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Nuevo Curso

LULISTAS DESILUSIONADOS LE ABREN PASO AL FASCISMO– Alejandro Guerrero

NUEVO CURSO

El fascismo no puede imponerse por una simple decisión de la extrema derecha de la burguesía. El fascismo es una construcción dificultosa: exige la movilización masiva de la pequeña burguesía contra la clase obrera y el pobrerío en general, con métodos de guerra civil, para imponer por esos medios los intereses del gran capital.

En eso está Jair Bolsonaro en el Brasil. Por lo menos, ha reunido 1 millón de personas en Río de Janeiro para respaldar su política, que costó durante la pandemia casi 1 millón de muertos (aplicó el principio de “inmunidad de manada” con más brutalidad que Donald Trump y Boris Johnson), la eliminación de aspectos centrales de la legislación laboral, la inclusión de 6 mil militares en el gobierno (los que golpearon contra Dilma Rousseff) -entre ellos el general Augusto Heleno Ribeiro Pereira, jefe de las fuerzas de ocupación en Haití-, su participación directa en el golpe contra Evo Morales y en la “mesa de Lima” contra Venezuela; la organización paramilitar y parapolicial “milicias de Río”, responsables, entre otras cosas, del asesinato de Marielle Franco y de cantidad de razias en las favelas cariocas; y, ahora, de otros grupos de choque, integrados por policías, militares y civiles, para atacar a pobladores de las amplias zonas de la Amazonia que Bolsonaro se propone deforestar en beneficio de los grandes sojeros.

 También es responsable directo de que Lula pasara casi dos años en prisión para proscribirlo electoralmente.

¿Bolsonaro es fascista? Su política no lo es todavía porque no ha podido, pero avanza decididamente en ese camino, en la construcción de una alternativa de extrema derecha a la crisis profunda que vive Brasil (tiene reservas por 350 mil millones de dólares y una deuda externa de 1 billón y medio de dólares). Cierto es que en la primera ronda electoral la Cámara de Industrias y la Asociación de Bancos respaldaron a Lula, pero apenas se conoció la gran elección de Bolsonaro y sus posibilidades de ganar la segunda vuelta, las acciones de todas las empresas que agrupan subieron fuertemente. Por si acaso, Bolsonaro anunció que su ministro de Economía será Pablo Guedes, hombre de la mayor confianza del Tesoro norteamericano.

Más allá del resultado del balotaje, Bolsonaro tiene ya asegurada la mayoría parlamentaria para su coalición de partidos de derecha y un grupo considerable de gobernadores. Tendrá también de su lado, seguramente, al líder del partido Republicanos -que no integra la alianza bolsonarista- y que ganó de manera aplastante en San Pablo -cuna del PT y otrora su gran bastión- contra todas las encuestas. Esa mayoría en el Congreso le permitirá a Bolsonaro -ante un eventual gobierno de Lula- poner una soga al cuello del gobierno y, si puede, dar otro golpe como el que dio contra Rousseff, que esta vez tendrá una inclinación decididamente fascista. Con ese propósito mantiene un control férreo sobre una mayoría de las fuerzas armadas.

Frente a este panorama, Lula se comporta como lo que es desde hace muchos años: un pusilánime que le ha regalado la calle a su rival y trata de mostrarse de lo más confiable ante el imperialismo, al punto que lleva de candidato a vice a Geraldo Ackim, del partido de Fernando Henrique Cardoso y miembro del Opus Dei. Lula se ha manifestado en estos días hasta ridículamente religioso y gritó su oposición al aborto, entre otras lindezas. Ya había entregado las calles, digamos al pasar, cuando lo metieron preso. Ahora su campaña se reduce a la consigna básica de “fascismo o democracia”.

Lula es conocido por su condición de derechista, proimperialista (cuando ganó por primera vez batió el récord de firmar un acuerdo con el FMI antes de asumir) y hasta represor. Si nada hizo -si es que no conspiró para ello- en el golpe contra Rousseff ni para defender su propia libertad, poco puede esperarse que haga algo eficaz contra otro posible golpe de Bolsonaro. Pero poner un signo de equidad entre un fascista y un incapaz de hacerle frente es, simplemente, un crimen político y cosa de cobardes. Es el caso del aparato oficial del Partido Obrero y del PTS.

