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Nuevo Curso

Apostillas del 17 de octubre de 1945

Cómo reflejaron el clima político de la época, y los acontecimientos del 17 de octubre, el diario La Época y su director Eduardo Colom?

Leónidas “Noni “ Ceruti

Mucho se ha escrito, se realizaron documentales, películas, ensayos, libros sobre ese acontecimiento clave en la historia de los trabajadores y del país. Pero algunos hechos y temas de esa jornada, de los días anteriores y de los meses posteriores, no son muy conocidos, difundidos o valorados por la importancia que tuvieron en el devenir de la historia de los trabajadores.

Los antecedentes de aquella jornada

Desde que fue designado Perón al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión, desarrolló una intensa actividad. Pero desde fines de septiembre y principios de octubre de 1945, una crisis dentro del gobierno nacional aumentó los cuestionamientos de la labor que llevaba adelante Perón, que era impugnada por empresarios, algunos militares y ministros del gobierno nacional.

El 10 de octubre a la mañana, los intentos del gobierno por solucionar la crisis se diluían y corrían rumores de que existían deliberaciones entre gremialistas. Al mediodía, dicho grupo sindical, se entrevistó con Perón y se decidió la realización de una concentración frente a la Secretaría de Trabajo y Previsión para que se dirija a los trabajadores, anunciando su renuncia.

La calle Perú entre Victoria y Julio A. Roca fue el lugar desde donde, en un improvisado palco, el Coronel Perón pronunció su discurso de despedida al finalizar la tarde. El acto se realizó en condiciones especiales: se convocó en el mismo día, no dando tiempo a los opositores a organizar una respuesta; se logró la transmisión por la red oficial de radios, y por este motivo se acusó al presidente Edelmiro Farell, de cierta complicidad.

Se reunieron 70.000 trabajadores, convocados por la CGT, y Perón pronunció un discurso que no ha sido valorado históricamente, ya que fue uno de los más importantes que dio. Entre los principales párrafos de esa alocución comentó las tareas desarrollas desde hacía un año y medio por la Secretaría de Trabajo y Previsión, desatacando la de organizar el organismo y la de ir consiguiendo las conquistas sociales que se consideraban más perentorias para las clases trabajadoras.

Dijo Perón esa tarde “Sería largo enumerar las mejoras logradas en lo que se refiere al trabajo, a la organización del trabajo, a la organización del descanso, al ordenamiento de las remuneraciones y a todo lo que concierne a la previsión social. Esta tarea realmente ciclópea se ha cumplido con este valioso antecedente: las conquistas obtenidas lo han sido con el absoluto beneplácito de la clase obrera, lo que representa un fenómeno difícil de igualar en la historia de las conquistas sociales. […] A diferencia de lo que ha sucedido en otras partes o en otros tiempos, las autoridades han defendido a las organizaciones obreras en lugar de molestarlas o perseguirlas. Es así que terminamos de dictar un decreto-ley referente a las organizaciones profesionales”.

Pero lo más importante y lo menos recordado fue cuando expresó “También dejo firmado un decreto de una importancia extraordinaria para los trabajadores. Es el que se refiere al aumento de sueldos y salarios, implantación del salario móvil, vital y básico y la participación en las ganancias. Dicho decreto, que he suscripto en mi carácter de secretario de Estado tiene las firmas de los ministros de Obras Públicas y de Marina, y beneficia no solamente a los gestores de la iniciativa -la Confederación de Empleados de Comercio-, sino a todos los trabajadores argentinos”.

Ese discurso entusiasmó tanto a dirigentes como a los trabajadores, y por supuesto, produjo la reacción en contrario de los sectores que se le oponían. Provocó un gran impacto y en la oposición se juzgaba “que ha sido un gravísimo error haber facilitado el micrófono, la tribuna y las radios, y que recién ahora puede evaluarse la peligrosidad de semejante agitador de masas”, al decir de un empresario de esa época.

Al día siguiente, el diario radical-yrigoyenista, La Época, cuyo director era Eduardo Colom, publicó en exclusiva el decreto completo que había dejado firmado Perón.

