El 7 de mayo, la Convención del PT oficializó la candidatura del caudillo obrero aburguesado. Participaron del teatro, los partidos PSB, PCdoB, PSOL, Solidaridad, Red y PV. No hubo nada nuevo. Pero, es bueno señalar el punto principal. Lula explicitó que su candidatura necesita de un frente amplio. No bastan los sabuesos de la izquierda pequeñoburguesa reformista. La confirmación por parte del exgobernador Geraldo Alckmin, ex-PSDB, y tránsfuga que ingresó al PSB, demostró que el PT está con las puertas abiertas para aliarse a los partidos burgueses de centro-derecha.
Ocurre que el PSDB, MDB, União Brasil y PDT todavía mantienen la idea de una candidatura alternativa de centro-derecha. Ninguno de estos partidos cuenta con un nombre capaz de hacer frente a la polarización entre Lula y Bolsonaro. El mejor posicionado en las encuestas es Ciro Gomes, del PDT. Pero, por su tímido nacionalismo, no encuentra cobijo en el seno de la burguesía más influyente en el Estado y en la gobernabilidad. La carta más deseada era la candidatura del exjuez, exjefe de la Operación Lava Jato y exministro de Justicia de Bolsonaro. Pero el hombre cayó en desgracia ante el Supremo Tribunal Federal. El verdugo de Lula podría convertirse en reo, en caso que las investigaciones de sus líos judiciales y sus intereses personales fuesen llevadas en serio….
Todo indica que la disputa entre Lula y Bolsonaro continuará dominando la situación políticaelectoral. … Se ventila entre las izquierdas, que quedaron fuera del espectro lulista, el voto útil. El sentido de estas variantes del voto opositor a Lula es que se trata de defender la democracia. El mismo candidato petista propició la constitución de un frente amplio, con ese mismo contenido. Es bueno recordar que ese mismo argumento fue utilizado en la disputa entre Bolsonaro y Haddad, en octubre de 2018. Bolsonaro venció, y el PT y sus colas de izquierda se mostraron incapaces de luchar siquiera contra la reforma a la Previsión Social.
La diferencia de esta elección está en que prevalece la política de conciliación de clases, con Lula rehabilitado al frente, y Bolsonaro rechazado por la mayoría, atrás. Es cierto que los militares bolsonaristas no quieren a Lula. Están embrollando, con la espada de un balotaje electrónico vigilado. No les bastó la derrota de Bolsonaro en el Congreso Nacional, que rechazó la vuelta al voto en urna. Los generales que comandan el gobierno insisten en enfrentar al Tribunal Superior Electoral (TSE). Lo que ha replanteado la crisis al nivel del 7 de septiembre del año pasado. Pero les falta a los golpistas el apoyo de sectores de la burguesía de más peso en la balanza de los conflictos alrededor del poder del Estado.
La política proletaria no se guía por las disputas interburguesas, pero sí por la lucha de clases. En ese sentido, se trata de demostrar que estas elecciones son profundamente antidemocráticas, de tal suerte que los explotados no tienen cómo utilizarlas en absolutamente nada a su favor. Al contrario, la polarización entre la ultraderecha en el poder y la centro-izquierda que pugna por volver a la presidencia ha recalentado el plato de la colaboración de clases, representada por el lulismo.
La crisis económica mantiene su marcha ascendente. Los explotados, ahora, no sólo sufren por el desempleo o subempleo elevados, sino también por la inflación disparada y el aumento del costo de vida. En medio de las presiones electorales, la tarea de la vanguardia es dedicarse a la defensa del programa propio de la clase obrera y de los demás oprimidos. A luchar en las bases y junto a los sindicatos, para que convoquen a asambleas, aprueben un plan de reivindicaciones, constituyan comités de desempleados, unifiquen las luchas en curso (CNS, Caoa-Cherry, Metroviários de Pernambuco, etc.), y desarrollen una campaña nacional contra el cierre de fábricas, por sus estatizaciones sin indemnización, por los empleos y salarios, y por la revocación de las contrarreformas de Temer y Bolsonaro.DE: “Massas” No. 664, mayo 2022, POR-Brasil