NUEVO CURSO
Nos educaron para la obediencia.
Nos enseñaron a bajar la cabeza y no mirar a los ojos.
Nos disciplinaron para decir siempre que sí.
Nos indujeron a rechazar todo camino que no sea el electoral-parlamentario.
Nos intentaron convencer, de manera “científica” y “pragmática”, que no es viable el
socialismo y, menos que nada, en un continente del Tercer Mundo.
Nos demostraron una y mil veces que América latina es subdesarrollada y vive en crisis
permanente por la falta de capitalismo, por la falta de inversiones, por la falta de capitales.
Nos machacaron con que “El Estado somos todos”.
Nos volvieron a insistir con que “Todos somos iguales ante la ley”.
Nos castigaron y nos golpearon en nombre de “La división de poderes”.
Nos reclamaron comprensión.
Nos pidieron que apoyemos a la burguesía nacional “en nombre de la Patria”.
Nos censuraron.
Nos reprimieron.
Nos ilegalizaron.
Nos endeudaron. Nos explotaron. Nos expropiaron. Nos dejaron sin trabajo.
Nos persiguieron.
Nos secuestraron. Nos humillaron. Nos violaron. Nos torturaron.
Nos desaparecieron.
Más tarde…
Nos mostraron el camino de la reconciliación.
Nos volvieron a solicitar comprensión.
en un homenaje al Che en el día de su nacimiento.
9Nos inculcaron el culto a la PAZ.
Nos pidieron todos los días la otra mejilla.
Nos volvieron a obligar, ahora en nombre de “La Democracia”, a bajar la cabeza y obedecer.
Nos dieron mil ejemplos y uno más de que la Revolución hoy es imposible.
Pero el ejemplo del Che sigue vivo.
¿Indignación, ira, repugnancia? Sí, y también cansancio momentáneo. Todo esto es humano, muy humano. Pero me niego a creer que usted ha caído en el pesimismo. Eso equivale a ofenderse, pasiva y lastimeramente, con la historia. ¿Cómo es posible? Hay que tomar a la historia tal como se presenta, y cuando ésta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños.Contra el pesimismo. El profeta desterrado, México, Era]. Carta a Angélica Balabanoff (1878-1965), quien había sido delegada a las conferencias de Zimmerwald y Kienthal
En el borde del camino hay una silla
La rapiña merodea aquel lugar
La casaca del amigo está tendida
El amigo no se sienta a descansar
Sus zapatos de gastados son espejos
Que le queman la garganta con el sol
Y a través de su cansancio pasa un viejo
Que le seca con la sombra el sudor
En la punta del amor viaja el amigo
En la punta más aguda que hay que ver
Esa punta que lo mismo cava en tierra
Que, en las ruinas, que en un rastro de mujer
Es por eso que es soldado y es amante
Es por eso que es madera y es metal
Es por eso que lo mismo siembra rosas
Que razones de banderas y arsenal
El que tenga una canción, tendrá tormenta
El que tenga compañía, soledad
El que siga un buen camino tendrá sillas
Peligrosas que lo inviten a parar
Pero vale la canción buena tormenta
Y la compañía vale soledad
Siempre vale la agonía de la prisa
Aunque se llene de sillas la verdad
Silvio Rodríguez
Por estos días, en que mientras nuestras condiciones de existencia transitan hacia el empobrecimiento generalizado de la clase trabajadora y de aquellos que no alcanzan a incorporarse al circuito formal de la economía en tal carácter y salen a vender su fuerza de trabajo bajo cualquier formato relacional , accidental y transitorio que no les permite reproducir su existencia en contexto humano dignificante , la escena, la agenda servida por el poder político burgués se concentra en la difusión profusa de todas las adyacencias derivadas de la imposición de un calendario electoral y el proceso social que implica la celebración de elecciones y la imposición constitucional del voto .