Entre la dirigencia de la Unidad Democrática (UCR; Demoprogresistas, Partido Socialista y Partido Comunista) y en los altos mandos de la Marina crecía la idea de que Farrell había sido cómplice de Perón y que era urgente poner fin al gobierno militar: la Corte Suprema debía asumir el poder. En cambio, en el Ejército prevalecía la idea de sostener a Farrell, designar un nuevo gabinete y fijar fecha cierta para las elecciones.

Algunos jefes militares como el mayor Desiderio Fernández Suárez -once años después responsable de la masacre de José León Suárez- reaccionaron con más furia y parado sobre una mesa del círculo Militar proclamó: «Hay que matar a Perón». También el General Manuel A. Mora, en la Escuela Superior de Guerra, juzga necesario «organizar un plan de asesinato».

La Razón, informo esa misma noche: “Al conocerse la noticia de la renuncia de Perón, suben las acciones de los ferrocarriles en la Bolsa de Londres. También suben en Nueva York otros valores colocados en la Argentina”.

Los trabajadores ganaron las calles

Los acontecimientos después de la renuncia de Perón son conocidos, pero vale la pena recordarlos: entre el 10 y el 12, estuvo clandestino, el 13 fue detenido y llevado a Martín García, el 15 el presidente Farrell ordenó que sea trasladado a Buenos Aires por enfermedad.

Acontecería luego la jornada histórica del 17 de Octubre, con la gran movilización obrera y popular, marchado desde los barrios obreros, las fábricas, hacia la Plaza de Mayo, en una manifestación que mudaría la situación política, económica y sobre todo social del país.

En Rosario, y en otros lugares, se dieron movilizaciones populares.

La licenciada Carina Capobianco, investigó lo acontecido en esas jornadas en Rosario, y comentó que “el 9-10, tras la renuncia de Perón, se produjo el cierre de negocios, y manifestaciones por el centro rosarino de los opositores al gobierno reclamando elecciones. En los días siguientes, se dieron manifestaciones de apoyo a Perón y de aquellos que estaban en contra. Los sindicatos rosarinos tuvieron las posiciones más firmes de paro y movilización en las reuniones en la CGT en Buenos Aires, y el 17 de Octubre, se dieron movilizaciones hacia el centro, pasando frente a los diarios La Tribuna y La Capital, cánticos hostiles, con una importante concentración en Plaza San Martín. Todo continuó el 18, con manifestaciones en Barrio Nuevo, La Tablada, Villa Manuelita, y concentraciones en varias esquinas de la ciudad y frente a la Intendencia, para que se sumaran a los manifestantes los empleados Municipales”.

Son muchas las interpretaciones del significado de esa jornada, por nuestra parte pensamos que esa movilización demostró la capacidad de los trabajadores para actuar en defensa de lo consideraban sus intereses, fue un rechazo a las formas aceptadas de jerarquía social y símbolos de autoridad, se dio en un tono dominante de irreverencia e irónico, sentido del humor que caracterizo a los manifestantes, hubo un clima de fiesta grande, de murga, de candombe, de alegría. Se partió desde los barrios obreros pasando por los barrios de la oligarquía: canciones y consignas insultantes para los ricos, se dio una recuperación del orgullo y la autoestima de la clase obrera, y nació una relación especial entre el líder, Perón, y el pueblo.

El papel del diario La Época y de Eduardo Colom

Vale la pena recordar brevemente la reseña de aquellas jornadas y el protagonismo del antiguo diario radical-yrigoyenista La Época, y de su director Eduardo Colom. En esa jornada sacó una edición extra, donde se anunciaba para el día siguiente una «Marcha de la Verdad» e informaba que «decretaron la huelga por 24 horas los trabajadores de todo el país». También se refería al paradero de Perón y a la movilización de obreros sobre la ciudad de Buenos Aires. Agregaba que «Avellaneda es un bosque de chimeneas apagadas…»

La Confederación General del Trabajo (CGT), dispuso una huelga general para exigir la recuperación de las conquistas laborales «amenazadas por la reacción oligárquica y el capitalismo». Luego de un debate de varias horas, se votaron dos mociones, y el resultado fue de 16 votos contra 11, a favor de la postura de declarar la huelga general para el 18.