En cuanto al PO, Rafael Santos ha escrito una larga nota en la revista En defensa del marxismo en la que acusa a Lula de no haber impulsado “el desarrollo nacional” ¡Chocolate! También recuerda su corrupción, y los casos mayores en ese sentido de Odebrecht y Petrobras ¿y qué esperaba del frente popular? He aquí el primer caso de un lulista desilusionado, que ahora por despecho convoca a votar en blanco o a la abstención; es decir, a facilitar el triunfo de Bolsonaro.

 Hace esto aunque reconoce los “avances del bolsonarismo y la derecha”, que Bolsonaro representa al “agropoder” y ha constituido un “bloque evangélico” (“buey, bala y biblia”, le dicen en Brasil: latifundistas, bala y biblia). Santos se enoja porque Lula no enfrentó a Bolsonaro “con la movilización”: por eso él propone enfrentarlo con el voto en blanco o la abstención.

Santos dice que Lula es “frentepopulista” como Alberto Fernández o el chileno Gabriel Boric ¿Fernández es frentepopulista? ¿Lo es Boric, aliado del Departamento de Estado contra Venezuela? Aquí ya no se sabe en qué mundo vivimos, o por lo menos en qué mundo vive Santos. Es tragicómico que a pesar de votar por Bolsonaro (eso es en la práctica el voto en blanco o la abstención en este balotaje) el autor de la nota diga que el triunfo de este ultraderechista es una “amenaza fascista para frenar la organización y la lucha independiente de las masas”. De modo que tiene, por supuesto, plena conciencia de su voto.

En cuanto a Pablo Heller, también del PO, cuando explica “por qué votar en blanco o nulo”, nos cuenta que no sirve “usar las urnas como eficaz arma antifascista” ¿Y quién dice que el voto contra Bolsonaro sea “eficaz”? Se trata, simplemente, de ponerle algún límite a la derrota de las masas que significó su victoria en las anteriores presidenciales. Si vuelve a ganar este fascista, esa derrota será aun peor. El mismo Heller lo dice: Bolsonaro tiene “un carácter fascistizante”. No se ve que sea tan difícil la cuestión.

Lo peor es que esto lo sostiene un dirigente del partido que dijo “queremos que Macri gobierne hasta el último día” (Eduardo Belliboni) y que en la toma de Guernica había “infiltrados” que promovían “la violencia” mientras ellos preferían “una salida negociada” (también Bellinoni).

En este punto vale una digresión porque es útil para entender la coherencia del voto por Bolsonaro. Macri estaba a punto de caer cuando el PO lo sostuvo, y tiene su lógica: la caída de un gobierno derechista en medio de la movilización de masas puede abrir una situación revolucionaria, cosa que altera la tranquila digestión de esta gente; en Guernica, como en todas partes, por supuesto que siempre es preferible una “salida negociada” cuando la fuerza militar la tiene el otro, pero la negociación es imposible si no les demuestra que se presentará una resistencia tal que tendrán que pagar un costo político que les puede resultar insoportable. Esta es la gente a la que le da lo mismo Bolsonaro o Lula.

Más mezquina es la postura del PTS. Su organización afín en Brasil, el MRT, convoca a la abstención, a no ir a votar, aunque, como ellos están en el terreno, su dirigente Diana Asunción fue ambigua, lo cual es peor aún.

El PTS dice que al fascismo no se lo combate en las urnas sino con “la lucha física en las calles (…) la lucha contra el fascismo no se resuelve en elecciones”. Ya hemos dicho que no se trata de “resolver” la amenaza fascista, sino de ponerle un límite siquiera en el terreno electoral. Pero toda esta postura traspasa los límites del ridículo cuando este partido dice que Bolsonaro no es fascista sino una “variante populista de la derecha” ¡A la mierda la “lucha física”!

Esto es cosa de gentes que han puesto en el Parlamento el centro de su política, y gritan en el vacío cuando se presenta una lucha de esta magnitud.

No se trata de votar por Lula, sino contra Bolsonaro, lo cual implica, por supuesto, poner en la urna la boleta de Lula. No se trata de hacer como el PSOL -una ruptura de izquierda que rompió con el PT hace unos seis años- que se integró al frente de Lula ya en la primera ronda y renunció así a su propia independencia política. Se trata en cambio de votar contra el fascismo mientras se prepara efectivamente la “lucha física”, lo cual implica organizar destacamentos armados de la clase obrera y preparar la huelga general contra la ofensiva que se viene.