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Nuevo Curso

ALZA DE PRECIOS. DEVALUACION. EL ROL DE LOS SINDICATOS, EL PROGRAMA SOCIALISTA Y LA CRISIS DE DIRECCION REVOLUCIONARIA

NUEVO CURSO

Nuestra época está asentada pese a su complejidad en el plano de las apariencias, en una de profunda crisis del modo de producción capitalista, dónde las distintas burguesías, de conjunto, se ven obligadas a atacar las condiciones de vida de la clase obrera para salir de la crisis y permitir el proceso de reproducción social del capital sin contradicciones sociales, es decir, con consenso de los explotados.

En paralelo, en la lectura política y superestructural, por el factor ya indicado este período histórico se caracteriza por el agotamiento del otorgamiento de reformas progresistas en relación a la condición humana de la población y su sustitución lisa y llana por medidas de gobierno que reaccionan contra ellas, en favor exclusivo de la burguesía.

Es desde este posicionamiento objetivo que hay que ponderar la suerte que en perspectiva le corresponde y ha de corresponderle al reformismo y a su compañero de ruta el  economicismo sindicalista, ya que la situación de la economía en general  achica y casi elimina los márgenes para la mejora de las condiciones económicas, haciendo que todo el aparato sindical y sus vertientes políticas  tengan  cada vez límites  cada vez más evidentes para acordar el precio de venta de la fuerza de trabajo de la clase obrera.

El proceso se complejiza aún más en economías como la nuestra donde el proceso inflacionario sobre los precios de las mercancías se potencia y avanza sin barreras, combinado con la devaluación de la moneda. La burguesía por vía de esos mecanismos, el impuesto inflacionario y la devaluación, consigue mantener o acrecentar la cuota de valor creado por el trabajo apropiándoselos mediante las medidas que se obtiene directamente desde la gestión gubernamental del Estado

La tarjeta plástica o las aplicaciones contenidas en un celular, con que abonamos una compra no es dinero en sí, como tampoco lo es un cheque.  Por eso, la moneda en nuestro tiempo no se puede caracterizar por su materialidad. Lo que corresponde es marcar su esencia y diferencia específica por los usos a que sirve, o las “funciones” que cumple el dinero en nuestra sociedad capitalista, esto es aquello que actúa como intermediario en intercambios, para que el comprador abone su compra y el vendedor conserve en dinero el valor de lo vendido, valor que le fue agregado por el trabajo humano.

No obstante, ello. el dinero cumple otras funciones, como expresar precios o cotizaciones (unidad de medida). La inflación es letal para esas cualidades: los precios cambian, pero el dinero lleva impreso su denominación. Prestar dinero a otros, bajo condiciones de alza de precios, crea el riesgo de recuperar ese préstamo en dinero desvalorizado; conservar dinero sin gastarlo o prestarlo produce el mismo efecto.

   Así las cosas, cuanto más se retira el dinero de sus funciones normales, mayor es la incidencia de ese fenómeno en la redistribución de riqueza, haciendo que ambos fenómenos, esto es, inflación, devaluación someta a sectores de la sociedad en la carencia, la pobreza y la miseria de manera culturalmente asumida y beneficie a otros pocos por sus propios efectos.

La inflación y la devaluación cambiaria son poderosos mecanismos de redistribución regresiva de riqueza., es decir, contra quienes menos tienen o que están en situación más débil a la hora de encargar una negociación.  Perjudica a los acreedores de sumas fijas y a los deudores de sumas ajustables, y beneficia a deudores de sumas fijas y a acreedores de sumas ajustables.

Esto ocurre sin dejar de tener presente que se le adicionan fenómenos de especulación cambiaria que generan para los sectores que la emprenden ganancias extraordinarias. Es así que el grupo de capitales ligados al sector importadore de bienes peticiona dólares para sus operaciones de compra con el extranjero al Banco Central, los que adquiere al precio oficial de esa moneda, sin embargo, luego cuando vende el producto en el mercado interno le impone un precio que toma por referencia el dólar paralelo, embolsando la diferencia entre uno y otro precio.

En igual medida los obreros perciben salarios que van por detrás de las ganancias ya embolsadas por las patronales, efecto que reduce sus salarios reales, factor que les impone trabajar más horas, lo que implica que se acentúe la tasa de explotación por mayor apropiación del plusvalor creado en esa actividad productiva.

Todo esto ocurre, con el silencio discursivo y la paralización objetiva de toda actividad de lucha por parte de las organizaciones sindicales desde la burocracia enquistada en su gestión.

     Finalmente, no puede olvidarse u omitirse la incidencia de otro factor esencial al capitalismo de nuestra época que es el imperialismo y el lugar que esa estructura impone desde los sectores dominantes a los sindicatos, en tanto los efectos del imperialismo atan a las estructuras gremiales al Estado burgués nacional.