Y se aprobó por unanimidad este comunicado:

«El Comité Central de la Confederación General del Trabajo declara la huelga general de los trabajadores por 24 horas para el día 18 de octubre desde las cero horas hasta las 24 horas del mismo día para expresar el pensamiento de la clase obrera en este momento excepcional que vive el país y por las siguientes razones:

1) Contra la entrega del gobierno a la Corte Suprema.

2) Formación de un gobierno que sea una garantía de democracia y libertad para el país y que consulte la opinión de las organizaciones sindicales de trabajadores.

3) Realización de elecciones libres.

4) Levantamiento del estado de sitio. Por la libertad de todos los presos civiles y militares que se hayan distinguido por sus claras y firmes convicciones democráticas y por su identificación con la causa obrera.

5) Mantenimiento de las conquistas sociales y ampliación de las mismas. Aplicación de la Reglamentación de las Asociaciones Profesionales. 6) Que se termine de firmar de inmediato el decreto-ley sobre aumentos de sueldos y jornales, salario mínimo básico y móvil, y participación en las ganancias y que se resuelva el problema agrario mediante el reparto de la tierra al que la trabaja y el cumplimiento integral del Estatuto del Peón

El 17 de octubre a la noche, se dio esta escena en la Casa Rosada, en el balcón central que retrada el día 18 el diario La Época: «Ahora les va a hablar el señor ministro de Guerra. La respuesta de la plaza es contundente: ¡Queremos a Perón! ¡Queremos a Perón! La rechifla generalizada frustra el intento. Minutos después, Eduardo Colom, el director del diario La Época, obtiene autorización del Gral. Avalos para dirigirse a la muchedumbre, con el encargo de intentar su desconcentración…».

“La figura de Colom fue gravitante cuando la movilización del 17 de Octubre de 1945, en momentos en que grupos de trabajadores reclamaban la libertad de Perón. Tan fue así que, desde los balcones de la Casa de Gobierno en horas de la tarde, calmó con promesas a la concurrencia en la Plaza de Mayo. Cabe señalar que algunos militares habían intentado hacerlo, pero fueron impedidos por los abucheos y gritos de los manifestantes. Según relata Pedro E. Michelini, en su libro «17 de Octubre del 45”, Colom se acercó a un camioncito con altoparlantes, propiedad de Eduardo Cardellini, vecino de Lomas de Zamora que estaba estacionado frente a la Casa Rosada. Allí, el director de La Época, tomando el micrófono anunció que Perón llegaría al lugar unas horas después, mientras firmaba autógrafos y era aplaudido por los manifestantes. Eran las 17.30 hs, pero Perón en una tensa jornada que relatan las crónicas, lo hizo casi seis horas más tarde.

“Mientras la multitud, que ignoraba hasta ese instante que Perón había sido alojado detenido en el Hospital Militar, había puesto sitio a la Casa de Gobierno y a la una de la tarde de ese histórico día en los balcones de la Casa Rosada emergieron las figuras de Avalos, Vernengo Lima, Farrell y otros generales. Minuto a minuto la multitud, como una marea, subía y en ese momento crítico el general Avalos se dirige al pueblo para informarle que Perón estaba en libertad. Los improperios con que contestó la multitud a ese anuncio fueron de tal calibre que evidentemente intimidaron al general Avalos y éste, ante el peligro de que el Palacio gubernativo fuese incendiado, ordenó conducir al teniente coronel Mercante, hasta ese momento detenido, a los balcones para apaciguar a la multitud. Vano intento, la multitud no escuchaba a nadie: exigía y reclamaba imperativamente la libertad del coronel Perón.

