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Nuevo Curso

ENSEÑANZAS DE LA LLUVIA LA TIERRA Y LA LUCHA

Daniel Papalardo

Transcurre una mañana. En las calles llueve. La lluvia expone la desigualdad social. La forma en que se consigue reparo define nuestra posición en la sociedad. Puede uno estar bajo un techito improvisado mínimo en una ochava. En un barrio, asociando barro con barrio y saltando zanjas, esperando un colectivo que tarda en llegar o  que definitivamente ha decidido quién sabe cómo , que no pasa.  Te puede encontrar en situación de relativo confort en un departamento o una casa alquilada, pensando como pagar los impuestos y el alquiler por el que ya corren intereses por falta de pago. Puede finalmente que seas propietario, la casa aguante, no tenga goteras, humedad o fallas de construcción, los sanitarios no tengan inconvenientes y los desagües respondan para lo que fueron construidos.

En todos los casos, por la base, como común denominador hay un sentido humano de la cosa, en tanto le aporta su sentido vivo, nuestra presencia. Sin embargo, la pregunta es porqué un colchón húmedo bajo un techo improvisado, un bolso que ya no resiste lo que trata de llevar y una ventana con vista a la precipitación pueden hermanar a las personas si las situaciones no se hermanan sino que se oponen por el vértice. Hace mucho tiempo, una comunidad enfrentaba su situación desfavorable frente a la naturaleza con una respuesta de conjunto y sobre la base de la creación o utilización de recursos que no alteraran lo dado por la tierra en sí, por su ofrenda de lluvia, agua, vida y su sol, luz, racionalidad. Hoy, se nos dice que estamos en siglo XXI y que “evolucionamos”. Hoy evolucionados, sostenemos y convivimos sin inmutarnos un cincuenta por ciento de pobreza, que mayoritariamente es ya, estructural.

Los señores de la mina
han comprado una romana
para pesar el dinero
que toditas las semanas
le roban al pobre obrero.

 Llueve. Llueve sobre Rosario. Llueve distinto, según lo que nos ha ocurrido y nos ocurre en la existencia. Mientras tanto, los señores de la mina, del agro, de los bancos, de las financieras, del mercado de valores coinciden sin mojarse, en la necesidad de contar con una romana, para pesar el dinero que todas las semanas nos roban diciendo que los precios aumentan porque se pagan planes sociales y se piden aumentos salariales. Que las mercancías necesitan mas dinero para poder ser adquiridas, no importando quien les hizo ser. Los “señores” piensan en que los precios deben llamarse “justos y cuidados”. ¿Cómo puede ser justo un precio si es injusto que los hombres vendan su fuerza de trabajo y no se apropien de lo que producen en forma social? ¿Cómo puede ser que el cuidado se prodigue en relación a precios y no a personas? Porque los productos tienen que ser materia de protección si su existencia no genera riesgos.

En el siglo XXI el capitalismo debió visitar a un viejo amigo, del que se pretendía distanciar. “El cuidado”. Entrañable amigo que hace que se necesite protección. Tal es la dimensión de esa necesidad, que ha llegado a los “precios” de las mercancías. Todo cuidado implica un cuidador. Quién se hace cargo del cuidador o de él no hay que cuidarse? ¿El cuidador no tiene precio? ¿Quien paga el precio del trabajo de cuidado sobre el precio de las mercancías? Todo muy confuso, muy complejo, muy generador de otras mercancías. Mercancía periodística. Espacios publicitarios. Difusión por operadores políticos, en fin, reproducción del capital.

Pobre del cantor de nuestros días
Que no arriesgue su cuerda por no arriesgar su vida.
Pobre del cantor que nunca sepa
Que fuimos la semilla y hoy somos esta vida.

Llueve, y si se mira bien, llueve desparejo. Pero tal vez, si miro mejor tendré que terminar por advertir que en realidad la tierra llora y que alguien desde la poesía popular nos ha dicho con razón que no queda otra alternativa que ver llantos como mi llanto y parir otro porvenir posible y dignificado por el despejar soleado de una nueva sociedad y un nuevo hombre en su seno.