Mucho se habla por ello, de todos los accidentes y detalles que supone ese proceso, desde la conformación de las listas a las miserias fraudulentas que pueden verse en los recuentos de votos. Sin embargo, lo que se oculta es el trabajo necesario de ver que es lo que se oculta detrás del voto en sí. Solo se acude a la remisión de su condición de derecho subjetivo “derecho-deber, que nace de uno de los paradigmas de la construcción ideológica de la “soberanía del pueblo” impuesta en la historia por el triunfo generalizado de la revolución burguesa, que puso a esa clase social en el poder.
Para poder atravesar esa falsa conciencia, esa máscara a la que se le van cayendo sus componentes para dejar ver los signos del rostro terrorífico del Leviatán burgués, es necesario acudir a la difusión del fenómeno social complejo contenido en la situación de enajenación -alienación en que se ubica el trabajador en el orden social capitalista.
La alienación implica dos fenómenos. Uno concretizado en la perdida y otro, la relación de dominación
Enajenación-Alienación remite a otro, a algo que nos es ajeno y en el que aceptamos nuestra situación de dominados. La perdida de algo que es mío y se convierte en ajeno a mí, y la asignación a ese algo de facultades y potestades que terminan dominándonos y sometiéndonos a él, completa el camino dialéctico entre la enajenación y la alienación.
El fetichismo de la mercancía y la enajenación del trabajo, penetran toda la sociedad e ilumina los fenómenos sociales y políticos en los que sobrevivimos.
Todos los problemas de este estadio de la sociedad, remiten a la estructura de la relación mercantil, que es el prototipo de todas las formas de subjetividad. El carácter fetichista de la mercancía,
El valor de las mercancías surge de la actividad de quienes la producen. El cambio es una relación social entre productores de mercancías. Aunque el trabajo es la fuente, ese valor solo se expresa en el intercambio, pero no surge de él. Se genera la ilusión de la relación entre mercancías y no entre los esfuerzos de trabajos medidos en tiempo de trabajo socialmente necesario. Esa es la base del fetiche.
Fetichismo remite a darle propiedades mágicas a la mercancía. Considerar el valor como una cualidad de la mercancía y no a las relaciones humanas que las producen es darle un rol mágico al objeto y facilita su dominación sobre las personas.
Todas las relaciones sociales en el capital están mediadas por la mercancía. No hay espacio social que no tenga presencia de la mercancía. La objetividad es una relación social y no una cualidad del objeto. La relación social mercantil es la objetividad que prima como forma dominante y cosifica al sujeto, subjetivando al producto mercantil.
Dadas, así las cosas, ocurre que, si pierdo capacidad de análisis, por vía de proyectar esa capacidad en los objetos y me someto a ese objeto creado por el hombre mismo. Es en la estructura de relaciones de producción donde se produce esta proyección al objeto externo y luego la dominación de este sobre el sujeto. En el capitalismo, este proceso llega a su máxima expresión.
Las personas somos en la producción. En el orden social capitalista con independencia de nuestra voluntad nos toca ser trabajadores por no tener medios materiales de sobrevivencia y producción propios. El orden capitalista moldea nuestro ser, nuestro pensamiento y acción, en función de esa relación social primigenia, que hace que lo que producimos, aquello por lo que generamos valor, sea apropiado por el burgués.
Denunciar el fetichismo, significa deslegitimar el capitalismo. Siempre que hay mercado capitalismo, hay inversión del mundo de los seres humanos y el mundo de los objetos. Las mercancías se subjetivan y las personas se cosifican y lo que domina es el mundo de las mercancías, que tienen mayor significación que los hombres. En esas mercancías prima un conjunto de relaciones sociales que se cosifican en el dinero, que es el equivalente general que prevalece por sobre los hombres. El dinero vale más que la gente.
En la sociedad capitalista el dinero es el rey y las personas son súbditos de esa mercancía. El cuestionamiento básico sobre el capital se centra en desnudar este fenómeno “fetichismo”, que se da sobre la relación del sujeto productor trabajador y las mercancías generalizadas que crea con su fuerza de trabajo.
El trabajo alienado se explica como resultado que implica la perdida de la esencia humana, en tanto el trabajador se transforma en un ser dominado por los objetos. Las relaciones sociales de producción capitalista, implican en sí la alienación del trabajador en la mercancía y el fetiche que se establece entre ambos extremos de la relación.