“Lo que siguió fue relatado por Eduardo Colom, quien comentó, que “En ese dramático momento, llegué a la Casa de Gobierno y con un paquete de ejemplares del diario La Época, en cuya primera página figuraba el coronel Perón, se acercó a Avalos y le pidió el micrófono para calmar a la multitud. Era el instante más crítico. La pueblada había empezado la pedrea sobre los vidrios de la Casa de Gobierno. Avalos me negó el micrófono diciéndome: «Aquí ningún periodista habla». En esa circunstancia, aconsejaron al general Avalos «El único que puede calmar a la multitud es el director de La Época» y uniendo la acción a la palabra desplegó un ejemplar del diario y lo arrojó por el balcón. La multitud al ver la esfinge de Perón y al reconocer al diario La Época aclamó furiosamente y aprovechando ese momento de indecisión me dirigí al general Avalos y con firmeza le dije… «General, déjeme hablar y este asunto terminará sin derramamiento de sangre.» A mi requisitoria Avalos me miró y dudando si me concedía o no el micrófono me dijo: «Hable». Le respondí: «Hágame anunciar como director de La Época». Dio la orden y antes de que pudiese tomar el micrófono me previno: «Cuidado con lo que diga». De inmediato y le respondí «¿Qué quiere que diga?» Avalos me respondió: «Informe que el general Perón está en libertad y que es su deseo que el pueblo se disgregue en orden para evitar consecuencias irreparables». Yo había observado que cada vez que se pronunciaba el nombre de Avalos la multitud bramaba y respondía con gruesos epítetos, algunos de ellos irreproducibles. Tal había ocurrido con Mercante cuando se aprestó a hablar y la multitud no lo dejó. Llegó mi turno e inicié mi discurso con estas palabras: «… El general Avalos». La multitud apagó mi voz con silbidos y denuestos pero, como yo estaba preparado para la rechifla, guardé silencio, hice una pausa y con firmeza les dije: «… cuando el director de La Época habla, único diario que defiende al coronel Perón, ustedes se callan y deben oírme». La firmeza de mis palabras logró el objeto perseguido. La multitud me escuchó y contraviniendo la orden del general Avalos sinteticé mi discurso en las siguientes frases: «El general Avalos afirma que el coronel Perón está en libertad y alojado voluntariamente en el Hospital Militar. Yo no lo creo y ustedes tampoco; por eso les pido que nadie se mueva hasta tanto el coronel Perón ocupe este balcón».

“Mis palabras fueron clamorosamente aplaudidas por el pueblo y provocaron una reacción entre militares y civiles que ocupaban el balcón y antes de que éstos accionaran por mi actitud contraria al pedido del general Avalos, escapé de la Casa de Gobierno y al llegar a Paseo Colón paré un automóvil particular y le dije imperativamente: «Lléveme al Hospital Militar, este día será para usted histórico. Voy a traer al coronel Perón».

“Quien conducía el automotor accedió a mi pedido y llegamos al Hospital Militar, donde una multitud reclamaba la presencia de Perón. Sorteando obstáculos logré llegar hasta el séptimo piso donde encontré al coronel Perón en cama y con entusiasmo le dije: «Levántese, coronel, el pueblo lo espera en la Plaza de Mayo y vengo a buscarlo en su representación». Perón se viste y la delegación compuesta por Pistarini, Descalzo, De la Colina y los otros parten hacia la Casa Rosada. Mercante tiene un aparte con Perón y luego abandonamos juntos el Hospital Militar. Regresamos a la Casa de Gobierno. Mercante entra a la Sala de deliberaciones y a mí se me concede un plazo de un minuto para abandonar el Palacio Gubernamental. Salgo a la calle y encaramado sobre un camión con altoparlantes informé al pueblo del resultado de mi gestión. Creo que pronuncié catorce discursos hasta que se me pidió concurrir al Hotel de Mayo donde el doctor Benítez, con la ayuda del coronel Usain, habían logrado instalar parlantes y una cadena emisora. Desde allí anuncié que el coronel Perón se encaminaba a la Casa de Gobierno adonde llegó horas después, una vez logradas las garantías de seguridad necesarias. Minutos más tarde, quien escribe estas líneas, fue invitado por el coronel Perón y frente a la multitud que había convertido en antorchas los ejemplares de La Época se estrechó conmigo en un fuerte abrazo”.

