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TENNESSEE WILLIAMS

 EL ORIGEN DE LAS ESPECIES FRÁGILES

Guillermo Sevlever

En las obras de Tennessee Williams siempre nos encontramos con personajes minusválidos. Se trata de minusválidos sociales incapaces de adaptarse a las exigencias de un mundo agresivo que avanza y que no pregunta. Son personajes que quedaron al costado del camino, y se vieron imposibilitados para someterse a las exigencias del progreso en una nueva sociedad estadounidense, tipificada según una ley fatal: la supervivencia de los más aptos. Su fragilidad siempre está enfrentada con la dureza del mundo. A la fragilidad también hay que agregarle otras cualidades: la belleza de una sensibilidad y una calidez que resultan intolerables para el presente despiadado que les tocó vivir. El mismo autor, en el prólogo de El Zoo de Cristal, lo explica muy bien en pocas palabras: “Cuando uno mira una pieza de vidrio delicadamente hecha, piensa en dos cosas: en su belleza y en su fragilidad”.

Belleza y fragilidad, seguramente la combinación de esos dos valores alcanzaría para resumir toda la poética de su obra, aunque también se podría incluir otra variante: fragilidad y aislamiento, un aislamiento que se traduce en una vida estancada. En el mismo prólogo Tennessee Williams lo explica con una imagen de su personaje central: “Laura se ha convertido en una pieza de su propia colección de vidrio, demasiado frágil para moverse de su estante”. Casi todos los personajes de sus obras son como esa colección en miniatura de animales de vidrio, demasiado frágiles, demasiado transparentes, demasiado llamativos y diminutos como para entrar en contacto con el exterior sin riesgo de extraviarse, de sufrir una rajadura o, en su defecto, de partirse definitivamente.


Las dos protagonistas de las dos obras más importantes de Tennessee Williams, Laura de “El Zoo de Cristal”, y Blanche Dubois de “Un tranvía llamado Deseo”, tienen algo de espectral. Están como desfasadas del tiempo, parecen animales exóticos en peligro de extinción, o criaturas fantásticas sobrevivientes de un mundo perdido. De hábitos solitarios, con tendencia a vivir en cautiverio, las dos tratan de recluirse en un entorno restringido y familiar que las haga sentirse seguras, y el espacio doméstico es el lugar por excelencia más inmediato en donde pueden convivir con sus fantasías. Laura con sus miniaturas de cristal, y Blanche con sus viejos vestidos que usaba en los bailes del sur. En las dos también hay algo de una aristocracia herida y decadente que se refugia en el único lugar posible de habitar, los sueños.

Otra cosa que tienen en común es su pasado. Y en las dos el pasado siempre tiene un sustrato de omisión, pero desde esa omisión (como todas) se producen algunas filtraciones de unos pocos indicios que permiten inferir el peso una catástrofe anterior. Ambas son portadoras de rastros, marcas o heridas que por todos los medios intentan ignorar o tapar de alguna u otra manera, pero que ya hablan por si solas, en las secuelas permanentes que les quedaron de aquellos tiempos donde algo se quebró para siempre.


Hay un gran fondo común en las mejores obras de Tennessee Williams, y qen mayor o menor medida comparte con otros escritores en los que podemos incluir a W. Faulkner, Carson McCullers o Truman Capote, y lo aleja de otros, como una herida invisible de secesión, el sur. El sur bajo la forma de una geografía sentimental de la memoria. Una patria perdida en común, donde se mezcla la esclavitud, el subdesarrollo, las costumbres de pueblo, el paisaje bucólico, la derrota, pero se destaca la familia como parte del material primordial que alimenta a esos escritores, una serie de relaciones de parentesco, la unidad social básica que los contuvo siendo niños. En el caso de Tennessee Williams, muchas de sus obras tienen un fuerte componente autobiográfico que él fue reversionando, en donde nos encontramos con los mismos materiales de uso, los cristales rotos de su propia familia, y que probablemente alguna vez le hayan devuelto un atisbo del reflejo de su propia fragilidad originaria.