El capitalismo monopolista no se basa en la competencia y en la libre iniciativa privada sino en una dirección centralizada. Las camarillas capitalistas que encabezan los poderosos trust, monopolios, bancas, etc. encaran la vida económica desde la misma perspectiva que lo hace el poder estatal, y a cada paso requiere su colaboración. A su vez los sindicatos de las ramas más importantes de la industria se ven privados de la posibilidad de aprovechar la competencia entre las distintas empresas. Deben enfrentar un adversario capitalista centralizado, íntimamente ligado al poder estatal. De ahí la necesidad que tienen los sindicatos desde una posición reformista de adaptación a la propiedad privada de acomodarse al estado capitalista y de luchar por su cooperación. Los burócratas hacen todo lo posible, en las palabras y en los hechos por demostrarle al estado “democrático” hasta qué punto son indispensables y dignos de confianza en tiempos de paz, y especialmente en tiempos de guerra.

Esto último explica e ilustra la acción de la CGT para encolumnares tras el ministro Massa y coincidiendo con la embajada de EEUU, alentar las posibilidades de su elección como presidente de la nación.

Sin embargo y acompañando esta acción cómplice de los organismos sindicales, respecto de los intereses de la clase dominante, la crisis del capitalismo en su faz imperialista, hace que éste tenga menor margen de maniobra para poder hacer concesiones (en aras de mantener la paz social y defender el sistema). Por el contrario, esas concesiones están ahora bajo ataque, razón por la cual las condiciones de trabajo y salariales empeoran y se precarizan.

Sin embargo, y en forma dialéctica el fenómeno expresa también su contrario desde una perspectiva de lucha, en la medida en que se venza la prevalencia burocrática y se imponga al órgano democrática, la asamblea de los trabajadores agrupados el rol de determinación en la conducción del conflicto.

La burguesía es bien conocedora de este hecho. Gracias a su posición social, como clase dominante, es consciente de sus intereses de clase. Así pues, trabaja incansablemente, mediante todos los métodos y con todos los recursos necesarios, para dominar y someter a los sindicatos a sus intereses. Los dirigentes reformistas y los burócratas son su correa de transmisión, sus agentes en el movimiento obrero. La burocracia sindical es el principal instrumento de la opresión del Estado burgués. Hay que arrancar el poder de manos de la burguesía, por lo tanto, su principal agente, la burocracia sindical, debe ser derrocado

“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.” (El dieciocho brumario de Luis Bonaparte)

De esto se desprende la importancia de la dirección del movimiento obrero, que ejerce un papel decisivo en el transcurso de la lucha de clases como factor subjetivo. Por tanto, es absolutamente necesario saber separar correctamente a la clase de su dirección, a la base sindical de los dirigentes sindicales,

. Una de las principales tareas de las organizaciones adscriptas al programa socialista y la construcción del poder obrero es luchar contra la hegemonía de la burguesía, por eso es imprescindible propagandizar y difundir que ese estado de cosas en el orden político y cultural en términos generales, no se consigue sin los reformistas y burócratas y su papel imprescindible como última (y principal) barrera en defensa del capitalismo

Por este orden de cosa, nace como conclusión necesaria la tarea anexa de luchar firmemente contra el reformismo, lo cual remite en el terreno de lo concreto a una lucha sin cuartel contra los dirigentes reformistas y sus organizaciones con base puramente economicista.

  No habiéndose atravesado en la lucha de clase los factores que definen una situación revolucionaria e imponen un necesario trabajo preparatorio, es necesario no perder de vista que, en este estadio, sólo una pequeña capa de la población que constituye la clase trabajadora -su vanguardia – asume el programa socialista y la tarea de construcción del poder obrero.

Esta vanguardia, sin embargo, no es autoproclamaría, por el contrario, debe ser parte del movimiento obrero, echar raíces profundas en todas sus estructuras dentro del orden social capitalista. Este imperativo categórico tiene base real en la premisa objetiva de que son las masas trabajadoras, dirigidas por la clase obrera, quienes deben y hacen la revolución social para acabar con su opresión, de lo que se sigue la autonomía de clase y de sus organismos políticos de poder.

De esto se infiere que, acompañando a las masas en su experiencia, lo que corresponde es propagandizar el programa socialista y la imperiosa necesidad de la organización partidaria autónoma de clase para gestar la tarea específica de construcción de órganos de poder obrero, que acaben con la gestión burguesa de la sociedad.

La tarea consiste en disputar la dirección de estos sindicatos de masas, con influencia en la lucha de clase, a los agentes de la burguesía. Esto es, librar una batalla política. Parte de esta batalla es justamente señalar las limitaciones de la lucha puramente sindical y explicar la necesidad de la toma del poder político por parte de la clase trabajadora.