El trabajo abstracto implica un tipo de sociabilidad en donde los productores se socializan a través del mercado en donde se consolida el intercambio de mercancía que cristaliza el valor de los objetos y la mediación del dinero.
El trabajador no se reconoce en el producto que elabora. La producción en serie y estandarizada hace que los hombres que trabajan pierdan esa posibilidad de reconocerse en lo hecho, que además es apropiado por quién le paga su fuerza de trabajo.
El poder burgués, con forma jurídica estatal y el juego de sus instituciones, se ubica en ese proceso de enajenación, haciendo que lo público, sea extraño al mundo del trabajador y se le presente como formato dominador al que solo debe prestarle asentimiento por consenso dado a la ley, que es la forma jurídica en la que toma cuerpo esa relación de sometimiento y dominación social de una clase sobre otra.
Solo la posibilidad de una sociedad sin clases, elimina los fenómenos atinentes a la enajenación que vivimos los trabajadores. Esa subjetividad atacada en su misma raíz por el proceso de fetichizarían de la mercancía conspira contra la posibilidad de ser un sujeto pleno y nos conforma como objetos de manipulación en lo que parecen determinaciones libres por vía del capital y el orden burgués institucional dominante.
El sufragio y su acción efectivizada en el voto, no escapa a esa estructura del ser, en el capitalismo. Aquello que se define por la forma jurídica como un derecho del ciudadano, no es otra cosa que una expresión de la lógica del consumo que se instala en las personas. El voto hace las veces de mercancía generadora del proceso electoral, al que se obliga a concurrir al trabajador, que esta a la vez, enajenado respecto de toda esa actividad del poder, sencillamente porque el poder mismo y sus efectos le son ajenos.
Es el poder burgués y no el de los trabajadores entendidos como sujetos individuales a los que ideológicamente se le ha proyectado a la categoría abstracta de “ciudadanos” como sujetos idealizados de la sociedad civil, el que monta la teatralización electoral que estamos viviendo en estos días y se proyectará sobre los meses inmediatos subsiguientes.
Para el trabajador, el voto en sí, no es otra cosa que una mercancía, es decir, algo ajeno a él, que cumple con la satisfacción de un deber que le es impuesto como forma jurídica y al que tiene acceso como producto ya elaborado, a través de distintas marcas, que son la representación simbólica de los candidatos y los intereses burgueses específicos que estos “representan” en una república con democracia indirecta como la que instituye la Constitución Nacional.
En este sentido es que Ernesto Guevara dice claramente que: “La pasividad de las masas, analizada desde un punto de vista filosófico, tiene su origen en «la propaganda directa realizada por los encargados de explicar la ineluctabilidad de un régimen de clase, ya sea de origen divino o por imposición de la naturaleza como ente mecánico» (El socialismo y el hombre nuevo…)
Los trabajadores no pueden permanecer en esta alienación política que les fuera impuesta como servidumbre y enmascarada como derecho, por la revolución política burguesa. La continuidad en esta estructura relacional en la que toma cuerpo lo político en esta sociedad de clases, ubica a los trabajadores como parte de la propia crisis que exhibe integralmente, en todas sus relaciones constitutivas el orden social capitalista. Esta base material del fenómeno es la que impone la necesidad de la revolución, y la que señala el camino de la militancia.
La tarea revolucionaria, es hoy la propia de la propaganda y agitación de ideas que conforman un objetivo establecido en la construcción de un nuevo orden social. La difusión generalizada de la necesidad de construcción del poder obrero, la superación de la enajenación ideológica por vía de la generación y ejecución de política obrera, remiten necesariamente a la revolución como necesidad. No hay pesimismo, ni quijotismo. Solo existe como determinación posible, la acción consciente de la clase trabajadora ubicada como clase en sí y para sí, en función del programa socialista. Nuestros muertos, nuestros presos, nuestros compañeros de ideas y vida, enseñan el camino.