éstos deben, pues,

mantener las masas en la ilusión de que otros pueden llevar el combate en lugar de ellas. Ayer, se creía que los diputados eran capaces de conseguir, por la vía parlamentaria, reformas importantes en beneficio de los trabajadores, llegando incluso hasta alimentar la ilusión de que podrían realizar la revolución socialista gracias a algunos decretos…»

La socialdemocracia reformista enraizada en las organizaciones políticas argentinas y sus frentes electorales hacen valer que la utilización de la tribuna parlamentaria presenta un interés extraordinario para la propaganda comunista. Pero omiten decir que la

primacía recae en los jefes y ni que decir tiene que el cuidado de determinar la política a seguir se deja a los especialistas, bajo el disfraz democrático de las discusiones y mociones de congreso, que navegan cada vez con más frecuencia en el cretinismo.

Lo sucedido durante 2024, los fracasos contenidos en las iniciativas desenvueltas desde el reformismo ponen en situación de evidencia que la construcción revolucionaria exige  algo más que movilizaciones callejeras por masivas que alguna de ellas hayan podido ser. Exige que el proletariado resuelva, él mismo, todos los grandes problemas de la reconstrucción social, tome las decisiones difíciles, participe todo en el movimiento creador; para esto se necesita que la vanguardia y, a continuación, las masas cada vez más amplias tomen las cosas en sus manos, se consideren responsables, se pongan a buscar, a hacer propaganda, a combatir, experimentar, reflexionar, a sopesar y después atreverse y llegar hasta el final….mientras la clase obrera tenga la impresión de que hay un camino más fácil, porque otros actúan en su lugar, lanzan consignas desde lo alto de una tribuna, toman decisiones, dan la señal de la acción, hacen leyes, titubeará y permanecerá pasiva, prisionera de los viejos hábitos de pensamiento y de las viejas debilidades.”  (Pannekoek: “Revolución mundial y táctica comunista )

 Sin embargo, esta tarea en la que nos vemos impelidos para superar los efectos del reformismo parlamentarista exige que se comprenda en paralelo y se plasme en una práctica cotidiana que, los trabajadores en sí mismos considerados, no llegan automáticamente a conclusiones revolucionarias. Los datos emergentes de la historia de la lucha de clases señalan como acumulación experimental del conocimiento contenido en el programa socialista revolucionario que la clase trabajadora comprende el sentido final de su tarea emancipatoria, mediante la creación organizaciones, de carácter, político, expresándose como clase, con una entidad independiente. Esa es la premisa indicadora del hacer necesario para la construcción del poder obrero y socialista.

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