Lo que sucedió después fue el histórico discurso del Coronel Perón en esa noche del 17 de Octubre de 1945, y el apoyo del pueblo reunido en la histórica Plaza de Mayo. La Época, del jueves 18 proclamaba que «Perón había sido ungido presidente por un millón de argentinos en Plaza de Mayo. En esa ocasión no aparecieron Clarín a la mañana, ni los cuatro diarios opositores: El Pueblo, Crítica, La Razón y Noticias Gráficas. Tampoco El Día y El Argentino de La Plata ni La Voz del Interior y Córdoba de Córdoba.

El coronel Perón abrazó al director de La Época

Así tituló, en la edición del día 18 de octubre, una nota en la que comentó que “Anoche, en la puerta de la Casa de Gobierno, el coronel Perón, luego de pronunciar la brillante arenga con que agradeció al pueblo trabajador de la República el denuedo con que ha luchado por su liberación, se confundió en estrecho y emocionado abrazo con nuestro director, escribano nacional Eduardo Colom. El coronel Perón, no conforme con agradecer en esta forma el magnífico gesto de lealtad y dignidad que ha tenido en horas ciertamente premiosas para la civilidad argentina nuestro director, señaló a las masas obreras que Colom había sido el abanderado de su causa, durante el lapso que durara su cautiverio. (..) Y así, estrechamente hermanados y confundidos entre la multitud salieron de la Casa Rosada, para dirigirse el uno hacia el hogar donde era ansiosamente esperado su regreso y desde donde volverá a salir a la calle para defender la causa de los débiles y el otro –nuestro director- hacia La Época.”

Lo que vino después: la pelea por el decreto continuo

Pasada esa jornada, los gremios siguieron movilizados. La lucha para que se hiciera efectivo el Decreto firmado por Perón al renunciar, continuó por varios meses, en medio de la campaña electoral.

El 11 de diciembre, se realizó un acto en Plaza de Mayo, convocado por la CGT, el sindicato de Empleados de Comercio y la Federación de Empleados Telefónicos. El reclamo central era por la sanción del decreto que dejara firmado el 10 de octubre: establecimiento del salario mínimo, vital y móvil, el aguinaldo y la participación de las ganancias de las empresas. Los discursos estuvieron cargo de Néstor Álvarez y Silverio Pontieri por la CGT, Modesto Orosco por los telefónicos, y Ángel Borlenghi por los empleados de comercio. Fueron recibidos por el Ministro del Interior.

Las movilizaciones y reclamos dieron sus frutos cuando se dio a conocer el 20 de diciembre de 1945 el Decreto 33.302: por el cual se aumentan los salarios, se crea el Instituto Nacional de Remuneraciones, cuya función era entre otras fijar el salario mínimo y se instituye el sueldo anual complementario o aguinaldo. Esta medida provocó gran júbilo en las masas populares, indignó a los sectores patronales e incluso también a quienes ironizaban acerca del absurdo que significaba suponer que el año tenía trece meses.

Los que pusieron el grito en el cielo fueron los empresarios. La Unión Industrial y la Bolsa de Comercio coincidieron en sostener la ilegalidad de la medida y señalaron que era materialmente imposible aplicarla, a raíz de las penurias económicas que afligían a las empresas. Unos días después, más de dos mil delegados del Comercio, la Industria y la Producción se reunieron en la Bolsa de Comercio bajo la presidencia de Eustaquio Méndez Delfino, para decidir una toma de posición frente al Decreto.

Fue la asamblea patronal más numerosa y representativa que se haya reunido en el país. Allí se resolvió desconocer la medida e impulsar un lock out de tres días en todo el país del 14 al 16 de enero. Los empresarios llevaron adelante lo anunciado, paralizaron el país durante tres días, mientras los trabajadores se movilizaban reclamando que se hiciera efectivo el pago del aguinaldo y en defensa de las conquistas logradas.